Se sienten más discriminados que gays y lesbianas.
Creen que la losa de la propaganda franquista
sigue pesando sobre ellos y
quieren arreglarlo dándose a conocer en sociedad
Creen que la losa de la propaganda franquista
sigue pesando sobre ellos y
quieren arreglarlo dándose a conocer en sociedad
Suena el timbre en el número seis de la calle Juan Ramón Jiménez, a pocos metros del Santiago Bernabéu.
“Buenas tardes, ¿está por ahí el Gran Arquitecto?”, exclama un coro de adolescentes antes de esfumarse en la noche de Madrid.
De vez en cuando pasan cosas como esta en la sede de la Gran Logia de España (GLE), identificable desde la calle por las columnas que enmarcan la puerta
y los símbolos que adornan el dintel. Tampoco es raro que aparezcan
pintadas en la que se les culpabiliza de provocar el 11-M, de desatar la
crisis económica o de propiciar el despido de Mourinho.
La
masonería española, prácticamente exterminada durante el franquismo y
acorralada a derecha e izquierda por todo tipo de mitos y leyendas, se
ha ido sacudiendo el miedo durante los años de democracia (fue
legalizada de nuevo en 1979). Sin levantar demasiado la cabeza, sin
ruido, consciente de los recelos aún latentes en diferentes estratos de la sociedad y de su falta de apoyos; trabajando en el anonimato con el objetivo de recomponer sus mimbres.
Hoy se calcula que son unos 3.000 (la mayoría en la GLE), más del doble que hace 25 años,
aunque muy lejos de las cifras que se manejan en los países en los que
nunca fueron perseguidos (en EEUU han perdido muchos miembros desde los
años 60 pero aún hay más de un millón de masones).
Su estigma de poder en la sombra, engordado por el
secretismo con el administran sus asuntos, sigue despertando una
curiosidad insana. El año pasado, la sede de la GLE en Barcelona abrió
sus puertas durante la Noche de los Museos y las colas daban la vuelta a la esquina. Cerca de dos mil personas metieron la nariz en los salones de ritos y ceremonias.
Dicen
sentirse incomprendidos y agraviados en un país que nunca ha hecho con
ellos un ejercicio de 'memoria histórica', que no le ha dado demasiada
importancia a una persecución que llevó a los tribunales a unas 80.000 personas acusadas de pertenecer o simpatizar con las logias.
En
una reciente encuesta interna, compararon cifras y llegaron a la
conclusión (más o menos documentada) de que en España se proyectan más
prejuicios sobre ellos que sobre la comunidad de gays y lesbianas. "Los
homosexuales viven su condición de una manera mucho más abierta", se
quejan.
Un 26 por ciento dijeron haber sufrido agresiones u
hostigamiento por pertenecer a una logia. "El periodo de persecución
más largo de la historia de la masonería se vivió en España y siguen
quedando muchos hábitos porque, además, nadie ha reivindicado en serio
nuestra herencia cultural, nuestra historia, que fue exterminada y
arrasada por la propaganda".
“Lo peor no es que haya una
minoría que nos ataca, sino constantar que al resto de la sociedad le
da igual. Cuando nos dimos cuenta de eso decidimos cambiar nuestra
política de comunicación para que se entienda que no hacemos nada malo,
oculto o peligroso. Poco a poco, sin prisas ni estridencias, queremos
darnos a conocer, participar en la vida pública y llamar a la puerta de
las instituciones para normalizar nuestra actividad”, dice Javier Escalada, consultor de formación y Gran Maestro de la Gran Logia de Madrid.
Hermanos frente a una cámara
El 'destape' pasa por
ponerle cara y ojos a los “hermanos”, algo a lo que muchos miembros
muestran resistencia por distintos motivos. Algunos creen que les puede
generar problemas en su vida profesional o personal. Otros,
simplemente, prefieren seguir viviendo su condición en privado.
Eso es lo que sintió durante algún tiempo Nicolás Calvo, un diseñador gráfico de 65 años, masón desde hace 14, a quien hoy no le importa ponerse delante de una cámara.
