
En el mes de marzo del año 415, en plena Cuaresma, un
crimen sacudió la ciudad de Alejandría: una muchedumbre vociferante atacó a la
respetada y sabia Hipatia, la mató y se ensañó con sus restos. Los asesinos
formaban parte de «una multitud de creyentes en Dios», que «buscaron a la mujer
pagana que había entretenido a la gente de la ciudad y al prefecto con sus
encantamientos». Así habla de la filósofa –como de una bruja– la crónica de Juan,
obispo de Nikiu, una diócesis del delta del Nilo. Escrita casi tres siglos
después del asesinato de Hipatia, es el texto que ofrece más detalles sobre su
muerte, y también muestra una clara animadversión hacia la estudiosa, cuyas
hechicerías habrían justificado su atroz final. Pero ¿quién fue en realidad
Hipatia y por qué murió?
Para responder a esta pregunta debemos trasladarnos a la
Alejandría de comienzos del siglo V. Por entonces, la espléndida metrópoli
fundada por Alejandro Magno, famosa por su Museo (un extraordinario centro
científico), su enorme Biblioteca y sus grandes templos, aún mantenía una
considerable población y era la capital de Egipto. Como ciudad del Imperio
romano de Oriente, la gobernaba un prefecto enviado por el emperador de
Constantinopla; pero, de modo no oficial, gran parte de su gente obedecía los
dictados de su obispo y patriarca, quien velaba por la fe y la ortodoxia de la
comunidad cristiana.
Desde que el emperador Teodosio I había proclamado el
cristianismo como religión única del Imperio, el poder eclesiástico se había
instalado en las ciudades e iba asfixiando los reductos del paganismo. Y
actuaba con una intolerancia feroz, no sólo contra los adeptos a los antiguos
cultos, sino contra los disidentes de todo tipo, ya fueran herejes o judíos,
muy numerosos en Alejandría. En esta ciudad, tanto el clero como los monjes de
los desiertos vecinos y los llamados parabolanos –unos servidores de la Iglesia
que también actuaban como sus guardias– seguían los dictados del obispo, y en
momentos de conflicto no vacilaban en promover violentos disturbios para
demostrar su fuerza, destruir los templos de los infieles y acallar sus voces.
Fue así como, instigados por el obispo Teófilo, estos
fanáticos causaron grandes destrozos en diversos santuarios paganos, y en el año
391 saquearon e incendiaron el famoso Serapeo y su espléndida biblioteca. El
templo de Serapis, un emblema glorioso de la ciudad durante siglos, fue
convertido en iglesia cristiana, al igual que el Cesareo, un antiguo
templo dedicado al culto del emperador. Quienes se negaban a convertirse a la
fe dominante sufrían el asedio cristiano. Resultaban vanos sus intentos de
apelar en su socorro a la corte imperial de Constantinopla, carcomida por las
intrigas e impotente para frenar los tumultos de la masa fanática.
En este contexto se sitúa el martirio de Hipatia. Su
muerte resonó como una campanada fúnebre en el ocaso de Alejandría, el antiguo
centro de la ciencia, la cultura y el arte helenísticos. Tanto los truculentos
detalles del crimen como la manifiesta impunidad de los asesinos han hecho de
la muerte de Hipatia un escándalo histórico memorable. Los testimonios
conservados sobre la figura de Hipatia y su siniestro final proceden de dos
historiadores eclesiásticos, Filostorgio y Sócrates el Escolástico, que
escribieron unos veinte años después del crimen y no ocultan su reprobación
ante lo espantoso de aquel acto fanático. También del neoplatónico Damascio de
Damasco, que escribió medio siglo más tarde, recogiendo ecos y datos de tan
escandaloso suceso, y del obispo Juan de Nikiu, mucho más tardío.
¿Quién era Hipatia?
Todos coinciden en destacar que Hipatia sobresalió como
estudiosa de las ciencias y la filosofía, materias a las que se dedicó desde
joven. Era hija de Teón, un ilustre matemático del Museo y astrónomo notable.
Hipatia, pues, era una digna heredera de la gran tradición científica del
Museo, pero a la vez se convirtió en una renombrada profesora que daba
lecciones públicas sobre las ideas de Platón, y seguramente de Aristóteles,
atrayendo numeroso público. Esto lo sabemos también por las cartas muy
afectuosas que escribió uno de sus más fieles discípulos, Sinesio de Cirene. En
algunas pide consejo a su «queridísima maestra», y en otras habla de ella a sus
amigos con afecto y admiración. Incluso se promete a sí mismo que recordará a
Hipatia en el Hades, esto es, en el Más Allá.
Hipatia, pues, formaba parte de la élite pagana fiel a
sus antiguas ideas y creencias, y velaba por el legado clásico en un ambiente
que se iba volviendo más y más hostil hacia la herencia ilustrada del helenismo.
Respecto del saber de Hipatia, Sócrates el Escolástico escribe: «Llegó a tal
grado de cultura que superó a todos los filósofos contemporáneos, heredó la
escuela platónica que había sido renovada en tiempos de Plotino, y explicaba
todas las ciencias filosóficas a quienes lo deseaban. Por eso quienes deseaban
pensar de modo filosófico acudían hacia ella de todas partes». Es interesante
esa mención de que «heredó la escuela», es decir, la enseñanza de la doctrina
platónica renovada por el filósofo Plotino, que nosotros conocemos como
neoplatonismo.
