La costumbre de
grabar signos en la piedra es tan antigua como la civilización humana, incluso
mucho anterior a la aparición de las primeras lenguas escritas. Desde la más
remota antigüedad el ser humano ha desarrollado diversos sistemas de signos
para indicar su identidad étnica, familiar o social y para consignar la autoría
de las manufacturas.
Entre los siglos XI y XIII
se produjo un extraordinario auge de la construcción. En apenas cien años, sólo
en Francia, se llegó a acarrear más piedra que en cualquiera de los periodos de
la historia del Egipto antiguo. Tal fervor constructivo propició el desarrollo
de una promoción de artesanos y maestros que trajo consigo una
especialización del trabajo que culminaría en un nuevo estilo
arquitectónico: el gótico[1].
En las ilustraciones de la
época, el maestro de obras suele aparecer representado entre el monarca y los
clientes, prueba de su elevada posición social, portando guantes blancos como
símbolo de su condición de trabajador intelectual especializado en la principal
de las artes liberales: la Geometría. Por este motivo, también solían ser
representados portando las herramientas que luego se convertirían en los
símbolo fundacionales de la masonería: la escuadra, el compás y la vara,
también conocida con el nombre de virga geométrica; las herramientas
mediante las cuales era capaz de dar a forma a lo que no la tiene y que le
permitían trasladar sobre el terreno todas esas relaciones matemáticas y
geométricas de las que dependía no solo la solidez del edificio, sino también
su calidad estética.
Todo maestro constructor que
conociera bien su arte debía ser capaz de trazar los planos de cualquier
edificio, por muy complicado que éstos fueran, con el solo uso de la escuadra,
el compás y la regla sin marcar. Toda retícula se inicia con el compás y el
trazado del círculo que todo lo contiene partiendo de un punto. Se procura no
salir del círculo para considerar un diseño justo y perfecto y no pierda fuerza
simbólica. Hay dos modelos básicos de trazado, según tomemos el triángulo o el
cuadrado. Su posterior desarrollo no implica necesariamente ningún esquema
preestablecido, por lo que ningún trazado es totalmente auténtico ni totalmente
falso, aunque siempre se ajusta a unas estrictas normas de proporcionalidad.
¿Qué son las marcas de
cantero?
En su conjunto, todas las
teorías sobre el significado y la función de las marcas de cantero pretenden
deducir su significado por sus formas, analogías y diferencias, por el vigor de
sus trazos, por su ubicación y por la abundancia o escasez de las mismas en
cada monumento, así como la historia de éste y la de los hombres que lo
edificaron. Sin embargo, creemos que la gran riqueza del corpus de signos
labrados en los paramentos de los castillos, iglesias, ermitas y catedrales
medievales no admite una sola explicación, y aquí es donde radica el problema
de su interpretación y la dificultad a la hora de abordar su estudio.
Según la teoría más
difundida, los canteros medievales, con sus marcas sobre la piedra, trataban de
establecer una contabilidad para valorar el trabajo cotidiano y cobrar así el
salario correspondiente. Aunque esto pudiera ser cierto en un buen número de
casos, cada vez hay más evidencias que indican que un nutrido grupo de marcas
de cantero cumplían otras funciones y suponían algo más que una especie de
recibo que servía para contabilizar las piezas talladas.
Las marcas de cantero son el
indicio de la existencia de un lenguaje especializado, un argot empleado por
artesanos y constructores del que se infieren claves relativas a una tradición
operativa muy antigua, por lo que su estudio nos puede aportar información
sobre el arte y la ciencia de la construcción dentro de la tradición de la
denominada Geometria Fabrorum. Su enorme difusión durante la Edad Media es
más bien el indicio de la importancia del papel que jugaban en la construcción
de los edificios, tanto desde su aspecto funcional como simbólico.
Muchas de las marcas de
cantero que hemos estudiado están basadas en trazados muy concretos, por lo que
es posible abordar su análisis mediante la aplicación de la denominada
geometría de regla y compás. Este lenguaje objetivo, universal, capaz de
traspasar barreras lingüísticas, religiosas y políticas, trataba de expresar las
leyes que gobiernan los procesos de la naturaleza a través de los números y las
relaciones que se producen entre ellos, de donde se desprenden las razones
proporcionales de donde se obtiene el diseño del edificio sobre el plano. Hasta
la más flamante catedral gótica parte de principios geométricos sencillos,
aunque tremendamente efectivos, que sirvieron para que el maestro arquitecto
pudiese vertebrar el conjunto de fuerzas que actúan en el alzado de los
edificios.
Según se desprende de
nuestros estudios, por su misma constitución geométrica y por su ubicación en
el edificio, un buen grupo de signos lapidarios se refieren a los aspectos
geométricos y astronómicos que fueron incorporados en la construcción de los
edificios, por lo que podemos inferir las razones que impulsaban a aquellos
maestros de la escuadra y el compás [2]. La geometría es un lenguaje para
quienes comprenden el Arte, más allá de creencias religiosas y el imaginario
colectivo propio de cada época. Este carácter aglutinador de la geometría nos
permite estudiar las marcas de cantería desde una perspectiva científica [3].
