Proverbio egipcio

“El reino de los cielos está dentro de ti; aquel que logre conocerse a sí mismo, lo encontrará” Proverbio egipcio

miércoles, 20 de enero de 2016

¿Quién ha apagado las luces? Un viaje al oscurantismo


“O cómo la enseñanza pública y el modo de pensar masónico pueden ayudar a luchar contra la radicalización y el oscurantismo religioso” 
“¿Quién ha apagado las luces? Un viaje al oscurantismo” está escrito por una francmasona que trabaja como maestra en Bruselas, y en él nos describe una estrategia pedagógica orientada a inculcar en sus alumnos, la mayoría musulmanes, evangelistas, pentecostalistas o católicos el reflejo de someter a un análisis crítico todo pensamiento o dogma. Esta estrategia se nutre también de su propia experiencia masónica. El buró del Foro Europeo de Franc-Masones (FEFM) que agrupa masones y masonas a título índividual y con carácter interobedencial, lo ha remitido, ya que cree que esta acción -a la vez pedagógica y masónica- se puede reproducir en cualquier lugar y ser de interés para todos. Nosotros también.

¿Quién ha apagado las luces? Un viaje al oscurantismo
La claridad no nace de imaginar lo claro, si no de tomar consciencia de lo oscuro”.
C. G. Jung 
Introducción
Desde los asesinatos en la revista Charlie Hebdo y, más recientemente, desde los atentados del 13 de Noviembre en París, los medios de comunicación han aumentado su interés en los colegios, los alumnos, los profesores. Todo el mundo parece acordarse del rol capital que debe jugar la enseñanza en relación al aumento del radicalismo y del integrismo religioso. Muchos profesores y maestros se han sentido desarmados ante este respecto y sin saber cómo abordar esta cuestión en clase. ¿Se debería abrir un debate en el que se pudiera decir cualquier cosa? ¿Es eso la libertad de expresión? Una profesora me dijo que ella no sabía qué decir a sus alumnos que reclamaban la libertad de expresión en clase diciendo: "Se puede decir todo y criticar todo, como los periodistas Charlie Hebdo...". Parece por tanto esencial trabajar juntos y de forma urgente sobre las herramientas con las que dotar a los profesores para hacer reflexionar a los alumnos sobre los valores constitutivos de nuestras democracias y hacer que los sientan como propios. Debemos revitalizar y reconstruir los valores democráticos, como dice Todorov en su libro “El espíritu de la Ilustración”, para que los jóvenes puedan tomar el camino de la participación ciudadana.
Un viaje al Oscurantismo
Como profesora de francés desde hace una quincena de años en un colegio del centro de Bruselas, constato desde hace unos años una intrusión cada vez más invasiva de la religión en mi clase. En este colegio, los alumnos provienen de más de cuarenta orígenes diferentes y, sean musulmanes, evangelistas, pentecostalistas o católicos, todos se reivindican creyentes. A menudo se produce la confusión entre ciencia y religión. A veces la religión sustituye al saber en el conocimiento del mundo. Un día, un alumno me hizo la siguiente pregunta: “¿Usted cree en Darwin?”. Otro afirmó: “No creemos en el hombre de Neandertal”. La conclusión es más general: los alumnos tienen la tendencia a la simplificación, al prêt-à-penser. El pensamiento único, a menudo maniqueo, parece ser su credo. Las mujeres, la homosexualidad, la pena de muerte, la blasfemia... son temas de los que no sabrían debatir y en los que apelan a una sola verdad incontestable, a menudo la verdad religiosa, dogmática. Los acontecimientos recientes confirman que esta intrusión de la religión en las clases es problemática. Los medios de comunicación han mostrado alumnos que se niegan a guardar el minuto de silencio en homenaje a las víctimas de Charlie Hebdo porque “han insultado al Profeta” o porque no piensan que la libertad de expresión pueda permitir la blasfemia. Recientemente, un profesor me contó que un alumno de 13 años había gritado “Allah akbar” durante el minuto de silencio después de los atentados del 13 de marzo... Esta confrontación de numerosos profesores con lo que podríamos llamar oscurantismo religioso se ha vuelto hoy en día llamativo. No nos hemos percatado de los síntomas insidiosos de este oscurantismo en nuestras clases, que se caracteriza por una creciente confusión entre creer y saber, la negación de la pluralidad de los valores, la primacía de las leyes religiosas sobre la moral humana y la certeza de poseer la verdad única y absoluta. Por tanto, debemos preguntarnos sobre el papel que podemos tener como ciudadanos y masones en una sociedad que asiste al recrudecimiento de los integrismos, del radicalismo y del oscurantismo religioso. En el ritual de cierre de la logia, el Venerable Maestro cierra los trabajos con estas palabras: ¨Juramos guardar el secreto de nuestros trabajos, que la Luz que los ilumina brille en