"In principio erat Verbum"
(JUAN I – 1)
"En principio era el Verbo (Logos)". Sobre este primer versículo del Evangelio
juanítico, los masones apoyan la escuadra que simboliza el criterio de
la Razón, y abren el compás de la Comprensión.
Como principio esencial y fundamento eterno de toda cosa, existe primeramente
un Logos o Verbo, o sea una Idea Arquetípica de la cual la Palabra es el
símbolo y que se hará carne en su expresión exterior, en el mundo
de la existencia relativa.
Dado que nos proponemos estudiar la esencia misma, de la Masonería,
o sea el espíritu que la anima y le da vida, más bien que sus formas
exteriores, y éstas sólo incidental y subordinadamente, debemos comenzar con
tratar de escudriñar y penetrar ese Verbo, símbolo de la Idea que en ella se
encarna.
Toda idea está, pues, unida íntimamente con una palabra (o conjunto
de palabras, que semánticamente la simbolizan), que tiene el poder de evocarla,
además de ser el medio o vehículo que sirve para su expresión efectiva. Por lo
tanto, un estudio suficientemente profundo de las palabras que se usan en una
determinada corriente de pensamiento, en un cualquier movimiento u
organización, es el medio más adecuado para ponernos en íntimo contacto y
hacernos comulgar con el espíritu, que los anima.
En ese sentido, todas las palabras son secretas y sagradas, pues,
además de su significado ordinario, vulgar y exterior, tienen inherente en sí
mismas, en un estado latente, otros sentidos o valores espirituales y
vitales, que tiene que descubrirse iniciándose en su comprensión.
Y sólo cuando sepamos apreciar debidamente su valor, estaremos en condiciones
de entender lo que realmente quisieron decir muchos escritos, que de otra
manera quedarían para, nosotros como si fueran en idiomas incomprensibles: hasta
podrían considerarse como locuras o puerilidades sin ningún sentido, como ha
sucedido y sucede con muchas creencias y tradiciones antiguas.
Para volver a nuestro tema, la
palabra Masonería es el primer "logos" que ahora nos compete
estudiar. Esta palabra es simbólica, derivando del bajo latín macio (relacionado
etimológicamente con el alemán Metzen y el francés mazón), que
significaba originariamente "cortador de piedra", y por consiguiente,
también "albañil" o constructor; pero, más propiamente constructor de
aquellos edificios arquitectónicamente planeados, en que se necesitan y se
emplean piedras cortadas.
Por lo tanto Masonería significa materialmente construcción
hecha de piedras cortadas., y también denota el arte y la inherente
capacidad de producirla. En latín se han usado como términos equivalentes respectivamente
structura (construcción) y Ars Structoria, el Arte del Constructor.
De aquí que la idea fundamental que se relaciona con la palabra Masonería
sea la de construcción, con el tríplice sentido de "edificio levantado
de acuerdo con las reglas del arte*', "obra de construcción, actividad
constructiva o acción de construir", "Arte de la Construcción,
como íntima fusión y realización individual y tradicional de la Ciencia y de la
Experiencia, que se revela estáticamente y se expresa dinámicamente en los dos
sentidos anteriores".
Con un símbolo familiar a todos, masones y profanos
indistintamente, podemos representar estos tres sentidos de efecto o
resultado estático, actividad dinámica e inteligencia constructiva (estática
y dinámica al mismo tiempo, pues igualmente se revela en la obra hecha y en su
producción), por medio de los tres puntos (.·.), el primero a la izquierda, el segundo a la derecha y el
tercero por encima y en medio de los dos, como el arquitrabe sobre las dos
columnas en la más simple obra arquitectónica.
En estos tres
puntos tenemos los tres aspectos
inherentes e inseparables de toda construcción humana: el primero no puede
existir sin el segundo, y los dos derivan del tercero, como causa o
principio permanente, de los que son respectivamente medio y efecto, o
sean sus expresiones en el tiempo (acción) y en el espacio (resultado
visible).
El punto
superior (o causativo), cuando se
considere impersonalmente, es comparativamente eterno, existiendo
independientemente de sus dos manifestaciones transitoria y contingente, como valor
espiritual inteligente, capaz de reproducirse indefinidamente, en y .por
medio de la dicha pareja que se le acompaña en toda particular
construcción.