“Al
principio sólo lo sabían mi mujer, mi hija y mis amigos masones. Se lo
ocultaba al resto de mi entorno, pero ha llegado un momento en el que me
resulta totalmente natural y normal. Y tenemos que hacer algo para
normalizar nuestra situación. ¿Sabes que en muchos países, como EEUU, la
gente lo pone en las tarjetas de visita y en el CV porque es una
muestra de seriedad y fiabilidad”, dice.
Tampoco esquiva el 'flash' Juan Carlos Garvayo,
pianista, 46 años, natural de Motril (Granada). “Estoy orgulloso de ser
masón y no tengo motivos para ocultarlo. Yo llegué a la masonería a
través de la música. Me dieron una beca en EEUU cuando era un
adolescente y el acto de entrega fue en Atlantic City, la ciudad de los
casinos (en la costa este). Cuando llegué me encontré una tenida abierta
(ceremonia masónica) y me llamó mucho la atención, percibí una energía
especial. Luego me fui fijando en que muchos músicos ilustres eran
masones, como lo era Mozart”, recuerda.
Suena el timbre en el número seis de la calle Juan Ramón Jiménez, a pocos metros del Santiago Bernabéu.
“Buenas tardes, ¿está por ahí el Gran Arquitecto?”, exclama un coro de adolescentes antes de esfumarse en la noche de Madrid.
De vez en cuando pasan cosas como esta en la sede de la Gran Logia de España (GLE), identificable desde la calle por las columnas que enmarcan la puerta
y los símbolos que adornan el dintel. Tampoco es raro que aparezcan
pintadas en la que se les culpabiliza de provocar el 11-M, de desatar la
crisis económica o de propiciar el despido de Mourinho.
La
masonería española, prácticamente exterminada durante el franquismo y
acorralada a derecha e izquierda por todo tipo de mitos y leyendas, se
ha ido sacudiendo el miedo durante los años de democracia (fue
legalizada de nuevo en 1979). Sin levantar demasiado la cabeza, sin
ruido, consciente de los recelos aún latentes en diferentes estratos de la sociedad y de su falta de apoyos; trabajando en el anonimato con el objetivo de recomponer sus mimbres.
Hoy se calcula que son unos 3.000 (la mayoría en la GLE), más del doble que hace 25 años,
aunque muy lejos de las cifras que se manejan en los países en los que
nunca fueron perseguidos (en EEUU han perdido muchos miembros desde los
años 60 pero aún hay más de un millón de masones).
Su
estigma de poder en la sombra, engordado por el secretismo con el
administran sus asuntos, sigue despertando una curiosidad insana. El año
pasado, la sede de la GLE en Barcelona abrió sus puertas durante la Noche de los Museos y las colas daban la vuelta a la esquina. Cerca de dos mil personas metieron la nariz en los salones de ritos y ceremonias.
Dicen
sentirse incomprendidos y agraviados en un país que nunca ha hecho con
ellos un ejercicio de 'memoria histórica', que no le ha dado demasiada
importancia a una persecución que llevó a los tribunales a unas 80.000 personas acusadas de pertenecer o simpatizar con las logias.
En
una reciente encuesta interna, compararon cifras y llegaron a la
conclusión (más o menos documentada) de que en España se proyectan más
prejuicios sobre ellos que sobre la comunidad de gays y lesbianas. "Los
homosexuales viven su condición de una manera mucho más abierta", se
quejan.
Un 26 por ciento dijeron haber sufrido agresiones u
hostigamiento por pertenecer a una logia. "El periodo de persecución
más largo de la historia de la masonería se vivió en España y siguen
quedando muchos hábitos porque, además, nadie ha reivindicado en serio
nuestra herencia cultural, nuestra historia, que fue exterminada y
arrasada por la propaganda".
“Lo peor no es que haya una
minoría que nos ataca, sino constantar que al resto de la sociedad le
da igual. Cuando nos dimos cuenta de eso decidimos cambiar nuestra
política de comunicación para que se entienda que no hacemos nada malo,
oculto o peligroso. Poco a poco, sin prisas ni estridencias, queremos
darnos a conocer, participar en la vida pública y llamar a la puerta de
las instituciones para normalizar nuestra actividad”, dice Javier Escalada, consultor de formación y Gran Maestro de la Gran Logia de Madrid.
Hermanos frente a una cámara
El
'destape' pasa por ponerle cara y ojos a los “hermanos”, algo a lo que
muchos miembros muestran resistencia por distintos motivos. Algunos
creen que les puede generar problemas en su vida profesional o personal.
