Los templos de la Gran Logia de Madrid están a quinientos metros del
Santiago Bernabéu. El recogimiento, el silencio y la luz tenue, frente
al ruido, los focos y el insulto al árbitro que no pita penalti. Un par
de símbolos, dos columnas de piedra y una puerta de acero rompen el
paisaje. Sus vecinos, un salón de belleza y un instituto dermatológico.
El siglo XXI frente al XVIII –cuando nació la masonería– pared con
pared.
Al abrir la puerta de la Logia aparece otra, tan hermética
como la primera. “Lo hicimos así porque todavía sufrimos ataques”,
relata un hermano masón que hace de cicerone. “Una vez intentaron entrar
a hachazos para profanar los templos”.
La francmasonería sigue siendo un misterio para la mayoría. Todavía
colea la coletilla que utilizaba Franco, la conspiración “judeo
masónica”. El exterminio que ordenó el régimen casi deja a España
huérfana de templos y esa desconfianza perdura en el ciudadano. Los más
de 170 diputados masones que hubo en el Congreso durante la II República
son tan sólo un recuerdo borroso; tan empañado que casi parece
incierto.
La Gran Logia está de fiesta. Esta semana han vuelto a
la isla de La Palma. Lo han celebrado con un desfile masónico, primera
vez que ocurre en democracia. El año que viene los ritos cumplirán
trescientos años. Pero, ¿qué hacen los masones en el templo? ¿Qué
buscan? ¿Cuál es su objetivo? ¿La francmasonería es una religión? ¿Por
qué Franco quiso acabar con ella? ¿Cuál es su secreto?
Al atravesar la entrada de la Logia aparece un salón de sillones
mullidos y acolchados. Los apoyabrazos son tan anchos como británicos.
La estancia, casi un club inglés. Adolfo, Manuel, Jesús y Miguel se
sientan en torno a una mesa. No les importa contar su experiencia. La
tertulia empieza como la de una reunión de alcohólicos anónimos: “Hola,
soy Adolfo y soy masón”.
Pertenecen al 23% –datos de un barómetro
interno– de los miembros de la Gran Logia de España que dicen vivir su
condición de forma totalmente abierta. Un 61% también se descubre, pero
sólo a personas elegidas cuidadosamente. Además, un 66% de los hermanos
percibe en la sociedad expresiones generalizadas de aversión hacia la
masonería.
El exterminio de Franco
En este punto, aparece
Francisco Franco. En 1936, el bando sublevado ordenó la aniquilación de
los francmasones. Tres años más tarde, terminada la Guerra, el régimen
creó tribunales especiales con el único objetivo de eliminar la
institución. La cacería fue tal que el franquismo acumuló 80.000 fichas
acusatorias, cuando en España no había más de 5.000 masones.
¿Por
qué odió Franco la masonería? Un hermano relata que el general, cuando
vivió en Larache, intentó formar parte de una Logia. Se le denegó el
acceso en un par de ocasiones. “Esto no se ha comprobado con certeza,
pero hay testigos oculares que así lo relataron y, por otro lado, los
papeles de la orden de Larache se destruyeron. Un poco raro, ¿no
crees?”.
¿Ustedes perciben el odio de la sociedad? “No de forma directa”,
explica uno. “Viene de sectores muy concretos. En realidad, lo que
notamos es que la sociedad no se moviliza ante ese odio. Se mantiene al
margen porque desconoce qué es la masonería”, añade otro. “Sí, es más
por ignorancia que por discriminación”.
Una de las estampas que
mejor dibuja el escepticismo del ciudadano respecto a la masonería es la
comparación entre España y Estados Unidos. “En Norteamérica, quien
pertenece a una Logia lo pone en el currículum porque es símbolo de
honestidad. Aquí estamos a años luz de eso. Quizá tenga que ver con que
muchos de sus presidentes hayan sido masones”, resumen. También salen
otros nombres que pertenecieron a esta orden de origen ancestral:
Mozart, Chaves Nogales, Azaña, Franklin, Napoleón, Churchill…
"Aquí no hacemos proselitismo"
“Puedes
preguntar lo que quieras”, coinciden los cuatro. Sentados con una mesa
en medio y mirando a la cámara, no ponen pegas a la conversación. Los
masones responden, pero no se publicitan. Quizá de ahí el
desconocimiento generalizado. “Es verdad, a diferencia de otras
instituciones, no hacemos proselitismo. Aquí viene el que quiere y se le
atiende, pero no llamamos a la puerta”.
¿Por qué se hicieron
masones? Como respuesta, una contradicción. Las explicaciones son tan
diferentes como similares. Todos ellos mencionan en repetidas ocasiones
“la búsqueda interior”, pero cada uno tomó la decisión en base a
distintas circunstancias vitales.
Adolfo habla de la “necesidad de encontrar valores que le permitan
vivir con dignidad y huir de la uniformización”. Manuel se atiene al
“enriquecimiento que supone caminar en una búsqueda permanente”. Jesús
se refiere al “hallazgo de la identidad” y Miguel, arquitecto, revela
que se vio atraído por la gran cantidad de símbolos masónicos, presentes
en muchas construcciones de renombre.