Ahora, si consideramos al hombre, como ser inteligente en la naturaleza
que lo rodea, y relacionamos su actividad en general —de la cual la de construir
es una especie de prototipo simbólico — con el medio en que tiene lugar,
podemos ver que, cualquiera sea lo que hace, todo se reduce, en el fondo, a modificar
—de acuerdo con una Idea o un Ideal íntimamente concebidos— todo aquello
que se encuentre exteriormente al alcance de sus posibilidades.
En todo caso, utiliza, labra o moldea, de acuerdo con su
inteligencia y su capacidad material de hacerlo (los medios de que dispone) la materia
prima que se le ofrece, en la que imprime el sello o carácter de su
misma obra. Pero, esa "materia prima", aunque relativamente estática
y pasiva, inerte y sin vida, es algo que la naturaleza ha producido y está
produciendo continuamente. Es una obra a su vez, y un resultado de
la actividad constructora de la naturaleza; y si la estudiamos atentamente nos
revela una disposición inteligente y armoniosa en toda su estructura y en sus
partes, así como también en sus diferentes propiedades, hasta donde alcance la
penetración de nuestra inteligencia: ya se trate de una piedra, o de un tronco
de árbol, o de cualquiera otra cosa u objeto natural.
Si de esta manera estudiamos todo lo que ha sido producido y produce
la naturaleza, la superficie de la tierra, las rocas, las diferentes especies
minerales, vegetales y animales, la disposición geográfica de los ríos y de los
mares con relación a los continentes y a las tierras que los componen, nuestro
globo en su conjunto y en sus movimientos, con relación a los demás planetas y
al sistema de que es parte, el movimiento y la disposición de las
estrellas fijas que componen otros tantos sistemas solares y siderales,
y finalmente el universo en su totalidad, y en la evidente armonía que se
descubre entre los diferentes elementos de que se compone, vemos aquí igualmente
una obra continua, incesante, ininterrumpida, de acuerdo con un ritmo
que revela, en el conjunto y en todas sus partes la realización, progresiva
de un plan inteligente, del que las llamadas leyes naturales no son
sino aspectos particulares.
En otras palabras, el universo y toda la naturaleza nos revela
que, según las palabras de Virgilio, Mens agitat molem. Y todo lo que en
un principio puede aparecemos como un efecto puramente "casual" sólo patentiza
nuestra ignorancia de la ley causativa
que lo produjo, y que se descubre por medio de un estudio más atento y
completo. Ese plan, inteligente aparece en la complicada y ordenada
disposición de los electrones y protones que componen los átomos1, en la arquitectura geométrica
de los cristales, en la asombrosa complicación estructural de las moléculas
orgánicas, en la disposición armónica de los órganos y partes de todo
organismo, en el canon estético al que tiende instintivamente toda forma
orgánica, en el orden y en la armonía que reglan el ritmo de las estaciones y
el movimiento de los astros y de los átomos, y finalmente en la ley
de evolución que hace crecer y progresar toda forma de vida, hacía
una expresión siempre más plena, completa y perfecta de sí misma, en que se
revela y se hace patente una idea o Logos preexistente y latente, como
la planta en la semilla.
Resulta de esto que todo el universo es una construcción, y
puede parangonarse a un inmenso edificio que se desarrolla progresivamente según
su propio plan interior, expresión armónica y ordenada de un principio
inteligente, de una Inteligencia Inherente, que no cesa de ser tal cualquiera
sea el nombre que se le dé —ya sea que se llame Ley Natural o Principio Geométrico. Dios o Creador, o bien según la
terminología platónico-humanista y masónica Geómetra, Plan Arquetípico,
Sofía o Sabiduría, o Gran Arquitecto del Universo.
En todo el universo, en todas las manifestaciones de lo que se llama
vida, y en la vida humana, en particular, no tenemos sino
diferentes aspectos de esa Gran Construcción o Masonería Cósmica, en que se hallan constantemente presentes los tres puntos que hemos
analizado en la actividad constructora del hombre; la forma externa de la naturaleza y de todo ser
viviente, correspondiendo con la estructura, o sea el edificio o templo
simbólico; la vida interna
como aspecto dinámico, o sea la actividad constructora; y en cuanto a la Inteligencia que ha planeado la obra
y preside a su desarrollo incesante, es lo que se llama científicamente Ley Natural y filosóficamente Sabiduría Creadora.
Estos dos
términos se refieren a la misma entidad impersonal, y pueden considerarse
como equivalentes en dos grados sucesivos y diferentes de comprensión.