Por otra parte, tanto Filostorgio como Damascio señalan
que Hipatia aventajó a su padre en saber, en astronomía y en su dedicación a la
filosofía. Dice Filostorgio: «Aprendió de su padre las ciencias matemáticas,
pero resultó mucho mejor que el maestro, sobre todo en el arte de la
observación de los astros».
Y Damascio: «De naturaleza más noble que su padre, no se contentó con el saber que viene a través de las ciencias matemáticas a las que él la había introducido, sino que, no sin altura de espíritu, se dedicó también a las otras enseñanzas filosóficas». Es decir, Hipatia siguió las enseñanzas del padre matemático, pero fue más allá en sus estudios de los movimientos de los astros y, sobre todo, al ampliar el horizonte de sus investigaciones desde la ciencia hacia la filosofía. Eso la hizo famosa y atrajo hacia ella a muchos oyentes y discípulos.
Y Damascio: «De naturaleza más noble que su padre, no se contentó con el saber que viene a través de las ciencias matemáticas a las que él la había introducido, sino que, no sin altura de espíritu, se dedicó también a las otras enseñanzas filosóficas». Es decir, Hipatia siguió las enseñanzas del padre matemático, pero fue más allá en sus estudios de los movimientos de los astros y, sobre todo, al ampliar el horizonte de sus investigaciones desde la ciencia hacia la filosofía. Eso la hizo famosa y atrajo hacia ella a muchos oyentes y discípulos.
Damascio continúa: «Puesto que era así la naturaleza de
Hipatia, es decir, tan atractiva y dialéctica en sus discursos, dispuesta y
política en sus actuaciones, el resto de la ciudad con buen criterio la amaba y
la obsequiaba generosamente, y los notables, cada vez que hacían frente a
muchas cuestiones públicas, solían aproximarse a ella [...] Si bien el estado
real de la filosofía estaba ya en una completa ruina, su nombre parecía ser
magnífico y digno de admiración para aquellos que administraban los asuntos más
importantes del gobierno». Hipatia, pues, era una figura extraordinaria: mujer,
pagana y sabia, influyente y con numerosos discípulos, muy admirada en la
ciudad. Todo esto hizo que su eliminación por parte de cristianos fanáticos
tuviera un carácter ejemplar.
Un móvil
El siniestro suceso ocurrió en el año 415, y fue
oscuramente instigado por el obispo Cirilo, sucesor y sobrino de aquel
patriarca Teófilo que había impulsado a las masas devotas a destruir el
Serapeo. Como su tío, Cirilo era un patriarca con mucho poder, intrigante y
taimado. Sin embargo, tras su muerte no tardaría en ser santificado por sus
servicios y méritos. No sabemos bien qué desencadenó la furia de Cirilo contra
Hipatia, quien ni siquiera era una intelectual combativa y hostil al
cristianismo. De hecho, tenía discípulos cristianos como aquel Sinesio que le
escribió tantas cartas y que llegó a ser obispo de Tolemaida.
Damascio ofrece una acusación clara contra el
patriarca y explica las causas de su hostilidad hacia la filósofa: «Ocurrió un
día que Cirilo, obispo del grupo opuesto, pasaba por delante de casa de Hipatia
y vio una gran multitud de gente y de caballos a su puerta. Había quienes
llegaban, quienes se marchaban y quienes esperaban. Cuando Cirilo preguntó por
el significado de aquella reunión y los motivos del revuelo, sus criados le
explicaron que era la casa de la filósofa Hipatia y que ella estaba
saludándoles. Cuando Cirilo oyó esto le entró tal ataque de envidia que inmediatamente
empezó a conspirar su asesinato de la manera más detestable». La envidia, pues,
habría sido el desencadenante de los hechos.
Pero queda otro motivo que pudo influir en la inquina del
obispo: las buenas relaciones de Hipatia con Orestes, el prefecto de la ciudad,
que años antes había sido objeto de otro ataque callejero de los mismos
fanáticos, uno de los cuales lo había herido en la cabeza con una piedra. El
agresor, un monje llamado Amonio, fue sometido a tortura y falleció, tras lo
cual Cirilo depositó sus restos en una iglesia y le rindió el culto que se daba
a los mártires. Las relaciones entre el poder eclesiástico y el poder civil se
habían tensado hasta el extremo, e Hipatia reunía la doble condición de pagana
y próxima a Orestes, lo que no podía menos que concitar el odio del patriarca.
Cuando Damascio califica a Cirilo de «obispo del grupo opuesto» quizá tenga en
mente a quienes se enfrentaban a él, con Orestes e Hipatia como cabezas
visibles.
El asesinato
La filósofa murió durante el cuarto año del obispado de
Cirilo. Una turba de monjes venidos de los yermos próximos o de parabolanos
rodeó en pleno día a Hipatia en la misma puerta de su casa. La arrastraron a
golpes hasta el interior de una iglesia, y allí la desnudaron y la descuartizaron,
desgarrando sus carnes con conchas y tejas, y después de muerta quemaron sus
restos en una hoguera para borrar su recuerdo. La brutal escena semejaba un
sacrificio humano en un ritual de inaudita ferocidad, como si inmolaran una
víctima a un dios bárbaro. Anotemos de paso que, ya que era una famosa
profesora unos veinte años antes, Hipatia no murió tan joven como creían
algunos pintores románticos, imaginándola como una bellísima muchacha desnuda y
sacrificada en un altar por los furiosos monjes. Debía tener cincuenta años o
más cuando fue tan cruelmente asesinada.
Fuente: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/hipatia-la-cientifica-de-alejandria-2_9797/1
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