Otros, simplemente, prefieren seguir viviendo su condición en privado.
Eso es lo que sintió durante algún tiempo Nicolás Calvo, un diseñador gráfico de 65 años, masón desde hace 14, a quien hoy no le importa ponerse delante de una cámara.
“Al
principio sólo lo sabían mi mujer, mi hija y mis amigos masones. Se lo
ocultaba al resto de mi entorno, pero ha llegado un momento en el que me
resulta totalmente natural y normal. Y tenemos que hacer algo para
normalizar nuestra situación. ¿Sabes que en muchos países, como EEUU, la
gente lo pone en las tarjetas de visita y en el CV porque es una
muestra de seriedad y fiabilidad”, dice.
Tampoco esquiva el 'flash' Juan Carlos Garvayo,
pianista, 46 años, natural de Motril (Granada). “Estoy orgulloso de ser
masón y no tengo motivos para ocultarlo. Yo llegué a la masonería a
través de la música. Me dieron una beca en EEUU cuando era un
adolescente y el acto de entrega fue en Atlantic City, la ciudad de los
casinos (en la costa este). Cuando llegué me encontré una tenida abierta
(ceremonia masónica) y me llamó mucho la atención, percibí una energía
especial. Luego me fui fijando en que muchos músicos ilustres eran
masones, como lo era Mozart”, recuerda.
"Pinocho es una obra masónica de principio a fin, pero poca gente se da cuenta, no saben que Carlo Collodi
era un hermano", dice otro hermano, que prefiere el anonimato. La lista
de masones prominentes es un argumento recurrente. Al parecer lo
eran Salvador Allende, Vicente Blasco Ibáñez, Walt
Disney, Rubén Darío, Henry Ford, Oscar Wilde, John Wayne, Winston
Churchill… Al menos catorce presidentes estadounidenses fueron masones,
entre ellos George Washington y Franklin Roosevelt. (Abraham Linconl rellenó una solicitud de ingreso pero nunca se unió a la logia).
"Buscamos
hombres buenos para hacerlos mejores", cita Escalada. Uno entre tantos
es Henry Vargas, 39 años, ingeniero informático, nacido en Venezuela y
miembro de la logia madrileña desde hace siete años. Se inició,
recuerda, a través de “un conocido que era masón, al que yo admiraba y
que ya ha muerto”. Algo parecido le ocurrió a Enrique Gálvez Durand, 46
años, peruano nacionalizado español, también ingeniero.
“Yo me inicié en Perú y continué en Chile. En mi entorno estaba muy extendido. Por ejemplo, mi tío era masón y mi primo es masón.
Ambos fueron siempre el referente del conocimiento en mi familia”,
dice. “En Perú”, continúa, “no hay ningún tabú, el siete de junio las
logias hacen un desfile en la plaza de la bandera y el 27 de julio es el
día de la masonería peruana, es algo muy público y abierto que no se
esconde, al revés”.
Hacerse masón a través de Internet
Los números que
maneja la GLE indican que la masonería española vive un pequeño auge y
un cierto rejuvenecimiento. En el V Encuentro con el Gran Maestro,
celebrado el año pasado, el 61 por ciento de los inscritos había entrado
en la masonería en los últimos tres años y la horquilla de edad que más
se repetía era la que oscilaba entre los 31 y los 40 años.
"Hoy en día, la mayoría llegan a nosotros por Internet y mientras que
antes el perfil era gente del mundo universitario y académico, docentes y
militares, ahora hay muchos pequeños empresarios y emprendedores",
comenta Escalada.
Otros de los que han llegado en los
últimos años lo han hecho retomando una tradición familiar,
desempolvando los viejos cuadernos y pertenencias de sus bisabuelos. Es
el caso de José Manuel Laureiro, 60 años, profesor e historiador, con
seis años de masonería a sus espaldas. "Soy biznieto y nieto de masones.
En mi casa es algo normal. Mi abuelo me hablaba de la masonería como
algo natural, algo de grandes hombres y grandes cosas. Curiosamente,
tengo un cuñado que también es masón porque en la familia de mi mujer
también había tradición, aunque nos conocimos mucho antes de ingresar en
la masonería", dice.