Los cuatro se definen de
forma abstracta y reposada. Con un chascarrillo podría describirse al
masón como aquel que frena cuando ve el semáforo en ámbar. “Es verdad
–bromea uno de ellos– desde que entré, conduzco más despacio”. Con la
Constitución en la mano, se podría recitar: “La francmasonería tiene su
fundamento esencial en la fe en un poder supremo expresado bajo el
nombre de Gran Arquitecto del Universo. Sus principios se resumen en dos
máximas: conócete y ama a tu prójimo como a ti mismo (…) Tiene como
objetivo el perfeccionamiento moral de la humanidad”.
"No es un sustitutivo de la religión"
¿Es
un sustitutivo de la religión? “No”, responden casi al unísono. Cada
uno puede ponerle el nombre que quiera a ese “gran arquitecto del
universo”. De hecho, a tenor del barómetro de la Logia un 34% se define
como cristiano, un 14% se considera católico romano y un 35% dice ser
espiritual, sin adscribirse a ninguna religión en concreto. También los
hay budistas o musulmanes, aunque en porcentajes residuales.
¿Se trata de un movimiento político? “Tampoco”. En los ritos se
impone a los miembros el respeto a las opiniones ajenas y se les prohíbe
toda discusión política o religiosa a fin de constituir un “centro
permanente de unión fraternal”.
Preguntar a un masón con tiempo limitado es arduo, una especie de
‘rascar’ muy poco a poco. “Es como si le pides a un cura que explique
por qué cree en Dios en cinco minutos”.
Los masones miran
distinto, pero son parte de la sociedad y no se reúnen de forma
endogámica. Participan en los ritos una o dos veces al mes. Según el
CIS, tan sólo el 1% de los españoles cree que la crisis de valores es
el problema más grave, frente al 14% de los masones, que lo equiparan al
paro o la corrupción.
Sus aficiones están en las antípodas de las del ciudadano corriente.
Como muestra, un botón: el 42% de los hermanos asegura haber leído el
Quijote de cabo a rabo.
La cámara de reflexión
Si no se trata de una religión ni de
un movimiento político, ¿en qué consiste un rito? Con el objeto de
desmitificar la oscuridad con la que se ha venido rodeando la masonería,
los cuatro deciden afrontar parte de esta conversación visitando los
templos.
Al bajar las escaleras, una habitación de paredes blancas
con un par de máquinas de Coca-Cola, varias mesas y decenas de sillas.
“Aquí se terminan los ritos con un ágape”. ¿Qué significa eso
exactamente? “Cenamos todos juntos de un modo especial. Cada hermano
aporta una plancha –una especie de documento– que le sirve como guía
para exponer un discurso acerca de un tema concreto. Los demás escuchan y
luego completan con otras intervenciones. Eso sí, desde el respeto y
sin caer en la crítica”.
En el hueco de la escalera se encuentra la cámara de reflexión, que
no se enseña a las visitas. Es una habitación oscura, antiguamente
situada bajo tierra, en la que los futuros aprendices afrontan una
prueba: enfrentarse a sí mismos a la luz de una vela y una calavera. Una
especie de reflexión acerca de la finitud del hombre y la búsqueda de
lo trascendente.
“Antes de eso, quien quiera convertirse en
aprendiz debe pasar una especie de entrevista de trabajo. Aceptamos a
todo aquel que sea libre y de buenas costumbres”. ¿Qué preguntas suelen
hacerse? “Las que se le ocurrirían a cualquiera con sentido común.
Hablando en plata: no aceptaríamos a una persona condenada por estafar y
robar dinero a toda su comunidad de vecinos”.
El secreto masónico
En
caso de que esta persona lograra ser aceptada por la masonería,
comenzaría a participar en los ritos. En este punto, es difícil
concretar. “¿Para qué lo vamos a contar? Es como si quisieras conocer el
final de la película antes de verla”. La globalización e internet han
roto lo que algunos llamaban “secreto masónico” porque cualquiera que
quiera es libre de indagar. “Incluso en ese caso, se aburrirán porque un
rito tiene un sentido distinto para cada uno”.
El templo situado a
la izquierda es rojo. El suelo parece un tablero de ajedrez. Hay tres
columnas en el centro, un altar y un piano eléctrico. A la puerta,
decenas de espadas. Sí, espadas, como las medievales. “Son parte de
algunos de los ritos”.
Sin entrar en detalles porque así lo
estipula la Gran Logia, los hermanos presentes describen sus ritos como
una especie de ambiente de “psicodrama” que permite a cada uno bucear en
su interior y aislarse del mundanal ruido. ¿Y eso cómo se hace? “Bueno,
trabajamos con símbolos muy antiguos. Cada uno los interpreta de forma
distinta. Por eso no tiene sentido explicar qué es lo que hacemos. Cada
persona le encuentra una motivación diferente. Por eso hablar de secreto
masónico es una tontería”.
A la derecha, otro templo un poco más grande. No tiene nada que ver
con el anterior. Las paredes son de un azul celeste y hay más sillas.
Dos escenarios distintos para diferentes ritos. En España, los más
habituales son el ‘Escocés antiguo y aceptado’ y el de ‘Emulación’,
aunque también se practican otros como el ‘Francés moderno’. “El
trasfondo es el mismo, pero cambian los símbolos a interpretar”.
Son
casi las once de la noche. Los hermanos se despiden con un abrazo y
tres besos. ¿Y eso por qué? “La trinidad, aquí todo son símbolos, dale
una vuelta”. Mañana madrugan. Abandonan la Logia en coche. No visten
túnica ni levitan. Simplemente buscan, con todo lo que eso significa.
Fuente: http://www.elespanol.com/espana/20160902/152485638_0.html
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