Es
natural que nos mostremos sorprendidos ante un libro con este título; y lo
supongo así porque pertenecemos a una generación que vivió un largo período de
oscurantismo, de prejuicios, de censura y represiones, de autocensura y de
autorrepresiones, época en la que la palabra “masonería”, como “comunismo”,
“ateísmo” y tantas otras, se pronunciaba en voz baja.
En
esta nueva obra suya el historiador Alfredo Boccia se propone indagar en una
organización cuya principal característica es precisamente su celo por mantener
sus asuntos a cubierto del conocimiento público. Se trata, por consiguiente de
un gran esfuerzo investigativo para extraer la mayor cantidad posible de información
de una cantera que se encuentra bien cerrada.
Este
libro les proveerá de información esencial para comprender a la sociedad
masónica. Encontrarán en él un texto ameno que les hará descubrir un aspecto
novedoso, diferente y estimulante de nuestro entrañable siglo XIX americano.
A
pesar de que A.B. promete ocuparse solamente del papel que le cupo a la
Masonería en los procesos de la independencia americana –así dice el título de
su obra- en realidad va mucho más lejos, pues en los trece primeros capítulos
realiza una estupenda síntesis de los antecedentes de la Francmasonería,
revelando tanto los mitos que la rodean como los hechos históricamente
verificados.
En
los primeros capítulos del libro se encuentra información sobre los
antecedentes medievales de la Masonería, así como de la aparición de las
órdenes monacales y de caballería. De entre los cuales se cita en especial el
caso de los Templarios, que hasta hoy continúa atrayendo la curiosidad de tanta
gente y estimulando la imaginación de muchos escritores.
Los
profesionales de la construcción se fueron haciendo importantes a mediados de
la Baja Edad Media, especialmente en Lombardía, donde se los conocía como Liberi
Muratori, y se asociaron allí por primera vez en en el siglo VIII para
luego expandirse hacia Francia y Alemania, pasando posteriormente a Inglaterra.
De esta asociación o hermandad fueron los constructores de las famosas
catedrales góticas que comenzaron a edificarse 400 años después. En francés
“albañil libre” se dice franc maçon, (en inglés free mason)
término que luego dio origen a la fraternidad denominada francmasonería o,
abreviadamente, masonería.
Los
albañiles medievales obtuvieron privilegios especiales para las obras de
construcción, para proteger las cuales mantenían en secreto sus conocimientos
técnicos y se organizaban en fraternidades herméticas, a las cuales no se podía
acceder sin el padrinazgo de un miembro. Estas hermandades estaban compuestas
de tres categorías de miembros: los maestros, que eran los más antiguos
y conocedores de la profesión; los albañiles y los aprendices.
Estos términos se conservan aun hoy entre los profesionales de la construcción.
A
partir de la llamada Primera Revolución Científica, que se operó en un
lapso aproximado de 200 años, entre 1450 y 1650, es decir, desde el inicio del
Renacimiento en el norte de Italia hasta la fundación de la Royal Academy of
Sciences, en Inglaterra, y su equivalente, la Académie de Sciences, fundada por
orden de Luis XIV en Francia. Esta es también la época de Spinoza, la época en
que Leibniz presentaba su cálculo diferencial, Harvey descubría la circulación
de la sangre, Guericke obtenía electricidad por frotación y fabricaba la
primera bomba de vacío; y es la época en la que Newton formulaba su teoría de
la gravitación universal.
La
divulgación y expansión de los conocimientos tecnológicos acabó con los
secretos profesionales de las fraternidades de albañiles, por lo que
forozamente se produjo su decadencia. Como consecuencia, doscientos años
después a la logias masónicas ya no se las encuentra integradas por albañiles y
constructores sino por intelectuales, profesionales, científicos, políticos,
y... hasta por obispos y prelados luteranos y católicos.
De
modo que así como la época de la construcción de las grandes catedrales y
castillos es la época de nacimiento de la francmasonería medieval, la masonería
moderna nace con la construcción de las nuevas sociedades dotadas de las
libertades civiles propugnadas por el liberalismo. Los liberi muratori
se asociaban para conservar sus conocimientos y habilidades profesionales en el
más estricto secreto y no ser esclavizados por señores y obispos feudales
poderosos. Los francmasones modernos se asociaban para actuar en conjunto
dentro de la sociedad y no ser esclavizados por el poder absoluto de los
déspotas.