El arquitecto vienés Franz
Rziha en su obra publicada en 1881 presentó las conclusiones a las que había
llegado tras estudiar cerca de 9.000 marcas de identidad pertenecientes a los
gremios de artesanos y constructores de la federación de logias
de la Bauhütte, que estuvieron operativas entre los siglos XIV y XV, y cuyas
corporaciones establecieron los centros de sus respectivas logias en las
ciudades de Estrasburgo, Colonia, Viena y Berna.
Todos los miembros de estas
corporaciones poseían unos signos que los identificaban como artesanos o
maestros. El secreto del trazado de esas firmas o signos de pertenencia es de
orden geométrico, pues como demostró Franz Rzhia, se obtienen a partir de la
duplicación y rotación de cuadrados y triángulos inscritos en un círculo cuyo
radio es la medida de referencia. Unos trazados que también dan razón de marcas
de cantero de épocas anteriores, como sucede con las marcas halladas en
construcciones romanas, dado que pueden obtenerse a partir de tres tipos
fundamentales de claves geométricas, basadas en las figuras del círculo, el
cuadrado y el triángulo; unas retículas sobre las que es posible trazar figuras
con la seguridad de mantener proporciones justas, simétricas y armónicas [4].
Tras analizar más de un
millar de marcas de cantero, Álvaro Rendón Gómez ha podido certificar que en
muchos casos éstas siguen patrones basados en movimientos realizados con
escuadra y compás a partir del trazado del círculo inicial.
Desarrollo geométrico de una
marca de cantero
de la catedral de Tortosa (siglo XIV).
de la catedral de Tortosa (siglo XIV).
Como escribe Álvaro:
Es una marca se trazado
sencillo y que cumple con las normas de la Cofradía: está contenida en el
Círculo primordial, contiene al centro del mismo y su construcción respeta
escrupulosamente el trazado clásico de regla y compás. Un asunto más complejo
resulta intuirlo… Para ello, se necesita un poco de experiencia geométrica y
tener muy claro qué se busca.
M. G. Ghika, en referencia a
la importancia de todos estos conocimientos en la historia de la arquitectura y
del arte en general, escribe:
Con todo derecho puede
afirmarse que la geometría esotérica pitagórica se trasmitió desde la
antigüedad hasta el siglo XVIII, por un lado a través de las cofradías de
constructores, que a la vez se trasmitieron, de generación en generación, un
ritual iniciático en que la geometría desempeñaba un papel preponderante, y por
otro, por la Magia, por los rosetones de las catedrales y los pentáculos de los
magos [5].
La paulatina desaparición de
las marcas de cantero que se produce a partir del siglos XV es paralela al
declive de una forma de entender la arquitectura según la cual, por ejemplo, la
aplicación de la sección áurea era una operación que buscaba reflejar la perfección
de las leyes de la naturaleza en la obra. Aquí es donde radica la importancia
de los signos lapidarios como parte de un lenguaje que nos puede
proporcionar ciertas claves constructivas que proceden de tradiciones muy
antiguas.
Para concluir reproducimos
un extracto de la conferencia “La masonería: tradición viva de occidente”,
pronunciada en la Biblioteca Arús de Barcelona el 10 de Abril de 2003 por Francisco
Ariza. Los signos lapidarios son como las notas a pie de página del libro de
piedra que son las ermitas, iglesias y catedrales medievales.
Una forma de transmitir la
enseñanza del Arte Constructivo era a través de los signos lapidarios, es decir
de las marcas grabadas en la piedra. A través de esos signos los antiguos
masones y compañeros constructores querían efectivamente transmitir una serie
de conceptos e ideas relacionadas con el conocimiento de la cosmogonía, de sus
principios y leyes fundamentales, plasmadas en las formas geométricas. En
realidad todos los signos lapidarios se reducen a unos cuantos esquemas
fundamentales: el círculo, la línea (eje), la espiral, el cuadrado, el
triángulo y la cruz. A partir de ellos se generan todos los demás signos (y
también el diseño de las propias herramientas que se utilizaban para la
construcción: mazo, cincel, plomada, nivel, escuadra, paleta, compás, etc.), y
todos juntos conforman un código o lenguaje simbólico que constituye la “clave”
para entender el significado profundo que encierra la propia construcción
realizada de acuerdo al modelo cósmico. Así pues, los signos lapidarios están
estrechamente vinculados a la arquitectura, la cual en el fondo no representa
sino el desarrollo completo de las ideas expresadas a través de dichos signos,
o símbolos.
De Bizancio a Irlanda los
compañeros viajeros han dejado sobre la piedra su signatura parlante bajo la
forma de signos lapidarios (…). Esta signatura constituía en suma la imagen
reducida de un plan de edificio construido sobre su círculo director, según
este ‘arte de geometría’, una de las siete artes liberales, enseñado en las
universidades monásticas y a partir del cual una metafísica fue edificada.
