“Después de todo, las
cosas terrenas subsisten gracias a la Hermosura absoluta, que contienen dentro
de su condición natural. Por la materia podemos elevarnos hasta los arquetipos
inmateriales”
Dionisio Areopagita
Visionarios o dementes
Emmanuel Swedenborg
(1688-1772) fue uno de esos hombres, como Jacob Boehme o William Blake, a los
que se suele considerar “visionarios”. Fueron hombres que accedieron a un
conocimiento directo de realidades de orden trascendente; realidades que en
condiciones ordinarias están veladas para la mayoría de los humanos.
En lo personal no nos
parece casual que, debido al carácter individualista de sus experiencias
visionarias, en sus visiones sea posible reconocer profundas intuiciones y
sabias enseñanzas junto a gran cantidad de elementos subjetivosque hacen pensar
en una contaminación, nada trascendente, de los contenidos de las visiones;
contenidos a los cuales, sin embargo, sus autores presentan como dotados de la
fuerza inexorable de la verdad.
Swedenborg en
particular fue menospreciado en su tiempo por Kant y otros referentes de la
racionalidad de época, pero también suscitó adhesiones incondicionales al punto
de dar lugar a la creación de una iglesia “Swedenborgiana” inspirada en sus
enseñanzas. Sus visiones consisten en relatos de tipo descriptivo, muchas veces
de tono anecdótico, acerca de la estructura del cielo, los ángeles y la
relación de éstos con la naturaleza terrena y los hombres.
No vamos a discutir la
validez de las visiones de Swedenborg porque pensamos que, si bien no carecen
de interés, deben ser tomadas con cierta reserva y hablar de su legitimidad
requeriría entrar en extensas consideraciones que están más allá de nuestras
intenciones. En su favor sólo diremos que no nos parecen inmediatamente
desechables como sí nos sucede con otras supuestas “visiones”. Pseudo visiones,
como las de Mme. Blavatsky y Leadbeter, cuya vulgaridad de estructura y
contenido las delata y que apenas se las examina un poco demuestran ser una
desordenada mezcla de fantasías subjetivas con fragmentos de enseñanzas
auténticas recogidas de diversas fuentes y mal integradas entre sí.
En el caso de
Swedenborg, sea cual sea la verdad y el alcance que se quiera reconocer a su
experiencia visionaria, lo que nos interesa en su obra no es el contenido
específico de sus visiones sino el hecho de que, a diferencia de otros
visionarios y místicos, Swedenborg tenía una clara conciencia teórica, podría
decirse, del fundamento de sus visiones. Esa conciencia teórica se manifiesta
en la referencia constante en su obra a la ciencia de las correspondencias.
Antiguo saber metafísico-cosmológico inherente a la humanidad como tal pero
perdido en el curso del progresivo alejamiento del hombre respecto de su raíz y
centro espiritual originario.
La teoría de las
correspondencias
La noción más general
que puede darse de la teoría de las correspondencias podría enunciarse diciendo
que todo en el orden natural y humano tiene una correspondencia con el orden
espiritual. Y esto es válido tanto para la naturaleza y la humanidad
consideradas en su conjunto como para cada cosa natural y humana considerada en
su realidad singular.
Así no sólo el cosmos y
la humanidad encierran detrás de su apariencia visible un significado de
carácter metafísico, sino que cada cosa, sea animal, planta, mineral o asunto
humano, tiene un sentido interior y espiritual que coexiste con su realidad
externa. Y la correspondencia entre ambos órdenes de realidad, el exterior o
mundano y el interior o espiritual, se establece por una relación de analogía.
Swedenborg aclara que
este conocimiento de las correspondencias no es una creación ni un hallazgo
personal suyo sino que se trata de una ciencia hoy totalmente perdida pero que
estaba plenamente viva en las antiguas culturas del Asia, en Egipto, Arabia y
otras. En el caso particular de Grecia ese conocimiento a medida que su sentido
se oscurecía habría pasado a formar parte de los mitos. Mientras que en el
mundo judeocristiano esa ciencia está todavía hoy implícita, aunque olvidada,
en la liturgia y los símbolos de culto de ambas tradiciones.
