John Tillotson. Archbishop of Canterbury |
No muchas son las referencias que se
conservan de John Tillotson; Montesquieu lo menciona, así como el
caballero de Ramsay en una de sus cartas. Según la Encyclopaedia
britannica, Tillotson (1630-1694) fue deán de la catedral de Saint-Paul
en Londres, antes de convertirse en 1691 en arzobispo de Cantorbéry. En
1675 editó los Principios de la religión natural, de Wilkins. Han
quedado bastantes compilaciones de sus sermones, como Cincuenta sermones
y la regla de fe (1691), Cuatro sermones referentes a la divinidad y a
la encarnación de nuestro bienaventurado salvador (1693) y los Sermones
póstumos (1694).
Una curiosa recopilación de algunos de ellos, titulada
Selección de discursos sobre diversos temas (Select orations on various
subjects), impresa a título póstumo en 1737, contiene el texto que
presentamos a continuación. En él, el autor intenta demostrar que la
Franc-Masonería se enmarca en el ámbito de una hermenéutica tradicional
de la Biblia, con la peculiaridad de poseer un simbolismo tomado de la
arquitectura. Hemos prescindido de ofrecer anotaciones con las
referencias bíblicas del texto, pues son demasiado numerosas y apenas
aclararían el sentido del documento. Parece claro que, para Tillotson,
la Iglesia cristiana es una verdadera Masonería espiritual. Más que un
tratado de apologética, la Masonería según las Escrituras constituye una
defensa cristiana de la Masonería. On Scripture masonry fue publicado
posteriormente en el vol. 74, pp. 89-98, de “Ars Quatuor Coronatorum”,
Londres, 1961, y Patrick Négrier realizó la traducción francesa (Textes
fondateurs de la Tradition maçonnique, 1390-1760, París, Grasset, 1995).
La divinidad y lo sublime de la Masonería tal como aparece en los oráculos sagrados…
Al muy respetable Gran Maestro de la antigua y honorable sociedad de
los masones libres y aceptados, este texto está a él dedicado por el más
humilde y obediente servidor de su señor. El autor.
La Masonería según la Escritura
“Por lo tanto, el Señor, el Ser eterno, dice así: He aquí que yo
fundo en Sión una piedra, piedra de fortaleza, piedra angular, escogida,
sólidamente cimentada… Haré del derecho un cordel, y de la justicia un
nivel” (Is. 28, 16-17).
Habiendo ordenado el edificio del universo en número, peso y medida, y
habiendo echado los cimientos del mundo, Dios nuestro muy sabio maestro
desplegó el cordel sobre sí, y, como dice Job, lo suspendió en el vacío
por (medio) de una misteriosa geometría. Se convirtió así en la imagen
sensible de la Masonería divina, cuyo eterno plan, cuyo modelo
arquetípico, era el objeto de su sabiduría y de su inmenso conocimiento
antes de que el mundo fuera. Todo lo hizo gracias a su Hijo, que le era
fiel en todos los asuntos de su Casa, y distribuyó a sus obreros y
servidores sus tareas y sus pagas. Nada cumplió Dios sin trazado, sin
modelo en su decreto oculto, que secretamente guarda al abrigo de las
miradas humanas. Pues sus caminos son insondables; sus pasos son
ignorados; ¿quién ha comprendido al Espíritu del Señor, o quién ha sido
su consejero? Las huellas de su omnipotente providencia subsisten en el
jardín de la noche; él mismo habita en una luz inaccesible; pasa a
nuestro lado y no le vemos. El masón celestial es un excelente obrero;
pero, ¿quién puede dar cuenta de la manera como engendra, de su nombre o
del nombre de su Hijo? Él, cuyas primeras actuaciones tuvieron lugar
hace tanto tiempo, es invisible como el camino de un águila en el aire,
como la aguja de un reloj de sol (a mediodía), o como la revolución
silenciosa de la gran rueda del mundo, hasta que él alcance el punto
final en que el edificio deberá ser derribado, y su materia dispersada
en la región del infinito.
En Heb., 11, 10, Dios es llamado el constructor de la ciudad y de sus fundaciones.
