El símbolo
de la analogía por excelencia, es decir el símbolo del símbolo si así pudiera
decirse, es el sello de Salomón, o también Estrella de David, o sea la conocida
estrella de seis puntas, formada por dos triángulos equiláteros invertidos uno
con respecto al otro.
Esa
representación geométrica y su expresión numeral se corresponden en el Árbol de
la Vida sefirótico de la Cábala con Tifereth y su ubicación central en el medio
del Eje del mundo –equiparada a la del sol en el cosmos y al corazón en el
hombre– vinculada al número seis y a "la división de las aguas", que
las separa en las superiores y las inferiores: los dos triángulos invertidos a
los que anteriormente nos referíamos o el cielo y la tierra, unificándose esas
energías opuestas en el cuerpo del símbolo, o en la sefirah Tifereth que
representa así lo que se dice en el texto hermético de la Tabla de Esmeralda:
"lo
de abajo es igual a lo de arriba, y lo de arriba, igual a lo de abajo, para
obrar los milagros de una sola cosa,"
fundamentando
así la realidad de la analogía y la posibilidad de ser, tanto en el microcosmos
como en el macrocosmos, ámbito este último del Ser Universal del que el
individual es un reflejo.
Empero,
más allá del sol, en la sumidad vertical del eje, donde no se espeja la
horizontalidad se encuentra la Unidad, Kether: el Origen y Ser de toda la
Creación, que es un despliegue de las posibilidades en ella contenidas, lo que
genera la serie numeral emanada de sí hasta la multiplicidad, o lo que es lo
mismo la escala que determina la sinfonía armónica que llamamos mundo: a saber,
la conjunción de cielo y tierra que la Estrella de David simboliza, y que se
sintetiza en un séptimo punto invisible que es el centro de la figura y que
numéricamente está representado así: 7 = 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8
= 10 = 1 + 0 = 1, o sea, que se reduce a la unidad, a la que expresa en este
nivel, la que comprende tanto el triángulo superior (cielo) como el inferior
(tierra) con el que se complementa.
Se
trata de las proyecciones indefinidas del Ser Universal hasta los límites que
la determinan, manifestadas por el círculo y la circunferencia que lo define y
une los puntos extremos de este sello salomónico, cuyo valor es nueve y que
sumada a su centro expresa al diez, signando así la totalidad de la creación
que ya estaba contenida en la unidad (10 = 1 + 0 = 1). Anteriormente en la
escala ya se había manifestado en el cuaternario (4 = 1+ 2 + 3 + 4 = 10 = 1 + 0
= 1) que fija cualquier creación.
Así
vemos que la unidad se encuentra en el comienzo de las numeraciones que
determinan cada uno de los mundos jerárquicos del modelo de Árbol de la Vida: Atsiluth,
Beriyah, Yetsirah y Asiyah. Debiéndose aclarar que estos cuatro planos se
equiparan con los tres que señalan todas las tradiciones (cielo, hombre,
tierra; cielo, tierra, inframundo; Dios, hombre, naturaleza, etc.) ya que el
mundo de Beriyah y Yetsirah, correspondiente a la psiqué, o mundo
interme-diario, puede considerarse uno solo, separado por la "superficie
de las aguas" en aguas superiores e inferiores, o sea en el psiquismo
superior e inferior que incluye los planos de la creación y la formación. Para
terminar con este repaso, queridos hermanos, de cosas que muchos de ustedes
habéis estudiado, diremos que el plano de Asiyah consta únicamente de la
sefirah Malkhuth, equiparada planetariamente a la tierra y que constituye sólo
la realidad inmediata tal cual pueden percibirla los sentidos y la que el
hombre profano conoce, mientras que el mundo de Atsiluth, conformado por las
tres sefiroth superiores que son la triunidad de los Principios creadores, está
vinculado con la Ontología, dejando para la metafísica todo lo que está más
allá del Ser.
Así se
lo considera desde el punto de vista individual o universal, micro o
macrocósmico. Estamos en este último caso en el plano más alto de la creación,
es decir de la sumidad del Ser coronada por el número uno, síntesis de todo el
Árbol creacional, a la que los masones llaman Gran Arquitecto del Universo,
pues es el que diseña y proyecta toda la creación que sus colaboradores –o
numeraciones– ejecutan y llevarán a feliz término de modo gradual y en la que
él mismo participará por su propia emanación encontrándose de modo inmanente en
todos los planos, de forma oculta aunque generándolos siempre, presente en
todas las cosas simbolizadas por esas numeraciones. Es decir, un plan tan
admirablemente realizado por el Gran Arquitecto que es y está en todo. Motivo
por el que no puede haber otra creación fuera de la suya, puesto que la unidad
es la totalidad, la sintetiza, y la totalidad no es sino la unidad y no la suma
de cualesquiera de sus partes. Por todo ello puede ser considerada como el
símbolo más extraordinario de lo que No Es, del Caos Primigenio al que viste
con la Belleza de su orden, en el que no falta ni sobra nada, en la armonía
perfecta del Universo, que se expresa tanto por el "bien" como por el
"mal".