De acuerdo a dicha
ciencia los fenómenos y elementos naturales como el cielo y las nubes, el sol y
la luna, los animales, las plantas y las flores; así como los símbolos humanos
explícitamente reconocidos como tales, como los símbolos religiosos y poéticos;
o bien las realidades cotidianas cuyo sentido interno habitualmente se
desconoce, como el sueño, el alimento y las relaciones conyugales; todo ello
tiene su correspondiente significado espiritual.
Implicaciones
Una implicación
importante de la teoría de las correspondencias es que desde su perspectiva el
mundo deviene símbolo. Y por lo mismo, si bien hay algunos símbolos
privilegiados en cuanto a su capacidad para evocar realidades espirituales como
los de la simbólica religiosa por ejemplo, todo en este mundo es soporte de
alguna correspondencia con realidades de orden metafísico y por lo tanto es
apto para simbolizar dichas realidades.
Es evidente que esta
concepción de los símbolos se sitúa en las antípodas de las teorías que reducen
el símbolo a no ser sino el resultado de una convención o proceso cultural.
Aunque resulte molesto a la mentalidad moderna y contradiga sus prejuicios
dominantes, es necesario decir, siguiendo a Swedenborg, que el símbolo tiene
una relación ontológica con aquello que simboliza analógicamente. Y es de esa correspondencia
analógica y ontológica entre el símbolo exterior y lo simbolizado interior de
donde deriva la eficacia del primero como soporte para la comprensión del
segundo.
Si bien Swedenborg no
se extendió, que sepamos, en el análisis de las implicaciones filosóficas de
esa correspondencia ontológica entre el símbolo y las realidades trascendentes,
es claro que la misma no podría concebirse a menos que se considere al Ser como
intelecto y significación. La teoría de las correspondencias presupone una ontología
del sentido de resonancias neoplatónicas y herméticas. Así, en el seno de lo
inteligible universal, las cosas son algo más que estructuras empíricas: son signos
inscriptos en un orden jerárquico que va desde lo más nimio del mundo terrestre
a lo más alto del mundo espiritual. A nuestro juicio es a esa ontología y
cosmología de esencia intelectual a la que alude Swedenborg cuando dice que “en
los Cielos (que en su discurso representa un estado del ser) el aspecto de
todas las cosas está en estricta relación con la inteligencia“. O cuando define
la “luz” celestial como “divina sabiduría y divina inteligencia.
Una aplicación
interesante que hace Swedenborg de la teoría de las correspondencias es la
explicación de la eficacia de los ritos sagrados. Si los ritos religiosos e
iniciáticos sirven de soporte y puente para una toma de contacto con un mundo
espiritual que trasciende a la realidad mundana, es porque sus elementos se corresponden
por analogía con realidades de orden superior. Así los movimientos corporales,
los gestos, las palabras y los objetos implicados en el rito, y por supuesto el
templo o lugar de realización del mismo, replican analógicamente a realidades
de carácter trascendente que habitualmente están veladas por la opacidad misma
de las cosas de éste mundo; mundo cuyo significado interior ya no nos es
inmediatamente perceptible. En este sentido el rito, a partir de las
correspondencias que lo sustentan, restituye la relación consciente con los
niveles superiores de la realidad y del ser.