nosotros para que prosigamos con la obra comenzada en el Templo”. La pregunta que me he hecho y que permanecerá sin duda a lo largo de mi vida de masona es: ¿cómo puedo hacer brillar en mi vida profana la luz que recibo en el templo? ¿Cómo puede mi camino masónico influir y nutrir mi misión de profesora? En sus “Memorias sobre la instrucción pública”, Condorcet desarrolla el ideal revolucionario de la Ilustración en materia de enseñanza. Permitir al pueblo liberarse de las cadenas de la ignorancia en la que le ha mantenido el poder monárquico y religioso dándole acceso a la educación y al saber, una educación como la describe Condorcet: “que hace que la razón sea popular”. Sin embargo, ¿no es naif hoy pensar que sería suficiente “iluminar al pueblo inculto” para luchar contra el oscurantismo? Más que enfrentar de forma maniquea tinieblas y luces, ignorancia y saber, me parece más razonable pensar acerca de las tensiones entre comunitarismo y pluralismo, y reflexionar sobre la posibilidad de que los jóvenes de hoy tengan acceso a una polifonía ideológica y cultural.
El retorno a los valores de la Ilustración
Todorov en su libro “El espíritu de la Ilustración” habla de su proyecto de revitalizar los valores fundadores de la Ilustración y de adaptarlos al mundo de hoy. Según su opinión, es necesario “iluminar la época por el examen crítico”. Es por tanto por la Ilustración por donde he comenzado mi curso, los alumnos trabajan por grupos sobre “El espíritu de la Ilustración” de Todorov y reflexionan juntos sobre los valores que se desprenden de él. El espíritu crítico, pensar por sí mismo, es una de las claves de la Ilustración, privilegiar lo que elige uno mismo en detrimento de aquello que nos es impuesto. Este enfoque necesita emancipación y autonomía, así como la liberación de todo dogma a través de la razón crítica. En efecto, ninguna autoridad puede estar al abrigo de las críticas. Esto implica la libertad de expresión de la que tanto se habla hoy en día. Esa crítica permite la separación de la Iglesia y el Estado, pero la religión en sí no es cuestionada (entendida como espiritualidad). La mayor parte de los filósofos de la Ilustración son, por otra parte, deístas y defienden una religión natural. Pensemos en Voltaire y su Gran Relojero que no está tan lejos de nuestro Gran Arquitecto...
La noción de Laicidad
La idea es reconducir las creencias religiosas a la esfera privada y permitir así la tolerancia religiosa y la libertad de conciencia. Mis alumnos confunden laicidad y ateísmo. Por otra parte, en las casas de los alumnos de confesión musulmana, la noción de laicidad no es tan evidente. Para ellos el término laicidad evoca los ateos, los incrédulos y no la libertad de culto de la filosofía de la Ilustración. En julio de 2015, el periódico Marianne publicó una carta abierta con la voz de ciudadanos franceses de cultura musulmana que rechazan el islam político y que se reivindican como “demócratas apegados a la laicidad y a los principios de la República” y para los que la creencia religiosa es “una elección espiritual, personal e íntima”. Partir de estos intelectuales que concilian su fe y la separación de la religión y de la política, fundamento de toda democracia, puede ayudar a los alumnos a reflexionar sobre los valores de la Ilustración y hacerlos suyos. Existen numerosos ejemplos en la actualidad que pueden ser discutidos con los alumnos. A título de ejemplo, podemos citar Sharia4belgium y Fouad Belkacen, su portavoz condenado en Bélgica, que defiende el derecho de las mujeres de llevar el burka en reivindicación de la libertad de expresión... Marine Le Pen, que intenta recuperar la laicidad para estigmatizar a los musulmanes. Considerado como uno de los principios fundadores de la República, la laicidad ha sido distorsionada por la extrema derecha.
Las Luces de la Francmasonería como herramientas de cambio
Trabajar sobre los valores de la Ilustración parece esencial para hacer reflexionar a los alumnos sobre los valores de nuestra sociedad democrática. Pero, ¿cómo hacer para acercar a mis alumnos a un pensamiento más libre y crítico? Para ser capaz de manifestar su propio espíritu crítico sobre el mundo hay que remitirse a la tradición escrita, leer a autores ilustrados, aprenderlos en su contexto histórico y social y comparar sus puntos de vista. Es en la logia donde he encontrado los instrumentos que me servirán de hilo conductor en esta tarea: las tres grandes Luces de la Francmasonería: el libro, la escuadra y el compás. El libro simboliza para mí la doxografía, la tradición escrita, la genealogía, lo que nos liga a los masones que nos preceden. La escuadra simboliza el espíritu crítico, el rigor, la epistemología. El compás es un símbolo de apertura del espíritu, el poder cambiar el punto de vista, visitar diversos