Iglesia sobre la entrada al mundo subterráneo |
Mitla (“Mictlan” o “Lugar de silencio” en náhuatl, “Lyobaa” o Lugar de descanso en zapoteco, “Ñuu Ndiyi”
o Lugar de muertos en mixteco) es una zona arqueológica localizada en
el estado mexicano de Oaxaca. La ciudad se localiza a 40 km de la
ciudad de Oaxaca, y a mas de 600 km de la Ciudad de México. Tuve
oportunidad de relevar el lugar durante un viaje a este bello país, del
cual -del viaje, no del país- he dado cuenta oportuna a mis lectores, y
sin duda, seguiré haciéndolo (por la enormidad de experiencias vividas e
información recogida). Sirva este encuentro virtual, mientras tanto,
para acercar algunas reflexiones sobre un sitio de indudable interés, no
sólo histórico, sino también -y muy especialmente- esotérico.
La tradición
-y en buena medida. las presunciones (que no certezas) de los
arqueólogos- ubican en este lugar la hipotética “entrada” al mundo
subterráneo o “reino de los muertos”, de las ancestrales culturas que no
sólo la construyeron, sino que la frecuentaron en distintas épocas. Se
puede rastrear “oficialmente” su antigüedad hasta el año 0 de nuestra
era, si bien la presencia desarrollada de los zapotecas la hacen suponer
unos 500 años más antigua aún. Si le sumamos a ello la fuerte
influencia teotihuacana que es evidente, esta segunda posibilidad se ve
fuertemente reforzada. Esa tradición adjudica a los nahuas -en general,
el colectivo de etnias que habitara en tiempos prehispánicos el Anahuac-
la creencia en un “mundo subterráneo” habitado por el espíritu de los
muertos. Esto, al punto que, en tiempos tardíos, era común dejar los
cadáveres en los umbrosos recovecos de las cavernas y túneles que se
extienden por kilómetros aún inexplorados del macizo calcáreo en que se
basa gran parte del estado de Oaxaca. Con estas leyendas en mente, no
pude menos que tener presente sus leyendas de mundos subterráneos cuando
recorría el lugar. Empero, rápidamente varias características llamaron
mi atención. Y sobre ello, trata esta nota.
Hay dos características arquitectónicas
que me cautivaron, para bien o para mal, en Mitla. Miento: son tres en
realidad. Para mal: ya es por demás sabida la obsesión de los
conquistadores (nunca “colonizadores”) en construir sus iglesias en
sitios de interés sagrado para los pueblos autóctonos. Aún más;
empleando el propio material de obra de esos sitios. Pero en pocos
lugares como Mitla tal sacrilegio adquiere visos de repugnancia, porque
en pocos lugares como Mitla los conquistadores “cuidaron” que fuera
evidente la imposiciòn de su credo, al levantar su iglesia no sólo en el
Patio IV, la zona más alta del centro ceremonial, sino manteniendo
intacta la construcción a su alrededor, lo que, en principio quizás
interpretable ingenuamente como una señal de “respeto” (arquitectónico)
se transforma en un a forma subliminal de opresión porque el contraste
hace más evidente la violencia psicológica del autoritarismo
eclesiástico.
Otra. La región, dije, está plagada de
cuevas y corredores subterráneos naturales, supuestos para “depósito de
cuerpos” (observación crítica: que en períodos tardíos se le haya dado
ese uso, no significa, necesariamente, que siempre haya sido así). Tengo
la firme sospecha que cuando se permita la exploración de los
pasadizos, pueden surgir algunas sorpresas. Pero lo que aquí quiero
señalar es que en la magnificencia urbanística de Mitla los zapotecas
estuvieron muy ocupados re-creando su propio mundo subterráneo, de
cámaras y pasadizos bajo tierra artificiales.
Buscando encontrarle un sentido, me perdí
caminando una y otra vez entre las construcciones. Visitando las
llamadas “tumbas”, donde nada indica que ésa fuera su finalidad. Al
igual que tantas “tumbas” egipcias, donde la naturaleza y función está
dada en los manuales de texto sólo por presunciones de sus autores, aquí
uno puede inferir otros usos. Pero se comprenderá mejor si me permiten
continuar. El paseo y la explicación.
Hablé de una tercera característica. Tiene que ver con la imponencia y perfección de sus edificaciones. Y, en comparación, la obviedad de ciertas “imperfecciones” que deben haber sido hechas adrede con fines que comienzo a intuir. Observen por ejemplo, el dintel de la puerta que muestro más abajo. Uno de muchos. Su peso, monolítico, se estima en unas 30 toneladas. Y no es de los mayores bloques hallados. El encuadrado de perfiles es perfecto, los muros trazados a escuadra…
Hablé de una tercera característica. Tiene que ver con la imponencia y perfección de sus edificaciones. Y, en comparación, la obviedad de ciertas “imperfecciones” que deben haber sido hechas adrede con fines que comienzo a intuir. Observen por ejemplo, el dintel de la puerta que muestro más abajo. Uno de muchos. Su peso, monolítico, se estima en unas 30 toneladas. Y no es de los mayores bloques hallados. El encuadrado de perfiles es perfecto, los muros trazados a escuadra…
Y de pronto, esto. Un patio de columnas
inclinadas. Defectos de los constructores, murmuraban otros que
caminaban por el lugar. Camino alrededor
de una de las columnas. Hay algop que me confunde. Desde una
perspectiva parece obvio que está inclinada hacia cierto lado, y apenas
un poco, pero me desplazo más y la inclinaciòn parece haber rotado y su
ánbgulo de inclinaciòn, aumentado. Sigo caminando, le pido opinión a mis
acompañantes y todos están de acuerdo en este punto: según desde donde
se mire, parece inclinarse en direciòn distintas y de modo más o menos
acusado. Un interesante efecto óptico. Pero, ¿para qué?. Suponer que la
inclinación es producto de una falla de construcción es infantil, al
lado de las magnificencias arquitectónicas sembradas por el lugar. ¿Y la
falla se repite en todas las columnas de ese patio y no en ninguna de
cualquier otro?.