Otra aplicación que
extrae Swedenborg de la teoría es el esclarecimiento del sentido de la
idolatría. La idolatría sería, desde este punto de vista, un resultado directo
del olvido o incomprensión de las correspondencias. Así los símbolos sagrados
cuyo significado interior correspondiente se ha perdido pasarían a constituir
objetos de adoración en sí mismos. Y siguiendo el razonamiento podríamos decir
que el fenómeno inverso de la idolatría, la iconoclastia, supone también el
mismo olvido. Pues si bien la prohibición de adoración de íconos tiene en
algunas culturas un valor correctivo de las deformaciones de la idolatría,
también puede implicar una negación de las correspondencias subyacentes a los
íconos; correspondencias que de ser conscientes harían de dichos íconos no
objetos de adoración por ellos mismos sino puentes hacia la dimensión
trascendente que simbolizan.
Apertura del ojo
interior
La mayoría de los
ejemplos que da Swedenborg para ilustrar la teoría de las correspondencias
pertenecen al acervo simbólico de las culturas judeocristianas y griega
antigua, tal como era de esperarse de un europeo culto del siglo XVIII. El mito
de Pegaso, la significación del cordero pascual y diversos relatos de las
escrituras, como el Génesis y el Apocalipsis, son interpretados por Swedenborg
a la luz del conocimiento de las correspondencias. Los casos de
correspondencias específicas mencionados en su obra son muchos y de diversa
índole: el sol terrestre con sus dos cualidades de luz y calor como análogo al
sol espiritual en sus dos aspectos de inteligencia y amor; diferentes animales
como expresión de cualidades interiores tal como la astucia en el zorro o la
inocencia en las ovejas; el espacio físico como correlato de un espacio interno
en el cual los desplazamientos responden a cambios cualitativos en la condición
espiritual de los seres, al igual que el tiempo terrestre cuyo correspondiente
espiritual carece de cronología y responde a cambios de estado completamente
interiores; Etc.
Sería un error, nos
parece, pensar en dichas correspondencias como si se tratase de un código fijo
de equivalencias que tuviéramos que aceptar como verdad revelada. Es poco lo
que, hoy por hoy, las correspondencias explicitadas por Swedenborg pueden
enseñarnos si se las considera como uncorpus de saber dogmatizado en lugar de
tomarlas como punto de partida de una nueva toma de conciencia de la realidad.
Pues, a pesar del tono autoritativo que Swedenborg asume en muchísimos pasajes
de su obra, la analogía -aún no siendo arbitraria sino ontológicamente fundada-
es abierta; y lo es por consistir en una correspondencia de carácter
intelectual capaz de involucrar indefinidos matices y niveles de profundidad.
En ese sentido la
teoría de las correspondencias abre un interesante camino de investigación para
quienes se sensibilizan hacia sus resonancias internas. Pues una vez reconocida
la intuición de fondo que da vida a las nociones de correspondencia y analogía,
pueden reconocerse tales correspondencias en muchos símbolos naturales y
humanos alrededor de nosotros.
Vigencia del mensaje
Las ideas de Swedenborg
eran probablemente mucho más impactantes e inesperadas en su tiempo que en el
nuestro, ya que hoy estamos acostumbrados a una suerte de todo vale intelectual
por el cual nada nos sorprende. Pero no por eso sigue siendo menos imperiosa la
necesidad espiritual que lo llevó a plasmar sus visiones y conocimientos por
escrito.
Pues la nuestra es una
cultura que ha perdido el lazo consciente con las realidades de orden
metafísico que la fundan y la rodean por todas partes. Ya sea por un racionalismo
materialista que lleva a negar dichas realidades, ya por una actitud pseudo
espiritual que las reduce a unas versiones cómodas y banales bien adaptadas al
consumismo individualista actual.
Creemos que una cultura
que no tiene un claro sentido escatológico de la vida humana no puede menos que
precipitarse en la desesperación o la estupidez. Así, la banalidad, la
violencia y la duplicidad ética e ideológica que reinan hoy en todas partes,
demuestran la vigencia del llamado de Swedenborg en favor de una verdadera
espiritualización del mundo, más allá del crédito que se quiera dar a los
aspectos más descriptivos de sus visiones.
Máximo Lameiro
Domingo de Pascua de
2006
Swedenborg.es
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