Hegel |
...la filosófica académica ignora el pensamiento francmasón y su
huella en la cultura moderna...
El filósofo odia no entender. Ambiciona ser el que explica la
verdad. Y el sueño más furioso de esa explicación es un tipo específico
de conocimiento: el del todo ordenado. Y si en el fondo la realidad es
el caos, este escándalo debe ser disfrazado. El artista de los disfraces
de un saber absoluto es Hegel. Pero antes de la interpretación de una
filosofía, lo primero es ingresar en su arquitectura conceptual. Jacques
D’Hondt (1920-2012) ha limado las llaves para abrir la puerta del
edificio hegeliano, de la vida pensante del gran filósofo de La fenomenología del espíritu.
En su obra Hegel (Tusquets,
2013), D’Hondt propone una biografía sobre el gran pensador alemán.
Pero la calificación de biografía es peligrosa. No se trata de un
disciplinado catálogo informativo de los principales momentos e ideas
del pensador en una secuencia cronológica. Es más bien una memorabilia
reflexiva. El estudio de D’Hondt inhibe las calificaciones cerradas del
género biográfico. Es en definitiva un ensayo legible como una novela,
sobre el filósofo del vuelo de águila del Espíritu Absoluto y la
dialéctica.
Y además de reflexiva e inquisitiva, la mirada del
biógrafo ensayista es heterodoxa. D’Hondt valora como relevante lo que
para las habituales reseñas del pensador hegeliano es irrelevante. Es
típico en la comprensión de la modernidad ignorar en su gestación la
participación del simbolismo masónico, o de los Iluminados de Baviera
(movimiento de estirpe masónica también, que ingresó al “estrellato”
como los iluminati , por un reconocido best-séller, que tergiversa su naturaleza).
Lo
masónico urde sus complejos rituales dentro de una libre religiosidad
universal, que irradia aspiraciones filantrópicas y humanistas. Una
filosofía simbólica que no se armoniza (o eso se pretende desde la
academia filosófica), con la filosofía del cuarzo puro de la lógica. Dos
modos filosóficos opuestos, como el del pez y el leopardo.
Por
eso, la filosófica académica ignora el pensamiento francmasón y su
huella en la cultura moderna (o sólo la acepta como dato histórico
debidamente comprobado de su impacto en los movimientos revolucionarios
contra las monarquías). Pero justamente D’Hondt no ignora la gravitación
francmasónica en el pensamiento del siglo XIX. Por lo que el Hegel que
emerge de su ensayo biográfico no es sólo el del intelecto de la
racionalidad autosuficiente. Es otro, más inquietante, con algún
atractivo novelesco o detectivesco, el del “Hegel secreto” (el nombre de
otra de sus obras). El filósofo de la razón absoluta que también habría
escuchado los murmullos del secreto y el silencio, que fluyen también
entre los poros de la piel de lo moderno.
II
El
camino hacia la cima lo comenzó Hegel en un ambiente de enseñanza
teológica. Un camino que lo guiará en el sueño de una explicación
conceptual del todo que, mucho después, otro pensador alemán, Adorno,
cuestionará en su Dialéctica negativa (1966). Ya no la
dialéctica consumada del todo sino su versión inconclusa, en la que el
concepto no termina de absorber lo no conceptual en el mundo.
A
sus diecisiete años, Hegel ingresó en el Stift, el famoso Seminario
teológico de Tubinga. Allí conocería a sus dos grandes condiscípulos
que, como él, estaban destinados al rayo de la fama: Hölderlin y
Schelling. El primero, el gran poeta de las elegías de Pan y vino,
sumido en el colapso mental en sus últimas décadas; el otro, el futuro
filósofo del romanticismo, de la intuición de lo bello como preludio de
la fusión con lo absoluto.
El propósito del Seminario era la
formación de pastores luteranos. Como casi todos sus condiscípulos,
Hegel aborrecerá ese destino. Prefería más el horizonte del
librepensador. La seducción de lo ilustrado. En la segunda mitad del
siglo XVIII, el río de la Ilustración se desbordaba cada vez más. Sus
aguas acariciaban los corazones incluso de los jóvenes súbditos de una
aristocracia controladora como la que reinaba en Alemania. Y cuando con
la toma de la Bastilla, amanece la Revolución Francesa, ésta será
celebrada por los tres condiscípulos amigos de Tubinga. El 14 de julio
de cada año, Hegel recordará y repetirá el fervor juvenil de esa
celebración.