En
esa Edad Moderna que vino a destruir gran parte de las creencias y los mitos
románticos medievales es cuando las organizaciones de la antigua masonería van
desapareciendo y comienza la masonería moderna. Boccia llevará a recorrer ese
itinerario partiendo de las organizaciones inglesas y escocesas que fueron
pioneras y que fueron imitadas en el resto de Europa a lo largo del siglo
XVIII, hasta llegar a la península Ibérica y finalmente pasar a América Latina,
a lo largo del siglo XIX, y al Paraguay a finales del mismo.
La
Francmasonería siempre fue una organización conocida por ser desconocida, valga
la paradoja. Pero hay que decir que, aun siendo una sociedad que eleva al
secreto y a la discreción al nivel de compromiso fundamental, su pasado
histórico es conocido, existiendo una literatura abundante y digna de confianza
acerca de ella.
Las
primeras logias masónicas modernas se conformaron sobre la base del secreto, no
solamente por el prurito de mantener la tradición de la francmasonería medieval
sino porque corrían los mismos peligros que sus antecesores, es decir, peligro
de ser copadas, avasalladas o destruidas. Pero el secreto masónico, además de
seguridad, le produjo otra ventaja quizás inesperada: el atractivo que el
hermetismo, el misterio y la exclusividad siempre generaron. A la Masonería se
la suele clasificar entre las llamadas “Sociedades Secretas”; pero es un error
creer que es la única o siquiera la más antigua. Centenares de ellas existieron
desde los tiempos más remotos. Durante la rígida Edad Media los grupos
heréticos a menudo terminaban convertidos en sociedades clandestinas y por
consiguiente, forzosamente secretas.
Pero
así como las sociedades secretas causan curiosidad y atraen, también generan
adversarios y enemigos. A lo largo de su historia las sociedades secretas
siempre reunieron más enemigos que miembros. Pero, ¿por qué? Es evidente que
esta pregunta requeriría quizás otra obra con la extensión de la que hoy
presentamos; aunque, haciendo un gran esfuerzo de síntesis, podría afirmarse
que a lo largo de los últimos siglos es
posible hallar al menos tres fuentes principales de persecusión a los
masones: el absolutismo político, la
lucha por el poder y la falsa identificación del enemigo.
La
moderna Masonería se organizó en Gran Bretaña en el primer tercio del siglo
XVIII, cuando en Europa se fortalecían los grandes reinos e imperios que
llevaron al absolutisto a su máxima expresión. En Inglaterra, por el contrario,
regía la libertad de conciencia y funcionaba el recurso judicial del Hábeas
Corpus. Cuando los británicos comenzaron a expandir la Francmasonería y ayudar
a fundar nuevas logias en Holanda, Francia, Austria, Alemania e Italia, los
regímenes monárquicos absolutistas reaccionaron con lógico temor. Entendieron
que se estaban conformando sociedades impenetrables aun para la policía, lo
cual autománticamente las convertía en peligrosas y, sobre todo, en un pésimo
ejemplo para la población.
Los
primeros grandes enemigos que se ganaron los masones fueron el Papado romano y
las monarquías francesa, española y portuguesa. En los otros lugares la
Francmasonería correría suertes dispares, dependiendo de una multitud de
circunstancias fortuitas. En Prusia, por ejemplo, el “príncipe coronado”
Federico, solicitó su iniciación a escondidas de su terrible padre, Federico
Guillermo. Así pues, cuando ese joven se convirtió en Federico II “El Grande”,
en su imperio los masones gozaron de aprecio y tranquilidad.
Algo
ligeramente diferente sucedía en Viena, donde reinaba María Teresa, enemiga
declarada de la Masonería y persecutora tenaz de la Gran Logia austríaca. Sin
embargo, su marido Francisco I (Duque de Lorena) había sido iniciado mucho
antes de casarse con ella. Y su hija María Antonieta le escribía cartas
rogándole que no permitiera la expansión de la Masonería en Austria. El temor
de María Antonieta estaba justificado porque muchos de los jefes
revolucionarios franceses eran miembros de la Masonería y esta sociedad se
había comprometido particularmente con las ideas liberales, con el
republicanismo y con la revolución. Tanta fue la influencia de las logias en
los revolucionarios franceses que la revolución republicana adoptó como lema
tres principios masónicos: libertad,
igualdad, fraternidad.
La
lista de los grandes personajes del siglo XVIII y XIX que fueron masones es muy
larga. Entre ellos figuran, además de los nombrados anteriormente, gente tan
dispar como los generales Wellington, Lafayette y Washington; los prestigiosos
e influyentes músicos Haydn y Mozart; y también dos famosos charlatanes de gran
éxito: Giácomo Casanova y el conde
Cagliostro (que se atribuía ser fundador de una nueva masonería egipcia). Pero
el que quizás fuera el más famoso de los tres, el
llamado conde de San Germain, aquel personaje que recorría Europa hacia 1750,
haciendo creer que tenía 500 años de edad, que conocía los secretos del antiguo
Egipto y que poseía la piedra filosofal. Éste, sin embargo, realmente nunca fue
masón.