De
hecho, esa unidad es el menor de los números aunque todo esté comprendido en
ella y cualquier número la contenga dentro de sí. Su representación geométrica
es apenas la de un punto y por lo tanto es casi virtual. De allí que la mejor
forma de nombrar lo que ella simboliza es efectuarlo de modo negativo, lo que
hace la teología negativa, o agregando a sus atributos la partícula
"in": inconmensurable, infinita, ininteligible, increado, etc., es
decir un rotundo no, más adecuado a su representación de lo que No es, de lo
in-existente, de la nada anterior a lo inicial, de lo indiferenciado del
sagrado caos preexistente, asimilado a la oscuridad, y al silencio del cual
surge la Unidad, o el Verbo, produciéndose el Fiat Lux en la mente del Gran
Arquitecto y con él la primera determinación.
Agregamos
que gracias a ella y al Orden que establece es que podemos re-conocer todo
esto, lo cual confirma el valor de la manifestación Universal y su sentido, al
igual que el de la Unidad, entendiéndola como el símbolo más importante de todo
cuanto pudiera ser simbolizado y el Origen de toda simbolización, ya que es por
medio del Orden que se puede expresar el Caos.
Aunque
habría que establecer una diferencia neta entre dos Caos: el Caos de lo
increado que precede a la Unidad y que podría ser llamado el cero metafísico (En
Soph en la Cábala) y el caos de lo profano en que está sumido cualquier ser que
no ha recibido la verdadera iniciación, ejemplificado por la confusión y la
mezcla que tiene como causa la casualidad; uno es supracósmico y no humano, o
suprahumano, el otro es infrahumano o infracósmico, es decir infernal o
inframundano. Ambas posibilidades situadas en lo superior e inferior de un
mismo eje, aunque análogas, y por lo tanto invertidas la una con respecto a la
otra.
En
realidad la triunidad de los principios ontológicos conforma el arquetipo
inteligible de la emanación (Atsiluth) que se manifiesta recién a partir del
cuaternario (Hesed) es decir del plano de la creación (Beriyah), o sea del
mundo sutil aunque sin formas que progrede de modo descendente mediante el
septenario (Netsah) al plano de las formaciones (Yetsirah) que es sutil aunque
formal y que desemboca finalmente en el mundo "material" tal cual lo
perciben los sentidos (Asiyah) el cual consta de una sola numeración (Malkhuth),
la número 10 (1 + 0 = 1), directamente ligada de forma refleja con la unidad (Kether)
y por lo mismo análoga y por ello también invertida a ella, en el plano de la
manifestación grosera.
Por lo
que puede verse que la unidad en cada uno de los mundos en que se expresa
–específicamente en las tradiciones monoteístas– y a los que ella misma genera,
es el símbolo de la creación y por lo tanto el mayor de los símbolos ya que lo
visible es una imagen análoga de lo invisible y el vestido esplendoroso con que
se presenta entre los hombres.
Y para
acabar de burilar esta plancha, queridos hermanos, señalaremos que es mucho más
fácil y común, vivenciar la realidad por sus aspectos positivos, es decir por
la belleza de la forma o la perfección del concierto cósmico, que por los
negativos, o sea por todo aquello que la creación No-Es, aún en los aspectos
más elevados de la Triunidad de los Principios que conforman la Ontología, o el
Ser Universal, que ya hemos dicho son incluso no manifestados, aunque
inteligibles; más fácil que llegar a Conocer –lo que es conocer verdaderamente–
lo ininteligible, lo que No Es, lo que el Gran Arquitecto del Universo en
última instancia simboliza, a saber: lo no sujeto a ninguna determinación, lo
increado, el Cero metafísico, lo que es sin duda la mayor de las gracias que
debemos a nuestro Gran Arquitecto del Universo.
Como
corolario de todo esto es importante destacar que en otro ámbito vinculado a lo
que acabamos de señalar se produce algo similar. En efecto se trata de la no
aceptación del mal, excluyéndolo de la constitución del mundo y el hombre,
negándolo lisa y llanamente sin comprender que la enfermedad, el dolor, la
guerra, la muerte, el fracaso, o sea, todo lo negativo, conforman la mitad de
la creación y son tan sagrados como el bien, la belleza, la armonía, el éxito,
la salud y la inteligencia cósmica.
El
desorden es tan sagrado e importante como el orden cósmico. Y ambos emanados de
la misma fuente, la deidad, cuyo símbolo más alto es la unidad, que al
fragmentarse produce las dos columnas del Arbol Sefirótico, expresión de dos
energías, una positiva y otra negativa que deben ser permanentemente conjugadas
por los aprendices al conocimiento, que no pueden sólo aceptar una de ellas con
exclusión de la otra, o sea la positiva, negando la opuesta y dejándose engañar
por las "virtudes" de la escogida, siempre relativa, lo cual puede
ser la más pesada y grave obstrucción en el camino del conocimiento.
Nota:
Este trazado pertenece al volumen de arquitectura recién publicado: La
Logia Viva, Ed. Obelisco, Barcelona, julio 2006.
Fuente: http://hermetismoymasoneria.com/unidad_simbolo.htm
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