Los
tiempos que nos toca vivir marcan, según el sistema cosmológico hindú en su
teoría de los ciclos o vidas de Brahmâ, un límite o punto de retorno. Nos
encontramos a la mitad de un kalpa que consta de catorce manvantaras: siete de
ida (hacia la manifestación) y siete de vuelta (hacia el Origen).
El retorno se
inicia cuando un ciclo ha llegado al límite de sus posibilidades, y es por ello
importante preguntarnos qué es un límite, cómo es que el símbolo constituye un
límite, y cuál es su función en este retorno hacia el Origen.
Hablar de límite, supone ya hablar de polaridad, porque el límite es un lindero que separa, al mismo tiempo que une, dos cosas, reinos o realidades. Une, revelando la identidad de los dos lados del lindero; separa al diferenciar las partes de un mismo Todo: es la marca que revela y cualifica lo siempre idéntico a sí mismo, sin sacarlo de su infinitud.
Explicarnos lo Infinito sería tan imposible como
explicar al propio Brahmâ. La naturaleza finita y limitada no puede contener lo
Infinito, pero puede revelarlo prestándole límites.
El primer acto creador y revelador es la creación del
límite, que cumpliendo su función de ser ventana a lo Infinito se convierte en
un símbolo.
El Hombre Universal, principio y síntesis de la
creación entera, es el símbolo por excelencia pues ninguna otra criatura
refleja todas y cada una de las cualidades divinas-. Las dos primeras
cualidades que este Hombre-símbolo refleja son las de unión-separación; la Sabiduría
y la Inteligencia; facultades que son la primera polarización de la Esencia
única, Hombre Universal o "corazón de Dios". La Sabiduría, asociada
al ojo derecho, es la contemplación pura en la que no existe ningún rastro de
separación; la Inteligencia, asociada al ojo izquierdo es la raíz de la
creatividad porque contempla al mismo tiempo como en un espejo, la Unidad Pura,
y como en un prisma, el despliegue de las cualidades divinas.
El Hombre Universal es "el corazón de Dios"
-dice la cábala hebrea- el ojo por el que Dios nos ve, pero de él nada podemos
saber tampoco sino por la imagen que traza su poder amoroso y creativo al
desplegar sus posibilidades en el arco descendente de la creación. Entre los
dos silencios, el del Todo, y el de las mil y una cosas, estalla un dinamismo
que es el hombre creador, que al expresar su ser va creando el universo, a la
vez que con su conciencia va recreándose a sí mismo; limitándose se revela y se
recuerda, hasta que puede decir que él es lo que conoce, o que conoce lo que
es: hasta que se reconoce como símbolo de lo Absoluto. Porque la creación
revela en el equilibrio la inmutabilidad absoluta del Principio; ella es para
el hombre su propio corazón; el ojo por el que ve a Dios.
El corazón de Dios en su despliegue creativo va
trazando imágenes que revelan diferentes cualidades divinas. El arte de la
geometría tiene como soporte estas imágenes, que por ser símbolos de dichas
cualidades constituyen los peldaños para el retorno a la visión del corazón,
donde el ojo por el que vemos a Dios, y el ojo por el que Dios nos ve, son uno
solo; donde podemos estar inmersos en la creación, a la vez que conscientes,
porque la visión es la función del símbolo, y el símbolo es la conciencia que
la Unidad tiene de sí misma, a la vez que su ser más íntimo.
Función del símbolo
Para comprender al símbolo como función, nos es necesario acceder a la idea de arquetipo. A nivel racional pensamos que las ideas son algo estático pues es a ese nivel que ya se han cristalizado en conceptos. El pensamiento moderno tiene mayor dificultad que el primitivo para acceder a la experiencia del arquetipo, porque la mayor parte de nuestras lenguas requieren que los verbos estén asociados a sujetos y no podemos imaginar fácilmente procesos de actividad pura. Las culturas antiguas simbolizaban este eterno y puro proceso como dioses, esto es: poderes o líneas de acción por las que el espíritu se concreta en energía y materia.
Para comprender al símbolo como función, nos es necesario acceder a la idea de arquetipo. A nivel racional pensamos que las ideas son algo estático pues es a ese nivel que ya se han cristalizado en conceptos. El pensamiento moderno tiene mayor dificultad que el primitivo para acceder a la experiencia del arquetipo, porque la mayor parte de nuestras lenguas requieren que los verbos estén asociados a sujetos y no podemos imaginar fácilmente procesos de actividad pura. Las culturas antiguas simbolizaban este eterno y puro proceso como dioses, esto es: poderes o líneas de acción por las que el espíritu se concreta en energía y materia.