paradigmas. Estos son los tres símbolos de las grandes luces masónicas que me han ayudado a pensar un método de reflexión en el seno de la clase y a animar a mis alumnos a “trabajar” sus representaciones y a dar un paso atrás frente a sus convicciones. En primer lugar, les incito a tomar conciencia de la diversidad de puntos de vista mediante la doxografía, es decir, estudiando diferentes textos de autores y analizando sus puntos de vista, trabajando sobre la complejidad y los matices antes de dar su opinión. Sucesivamente los llevo a remplazar los conceptos y los valores en su contexto histórico, haciendo la genealogía, es decir “re-historiando” el saber. Por último, les hago reflexionar con rigor intelectual sobre los distintos tipos de discursos ejercitando su espíritu crítico. En otras palabras, se trata de explorar otros puntos de vista que el propio y de trabajar sobre un sujeto utilizando varios paradigmas o marcos de referencia. Este método permite trabajar con mis alumnos un saber en construcción, de hacerles tomar consciencia de que el saber no es una verdad inmutable, que el saber está en evolución constante mientras ellos tienen la tendencia a ver el saber como algo dogmático. Concretamente, yo pido a mis alumnos que elaboren un proyecto personal abordando una problemática interdisciplinaria no resuelta, es decir aquella que no tiene una respuesta única y sencilla. Esta forma de proceder implica tener en cuenta diferentes paradigmas al mismo tiempo (científico, metafísico y filosófico) al fin de ayudar a distinguir los diferentes puntos de vista abordados. En relación con el trabajo de fin de curso, yo les propongo temas relacionados con las cuestiones trabajadas en los cursos: es el momento, para la mayoría de alumnos, de hacer el punto sobre su recorrido de formación y su reflexión en relación a su proyecto. Aquí va un ejemplo:”La religión es indemostrable y no es que una ilusión del hombre que rehúsa el cuestionamiento de sus valores. Ahora para demonstrar objetivamente un sistema hay que poder ponerlo en duda. De esta forma un creyente será siempre limitado en su razón por sus convencimientos religiosos y tendrá la tendencia a referirse a una verdad absoluta. Por eso, al contrario de la ciencia que es objetiva, la creencia es subjetiva”.
La clase es un espacio sagrado
Es superfluo decir que trabajar sobre estos valores, ponerse en tela de juicio, visitar otros puntos de vista que el propio puede ser muy desestabilizador para los alumnos. 17 años, es la edad filosófica como decía Sócrates. A esta edad de grandes aberturas pero también de gran fragilidad, las transformaciones son aún más chocantes porque se trabaja sobre los valores. Puede ocurrir que el saber enseñado en el colegio esté en contraposición con lo que los alumnos pensaban intuitivamente o con las ideas transmitidas en sus comunidades religiosas. A veces sus mismas opiniones se oponen al saber histórico o científico. Es el caso, por ejemplo, de la teoría de la evolución que la mayoría de mis alumnos piensan que va en contra de sus creencias religiosas y esto es un problema. De esta manera, los alumnos que aprenden a hacerse su propia opinión y a ejercer su libertad de conciencia respecto a su comunidad deben ser acompañados y sostenidos para que puedan construirse su visión del mundo abierta y tolerante. Por esto, es necesario crear en la clase las condiciones de seguridad que permitan esta transformación. Porque cuando no hay seguridad, uno está bloqueado, se abraza a sus prejuicios, a los dogmas inmutables y seguros. Aprender es tomar riesgos, enfrentarse a desequilibrios. Es por tanto esencial estar en entorno de confianza. Por esto yo concibo la clase como un espacio sagrado, un lugar de aprendizaje y de transformación personal en el cual el profesor es el garante de la seguridad creando un marco justo y unos rituales que permiten el paso desde el caos del pasillo, muchas veces tierra de nadie, a la confianza y orden de la clase. Es lo que yo he aprendido en mi camino masónico. Yo concibo la logia como un lugar de transformación personal, de transmutación química… como dirían algunos. Ahora, esta transformación es posible solo si el templo está a cubierto. Pasar del “nosotros” al “yo” a través de la mayéutica. En COU, después de haber leído “Las identidades asesinas” de Amin Maalouff, mis alumnos son invitados a reflexionar sobre su identidad y sobre las diversas facetas que la componen. Esta reflexión, muy personal, es a veces conflictual dentro de una clase donde reina la diversidad y los problemas de identidad. Puede también ser una prueba para ciertos alumnos que toman conciencia de que no son del todo lo que creían ser. Uno de mis alumnos se molestaba porque otro compañero afirmaba que los Muecines eran unos fanáticos: muy molesto, dijo sentirse herido en cuanto árabe y musulmán por aquella afirmación. La situación en la clase era muy tensa, se formaron distintos “clanes”, todos se animan y muy rápidamente caen los insultos. Después de haber milagrosamente conseguido calmar los espíritus, he invitado a cada uno a expresar su resentimiento, según la norma de la triangulación en logia, dirigiéndose a uno miamo y no a los otros alumnos.
