Benedicto XVI lleva treinta años fijando
rígidamente los límites entre la ortodoxia y la heterodoxia en la
teología católica en todos los terrenos: seminarios, universidades
católicas, facultades de teología, investigaciones, publicaciones
eclesiásticas, y en todos los escenarios donde está implantado el
catolicismo. Primero lo hizo al frente de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, cargo al que fue aupado por Juan Pablo II, a quien
beatificará el próximo 1 de mayo como muestra de sintonía en vida y tras
su muerte. Ahora (2011), como Papa, sigue definiendo la ortodoxia y
condenando el relativismo, al que califica de dictadura.
Ha ejercido la
función magisterial autoritariamente, sin que le temblara el pulso a la
hora de amonestar, citar a juicio o firmar sentencias condenatorias
contra teólogos y teólogas que no tienen su mismo pensar y sentir, sean
especialistas de reconocido prestigio, compañeros en el aula conciliar,
colegas con quienes compartió la docencia, e incluso alumnos a quienes
como profesor premió con las mejores calificaciones y ayudó a publicar
sus primeros trabajos. ¡Lástima que no haya
mostrado la misma solicitud y decisión en los casos probados de
pederastia de clérigos y religiosos reincidentes! Este modo de proceder
represivo de las libertades de expresión, de cátedra y de investigación
se sitúa en la dirección contraria al concilio Vaticano II -del que él
fue asesor teológico- que invita a ejercer “el espíritu crítico más
agudizado” que libera “la vida religiosa de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos” y facilita “una adhesión verdaderamente personal y operante de la fe”.
Hoy vuelve a fijar los contornos de la recta doctrina en el segundo volumen de su cristología Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, que
acaba de aparecer con un despliegue publicitario espectacular,
precedido de la filtración, por parte del Vaticano, del capítulo que
exonera al pueblo judío en la muerte de Jesús, tesis que nada tiene de
novedosa. Es verdad que no se trata de una declaración magisterial de
carácter dogmático, sino de un ensayo teológico, pero lleva la marca
papal en la misma portada donde aparece el doble nombre: Joseph
Ratzinger Benedicto XVI. La imagen que ofrece en el libro es la un Jesús
pensado y vivido desde la fe de la Iglesia y despolitizado. Un Jesús
que pasa por la tierra como por brasas sin implicarse en la vida social
de su pueblo, que no constituye peligro alguno para el Imperio Romano,
que anuncia un reino de Dios basado en la “verdad que está en el
intelecto de Dios” y que apenas hace pie en la historia. Un Jesús que
separa con nitidez religión y política, y cuya muerte no es consecuencia
del conflicto con el poder, sino autoentrega vicaria para la
reconciliación de la humanidad con Dios. Benedicto XVI se distancia así
de la exégesis liberal y desconfía de los métodos histórico-críticos,
como ya hiciera en el primer volumen publicado en 2007. Llega a decir
que “el ‘Jesús histórico’, como aparece en la corriente principal de la
exégesis crítica…, es demasiado insignificante en su contenido como para
ejercer una gran eficacia histórica” (página 9). Pero, al mismo tiempo,
y desde una no confesada ingenuidad hermenéutica, dice tratar de
“llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús”, misión
imposible, como ya demostrara Albert Schweitzer a principios del siglo
pasado. La cristología papal silencia los resultados de las
investigaciones de la sociología, la arqueología, la antropología
cultural y la historia social sobre el Jesús histórico y el cristianismo
primitivo. Descalifica las aportaciones de las teologías políticas y de
la revolución. Desconoce algunas de las más importantes e influyentes
cristologías de la segunda mitad del siglo XX, escritas por colegas
suyos como Edward Schillebeeckx, Karl Rahner y Hans Küng. Silencia las
reflexiones de la teología de la liberación sobre la praxis histórica de
Jesús bajo la guía de la opción por los pobres. Pasa por alto la
hermenéutica de género de la teología feminista y se mantiene dentro de
la cristología patriarcal. Las referencias bibliográficas se
circunscriben en buena medida a autores alemanes, pero muy
selectivamente, con exclusión de los creadores de la teología política y
de la esperanza, Johann Baptist Metz y Jürgen Moltmann respectivamente,
y de exegetas como Willi Marxsen y Gerd Lüdemann.
Los libros de Ratzinger-Benedicto XVI
constituyen hoy el nuevo canon eclesiástico al que atenerse a la hora de
hacer teología, mientras son condenadas algunas de las cristologías más
relevantes pensadas en el horizonte de la liberación, del pluralismo
religioso y de las investigaciones sobre el Jesús histórico, como, entre
otras, Jesucristo liberador y La fe en Jesucristo, de Ion Sobrino; Jesús, símbolo de Dios,de Roger Haight; Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso,de Jacques Dupuis, y Jesús. Aproximación histórica, de
José Antonio Pagola. Es la imposición del pensamiento único sobre el
pluralismo, del dogma sobre el símbolo, de la ortodoxia sobre la
ortopraxis y, en fin, de la Iglesia sobre Jesús de Nazaret. En estas
condiciones no es posible hacer teología crítica dentro de la
Iglesia-institución. ¡El cristianismo al revés!
Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Ratzinger-Benedicto XVI, Ediciones Encuentro, 2011. 400 páginas. 24 euros.(*) Artículo publicado en el diario El País, España, el 19 de marzo del 2011
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