La tradición hebrea describe en el Sefer ha Yetsirah (Libro
de la Creación) a estos arquetipos, como ángeles, espíritus, o almas, que
surgen cuando la superficie de las aguas es agitada por el viento creador y
redentor. Estas "olas" habitadas por el espíritu de Luz, son
vibraciones sutiles en las que la luz incolora se quiebra en miríadas de rayos,
que asumen un color según su función, pero sin tener aún ninguna apariencia
formal. Cada vibración habitada por la luz es una semilla que irradia, como una
gema, un color particular, y contiene un ser potencial. La tradición hindú
llama bîjas (semillas) a estas vibraciones o primeras cualidades divinas,
primera mezcla de espíritu y sustancia, que si son pronunciadas por el hombre,
invocan dichas cualidades espirituales.
Las fuerzas ocultas del cosmos, a fin de ser
perceptibles por el hombre se revisten de formas, crecen y se desarrollan
construyendo tejidos simbólicos que han sido la base de todos los sistemas
cosmológicos. El símbolo no es sino una Idea o arquetipo en su aspecto más
interno (donde aún no existe rastro de diferencia con la Unidad), y un ropaje
de formas comprensibles para el hombre en su aspecto más externo. Esto le
permite ser un puente entre nuestra percepción sensible y las fuerzas ocultas
del mundo de las Ideas o arquetipos, imágenes, o reflejos puros de la Unidad.
La puesta en movimiento de la idea potencial que yace
en el corazón del símbolo, describe trayectorias que al ser contempladas por el
hombre, son vistas como configuraciones geométricas o mandalas. Los mandalas son
diseños construidos alrededor de un centro del que irradian dos o mas ejes en
los que se teje el desarrollo de una idea; son símbolos del ordenamiento de la
creación por lo que su contemplación integra la mente, permitiéndole acceder al
arquetipo que ellos expresan.
Funcionando en el nivel arquetípico, tanto la
geometría como el número describen energías de la entretejida y eterna danza
del cosmos.
Todos los sistemas cosmológicos tienen como base la
expresión mediante configuraciones simbólicas auditivas, visuales y gestuales
que son mapas para retomar al Sonido, la Luz y el Gesto primordiales; a la
Palabra de la que toda la creación no es sino un desdoblamiento con un orden y
una jerarquía en la que el dinamismo encuentra en diferentes estadios
equilibrio, reposo y reintegración.
El ''Orden de Arriba". Angelología.
En el libro del profeta Isaías (55, 10-11) se alude a la Misión que tiene la Palabra que desciende como la lluvia de los cielos, para que no regrese sin haber hecho germinar la tierra, y dado el pan para comer. Los ángeles en la Tradición son los ministros y mensajeros encargados de que esta misión se cumpla. En esencia, un ángel no es sino un sonido, un viento, una llama de fuego, un aroma, sin apariencia formal; una energía circulante.
En el libro del profeta Isaías (55, 10-11) se alude a la Misión que tiene la Palabra que desciende como la lluvia de los cielos, para que no regrese sin haber hecho germinar la tierra, y dado el pan para comer. Los ángeles en la Tradición son los ministros y mensajeros encargados de que esta misión se cumpla. En esencia, un ángel no es sino un sonido, un viento, una llama de fuego, un aroma, sin apariencia formal; una energía circulante.
La Tradición describe también a los ángeles como
inteligencias o facultades cognoscitivas, porque se generan cuando el espíritu
se conoce al reflejarse en las aguas. Jacob "vio" a estas
inteligencias ascendiendo y descendiendo por una escala espiral de la tierra al
cielo y del cielo a la tierra. Robert Fludd, quien dedicó su vida al estudio de
los procesos creativos, muestra la escala descendente de la creación, de arriba
a abajo, a través de querubines, serafines, potestades, dominaciones, virtudes,
arcángeles y ángeles, los planetas y los elementos, hasta el hombre como
receptáculo microcósmico. Otro grabado de Fludd basado en Santo Tomás muestra
la escala de la perfección con los peldaños que deben ser tomados para subir de
la tierra al cielo: desde el mundo de los sentidos hasta el mundo interior de
la imaginación, pasando a través de la razón o pensamiento disciplinado (que
tiene como función concentrar la atención) para acceder al Intelecto, u órgano
del conocimiento de las Ideas. De ahí a la Inteligencia que las penetra,
teniendo de ellas un conocimiento directo (desde dentro) y las traspasa, para
finalmente acceder a la Palabra misma que abre el Reino Supra celestial. Cada
peldaño de esta escala simboliza un estado evolutivo del hombre y aparece como
jerarquizado mientras no se han unificado el Ser y la Conciencia, en el
receptáculo humano.