Todo el universo es, en su constitución, el resultado de la actividad
constructiva que se revela en su dinamismo; y todo ser, toda forma de vida y de
inteligencia que aparece como tal y se diferencia dentro del mismo, un obrero
o constructor inconsciente o. consciente de esa cualidad, pero
siempre activo en la obra o tarea particular que le ha sido asignada por el
Gran Logos o Suprema Inteligencia que se identifica con el Plan Arquetípico de
la Obra.
Particularmente, toda la
vida del hombre es una construcción, que se verifica con la
participación y cooperación de su ser consciente y de su naturaleza
subconsciente. Esta última es la que ha construido su cuerpo, como edificio o
templo orgánico de la vida, ocupándose igualmente de su desarrollo y de su
conservación y renovación estructural, así como de todas las funciones de la
vida instintiva; es además el asiento de los hábitos y de todo lo que la vida
ha asimilado como memoria y experiencia individual y colectiva. Por lo tanto,
ejerce una parte muy importante, como obrero (o corporación obrera), en
el desarrollo de la vida exterior orgánica y social.
El hombre es,
pues, un constructor (consciente o inconsciente) de sí mismo y de su
vida, y cualquiera cosa sea lo que
haga, cualquiera actividad que emprenda, manifiesta en ella su propia
naturaleza de constructor, expresando en la misma, por medio del arte o
capacidad adquirida con su experiencia, un plan o idea concebidos
por su inteligencia. La totalidad de su vida es la construcción o templo
al que se dedica; la eficiencia en ese trabajo y la hermosura y armonía de la Obra
—o sean la perfección y felicidad de su existencia— estriban, por lo tanto, en
su conocimiento del Ars Structoria (que es igualmente, al mismo tiempo,
el Ars Vitae) y en la Sabiduría e Inteligencia que demuestra, de acuerdo
con ese conocimiento, en concebir los planes de la vida y ejecutarlos.
Así llegamos a comprender el
significado filosófico y operativo de la Masonería, entendida como construcción
moral, intelectual y espiritual y no solamente material, en la cual cada
masón tiene que labrar la piedra bruta de su personalidad y de su ser
instintivo y construir el templo de su existencia y de su carácter, en
armonía y en acuerdo con los planes perfectos de la Inteligencia Suprema
o Ley de la Vida, de la cual se considera como obrero consciente, y por
lo tanto libre y voluntario.
La Masonería
viene a ser esencialmente el estudio de la Ciencia y la práctica del Arte de la
Vida —Ciencia y Arte que se hallan
simbolizadas, y son enseñadas alegóricamente, por medio de imágenes y correspondencias
figuradas que, en su mayoría, pertenecen a la Arquitectura, y a la madre de
ésta: la Geometría. La una y la otra se estudian filosóficamente— o sea,
como amigos y amantes de la Verdad — desde el punto de vista de la Vida,
en la que deben encontrar su constante aplicación. El objeto es el perfeccionamiento
espiritual y moral de una mismo desde el punto de vista más elevado — del
de su dúplice relación (o de sus deberes) interior con el Principio de
la Vida, y exterior con sus semejantes y las condiciones del medio en
que vive, de manera que haya la más perfecto, armonía tanto en la una como
en la otra.
Junto con esa idea central de la construcción, que se nos
presenta en el nombre elegido por la Sociedad y en el de sus miembros, así como
en sus símbolos principales — que además testimonian su filiación material de
los gremios de constructores medievales, y de los anteriores de la época
clásica y de la antigüedad — encontramos en ella otras ideas, expresiones
simbólicas v palabras afines, que demuestran su derivación, en una especie de
tradición ininterrumpida de los esfuerzos ideales e idealistas de todos,
los tiempos.
Entre estas
palabras tienen el primer lugar las de Sapientía
o Sabiduría, Filosofía humana (o sea, universal], Arte y
Ciencia de la Moral o de la, Vida, y el conocido trinomio Libertad-Igualdad- Fraternidad.
La Sabiduría es aquella que edifica la casa, y constituye
por lo tanto, el fundamento necesario de toda actividad constructora. La
hermosura y la estabilidad de un edificio, estriban precisamente en la Sabiduría
que supo concebirlo, y en la Inteligencia que lo llevó a cabo, las que patentizan
y demuestra. Por lo tanto, su adquisición ha de ser el objeto constante de
nuestros mejores esfuerzos: la vida misma no tiene, en el fondo, otro objeto;
cumplimos con su real finalidad, según logremos obtenerla (como la abeja extrae la miel, de cada flor) de todas y cada una de
nuestras experiencias diarias.