El manejo de este efecto ilusorio ha sido, por lo tanto, voluntario y
deseado. Es decir, tendría una razón de ser, funcional al conjunto
arquitectónico. Pero,
¿cuál habrá sido aquella?. La respuesta, entiendo, está en varias de
las salas. Altas, oscuras, perfectamente conservadas (hasta ignoradas
por el clero, seguramente ignorante (afortunadamente) de su ultérrima
razón de ser). Las paredes se encuentran cubiertas por tres tipos de
glifos. Tres “bandas” de sobre relieves, siempre los mismos, hasta donde
se sabe, sin interpretación literal. A su vez, el frontispicio de cada
sala se encuentra cubierto con uno de los motivos que se hallará, a su
vez, en el interior.
De manera que decidí realizar un experimento. Me ubiqué en una de las
salas, alejada, que me permitió contar con silencio e intimidad en la
penumbra, ya que afortunadamente no fui interrumpido por ningún
viandante durante la experiencia. Simplemente, me quedé sentado,
respirando lenta y profundamente, contemplando las figuras, con la
mente…. bah, qué voy a explicarles a ustedes cómo se medita, verdad?.
Bien, el punto es que, según los glifos que contemplaba, pasiva,
tranquilamente, experimentaba cambios significativos e inmdiatos de
estado de ánimo. Más distendido con el inferior, cierta tristeza con el
medio, con un particular grado de agudeza mental al observar el
superior. Va de suyo que estas sensaciones no fueron necesariamente
“impactantes” y sólo tomé conciencia de ellas al enfocar un buen rato mi
atención en mis propias reacciones -motivo más que suficiente para
agradecer a cualquier dios zapoteca que haya colaborado con mantener lo
solitario del momento- pero supongo que en tiempos de su plena
utilización funcional, el contexto del lugar, la sacralidad del
conjunto, la presencia de sacerdotes y elementos del culto sin duda
deben haber potenciado el efecto. Porque mi suposición experimental es
que se trataba de cuartos de meditación para provocar artificialmente
estados modificados de conciencia, mediante la concentración en la
simbología jeroglífica inscripta en los muros. Es como si se tratara de
tres niveles de dificultad, tres niveles de crecimiento, tres niveles de
proyección en los “tres mundos” de la espiritualidad… Y hablando de los
“tres mundos” -reminiscencias inevitables de la cosmos percepción
aymara- no puedo dejar de señalar, incidentalmente, la semejanza entre
la “chakana” o Cruz Andina y este sobre relieve habitual en las paredes de Mitla.
Me pregunto, entonces, si cuando se
hablaba en la Antigüedad de Mitla como “entrada al reino de los
muertos”, no deberíamos quizás comprenderlo en un sentido absolutamente
metafísico. Se lo llamaba, al Mictlan, “reino del Silencio”, y la
suposición que “silencio” es sinónimo de “muerte” es, admitámoslo, una
proyección europeizante. Yo pienso en otros silencios. El de los
monasterios. El de los eremitas. El de la búsqueda interior. Por ello,
propongo considerar a Mitla como un “centro de iniciación”, donde la
“muerte” -de la que hablaba el vulgo y los tiempos posteriores- es
análoga a la “muerte”, por ejemplo, de la iniciación masónica. Un centro
ceremonial para explorar las inmensidades del universo interior, un
templo para el cultivo de la introspección, un laboratorio para
experimentar las potencialidades espirituales sólo asequibles por el
encierro, la oscuridad y el silencio.
El empleo de las profundidades como
mecanismo para trabajar y desarrollar el Yo Interior lo vemos, en el
horizonte mexica, en otro lugar ritual aún hoy de plena eficacia: el
cerro Tecutzingo, en Texcoco, camino a los mal llamados “baños de
Netzahualcoyotl”. Allí, fue precisamente este “tlatoani” quien mandó
oradar la montaña en un túnel serpenteante que desciende, se estrecha
angustiosamente y vuelve a subir abriéndose a una verdadera “vagina”
antes de regresar a la luz. La experiencia se repite desde hace siglos:
ingresar al mismo, al principio caminando
en rápido descenso, luego de cuclillas, luego arrastrándose penosamente
y emergiendo a un espacio cavernoso propicio para el recogimiento y la
meditación. Hicimos con el amigo Julio Víctores y los suyos la
experiencia en varias oportunidades. Hubo quienes la completaron, hubo
quienes no. ¿Razón?. Parece menor, pero el grado de claustrofobia y
opresión es desproporcionado para las exigencias de un lugar que no
semeja gran esfuerzo. Más aún, cuando se cumple como el ritual manda:
solo, y en oscuridad completa. Poco puedo describir en pálidas palabras
lo que produce la experiencia pero, lo más importante, lo que produce después. ¿Puede describirse lo que vivencia el Iniciado en el acto de Iniciación?
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