La tarea de los ángeles es la de ayudar al hombre en
este camino evolutivo; el ángel guardián cuida la esencia, para que al ser
envuelta por la personalidad, permanezca viva hasta que le sea posible
desarrollarse. El arcángel Gabriel, que simboliza la imaginación activa o
Intelecto, es la fuerza que conduce al "héroe" por los siguientes
peldaños, en su camino hacia el conocimiento directo; es en la esfera de su
acción que el ego penúltimo está a punto de desaparecer, y por lo tanto los
últimos rastros de ser una entidad separada. Gabriel es la actividad intuitiva
que balancea lo sensible y lo inteligible, que une lo femenino y lo masculino.
En el sufismo se le llama el "corazón espiritual"; para el
cristianismo es el anunciador de la encarnación del Verbo. Una mente que habita
en esta esfera, piensa en completa abstracción y tiene imágenes que son
revelaciones como las de Ezequiel o San Juan. De entre los cuatro elementos,
Gabriel rige el agua, Uriel la tierra, Rafael el aire y Miguel el fuego. La
actividad de Gabriel es por tanto reflejante: espejo de la Conciencia.
Miguel, cuyo nombre significa "igual a
Dios", es la Inteligencia del corazón, el conocimiento interno directo,
donde ya no existe la distancia. Miguel es de hecho el corazón del mundo
creativo, la luz interior de los seres y las cosas, el guerrero que protege el
centro contra Satán, el dragón, o ego último, por eso se le llama el guardián
del cielo. Conciencia y ser se balancean con la actividad de los arcángeles; lo
sensible y lo inteligible; la gracia y el rigor. Equilibrar las fuerzas
espirituales y sustanciales en el dinamismo que fluye del Nombre, en el gesto
creador, guardando los cuatro puntos cardinales, es el trabajo de los arcángeles
que el Verbo moviliza.
El "Orden de Abajo". La Geometría.
La imagen del mundo es revelada como algo que se extiende... Irradia a partir de un centro, sonido, o Palabra, y gira en su entorno por un gesto o primer acto del Verbo creador, el que va dejando trazados los caminos o configuraciones geométricas, que son la imagen estática de ese dinamismo.
La imagen del mundo es revelada como algo que se extiende... Irradia a partir de un centro, sonido, o Palabra, y gira en su entorno por un gesto o primer acto del Verbo creador, el que va dejando trazados los caminos o configuraciones geométricas, que son la imagen estática de ese dinamismo.
Se dice que Dios colocó los cielos a fin de que el
hombre aprendiera a leerlos; a fin de que una vez aprendidos pudiese
descorrerlos.
Desde antiguo el hombre sabía de los eventos de la
tierra por la observación de los cielos. Advirtió que las posiciones angulares
de sol, luna, planetas y estrellas estaban relacionados con los ciclos
terrestres: fases de la luna, estaciones, crecimiento de las plantas y
fertilidad y anotó los patrones celestiales por medio de ángulos que
especificaban estas influencias. Esto le permitió discernir algunas constantes
y tener del universo un enfoque cosmológico, es decir ordenado. Representando
estas constantes mediante símbolos nos heredó los mapas de las rutas que
comunican diferentes niveles del Ser. Estas estructuras sutiles nos permiten
descubrir las aberturas o pasajes hacia otras dimensiones del tiempo y del
espacio porque tanto la geometría como el número describen la danza ritual del
cosmos.
Por la ciencia el hombre conoce esas constantes que
gobiernan el "orden de arriba" y "el orden de abajo", por
el arte las hace vivir en sí mismo, porque sólo así puede llegar a conocerlas;
y por el oficio, las expresa en obras, repitiendo sin cesar el rito de
transformar la Idea en acto, cooperando así en la obra creativa.