Ese es el pan de cada día, que realmente nos alimenta, nos
fortalece y nos hace crecer espiritualmente, hasta lograr la mejor y más
elevada expresión y realización de nosotros mismos. Esa Sapientia es
aquello que da sabor a todos nuestros pensamientos, palabras y acciones
(que, de otra manera, serían insípidos); y no debe, por lo tanto,
confundirse con aquellos conocimientos que puedan adquirirse pasivamente, o con
la ciencia que se nos inculca y aprendemos por medio de la educación
ordinaria.
La sabiduría verdadera, o sea lo que realmente sabemos, no
es cosa que puede lograrse por medio de un estudio puramente teórico, sino, que
es el producto interior de la reflexión y del discernimiento, en el cual
igualmente participan la ciencia y la experiencia.
No sabemos lo que sólo hemos aprendido con la inteligencia y conservado
por medio de la memoria, sino aquello que, en el fuero íntimo de la conciencia
individual, según crecen nuestra reflexión y nuestro discernimiento, hemos
reconocido como cierto y real, y estamos profundamente convencidos de
ello. Tampoco hay verdadera ciencia en donde pueda subsistir la menor
duda; sólo cuando la duda, y toda posibilidad de la misma, hayan desaparecido,
podemos estar seguros de que nos encontramos frente de la Verdad según nos
es dado percibirla en nuestro estado de evolución espiritual.
La Sabiduría no
puede darnos la Verdad en sí, pues ésta es absoluta, y nunca puede caber en las
limitaciones de nuestra inteligencia, para la cual se considera como inasequible;
pero nos da constantemente testimonio de ella, según la espléndida
contestación de Jesús a Pilatos. Y ese testimonio es oído por todos aquellos
que la buscan; por esta razón se llaman ellos filósofos o "amigos
de la Verdad".
El carácter
filosófico de la Institución Masónica es
evidente. Todo su simbolismo nos indica en cada paso el Camino de la Verdad, que es inseparable
de la práctica de la Virtud.
La una y la otra derivan etimológicamente
de la misma raíz vir o ver, que aparece también en el latín vis con el
sentido fundamental de "fuerza", y por ende la capacidad implícita y
el poder de subsistir y permanecer, por esa fuerza de la Inherente
Realidad.
El mismo secreto
masónico en su más profunda acepción, significa precisamente esa Verdad
Absoluta que nunca puede revelarse o comunicarse directamente, y de la cual la
Sabiduría nos da constantemente el testimonio y nos indica el camino. Ese "secreto" es masónico, en cuanto se refiere
precisamente a la Sabiduría Divina o Principio Geométrico constructor del
universo y de la vida en todas sus formas y expresiones; y en cuanto constructivos
son sus propósitos, su medio y su finalidad. Es, además, secreto también
por el hecho de que la naturaleza, el hombre y todos los seres se construyen
y evolucionan, interna y externamente, en proporción de como esa Sabiduría latente
se hace secretiva, expresándose como Inteligencia Creadora, en el
tiempo y en el espacio.
Antinómica a la
idea de vis que se halla expresada en los radicales de Virtud y Verdad, es la de vicio, derivada del latía viere
"ligar, atar", y también "corromper". Aquí tenemos
precisamente el opuesto de la idea de Libertad, que se asocia naturalmente con
las primeras palabras, en cuanto se adquiere por medio de la Fuerza, sobre todo
moral y espiritual, se establece sobre la Verdad ("Conoceréis la Verdad, y
la Verdad os hará libres"), y se conserva por medio de la
Virtud.
Todo
"vicio" representa una deficiencia de aquella vis interna, que
se sostiene por medio de la Verdad y se expresa en la Virtud. Por lo tanto hay vicios
tanto intelectuales, como morales,
y los primeros, en general, se acompañan con los segundos; la inteligencia se
halla viciada cuando se haya extraviado en el error. La mente está
entonces atada por ese error, y se halla por ende sujeta a una forma de "esclavitud"
tanto moral como material, que tiene su raíz precisamente en ese vicio mental.