Se le describe ciñéndose él mismo de fuerza, apoyando un compás sobre
la superficie del abismo, desplegando los cielos como un pabellón, y
afirmando la tierra sobre sus pilares; fijando el número de las
estrellas, llamándolas a todas por sus nombres; construyendo las cámaras
del sur bajo la bóveda del firmamento; pesando las colinas y las
montañas en los platillos de una balanza. Además, dice David, su secreto
no es sino para aquellos que le temen; a ellos mostrará su pacto. Si
obráis con rectitud, ¿no seréis aceptados? dice Dios. En cada nación,
aquel que teme a Dios y obra rectamente es admitido por él. Pero, ¿puede
un hombre hacer salir lo limpio de lo que está sucio? Nadie llega al
ungido, al constructor de la Casa, si el Padre no le conduce hasta su
enviado. Debe ser fiel a la obligación cristiana que ha prometido; debe
observar las reglas particulares de la compañía y de la santa comunión,
(vivir) en el amor fraterno, separado del mundo y sin conformarse a él.
Debe edificarse a sí mismo y edificar a los demás como piedras
vivientes, según el mandamiento de su maestro, en todo lo que es digno
de elogio, y debe esperar a la Jerusalén de lo alto, cuyos muros son de
piedras preciosas, y su pavimento de oro puro.
El Libro de Dios, su voluntad y sus obras son los modelos de la
Masonería sagrada. Está llena de sublimes misterios, no comunicados a
todos. No todos toman parte en el Espíritu de Dios, sólo son hermanos de
la santa liga aquellos que han (recibido) la adopción para poder decir
Abba, Padre. No tengas miedo, pequeño rebaño, dice el ungido, yo te he
escogido y (retirado) del mundo, que no me conoce a mí ni conoce al
Padre; pero yo le conozco, y te lo he mostrado. ¿Puede darse a una
compañía decreto más elevado y venerable que los emblemas y las imágenes
de la comunión, que están colocados tan comprimidos en el volumen del
Espíritu santo como las estrellas que centellean alegremente en la
bóveda del cielo? Somos llamados el edificio de Dios, su obra, su
templo, su morada, a la que ha prometido volver, y ha fijado su
domicilio entre nosotros.
Caín no fue aceptado porque abatió a su hermano. Una lección para
todos los hombres fieles y benévolos: construyó una ciudad que, al no
estar hecha con justicia y virtud, no fue Masonería; la moralidad y la
piedad son tan esenciales a la ciudad como la arquitectura. Los
constructores de Babel fueron dispersados, ya que no poseían ni los
signos de la verdadera Masonería ni el espíritu que la caracteriza.
Nuestros padres antes del diluvio vivían en tiendas, imagen del
tabernáculo de la ley y del deseo de nuestro Señor de erigir su tienda
con nosotros en el Evangelio, y de conducirnos a su Casa sobre el monte
Sión, construida en la roca eterna. La estructura de estas tiendas fue
el primer punto exterior de la Masonería sagrada en ser inventado. San
Pablo, el gran doctor de las naciones, y de esta isla, como insinúa
Clemente, era un fabricante de tiendas, tal como leemos en el libro de
los Hechos. Dios es el Padre de las luces, el autor de todo bien y de
todo don perfecto, y entre otros dones el de la Masonería es un talento
divino. Moisés dice de Betsael en Ex. 25 que Dios el Dios lo llenó de su
Espíritu de sabiduría, de inteligencia, de conocimiento en toda clase
de obras. Noé construyó el arca siguiendo las instrucciones del maestro
celestial. Moisés hizo todo el exterior del edificio (guardando) la Ley
según el modelo (mostrado) en la montaña. Y nosotros asentamos los
mejores cimientos, lo más profundamente, en la humildad, ofreciendo
nuestra habilidad a Dios y a su gloria; así, el alma construye con la
mirada puesta en el cielo, sin (correr el riesgo) de la confusión de una
segunda Babel.
¿Qué decir de los pilares de Seth, de la construcción de Babilonia
por Nemrod, del templo, del trono, de la flota y de los palacios de
Salomón, del complejo de Tamar en el desierto, cuyas asombrosas ruinas
todavía subsisten, del templo de Diana en Éfeso, de las estatuas y las
imágenes de Nabucodonosor y otros, de la reconstrucción del templo por
Ciro y Herodes, de las galerías y los patios del palacio de Assuerus,
que (el libro) de Esther describe ornado de columnas de mármol, y dotado
de capas de oro y de láminas de alabastro incrustadas de esmeraldas?
Todos estos ejemplos de esta sublime ciencia, y otros que (igualmente)
se encuentran en los escritos inspirados, son una (fuente) continua de
elogios para ella, y citarlos todos se convertiría en una fastidiosa
repetición.
Permitidme más bien ilustrar y afinar el proyecto (de esta ciencia)
profundizando en los ejemplos que ofrece la Escritura. Señaladas
sociedades, formadas según los principios de la sabiduría, de la virtud y
de la bondad, que no comunican enteramente su medio de unión, su
misterio específico a nadie más que a sus miembros, son y han sido
siempre una práctica de todos los tiempos y naciones. Dice Dios: he
amado a Jacob, y a Esaú le he odiado, es decir: He aceptado y preferido a
uno antes que a otro. De hecho, Dios hizo de la raza de Abraham una
sociedad elegida, un pueblo particular que debería ser la regla de la
Masonería. David comprendió que no había actuado así con ningún otro
pueblo, y que los paganos no tenían conocimiento de sus leyes. Estas
últimas eran el secreto de la comunidad judía, y estaban asociadas en el
culto judío a símbolos y a signos sensibles. Además, nadie, excepto el
sumo sacerdote una vez al año, podía penetrar en el Santo de los santos;
nadie más que él podía pronunciar el nombre de Dios, estatuir sobre los
leprosos, probar las aguas de los celos, responder por los Urîm y los
Toumîm, y cumplir otras funciones propias. Éstos son secretos
(ignorados) por las naciones. ¿Hubo entre las naciones reyes que
poseyeran estas leyes y esta inteligencia? Y la ley, el culto, el arca,
eran signos exteriores del modo de unirse.
La primera comunicación de Dios al hombre fue una regla particular,
asociada al signo del árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán
fue expulsado del jardín por haber roto su obligación; el arco iris fue
para Noé y su posteridad un signo del nuevo pacto de Dios. La Ley y el
Evangelio son pactos que incluyen obligaciones. Los signos (dados) a
Abraham eran la circuncisión y la aparición de los mensajeros. Los
patriarcas y sus familias formaban una sociedad separada del mundo y
agradable a Dios, que poseía los signos de su palabra y un sacrificio no
comunicado a los paganos, aunque imitado por ellos. La perfección de la
Ley y la obra de santificación fueron hasta entonces en gran medida
exactas.
Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y en
particular en el dominio de la Masonería. Él, Jacob y los demás tenían
visiones y revelaciones, no acordadas al mundo, y sus prosélitos debían
jurar su obligación antes de poder ser aceptados. Buscaban una ciudad
permanente no hecha por mano de hombre, aunque el velo sobre el rostro
de Moisés probaba que existían misterios que todavía no habían sido
revelados. De esta tradición recibieron los paganos sus propia doctrina,
reservada sólo a los iniciados. El Credo era antiguamente una palabra,
una prueba entre dos cristianos destinada a permitir que se reconocieran
en todo lugar. Se le llamó después un símbolo, un signo; otros signos
eran las ceremonias exteriores.
Desde la antigüedad hasta este día no se permite a los catecúmenos
penetrar enseguida en todo lo que concierne al cristianismo; hay todavía
una doctrina oculta en las revelaciones, los profetas y otros libros, y
la primera noción de los escritos apocalípticos no estaba, como tampoco
está, indiferentemente abierta a todos.
En sus instrucciones, san Pablo establece una distinción entre la
leche y el alimento sólido, así como hace una distinción entre los
principios y la perfección. El ungido enseñaba mediante parábolas a un
pequeño número (de discípulos). La Iglesia del ungido es una sociedad de
Masonería espiritual, escogida en el mundo, que se comunica con signos
exteriores y que asiste a misterios. Ella tiene efectos discernibles con
el ojo espiritual, no por el hombre natural. Se le llama casa,
construcción; el ungido es la piedra angular, y los apóstoles los
cimientos. Subsiste gracias a la edificación (de sus miembros), es el
único edificio bien concebido, y éste es todo el trabajo de la vida
cristiana que expresa el término de Masonería. El ungido tenía muchas
cosas que decir a sus discípulos, pero en su tiempo no podían
entenderlas, y nosotros todavía miramos a través de un cristal opaco.
Hay misterios en la Iglesia del ungido, el maestro masón que negó a los
fariseos el signo que otorgó a los apóstoles. Sus instrucciones son
excelentes, tanto en el plano de la moral como en el de la inteligencia
de esta última. De muchos círculos trazados uno dentro de otro, el
último es el más cercano al centro. Igualmente, la grandeza y la vida
pública no son pruebas de beatitud, y el último puede ser el mayor en el
reino de Dios. La firmeza del símbolo de la escuadra nos enseña que la
verdadera sabiduría no debe ser quebrantada; y el nivel (nos enseña) que
el corazón sigue siempre sus inclinaciones sin alcanzar un
enderezamiento, que jamás es igual, y por ello no encontramos aquí abajo
ni reposo completo ni satisfacción.
Una regla que intenta ser justa nos prohibe abandonar nuestra razón
por nuestras pasiones, y (nos obliga) a conservar la regulación
(ejercida) por el juicio. El corte de las rocas con el cincel nos enseña
que el arte y la industria superarán las dificultades. Un ingenio
hidráulico nos enseña que el pecado nos obliga a compensar nuestra labor
con nuestras lágrimas. Una rueda que no mueve a ninguna otra a menos de
ser ella misma movida nos muestra que nuestro propio corazón debería
estar preparado ante los sentimientos que queremos inspirar, y que
deberíamos amar a Dios para poder ser amados. Una pirámide nos muestra
que deberíamos, aunque aparentemente fijados en el suelo, aspirar al
cielo. Una columna nos muestra que los inferiores son el soporte de los
superiores, un templo que estamos dedicados a la virtud y al honor. Un
compás que traza un círculo de un solo trazo muestra que una acción
puede tener consecuencias sin fin, tanto en el bien como en el mal. Y el
hecho de que una columna invertida parezca más grande en su parte
inferior nos enseña que el Espíritu (también reside) en la adversidad y
en la muerte, que las aflicciones deberían animarnos, y que la pérdida
de la vida (debería) recordarnos una gozosa resurrección.
Hay un principio vital emanado de Dios en esas piedras y esos
minerales que son la materia primera de la Masonería. Dios es todo en
todos. Pero así como los ojos de los apóstoles estaban constreñidos a no
poder reconocer a nuestro Señor en su cuerpo espiritual, sólo un
pequeño número es capaz de discernir el fuego interior de la tierra
cuando madura los frutos de este elemento, así como los minerales
utilizados en la construcción y en la vida cotidiana, y que exhala
constantemente un vapor que san Juan comparaba con la hoguera y el humo
del infierno. Oremos para que la voluntad de Dios pueda realizarse sobre
la tierra como en el cielo, que la energía y las potencias de la
naturaleza puedan subsistir gracias a su presencia, con respecto a la
cual David declara que nada podría disimularla. La sal de la tierra
nutre a las piedras, como el maná alimentó a los israelitas en el
desierto. De ahí viene que los adeptos nos enseñen que esta sal es
llamada con el nombre de Dios, ‘eheyeh, Yo soy, que es el autor y la
vida de esta sal, así como ésta lo es de otros seres. San Juan, cuya
Revelación es el programa de la Masonería espiritual, conocía la piedra
blanca, y vio al Hijo de Dios ceñir alrededor de su pecho un cinturón de
oro.
El número 3 aparece de manera señalada en el Libro de Dios para
ilustrar la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu santo; (está) el
cuerpo, el alma y el espíritu; el hebreo, el griego y el latín puestos
encima de la cruz; Santo, santo, santo, dicen los serafines; (está) el
día en que (Jesús) trabaja, aquel en que descansa y aquel en que volverá
a trabajar; Job, Daniel y Noé, los tres profetas que se habrían salvado
juntos; Eliphaz, Sophar y Bildad; Ananías, Azarías y Misaël, Shem, Ham y
Japhet. También los tres hijos de Adán más conocidos, que eran Abel,
Caín y Seth; están además los de Terah, de quienes hemos recibido las
promesas, Haran, Nahor y Abram. En fin, tres ángeles aparecieron; tres
joyas (adornadas) de piedras preciosas se hallaban sobre el pecho de
Aarón; tres letras componen la raíz de cada palabra hebrea; tres veces
al año los judíos debían acercarse a Jerusalén; tres días durante los
cuales Jonás estuvo en la ballena, y el ungido en la tumba. Hay tres
Juanes: el Bautista, el Evangelista, y Marcos, sin contar con que hay
otros Marcos distintos a éste.
Por su parte, el número 7 era el del (día del) sabbat, cuando el
Creador descansó de sus obras; 7 es el número del jubileo, del año de
gracia; los siete ojos de Dios son mencionados, así como los siete
brazos del candelabro del templo; está el libro de los siete sellos, y
siete ángeles, los siete meses (de la construcción) del tabernáculo. El
templo fue construido en siete años. La sabiduría séptuple y la
providencia de Dios se muestran en sus acciones. La Pascua se celebra
siete veces siete días antes (del don de) la Ley. Éste es un ejemplo de
la presencia de los números más perfectos en la Biblia.
Jeremías recibió la orden de construir y de demoler. Fue para
disuadir la impiedad, (el signo) del riesgo de que se construya para ver
a otro habitar, o de que el Señor abandone el edificio a la desolación.
Las piedras del muro gritaron contra la opresión y la injusticia. Es un
estímulo al deber, y (el signo) de que la palabra de Dios es capaz de
construirnos en derechura, y también (el signo) de que probará la obra
de cada hombre mediante el fuego, para demostrar que no se puede poner
cimiento distinto de aquel del cual él mismo es el fundamento, el ungido
salvador. Es un aliento a la caridad, a que seamos edificados juntos
para (convertirnos) en una morada de Dios en el Espíritu, y a que
mantengamos firme la profesión de nuestra fe hasta que la piedra
rechazada por los constructores se haya convertido en cabeza de ángulo.
Es un estimulante para la obediencia (saber) que aquel que ha construido
todas las cosas es Dios.
La palabra masón, que es una de las últimas palabras exotéricas (el
nombre trascendente, el nombre sagrado, es menos conocido y no puede ser
verdaderamente pronunciado más que por los iluminados) viene del
francés maison, que significa casa. Somos la morada del ungido, dice el
apóstol en Heb. 3, 6. El Señor construyó Jerusalén, dice David en el
salmo 147, 2. Ha trazado un camino hacia ella. El ungido es el camino en
Jn. 14, 6. Abre la puerta que introduce; el ungido es la puerta en Mt.
7, 13; y nos regala en su morada con su cuerpo y su sangre los frutos de
la rectitud. No os enorgullezcáis, dice el ungido, de tener a Abram por
Padre, pues Dios es capaz de hacer brotar hijos de Abram de estas
piedras. El ungido es llamado por el apóstol el peñasco espiritual, y la
conversión de nuestros corazones de piedra en corazones de carne es (el
efecto) de su redención, que nos aporta para nuestro arrepentimiento.
(Dice en) Jn. 14, 2: En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Morada
viene de maneo, morar, que sugiere un objetivo a alcanzar cuando se es
miembro de la logia celestial. Muchas iglesias y condiciones
particulares son etapas en el camino que conduce a la casa que ningún
terremoto puede destruir y que ninguna tempestad puede sumergir. Lo que
era de su Padre también era suyo. Todo lo que posee el Padre me
pertenece, dice el ungido; y es como si nuestros bienes también fueran
suyos. En la esperanza de ello, los elegidos, aquellos que son
aceptados, siempre se han lamentado: ¡Desgracia a mí, por residir en
Mechek y habitar entre las tiendas de Kedar!
Por su parte, una temible representación de la logia celestial (Gen.
28, 16) arrancó a Jacob esta exclamación: Esto no es sino una casa de
Dios, y es la puerta del cielo. ¡Álzate! dijo Dios, he puesto ante ti
una puerta abierta que nadie puede cerrar (Ap. 3, 8). La Iglesia es la
Casa de Dios, y está en todas partes. Job la encontró en la tierra,
Ezequías en su lecho de muerte, Jeremías en su celda, Jonás en el mar,
Daniel en la fosa, los tres niños en la hoguera ardiente, Pedro y Pablo
en la prisión, el ladrón en la cruz. El cuerpo, llamado templo del
Espíritu Santo, debe ser reconstruido en la resurrección en vistas a la
adoración durante el reposo eterno. La Iglesia, la Casa de Dios, era
antaño llamada, dice el Doctor Donne, el famoso deán de Saint-Paul,
oratorio (porque se) pedían a la providencia divina las cosas
necesarias. Pues vanos son nuestros esfuerzos sin su asistencia. A menos
que el Señor construya la Casa, los obreros trabajarán en vano, dice
David.
Y Mt. 21, 44: Aquel que caiga sobre esta piedra fracasará, y aquel
sobre el cual caiga, ella le triturará. Aquel que ofenda al ungido, la
piedra sobre la que se apoyó Jacob, será confundido. Y si en el juicio
ella cae sobre el delincuente, su peso le aplastará más fuertemente a
como la piedra de David (aplastó) la frente de Goliath, y le destruirá
incluso más que la tumba.
Así como los lugares santos del templo de Diana fueron preservados,
así nosotros somos un modelo de lo divino. Aunque los cielos de los
cielos no puedan contenerle, se aloja en un corazón contrito. David rezó
para tener un frenillo sobre el umbral de sus labios. El hombre
interior es el lugar santo, el coro, y las bellas cualidades son sus
tesoros y sus ornamentos. El santo de los santos es la conciencia
arrepentida, en la que la fe y la caridad son dos querubines que
recubren la misericordia de las sillas. Aquí está el oráculo divino, el
Dios de quien dan testimonio nuestros espíritus que son sus hijos. Sólo
el gran sacerdote, el salvador, puede entrar aquí y contentarnos.
Aquí se encuentra el arca de la Ley, el maná del perdón y de la
consolación, el candelabro dorado del entendimiento iluminado, los panes
de la rememoración, el velo de la rectitud, con el que el salvador
oculta nuestros defectos; las columnas, los utensilios, las
decoraciones, son la verdad y la justicia, ornamentos de un espíritu
bien dispuesto, que son de gran valor ante los ojos de Dios.
Las elevaciones de este género a partir de la Escritura son
infinitas. No hay un aspecto de la Masonería, desde el porche hasta las
murallas, del umbral y del dintel asperjado contra el mal mensajero,
hasta la cámara elevada donde los apóstoles se reúnen; no hay un
instrumento, desde el hacha que Eliseo ordenó recuperar hasta la plomada
del profeta, ni una figura, desde la línea hasta el círculo de los
cielos, que no estén santificados por una mención expresada en la lengua
de Canaan. Y la referencia a la totalidad de este sistema, en cualquier
sociedad, está autorizada por los muchos paralelos (que se encuentran)
en la tribuna sagrada de la Escritura.
Pero en el momento de la consumación de todas las cosas, la ciudad de
nuestro Dios tiene doce puertas para que los elegidos penetren por el
este, por el oeste, por el norte y por el sur, a fin de residir en el
reino de Dios. La puerta estrecha es el pasaje a lo que se llama
belleza, por el cual entraremos en el corazón (al son de) la alabanza.
Es así que David prefería ser guardián del umbral antes que habitar
en las tiendas de la perversidad. La condición para poder pasar esta
puerta es creer en el salvador; los dos (senderos ascendentes) laterales
son la paciencia y la inocencia; el techo es la caridad. Permaneced
firmes en la fe, dice san Pablo. De aquí viene que la Iglesia tienda a
que la fe sea llamada pilar y fundamento de la verdad. La entrada de
este jardín está guardada por la espada flamígera de la justicia divina.
El muro (del recinto) no puede ser medido más que por la caña del
ángel. Es un secreto para la razón humana. Por siempre está en la cumbre
de las colinas eternas. Aquellos que las frecuentan son justos y
perfectos.
Ser, en virtud de la obligación cristiana, miembros libres de esta
ciudad consiste, como Agustín decía de Roma, en exaltar la arcilla como
si fuera mármol, y en revestirnos de nuestra Casa de lo alto, que en los
cielos es eterna.
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