En la práctica del arte de la Geometría, el hombre se
abre a la influencia de los poderes angélicos y con ellos colabora en la
manutención del Universo, completando aquí abajo la obra creativa de arriba, y
haciendo sensible el proceso de su propia creación. Las palabras
"arte", "método", "camino", entendidas en su
aspecto dinámico, sirven para denominar el peregrinaje del hombre hacia su
Origen. Cada vez que se repite el acto creativo mediante la encarnación de un
símbolo, y la posterior creación de un objeto, se refleja la Voluntad o
Libertad divinas: "Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo".
Este peregrinaje que se relata en las epopeyas como
la de Gilgamesh, o la búsqueda del Grial por Parsifal, es en realidad un
peregrinaje a través de diferentes dimensiones del tiempo y del espacio en
busca del Origen: peregrinaje que los pueblos nómadas representaban con una
espiral, o arabesco, que se enrolla y desenrolla como la respiración del
cosmos. (El nómada, inserto en el tiempo, hace su recorrido por el espacio a
diferencia del sedentario que inserto en el espacio, vive recorriendo el
tiempo). La espiral es ese recorrido del Tiempo que traza una imagen espacial,
describiéndose a sí mismo en sus diferentes proyecciones, en un ir y venir que
regresa siempre al Presente. Diferentes usos de la espiral evocan diferentes
modos de concebir el tiempo; la espiral doble, ilustra este continuo ir y venir
en una imagen simultánea, sugiriendo el balance de energías polarizadas; el
pasaje entre dos columnas, la spira oculi, el pasaje entre los dos ojos de
Rheus, simbolizan la entrada al Tiempo Presente. Cada una de estas
representaciones expresa una dimensión del espacio-tiempo en este peregrinaje.
Las formas geométricas basadas en el número representan los peldaños en esta
ascensión a los cielos, o estaciones espirituales. Cada estación espiritual por
la que pasa el buscador, corresponde en términos visuales a una forma
geométrica que éste ha de vivir en sus aspectos estático y dinámico. Un ejemplo
de forma estática es el cuadrado, y la cruz, su correspondiente dinámica. El
equilibrio dentro de dicha estación, o "cielo", permite continuar el
peregrinaje. La polarización que se expresa en las formas geométricas estáticas
y dinámicas, corresponde a los polos entre los cuales el buscador se mueve
hasta alcanzar el equilibrio dentro de cada estación. Contracción-expansión:
separación-unión; sobriedad-intoxicación. Una vez adquirida la simetría y
estabilidad en una estación, a través del estudio, la práctica y la
contemplación, se genera a partir de allí la siguiente estación, del mismo modo
que las formas geométricas se desarrollan a partir de la forma anterior. Cada
estación es la expresión de un numero, y cada número representa un estadio en
la evolución. Así, la geometría, a la vez que da un orden a la naturaleza,
organiza también el alma.
Vista de esta manera, la geometría se convierte en un
arte sagrado, y su práctica en un rito. Cuando en un acto ritual, todo el ser
se entona con un símbolo, participa del espacio que dicho símbolo describe, del
tiempo en el que vive, del "orden" al que pertenece y del arquetipo
que él expresa. Participar de un arquetipo, es participar de uno de los
aspectos de la esencia única.
Los símbolos numéricos y geométricos han sido
revelados a los grandes profetas, o "pioneros del camino", y la
Tradición nos los ha legado a manera de mapas envueltos en diferentes formas
que responden a diferentes épocas, lugares y gente. Son las imágenes con las
que el hombre ha comprendido el trayecto de la conciencia a través de los
ciclos de cambio y alternancia entre los polos de su propia conciencia.
Los símbolos revelados, son fruto de la visión
interior. Pero cuando el artista dirige de nuevo su mirada hacia el mundo, ve
la unidad que envolvía todo lo creado en el interior de cada creatura,
convirtiéndose cada una en un símbolo natural. En cada rayo de sol ve el sol, y
todo el león en cada uno de sus pelos. 0 como dice el poema de William Blake:
"Ver un mundo en un grano de arena, y el cielo en una flor silvestre,
contener el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora".
La Idea revelada o Forma (con mayúscula) se describe
en un espacio-tiempo determinado, y es modificada por los accidentes o
influencias exteriores, y por ello sus imágenes son cambiantes. La imagen, o
ropaje, no es sino el trayecto que describe la Idea hasta llegar a la
concreción en la sustancia.