No puede haber
salvación de ese círculo vicioso, sino en el Amor de la Sabiduría, que
nos lleva a discernir la Verdad, que se halla en el fundamento de la vida. "Ella es árbol de vida
a los que de ella asen; y bienaventurados son los que la mantienen"
(Proverbios).
Como condición indispensable, para hacer parte de la Sociedad Masónica,
se les exige universalmente a los aspirantes ser libres y de buenas costumbres. Esto significa en
un primer término el hecho de hallarse independientes hasta donde sea
posible, de la tutela o dependencia de otras personas, que pudieran interferir
con los deberes que se adquieren ingresando en la Institución; e igualmente,
observar aquella conducta moral que patentiza sus aspiraciones ideales, y el
deseo de elevarse y ennoblecerse espiritualmente. Estas condiciones
preliminares son el fundamento necesario de todo progreso ulterior; sólo en la medida de su interna libertad,
puede el hombre escuchar las palabras de la Sabiduría y dirigir rectamente su
camino y aprovechar lo más útilmente posible sus experiencias.
Pero, una Libertad más plena y verdadera — e igualmente, aquellos mores
o "costumbres" que patentizan el esfuerzo interior hacia un ideal
ético superior— sólo pueden ser el fruto de la siempre más plena y efectiva
adquisición de esa misma Sabiduría. Sólo de esta manera se logra entender el
significado de la libertad filosófica, en la que el hombre consigue
hacerse verdaderamente libre de todos los vicios y ataduras tanto interiores
como exteriores, tanto intelectuales "tomo morales y materiales; esta
última y más cierta Libertad es, por lo tanto, para cada masón el resultado de
su progresiva iniciación en la Luz de la Verdad. Y en cuanto a las buenas
costumbres, son algo que necesariamente la acompañan, pues las tinieblas no
pueden seguir existiendo en donde haya venido la luz.
Así pues, en la primera condición para ser recibido masón, se
halla potencialmente contenido el Ideal, que ha de llevarle un día a la plenitud
de tal cualidad, según ese mismo ideal logre desarrollarse desde esa primera
semilla y crecer en una planta lozana y vigorosa.
De aquí también se ve claramente que ese primer punto del trinomio iniciático de la Masonería, no
pueda nunca interpretarse (como a menudo vulgarmente se ha hecho), en el
sentido de licencia o libertinaje. Estos hechos se hallan de
antemano excluidos en la preliminar exigencia de observar buenas costumbres,
de la cual el masón no puede nunca alejarse, pues sus costumbres deberán
hacerse siempre mejores, según efectivamente progresa en el camino iniciático
que la Masonería le indica simbólicamente.
Según sus landmarks — o contraseñas particulares que
la delimitan y la hacen distinguir de todo aquello que difiera de esos principios—
la Masonería es, pues, sobre todo la Institución Orgánica de la Moralidad, y
por lo tanto ese punto no puede nunca y de ninguna manera considerarse como
secundario o sin importancia. Pero, eso es también algo distinto de la simple y
supina sujeción a un determinado código, impuesto de afuera, más bien
que ser libremente reconocido y aceptado de adentro.
La moralidad
ordinaria no tiene otra base y sanción fuera del temor de las
consecuencias que deriven del hecho de
obrar contraviniendo a determinado código. El
hombre se abstiene de hacer lo que considera malo, por temor al castigo
que en éste y en el otro mundo pueda sobrevenirle obrando en contra de las
leyes que la sociedad y la religión se esfuerzan en inculcarle. Y ese temor es
para él un maestro necesario, hasta que no haya crecido en un grado
superior de desarrollo y madurez espiritual.
Pero, en la Masonería se considera al hombre como emancipado de
esa tutela del temor, dado que también las pruebas que debe sufrir para ser
admitido tienen por objeto demostrar esa emancipación.
Entonces el hombre se halla en el punto de reconocer en su verdadera
luz, y con siempre mayor claridad, la naturaleza de su verdadera relación,
con el Principio Supremo de la existencia, con su propio ser o personalidad
(expresión de ese Principio), y con sus semejantes; y los deberes que
derivan de ese íntimo reconocimiento, han de constituir de ahora en adelante su
propio código moral.
Para servirnos de un símil hermoso y fácil de entender, más bien que
conformarse puramente a la letra de la Ley, según se halla grabada en
las tablas de piedra y demás códigos externos, el Masón ha de esforzarse en
buscar el espíritu de la misma, que se halla grabado dentro de su propio
corazón, en el que tiene que reconocer, y observar la Ley más verdadera. Esa
Ley es pues la Ley de la Vida,
la ley inherente a la Vida Interna, que permite su siempre más plena y perfecta
expresión, y que, precisamente en el corazón, tiene su centro y su asiento
orgánico. Esta ley interna corresponde
con el concepto indo del Dharma, palabra que significa
literalmente "sostén" y suele traducirse como deber, siendo su
sentido más profundo el de Ley de Vida, según lo acabamos de indicar.
Así pues, la moral en el sentido masónico, es la Ciencia y
el Arte que nos hacen conocer la Ley de la Vida, y ponen nuestra existencia en
condición de perfecta armonía con esta misma Ley. Es la Ley que ha de
reconocerse y observarse libremente, independientemente de cualquier
constricción o temor exterior, debiéndose buscar y hacer el Bien en sí mismo
y por sí mismo, sin tener en cuenta las ventajas o desventajas que de ello
puedan derivar, simplemente por el hecho de que es la Ley Suprema de la Vida.
Sólo de esta manera se obtiene la libertad filosófica que
siempre se acompaña y se mide por la virtud. En ese esfuerzo y en esa
libertad hay una perfecta igualdad de derechos y de deberes, consiguiéndose
igualmente un estado interior de equilibrio, y una íntima condición de equidad
que se hará manifiesta en todo pensamiento, palabra y acción. Y éstos serán
los signos que harán reconocer externamente a quien se haya hecho masón,
dentro de su propio corazón.
En cuanto a la fraternidad es el tercer punto, que sólo
puede ser entendido y realizado según se hayan manifestado los dos anteriores:
es el sentimiento que nace de la conciencia íntima de la Unidad de la Vida, o
sea del Único Principio Espiritual y Divino que anima, inspira, guía y
sostiene de adentro a todos los hombres, y se manifiesta progresivamente en el
más elevado Ideal que cada cual sepa concebir en su fuero íntimo, y al que
pueda aspirar.
Ese Ideal interior es el Logos viviente en cada hombre, que
expresa en él la Vida Elevada de su ser más verdadero, el Arquitecto del templo
de su vida, que en ésta se esfuerza por realizar los planes perfectos de
la Infinita Sabiduría Creadora o constructora, la que tiene su asiento
en el Oriente Eterno, o sea en el origen primordial e inmanente de todas
las cosas.
Este mismo Logos
lo simboliza, en su aspecto tradicional, el Libro Sagrado —la Biblia, para los masones
occidentales, sea cual fuere su versión— dispuesta
en el centro del "punto geométrico" de la Logia, sobre el ara,
simbólica del estado de "elevación" en el cual únicamente puede
recibirse e interpretarse correctamente, aun con el auxilio de los instrumentos
del Juicio y de la Comprensión que necesitamos aplicarle, para que su estudio y
su lectura sean realmente provechosos.
La Tradición
Universal (de la cual cada sagrada
escritura, recibida en estado de éxtasis o inspiración, es un aspecto) es,
pues, también una expresión de ese Gran Logos viviente que preside como
Gran Arquitecto la Gran Obra del Universo y de la Vida; y su valor estriba principalmente
en su poder de inducirnos y conducirnos hacia la mística Comunión con la
Presencia Inspiradora que es la vida de la Palabra y de toda palabra.
Y al final de todos los trabajos masónicos tendremos que
sincerarnos de la "justeza" o ajuste de nuestra interpretación
actual de la Palabra de la Eterna Verdad que constituye nuestra perenne
inspiración, juzgando de Ella por medio del carácter constructivo y
satisfactorio de sus efectos o resultados: tanto en el Oriente,
que es el asiento natural de la Luz y de la Sabiduría del Principio Creador,
como en el Occidente, en donde se asienta la inteligencia o Fuerza realizadora;
e igualmente en el Sur, en donde tiene su trono el criterio de la Belleza y
Armonía de la obra, que hacen fecundos los resultados de toda actividad.
Nota:
(1) Es interesante notar, a este respecto, que una estructura
comparativamente dinámica (o sea, literalmente, una obra o acción
constructora) produce un resultado relativamente estático, como es
para nuestros sentidos la materia ordinaria.
Tomado de:
ALDO LAVAGNINI (MAGISTER), EL SECRETO
MASÓNICO. Capitulo I, El Logos
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