A
propósito de Semana Santa. El cineasta australiano Grath Davis, en su segundo
film - el primero fue el alabado “Lion”-, nos sorprende en cartelera con “María
Magdalena”. Una joya audiovisual. Amén de una inspirada reflexión espiritual,
femenina e histórica. Tras esa inspiración, late el genio de dos mujeres: la
guionista Helen Edmundson y la escritora Philippa Goslett.
La
hermosa Rooney Mara (María Magdalena) seduce con su interpretación de la más
genuina discípula y testigo de Jesús. Por su parte, Joaquín Phoenix (Jesús)
evoca con solvencia al místico iluminado y sufriente.
El
encuentro entre Jesús y María Magdalena ocurrió en Magdala, aldea de pescadores
en la costa del Mar de Galilea. Ahí nació María en el seno de una familia
patriarcal. Ella, alegre y rebelde, vive con gozo su búsqueda espiritual y
sufre con la violencia del padre y hermanos, que quieren entregarla a un
varón.
En
el primer diálogo entre María y Jesús hay una clave fácil de leer por los
estudiosos de la filosofía perenne. Clave que da cuenta de la intensidad
espiritual en María. Ella dice que aspira a “la presencia de Dios”. ¿La has
sentido?, pregunta él. “Sí, a veces, en la quietud”, responde María de Magdala.
En
todas las tradiciones espirituales de oriente y occidente, “Dios”, “la Vacuidad
que es plena”, “lo “inmanifestado que manifiesta”, o llámese como se llame esa
presencia, si es sinónimo de algo, es de una viva quietud. Eso que sentimos
cuando a veces conectamos con el silencio más lleno.
En
el film, tras ese diálogo de inmediato nace la discípula que se aleja de su
familia. Un gesto de rebeldía muy castigado en ese mundo de extremismo
patriarcal. Bautizada por Jesús, María inicia su camino con los apóstoles,
quienes la observan con una curiosa afección y extrañeza.
Una
segunda clave para una lectura femenina del film radica en la comprensión
acerca del sentido profundo en el mensaje de Jesús del reino del amor.
Ante
la pregunta, ¿qué entendemos por ese reino? en una alocución al inicio del
film, la respuesta es una parábola: “es
semejante a una mujer que planta una semilla en el jardín, un grano de mostaza,
que crece hasta hacerse un árbol tan grande que las aves del cielo anidan en
sus ramas”.
En
esa parábola, sinónimo de la construcción del reino del amor, radica el eco
femenino del film y también la principal tensión a la hora de interpretar el
mensaje de Jesús; la enorme tensión y diferencia entre el discípulo desolado por
el miedo y el dolor que es Judas, el soldado que es Pedro y la piadosa María.
En
la escena del templo, en Jerusalén, cuando los discípulos esperan que se
realice el milagro de iniciar al reino del amor, lo que ocurre, para
desconcierto de todos, menos de María, es la indignación de Jesús ante la
muerte de corderos inocentes utilizados como “monedas
para comerciar favores divinos”.
“Ni
Dios ni el amor se compran ni se venden”… “el
verdadero amor de Dios horadará cada piedra de este templo…”,
grita Jesús, mientras destruye lo que encuentra a su paso.
Tras
ese gesto arrebatado, no hubo reino inmediato. A las pocas horas Jesús es
detenido, torturado en la cruz, muerto y resucitado ante los ojos de María. El
desconcierto, entonces, cunde entre los discípulos.
Judas,
que esperaba la venida inmediata del reino para así sanar la tristeza, miedo y
resentimiento por la muerte inmerecida de su mujer e hijos, a quienes quería
ahora resucitados, sufre sin entender. De
ahí su delación de Jesús ante los romanos, pensando que obligado por las
críticas circunstancias y en aras de él mismo salvarse, ahora sí instauraría el
reino. Como el Mesías muere, Judas se suicida, tan solo acompañado por la
piedad de María.
Pedro,
también sin comprender, se confronta con María en la polémica mayor, mientras
desorientados los otros discípulos observan. Para Pedro, el reino es un espacio
físico, social y de poder a construir. Para María, el reino es la emoción del
amor, que, cuando anida en nuestros corazones, irradia un gozo interior y relaciones
interpersonales constructivas de nuevos mundos.
Pedro,
como soldado, cierra la discusión afirmando su apostolado de construir piedra
sobre piedra un nuevo templo. Mientras María se retira diciendo que ella no
callará ni dejará de actuar, que el reino del amor solo habita en nuestros
corazones y actos.
Antes
de tal polémica, Jesús, en un diálogo muy íntimo con María, le dice que ella es
su testigo. ¡Qué rol! Testigo es quién da testimonio de algo o lo atesora;
quién presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo.
La
película, además de integrar espiritualmente en el origen del cristianismo el
eco femenino y masculino, puede también leerse como una reivindicación
histórica de María Magdalena en la deriva de la Iglesia.
Recordemos
que hubo un largo debate teológico e histórico acerca del rol de María
Magdalena. El film
claramente se pronuncia por la tesis que fue el contexto patriarcal, reafirmado
más tarde con creces por la institución Iglesia, el que anuló la enorme figura
histórica y de testigo genuino del mensaje del amor que fue María.
Pruebas
históricas, por ejemplo, son los textos gnósticos coptos en el cristianismo
primitivo, el Evangelio de Tomas y el de Felipe, en los que María Magdalena es
mencionada como una de las discípulas más cercana e importante para
Jesús.
Sin
embargo, más tarde, el papa Gregorio Magno, muerto en 591, en una homilía
empezó a hablar de María Magdalena como una “prostituta arrepentida”.
Será
recién, en 1969, ante los ecos de la emergencia de la liberación cultural de la
mujer, cuando Pablo VI retiró del calendario litúrgico el apelativo de
penitente para María Magdalena.
Y
será hace menos de dos años, el 10 de junio de 2016, cuando a instancias del
Papa Francisco el Vaticano reivindicó finalmente a María Magdalena. Al
reconocerla en los hechos como Apóstol, tras decretar su memoria como una
fiesta en el calendario romano general.
Gesto
papal, sin duda, no ajeno a los nuevos aires femeninos. Nuevos aires que
inaugurados en los años sesenta del siglo XX, poco a poco dan cuenta del enorme
cambio cultural que vivimos en el presente como Historia.
Luego
de milenios animados por seños patriarcales. Ánimo patriarcal que, junto a
mancillar el nombre, el rol y la mirada de María, entronizaron el lado oscuro
del poder en la Iglesia edificada con el tesón del soldado que fue Pedro.
Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/opinion/cine/maria-magdalena-un-film-espiritual-y-femenino/2018-03-30/101533.html
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