El hechizo de las ideas republicanas de igualdad y
fraternidad hará a Hegel partidario de la igualdad política, sin poder
nunca en su vida cancelar las debidas muestras de respeto e integración a
la nobleza en una Alemania dividida. Conflicto no resuelto entre el
filósofo del Estado prusiano, y el pensador de un Estado de la
idealizada igualdad ciudadana como mano de Dios en la tierra en su
Filosofía del derecho. Conflicto entre el entorno histórico inmediato y
el deseo renovador del pensamiento.
Pero en sus orígenes
juveniles, en Tubinga, Hegel conoció el asomo de otro conflicto,
seguramente nunca superado. Su origen teológico siempre combatirá con el
llamado de la filosofía moderna. Nietzsche advirtió ese conflicto.
D’Hondt lo subraya: “No tardarán ellos (Hegel, Schelling) en cultivar a
su vez esta teología disimulada, la filosofía idealista alemana”. Por lo
que “la teología ya sólo se propagará subrepticiamente bajo una máscara
especulativa, porque ya no podrá presentarse ante el mundo a cara
descubierta, sin ropas prestadas”.
En la cumbre posterior de la
razón y el Espíritu Absoluto, en la maquinaria conceptual que todo lo
devora y explica y pone en su debido lugar de Hegel, no es posible dejar
de sospechar una continuidad. El topo teológico que sigue mordiendo en
el subsuelo, para hacer de la razón humana el lenguaje disimulado de
Dios pensándose a sí mismo.
III
Los
inicios son también tiempos de fervor por Jacobi, Spinoza, una Grecia
idealizada; y por el amor que, en los escritos teológicos juveniles de
Hegel, es la fuerza cosmológica de integración y superación de los
opuestos. Presentación in nuce de la dialéctica como medicina que desinfecta y cura las heridas de los conflictos en la historia.
Y
en 1794 Hegel también escribe un poema sugestivo: “Eleusis”. Documento,
para D’Hondt, de la relación probable entre el filósofo y la presencia
cultural de francmasonería, aliada a los Iluminados de Baviera.
Eleusis: lugar de las iniciaciones en el templo de Deméter durante un
milenio. Deméter, diosa griega antigua de la tierra fértil, garante de
la resurrección en la alegría primaveral. Su sabiduría no es del ágora,
usina de lo público. Nace dentro del templo, en el secreto y el
silencio. El poema es dedicado a Hölderlin; y en él restalla un monismo
panteísta, el aliento de una divinidad que acalora todo. Pero D’Hondt
propone que el poema está dedicado indirectamente a Johannes-Noah Gogel,
posible futuro contratante de Hegel, en Francfort. Hegel quería volver a
Alemania luego de su hastío en Suiza, donde trabajaba como preceptor.
Quería volver a casa. Y Gogel era francmasón. El poema con sugerencias
indirectas de un saber masónico pudo ser no la expresión de una adhesión
sincera a la doctrina de la escuadra y el compás, sino un intento
calculado de agradar a Gogel para ser recibido como nuevo preceptor en
su casa.
La prosapia masónica de Eleusis se transparenta en la
defensa del secretismo y el silencio. Y el nombre mismo del poema era el
nombre secreto de Ingolstadt, cuna de Adam Weishaupt, fundador de los
Iluminados de Baviera.
¿Pero pudo haber algo más que un
fingimiento de Hegel para agradar a un posible patrón masón? D’Hondt
enfrenta la cuestión: “¿Fue Hegel miembro de la francmasonería? Esta
pregunta ha sido dejada de lado por sus biógrafos de una manera tan
constante que ahora exige el doble de pruebas antes de dar una respuesta
afirmativa”. Y no hay pruebas definitivas. Pero, aunque no se haya
demostrado la pertenencia formal de Hegel a alguna logia, esto no impide
una simpatía o proximidad en el pensamiento. Porque “no era
indispensable pertenecer a ellas (las logias) ‘corporativamente’ para
conocer la ideología que animaba sus diversas obediencias…”, y
eventualmente comulgar con su visión de mundo.
El mérito del énfasis de D’Hondt en el costado poco nítido del pensador de Las lecciones de la filosofía de la historia universal,
no se encuentra tal vez en la cuestión de una filiación masónica de su
pensar, sino en la actitud de deconstrucción de las imágenes
petrificadas en torno a una vida y su pensamiento.
Introducir las
dudas, las laderas poco transitables en la compresión amplia del
filósofo de la dialéctica, como lo hace D’Hondt, prepara una sospecha.
Un descubrimiento casi inevitable: poco probable será que la razón
humana, vestida de filosofía, capture un todo transparente y
comprensible. Porque la vida del propio filósofo, como la de cualquier
ser, se empaña, inevitablemente, con regiones de oscuridad.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/filosofia/Hegel-Jacques-D-Hondt_0_988701137.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario