En la actualidad, cuando se habla de la masonería se tiende a pensar en una sociedad secreta que vela por sus propios intereses particulares, que es anticatólica
y que, desde siempre, ha buscado controlar el poder político para
asegurarse un margen de decisión en el curso de ciertos acontecimientos
históricos, como habría sucedido en la Independencia americana o en la
Revolución francesa. Pero los orígenes de dicha institución nada tienen
que ver con estas ideas.
Los comienzos de la masonería son tan antiguos como confusos. Los
documentos con que contamos para historiar el proceso de surgimiento de
esta institución muchas veces son engañosos, hecho que habría sido
favorecido por los propios masones, para dotar a la institución de
cierto aire de nobleza y de misterio. Los primeros historiadores masones
como George Payne o James Anderson sitúan el comienzo de
la masonería en el origen mismo de los tiempos, con la creación del
primer hombre, Adán, por obra del Gran Arquitecto. Huelga decir que la
influencia del Pentateuco en el núcleo de creencias masónicas (deísmo,
creacionismo, adanismo) es más que evidente, por lo que habría que vincular el origen de la masonería dentro del cristianismo.
Este hecho intentaría ser encubierto más tarde en el siglo XVIII
mediante la quema de muchos de los antiguos escritos masónicos, cuyos
autores habían sido en su mayoría hombres del clero tanto regular como
secular.
Para entender el origen de la masonería hay que entender el
significado de la propia palabra. El término masón procede de la antigua
lengua germana de los francos y venía a significar “tallador” o “cortador” de piedras.
La palabra aparece en torno al siglo XI, y con ella se hacía referencia
a los constructores especializados en la edificación de iglesias y
monasterios. Las investigaciones apuntan a que fue justo a finales de la
Alta Edad Media cuando ese grupo de constructores comenzarían a
organizarse en grupos o cofradías administrativa y económicamente independientes de la influencia de los señores feudales.
Así pues la masonería no sería más que un gremio de arquitectos,
talladores y escultores, una estructura corporativa laica dedicada a
proteger los intereses de sus integrantes.
Así pues el origen de la masonería había que vincularlo al desarrollo del arte gótico y al florecimiento de las ciudades medievales.
Durante los siglo XI y XII se produce en toda Europa en general un
aumento de población, lo que convirtió a las ciudades en centros de
múltiples actividades. Se hizo necesario la ampliación de muchas de
ellas y la construcción de murallas, catedrales, palacios comunales,
ayuntamientos, castillos, sedes episcopales, carreteras y puentes. Pero
llevar adelante cualquiera de estas actividades requería dos cosas
principalmente: mucho dinero y contratar a un grupo de hombres con
saberes cualificados. Las grandes construcciones arquitectónicas siempre han estado al servicio del poder.
Con ello comprobamos que la masonería estaría codo con codo con los
grandes señores feudales desde el origen mismo de su historia como
institución. Pero siempre habían intentado no depender enteramente de
ellos, consiguiendo exenciones fiscales y ventajas económicas. Muchos de
los proyectos constructivos llevados a cabo por la masonería contaron
con el apoyo regio mediante donaciones y privilegios a quienes contaban
con saberes que en aquella época no estaban muy difundidos.
Otro de los factores que hicieron a la masonería un gremio importante e influyente era el hecho de que sus miembros no estaban sujetos a vasallaje.
No debían fidelidad a ningún señor, y no estaban sujetos a la tierra,
por lo que podían constituir congregaciones itinerantes de trabajadores
que se desplazaban de ciudad en ciudad según el encargo que recibieran.
Por ello, muchos señores feudales y también los gremios de las ciudades
procuraban garantizar condiciones favorables para estos gremios de
constructores. No hay que olvidar que las grandes construcciones (los
ayuntamientos, las catedrales, las murallas) constituían los símbolos
del poder de cada ciudad. La clase burguesa emergente, queriendo tomar
las riendas de su destino, deseaban también librarse de la tutela
señorial propia del sistema feudal, y por ello se constituían en comunas
urbanas. Todos querían asegurarse los servicios de estos constructores
masones. El celo con que guardaban en secreto sus saberes constructivos
se convirtió así en unas de las claves de su fuerza, pues se convertían
en un grupo exclusivo al que había que satisfacer sus exigencias si
querías contar con sus servicios.
Ese trato de favor impulsaría el propio desarrollo de la masonería
como institución, haciendo de ella un grupo al que muchos querían entrar
a formar parte, aumentando así su fuerza y su número de adeptos. Como
ya hemos visto, los miembros de los gremios de constructores no debían
muchas veces obediencia ni a señores feudales ni a la Iglesia. La
independencia de la masonería respecto al poder político y religioso
también hace que este grupo se le empezara a ver como una amenaza.
El investigador Miguel Martín-Albo alega que el hecho de permitir el
libre funcionamiento de la masonería siempre ha significado un indicio
de estabilidad y de fuerza de los gobiernos, mientras que su persecución
constituye una manifestación de debilidad.
En cuanto a su estructura interna, la masonería, como todo gremio
medieval, contaba con una serie de rangos con que categorizaba a sus
miembros: los aprendices, los compañeros y los maestros. El
periodo de aprendizaje para poder entrar a formar parte de la masonería
era de aproximadamente siete años, periodo durante el cual había que
mostrar una serie de cualidades no solo prácticas, sino también éticas.
La masonería contaba con una serie de códigos morales por las que se
evaluaban a sus miembros. En El Libro de las Constituciones
de James Anderson puede verse que el referente constante para promover
las ideas de fraternidad y bondad es la Biblia, pero también están
mezcladas con múltiples controversias espirituales (como el gnosticismo o
el montanismo): por otro lado la influencia filosófica más marcada es
la de Leibniz y su teoría de las mónadas. Ideológicamente podemos alegar
que la masonería sería, a grandes rasgos una pseudo-religión monista, deísta y espiritualista.
Sus creencias, aunque en muchos puntos estén sacadas o inspiradas de la
doctrina católica, son tergiversaciones de las mismas, por lo que la
Iglesia de Roma no verá con buenos ojos el desarrollo de la institución,
que amenaza con tergiversar los verdaderos dogmas.
Por último, hay que destacar que con el paso del tiempo, esa corporación
de constructores empezará a incluir dentro de sí a miembros que no son
propiamente arquitectos ni que se dedican al mundo de la construcción.
Serán los llamados masones libres, casi siempre hombres de profesiones liberales (juristas, médicos, científicos).
Se iniciará así un proceso en el que la masonería operativa (la
dedicada exclusivamente a labores de construcción) se irá transformando
en una masonería especulativa, en la que sus miembros forman parte de
múltiples profesiones, pero que siguen conformando un grupo compacto que
busca sus propios intereses, casi siempre económicos, aunque poco a
poco se irá desplazando hacia la esfera política.
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