Hay mucho camino que recorrer hacia la transparencia y la
normalización total. Y la mayoría aún prefiere que su historia se quede
entre bambalinas, incluídos miembros jóvenes, con mucho que perder en el
plano laboral. Según el 'barómetro' que efectúan cada año, sólo
el 9 por ciento de los masones españoles comparte abiertamente su
condición con todos sus compañeros de trabajo y apenas un 12 por ciento
no se lo oculta a ningún amigo.
El 14 por ciento lo
lleva tan en secreto que no lo sabe ni un solo miembro de su familia y
el 67 por ciento se lo oculta a sus superiores en el trabajo. "Yo
prefiero no aparecer en un reportaje porque creo que me podría generar
algún problema en el trabajo", comenta uno de ellos. "Es triste pero
España no está lo suficientemente madura para aceptarnos. Si estuviese
en EEUU lo pondría en el CV".
Brindar por el Rey
Los masones hoy se esfuerzan por
ofrecer una imagen moderna e inofensiva, alejada de su leyenda negra. Y
enfatizan su respeto al orden establecido. "El primer brindis en
nuestras reuniones lo hacemos a la salud del Rey. No conspiramos, ni somos anti-sistema.
Respetamos la legalidad. Somos monárquicos porque ese esa es la
legalidad hoy en día. Y si hubiese república, seríamos republicanos.
Cuando tenemos reuniones con logias de países republicanos, también
brindamos por sus jefes de estado".
En las reuniones hay presentaciones en 'power point' y cañones de vídeo. Y las regalías (mandiles, guantes, espadas...)
que utilizan en sus tenidas las compranen Internet. En la biblioteca de
la sede de Madrid, junto a títulos de filosofía, historia y
egiptología, encontramos un ejemplar de Parque Jurásico.
Escalada quiere desterrar la imagen arraigada que los
presenta como un poderoso lobby para hacer negocios o conseguir cuotas
de poder. “Muchos hermanos no saben a que se dedica el resto. Intentamos
ayudarnos, obviamente, pero si miras el tablón de anuncios verás que hay hermanos en el paro y
la crisis nos ha afectado mucho, como a todo el mundo. Los hay que se
acercan a nosotros con la idea de hacer negocios o contactos
empresariales, o para descubrir secretos ocultos, pero pronto se dan
cuenta de que no se trata de esto y se marchan", dicen.
Con todo, sigue siendo un club selecto. Para empezar, la mayoría de las logias siguen segregadas por sexo y
es necesaria una cierta estabilidad económica para pagar las cuotas
(300 euros de ingreso inicial y otros 30 cada mes en la GLE). “Lo normal
es que entres en la masonería cuando tienes tu vida ya estructurada.
Has de estar también en una posición personal en la que anhelas algo
espiritual porque eso es fundamentalmente la masonería. Personalmente
hay que estar estable y sentir inquietudes intelectuales definidas",
comentan.
El proceso para hacerse masón es largo y complejo. De entre todos los que llaman a la puerta, sólo tres de cada diez acaban llegando a la entrevista final
con el maestro de la logia. "No lo ponemos fácil porque queremos que el
que entre lo haga porque realmente está convencido. Hay que demostrar
una cierta capacidad económica e intelectual, un entendimiento y una
mente abierta, además de estabilidad personal. Hay gente de todas las
profesiones, clases sociales, simpatías políticas y credos religiosos,
pero se evalúa a los candidatos, se observa si tienen cualidades, tiempo
y ganas. Tenemos prohibido hacer proselitismo, eso es antimasónico",
sostiene Escalada.
Una vez que se ingresa en la logia, concretan,
la fase de aprendizaje es dilatada. "Hay que dar importancia a los
rituales y los símbolos, es necesario creer en un principio creador. No
me interesa qué Dios es y cada uno lo puede llamar como quiera, pero ese componente de espiritualidad es clave
entre los hermanos". El único dinero que se reparte en la masonería,
insisten, es el que se introduce anónimamente en "el tronco" durante
algunas ceremonias. "Nadie sabe cuánto han puesto los demas y se
distribuye después para ayudar a los hermanos que lo necesitan o
en actividades benéficas".
Fuente: http://www.elconfidencial.com/sociedad/2016-02-14/la-masoneria-espanola-se-sacude-el-misterio_1150935/
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