A los símbolos de la naturaleza se les llama
"símbolos naturales" y su atenta observación nos revela que los
mismos patrones geométricos son compartidos por flores, caracoles, animales,
cuerpo humano, sustancias vistas al microscopio, átomos; y los mismos patrones
se repiten cuando tomamos la mirada hacia adentro y hacia los cielos. Desde el
mundo de la apariencia hasta el subatómico todas las formas son sólo envolturas
de patrones geométricos, intervalos y relaciones. Es decir que lo que
percibimos no son "cosas" sino relaciones proporcionales, cuyos
límites visibles sólo encuadran. La biología moderna reconoce la importancia de
la configuración de una sustancia como determinante de ciertas funciones, por
ejemplo, que el proceso de la fotosíntesis se hace posible gracias a que las
moléculas están ordenadas en una estructura dodecanaria; también, que las
sustancias reflejan la luz en diferentes coloraciones según su estructura
molecular, y que los aromas no vienen de los componentes de una sustancia sino
del modo en que ésta está acomodada.
El lenguaje silente de la naturaleza mueve a quien la
contempla a seguir sus rutas penetrando en sus ritmos y ciclos armónicos sin
principio ni fin que conducen a través del ropaje del símbolo hasta su esencia;
desde el mundo de las formas naturales hasta el mundo de los arquetipos.
Creatividad, Percepción, contemplación y visión
El conocimiento directo o inteligencia del corazón es el espejo donde la Unidad se contempla sólo a sí misma en su pureza. Esta pura receptividad es la verdadera creatividad, pero para acceder a ella hemos de cultivar el suelo a fin de que las energías del cielo la fecunden. Aun las disciplinas más contemplativas, como el budismo Zen, requieren para ser aprendidas correctamente, que el intelecto sea desarrollado hasta su límite. No basta dejar de pensar, sino pensar correctamente usando el intelecto de una manera menos limitada, librándolo de sus hábitos asociativos, llevándolo al límite donde las palabras y pensamientos cesan y las ideas puras permanecen; ideas que Son por esencia dinámicas. Cuando aparece la paradoja río ha de ser paralizada por soluciones intelectuales sino permanecer en una actitud mental dinámica que dé cabida al nacimiento del lenguaje simbólico, lenguaje ambivalente que reúne en sí mismo la paradoja.
El conocimiento directo o inteligencia del corazón es el espejo donde la Unidad se contempla sólo a sí misma en su pureza. Esta pura receptividad es la verdadera creatividad, pero para acceder a ella hemos de cultivar el suelo a fin de que las energías del cielo la fecunden. Aun las disciplinas más contemplativas, como el budismo Zen, requieren para ser aprendidas correctamente, que el intelecto sea desarrollado hasta su límite. No basta dejar de pensar, sino pensar correctamente usando el intelecto de una manera menos limitada, librándolo de sus hábitos asociativos, llevándolo al límite donde las palabras y pensamientos cesan y las ideas puras permanecen; ideas que Son por esencia dinámicas. Cuando aparece la paradoja río ha de ser paralizada por soluciones intelectuales sino permanecer en una actitud mental dinámica que dé cabida al nacimiento del lenguaje simbólico, lenguaje ambivalente que reúne en sí mismo la paradoja.
Los lenguajes simbólicos locales, que para no
confundir con los verdaderos símbolos llamaremos "conceptos", tienen
la particularidad de ser fijos, y son por ello el alimento adecuado para el pensamiento
racional y analítico, donde algo no puede ser y no ser al mismo tiempo. Este
pensamiento es la inversión de la conciencia de la Unidad, sustituyéndola por
la uniformidad, y a lo permanente por lo fijo.
Aunque la conciencia ordinaria es altamente
selectiva, con el propósito de que nos proporcione los datos necesarios para la
supervivencia mecánica, y nos proteja de ser confundidos, no es una herramienta
adecuada para comprender el símbolo. Cada facultad cognoscitiva constituye los
límites de un orden de realidad diferente, y cada orden requiere que sea
desarrollado el órgano correspondiente de percepción. 0 pudiera decirse a la
inversa: la creación del órgano permite recibir la clase de ondas vibratorias
de la misma frecuencia, y desplegar ante nosotros un mundo que entonces
conocemos. Somos lo que conocemos: los límites de lo conocido los dicta nuestra
propia conciencia. Acceder a un cielo, o estación espiritual, es despertar la
facultad cognoscitiva correspondiente.