Asimismo,
algunos otros célebres personajes a quienes se suele atribuir haber sido
masones, como John Locke y Voltaire, en realidad no lo fueron. Y en
Latinoamérica también huybo quienes lo fueron y quienes no... Bueno, es eso
precisamente de lo que se van a informar en esta obra.
Algo
que contribuyó a que se generara la idea de que las logias masónicas eran
fundamentalmente conspiradoras fue su vinculación inicial al grupo de Illuminati.
Esta organización fue fundada en Baviera,
en 1776, por un judío converso y teólogo llamado Weishaupt, que ganó
nombradía, pese al escaso número de sus miembros, por haber generado una gran
cantidad de panfletos contra los monarcas absolutos y a favor de la libertad de
conciencia. Weishaupt fue acusado y tuvo que huir, pero su pequeña e inofensiva
organización, gracias a la persecusión que sufrió, ganó una fama que persiste
hasta nuestros días.
En
la medida en que los masones ganaban amigos entre liberales y republicanos,
también encontraban enemigos entre los reaccionarios y conservadores, que no
sabían muy bien qué criticarles y terminaban simplemente hablando mal de ellos
o burlándose, como es el caso de Carlile, aquel protofascista que escribió un
libro apologético sobre el Dr. Francia. Thomas Carlile era un reaccionario
estatista que no simpatizaba con las libertades individuales liberales y que
veía a los masones como enemigos. Escribió una frase que la rescato para Uds.:
“El único secreto de la Masonería es no tener ningún secreto”.
Todo
lo que pudiera servir para destruir una reputación les era atribuido a los
masones. Como se trataba de asociaciones masculinas se decía que eran maricas
que se reunían en secreto para practicar ocultamente sus vicios, que las
reuniones eran orgías y tantas otras calumnias que ya en aquella época eran
eficientes herramientas de difamación. Y esto recuerda asimismo el problema
relacionado con el caso de las mujeres. En las logias británicas no se permitía
la iniciación de mujeres y tenían algunos argumentos para justificarlo, por
ejemplo: que en las fraternidades francmasónicas medievales no había mujeres;
que la presencia femenina en las reuniones distraerían a los hermanos y
crearían disputas entre ellos y, que las mujeres no eran capaces de conservar
secretos.
En
Francia no se consideraba inconveniente la iniciación de las mujeres, cosa que
no debe sorprender. ¿Por qué? Posiblemente porque en Francia las organizaciones
masónicas nacieron revolucionarias y la presencia de la mujer francesa de clase
media en las reuniones conspiraticias se dio desde el principio; las mujeres
participaban de los grupos clandestinos con el mismo entusiasmo y valor que los
varones.
Los
masones llegaron a inquietar tanto a los déspotas europeos que el Papa Clemente
XII decidió darles el golpe de gracia: decretar su excomunión. Pero como no
tenía ningún motivo real para justificar la medida, se hizo eco de todo el
chismerío y de los prejuicios que corrían respecto a los masones y a los cuales
ya me referí anteriormente en forma suscinta. Tengo aquí a la vista el texto de
la segunda bula referida a los masones, del año 1748, recordando que la bula de
proscripción de la Francmasonería se dató diez años antes. De este texto les
voy a leer solamente unos pocos párrafos, a fin de introducirles en el clima de
aquel momento histórico: ...............
Como
ven, el supremo argumento del Papa era simplemente que, como no se sabía qué
hacían los masones en sus reuniones, sin duda debía tratarse de algo muy malo.
Este
valioso libro que A.B. les ofrece hoy no es una obra propagandística. No corre
a favor ni en contra de ninguna institución ni pretende tiznar la reputación de
los protagonistas de nuestra historia. El único compromiso que asumen los
historiadores es perseguir la verdad de los hechos históricos para ponerla al servicio
de las generaciones presentes y futuras.
Este
libro que lanzamos hoy con gran satisfacción, es una investigación personal de
AB.que viene a sumarse a su obra anterior. Y, como bien decía Honoré de Balzac
–un hombre que sí sabía del oficio de escribir libros- un libro hermoso es
una victoria ganada en los campos de batalla del pensamiento humano.
Gustavo
Laterza Rivarola
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