Grabando su signo el compañero no ‘justificaba’ solamente su identidad, sino su
cualidad y sus conocimientos.
Por otro lado, el hecho
mismo de grabar los signos en la piedra se consideraba un rito, quizás por el
mismo hecho de que éste, el rito, no es sino el símbolo en acción, es decir
actuante, y el mismo trazado simbólico es, a su vez, la fijación de un gesto
ritual. Precisamente, el origen de ese gesto está en el propio acto del Gran
Arquitecto creando el cosmos, por lo que la construcción aparece entonces como
una verdadera “imitación” de ese mismo acto, o gesto inteligente, que es además
el origen de todo verdadero arte, cualquiera que éste sea, pero que siempre
tendrá como objetivo esencial poner nuestro ser en armonía con el ritmo del
mundo, fuente de toda vida y expresión dinámica de la Unidad primordial.
Tengamos en cuenta, en este sentido, que los antiguos arquitectos y maestros de
obra no utilizaban como hoy planos detallados del edificio a construir. Estos
eran mucho más sencillos, reducidos en bastantes ocasiones a diseños de las
distintas partes de la construcción. Esta, en sus aspectos esenciales, era la
proyección al exterior de una imagen sutil concebida en la mente y el espíritu
del arquitecto, y los oficiales que tenía a su cargo conocían perfectamente las
reglas y técnicas del oficio necesarias para su realización, las cuales les
fueron reveladas oralmente y comprendidas mediante la práctica reiterada (y ritual)
de ese mismo oficio.
© Rafael Fuster Ruiz y
Jordi Aguadé Torrell
[1] En la antigua
tradición de la arquitectura sagrada todo está perfectamente estipulado y un
templo, como espacio reservado para servir de morada a la divinidad, debía ser
una perfecta representación del cosmos y, por lo tanto, al igual que sucede en
la naturaleza, la relación entre las distintas partes que conforman el recinto
y entre éstas y el conjunto debía responder a una serie de leyes muy concretas.
Los recintos sagrados eran concebidos como réplicas a escala del cosmos que
habían de servir de morada a la divinidad. En este sentido, además de las
marcas de cantero habituales podemos encontrar otras, mucho más elaboradas, que
son las que incorporan claves relativas a ciertos aspectos constitutivos de la
configuración y articulación del edificio, una información que puede resultar
de gran ayuda a la hora de abordar el estudio de las técnicas y los métodos de
trabajo de los constructores medievales.
[2] GIMPEL, J. La
revolución industrial en la Edad Media, Madrid, 1982, p.
31. Entre las diferentes agrupaciones medievales de artesanos las más
reconocidas fueron sin duda las guildas. Una de las guildas de mayor renombre y
número de ramificaciones por toda Europa era la de los albañiles, constructores
de palacios y catedrales, responsables de muchas de las construcciones a lo
largo de los Mil Caminos de Santiago. En la península ibérica, la primera
agrupación gremial que conocemos es del siglo XII. Se constituyó en Barcelona
en el año 1211. También conocemos la existencia de organizaciones de
carpinteros, herreros y albañiles que se acogieron al Fuero de Cuenca; y las
ordenanzas de Oviedo, del año 1247.
[3] Javier Alvarado, “Heráldica,
simbolismo y usos tradicionales de las corporaciones de oficio: las marcas de
cantero”. Ediciones Hidalguía, Madrid, 2009, pp. 8-9.
[4] La importancia
desde un punto de vista geométrico de algunos signos lapidarios radica en el
hecho que pueden aportarnos pistas sobre cómo surgieron los módulos que eran
empleados en la proyección de los edificios medievales, puesto que toda planta
y estructura compositiva debe contener alguna forma geométrica premeditada, por
lo tanto tan sólo nos resta tratar de encontrarla. Una vez descubierta esta
trama geométrica será posible determinar la naturaleza de los modelos
proporcionales empleados, lo que nos permitirá establecer una hipótesis sobre
los orígenes del edificio, su historiografía y soluciones las técnicas
incorporadas en su construcción.
[5] Según M.G. Ghyka,
los responsables del auge de la arquitectura religiosa entre los siglos VIII y XI,
fueron los discípulos de San Benito, quienes desde Montecassino y Saint-Gall,
tradujeron los textos matemáticos griegos y alejandrinos, entre ellos la obra
de Euclides y el tratado sobre arquitectura de Vitruvio. También por esta vía
serían introducidos la mística pitagórica de los números y la geometría de los
sólidos platónicos y su relación con las razones armónicas de la escala
musical. Puente López, Juan Luis, Firmado en la piedra por los maestros
canteros medievales, Edilesa, 2006, 4ª edición, pp. 13-14.
Fuente: Signos Lapidarios
Fuente: http://www.diariomasonico.com/historia/geometria-marcas-cantero
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