En realidad, no es cuestión de “nosotros” sino de “yo”. Cada uno escucha sin interrumpir y la discusión encuentra su objetivo en la abertura y la tolerancia: esto es posible solo si la clase es un lugar de confianza donde uno se siente seguro y donde reina una cierta fraternidad a pesar de las diferencias de cada uno. Podemos preocuparnos del aumento del comunitarismo y de las dificultades de nuestras sociedades para vivir juntos, pero ahora el desafío principal de la laicidad es vivir juntos.
Observamos en toda Europa una regresión de la laicidad política. Nuestro Hermano y periodista Bernard Maris, muerto el 7 de enero de 2015 en el trágico atentado contra Charlie-Hebdo, declaraba en una entrevista con Jean Cornil “Los tiempos son duros para la laicidad no por culpa del retorno de lo religioso, si no a causa del derrumbe de lo social”. Cada año pido a mis alumnos que busquen una pequeña frase ritual para entrar en clase, que se pronunciará al principio de cada hora de curso. Este año mis alumnos han elegido como pequeña frase: ”En esta clase reina el respeto, la lealtad y la fraternidad”. Y éstas no son palabras vacías: cada uno se compromete a respetar estos valores y a hacerlos respectar en el grupo. Esta noción de fraternidad, de benevolencia en el grupo es también esencial para mí. Ahora, en una sociedad donde la solidaridad ya no está a cuenta del estado, es normal que la solidaridad se convierta en un asunto de las comunidades, lo que puede insidiosamente llevar al comunitarismo y al repliegue identitario. Por esto es fundamental ofrecer a los jóvenes las herramientas para “encantarse” con el mundo de mañana. Esto permite a los alumnos pensar por si mismos, acceder a un pensamiento individual y salir del comunitarismo que los recluye en un “gueto”, pero esto no significa que el individualismo deba reemplazar el comunitarismo. Se trata más bien para mis alumnos de hacer un camino para apropiarse de su responsabilidad individual, para superar los adoctrinamientos. De esta manera pueden acceder a un pensamiento más universal. Por ejemplo, salirse de la moral cultural y muchas veces religiosa de su comunidad y posicionarse de manera personal en relación con temas difíciles como la virginidad de las chicas o la homosexualidad, para llegar enseguida a una reflexión ética.
En otros términos, se pasa desde el pequeño “nosotros” comunitarista al gran “yo” individual evitando los repliegues del pequeño “Yo” individualista, para llegar finalmente al gran “nosotros” universal tan querido por los masones.
Para concluir 
Querría volver a mi camino masónico y a estas cuestiones que quiero someter a nuestra reflexión acerca del papel del masón fuera del templo. Yo concibo el método masónico como un camino sin maestros ni discípulos. Cada uno tiene que encontrar su ritmo. Es lo que yo intento transmitir a los alumnos: yo no les transmito un saber pero yo pongo todos los medios para que este saber pueda emerger en ellos. Llevar los alumnos a ser ciudadanos capaces de un pensamiento propio y libre de todo dogma es para mi esencial. Ayudar a los alumnos a pasar desde el “pequeño nosotros comunitario” al gran “yo individual” y mostrarles la posibilidad de un pensamiento más universal, respetando sus culturas y sus creencias, allí está para mi la misión de la escuela pública. Esto solo es posible con la benevolencia y la seguridad, siendo el profesor, el garante del marco que protege y que ayuda a crecer. Además de ayudar a los alumnos a pensar por si mismos sería una paradoja si yo fuera un modelo o un guru… Yo me considero más bien como un “asistente” que tiende firmemente la mano de sus alumnos cuando estos cruzan los ríos pantanosos del saber en construcción. Porque superar los dogmas y los adoctrinamientos es una verdadera prueba para los que se acercan como a una boa de salvamento. Y es muchas veces el caso de mis alumnos que cultivan una identidad herida de niños emigrantes. Es cierto que para mí la ignorancia y la servidumbre son indisociables como el conocimiento y la libertad. Para concluir diría, parafraseando el título de un libro muy bonito de Bernard Tirtiaux que como el masón que irradia fuera la luz recibida en el templo, el profesor es un “asistente” de la luz. 
Sº F.M.

Traducción: Marisa y María Pilar 
Fuente: http://www.masoneria-liberal.com/2016/01/quien-ha-apagado-las-luces-un-viaje-al.html









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