Para expresar el contenido de la conciencia ordinaria
reducida, el hombre ha elaborado sistemas conceptuales y lenguajes locales.
Podría decirse que la simbólica es un lenguaje universal donde se puede
expresar cualquier individualidad.
El lenguaje simbólico guía las facultades humanas
desde la percepción a la visión; desde la facultad de relacionar, pasando por
la capacidad de ver equivalencias, hasta llegar al pensamiento analógico. La
analogía se basa en la armonía de una misma vibración resonando en dos o más
niveles, y como es un vínculo que se da a sí mismo al tiempo que a los términos
que une, realiza la unión más completa.
El trayecto del conocimiento de sí, con la ayuda del
mapa cosmológico de la simbólica, es un trabajo de purificación ya que va
limpiando la forma de las impurezas que le impiden entonarse con otra forma
superior, y va desarrollando la intuición que es la facultad necesaria para
entrar en la visión de la Unidad de todas las cosas. La contemplación consiste
en mezclarse con ellas en las profundidades maternales de la naturaleza, en la
quietud donde nos volvemos conscientes de la radiación desde
"dentro". Por la luz de la conciencia, o intuición, vemos la unidad
de todo lo creado, o aspecto trascendente; por el reposo en la contemplación y
la vuelta al origen vemos la unidad en el corazón de cada creatura o aspecto
inmanente. Armonizarse con ambos, con el movimiento y con el reposo, es entrar
en la corriente común del cielo y la tierra. La experiencia contemplativa se
integra entonces en la conciencia unificada del que medita. El que comprende
ambos procesos se mueve en la absoluta Realidad y la reflexión inmediata le
llena del espíritu creativo.
El arte icónico
La visión interna es el mayor poder creativo, es en sí misma la creación artística por excelencia; el "arte de Dios". Pero si "el arte de Dios es el hijo por quien todas las cosas fueron hechas, en el artista humano el arte es su hijo por el que alguna cosa debe hacerse". (1)
La visión interna es el mayor poder creativo, es en sí misma la creación artística por excelencia; el "arte de Dios". Pero si "el arte de Dios es el hijo por quien todas las cosas fueron hechas, en el artista humano el arte es su hijo por el que alguna cosa debe hacerse". (1)
El artista que ha contemplado la obra divina en su
visión es movido por el divino eros a crear. Porque todo acto de amor quiere
una creación como alabanza al creador. Es el ingenium -como lo llama San
Agustín- (o en el hinduismo el "director interior", que es lo mismo
que el Espíritu Santo, o el daimon griego) el que guía al artista en su creación. Y así como el divino intelecto imprime
por un acto gratuito en la materia prima la imagen contemplada en el espíritu,
así el artista humano imprime en la materia los modelos o arquetipos
contemplados, cerrando así el ciclo creativo al imitar a su creador. El creador
de imágenes verdaderas, o iconos, se identifica con la luz interior de los
seres y las cosas cuando sus modelos son los de la naturaleza, y con las ideas
o arquetipos cuando ha contemplado en su interioridad un modelo ideal. Modelos
igual o más vivos que los que se usan para dibujar del natural.
El arte icónico no sólo crea un objeto: lo engendra;
ya que el artista ha efectuado un recorrido dentro de sí mismo, e imita en su
actividad el proceso de su propia creación; imita la naturaleza en su modo de
operar, se recrea a sí mismo al tiempo que crea un objeto que será a su vez un
soporte para la contemplación del espectador, que conectándose con la luz interior
que la obra proyecta, recorre un camino dentro de sí hasta llegar a comprender
el arquetipo que el artista contempló. Corriendo y descorriendo el velo de la
creación se participa en el rito perenne convirtiéndose el hombre en co-creador
del universo.
Las fórmulas que repite el arte tradicional son
siempre las mismas y sin embargo nunca deja de ser original porque nos remite
al Origen, para luego renovarse como la naturaleza: siempre igual, siempre
diferente, porque el poder creativo es el reflejo de lo que no tiene límites.
NOTA
(1) A. K. Coomaraswamy. La filosofía cristiana y
oriental o verdadera del arte, Taurus, Madrid, 1980, pp. 37-38.
Foto: Templo masónico de la ciudad de Washington, EE UU.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario