El estudio aludido, que aborda un análisis en profundidad de las actividades de la masonería española a lo largo de la etapa que cubren la primera dictadura y la II República -hasta el momento en que ésta inicia el camino hacia el grave conflicto de 1934-, es, para empezar, una demostración irrefutable en contra de las tesis que animaron la exaltación de los cruzados de 1936: las que se desplegaron en obras tan parciales y virulentas como las del inefable Mauricio Carlavilla -"Maurice Karl"- o, desde un plano aparentemente más objetivo, las del periodista metido a historiador Joaquín Arrarás, según las cuales la frustrada democracia de 1931, su programa y sus objetivos fueron condicionados y orientados por una "conjuración judeo-masónica", a cuyo dictado actuó el régimen en todo momento. Aunque hace tiempo que semejantes esque mas partidistas se miran como tópicos inaceptables, no es menos cierto que la obsesión antimasónica (animada por una fantástica, casi terrorífica valoración de la auténtica potencia y de los fines de la orden, reducidos en este trabajo a "hacer liberalismo práctico") fue una constante en los círculos intelectuales de Acción Española; y que Acción Española proveyó de materiales ideológicos a los grandes responsables del alzamiento y la represión iniciados en jullo de 1936.
Lo que el estudio objetivo de la profesora Gómez Molleda nos descubre
 es, por lo pronto, la escasa entidad numérica de la implantación 
masónica en España durante el primer tercio de este siglo, época en la 
que, por añadidura, se halla dividida en dos áreas: la más importante, 
el Gran Oriente; y, con menos amplitud y efectivos, la Gran Logia (la 
primera no llegará en ningun momento a al canzar los 5.000 afiliados; la
 se gunda, en su momento de máxima crecida -1930- cuenta sólo con 
1.877). En segundo término, y durante todo este período histórico, en el
 seno de la or den se mantiene continuo debate -y continua tensión- 
entre los partidarios de una actitud marginal a la acción política 
concreta y los que entienden que es deber de los masones implicarse en 
la lucha de los partidos para sacar adelante aquellas que constituyen la
 esencia programática -aspiración y mensaje- de una asociación aplicada a
 "la regeneración del hombre", a su "liberación" de antiguas "ataduras":
 según la puntualización de María Dolores Gómez Molleda, "forma 
institucionalizada de la protesta de las clases medias españolas". Así, 
por ejemplo, reza el texto de una diáfana comunicación del Supremo 
Consejo del Grado 33, en mayo de 1926: "La política de la masonería no 
es la de laborar por la forma de gobierno de un país, ni porque la 
jefatura de un Estado esté en manos de una determinada persona; la 
polítca consiste en transformar a los hombres de todas las esferas 
sociales en seres amantes de la liberlad, de la fraternidad y del 
progreso; para conseguirlo tiene la masonería órganos apropiados, 
creados en el transcurso de siglos de experiencia". Y en pleno triunfo 
de la democracia republicana, Augusto Barcia proclamaría, en el Boletín del Gran Oriente Español
 "Nuestra misión es conservar la República limpia de todas las 
mezquindades partidistas... Nada de política en los templos. Hoy menos 
que nunca. Toda idealidad y doctrina, hoy más que siempre ... ".
De hecho, durante la dictadura, y a falta de un ágora parlamentaria, 
los masones españoles, entre los que contaban figuras importantes de la 
intelectualidad y de los sectores marginales al régimen de la 
restauración, sumaron su esfuerzo -propaganda, estímulos directos e 
indirectos a lla subversión generalizada- en el empeño de derrocar los 
famosos obstáculos tradicionales, es decir, los diques opuestos
 al triunfo de los viejos ideales acuñados en torno a la paradigmática 
Revolución Francesa -principios democráticos, plenitud de los derechos 
humanos- que el golpe de 1923 parecía amenazar. La actitud 
"intervencionista" fue mantenida entonces, entre otros -frente al 
idealismo de Barcia o de De Buen-, por Martínez Barrio, clave de la 
masonería andaluza; él lograría, como teórico del reajuste doctrinal de 
la obediencia", convertir el Gran Oriente Español en "plataforma de 
convergencia de la izquierda". Se comprende que en 1931 se viera elevado
 a la categoría de gran maestro. Pero la "convergencia de la izquierda" 
sólo había de tener eficacia integradora -para la masonería en lo que 
afecta al despliegue secularizador -política anticlerical, pcilítica de 
enseñanza- desarrollado en los primeros tiempos del régimen. En cambio, y
 por lo demás, los partidos republicanos tienen una mayor virtualidad 
como factores de tensión y confrontación entre los miembros de la orden;
 piénsese en el caso de Lerroux, trasplantando descle la Gran Logia al 
Gran Oriente en el empeño de dar batalla ala izquierda azañista; y en 
Azaña, ingresando en el Gran Oriente en 1932, para "modular" la secta 
con arreglo a sus fines-, y en la gran ofensiva de Martínez Barrio 
contra el Gobierno social azañista, en torno a la "resaca" por lo de 
Casas Viejas. Como escribe la profesora Gómez Molleda, la situación 
efectiva de la masonería durante la etapa republicana será de todo punto
 diferente a la del período anterior. El marco político esta blecido en 
España con el adve nimiento de la II República postulará por sí mismo la
 vuelta de la orden a su verdadero terreno: el iniciático-filosófico. 
Pasado el momento excepcional del régimen de autoridad en el que se 
habían justificado a actividades que no le eran propias, los resortes 
internos de la orden ensayaron ese funcionamiento en sentido inverso". 
En este sentido, es muy significativa la marea alzada en los primeros 
meses de 1934 contra el gran maestro y contra el gran consejo, desde el 
seno de las mismas logias, cada vez más inquietas por el desplazamiento 
que la política supone respecto a la práctica de las obligaciones 
específicas de sus miembros dentro de la obediencia. La conclusión, Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior
 como antes decíamos, es diametralmente opuesta a la idea que sobre la 
secta y su manipulación directa de la política activa se habían formado 
los "cruzados" de 1936. Resalta así con mayor claridad el horror de la 
represión indiscriminada que contra los masones desencadenó la guerra 
civil; antes de que se articulase la famosa ley de 1940, la gran 
ofensiva antimasónica de 1936 provocó de hecho muchos crímenes gratuitos
 -valga la expresión-, puesto que bastó en muchos casos la adscripción a
 las logias -incluso ya rescindida- para decidir una sentencia capital, 
en la gran "depuración" orquestada por los ideólogos de la ultraderecha.
En lo que se refiere a la estricta y laboriosísima investigación de 
la profesora Gómez Molleda, quedan, en todo caso, flancos al 
descubierto. En efecto, aunque su libro se presenta como un estudio 
sobre la masonería en las primeras décadas de nuestro siglo, lo cierto 
es que arranca de 1917 -suponemos que debido a las limitaciones 
cronológicas del rico archivo salmantino sobre el que este trabajo se ha
 basado- Me permito recordar que en el proceso de desmoronamiento del 
sistema Cánovas hay dos crisis que preceden y preparan la de 1917 
-dentro de la "gran crisis" del siglo-: una, la de 1905-1906 en torno a 
la ley de Jurisdicciones; otra, la de 1909 -que alcanza sus últimas 
consecuencias en 1913-. Por lo menos en la segunda -la de 1909: la 
famosa "ferrerada" y la campaña antimaurista- no parece que pueda 
eliminarse la contribución masónica, aunque una vez más conviene 
recordar que el impulso de esa gran "movida" tuvo su epicentro fuera del
 país, y en este caso también cuadra el dato aquí recogido respecto al 
desnivel de los efectivos "masónicos" entre Francia y España -más de 
30.000 afiliados en la primera; menos de la décima parte en la segunda.
También "se queda corto", cronológicamente, el estudio de Dolores 
Gómez Molleda al detenerse en la primavera de 1934. Aunque la disidencia
 de Martínez Barrio en el partido radical y su previa "caída" del gran 
maestrazgo sean muy significativas, ni siquiera nos asomamos a la 
gravísima crisis de octubre, que, sin duda, hubo de ser muy 
clarificadora para la situación. Cierto que la autora nos anuncia una 
continuación de su trabajo -e incluso una atención especial para los 
"militares masones"-. En ese caso, tal estudio no podrá detenerse en la 
"evolución interna" de la orden "desde" el campo republicano, sino en la
 terrible contrapartida de su aplastamiento en el campo rebelde.
Una consideración final, que a su vez nos define vigorosamente el 
cambio esencial que en las perspectivas de la Iglesia ha supuesto el 
Concilio Vaticano II y, por otra parte, en el campo de la "reflexión" 
española, la instalación definitiva en una democracia que rebasa 
ampliamente los supuestos políticos. La revisión de la masonería 
histórica la inició, todavía en los años del franquismo, un jesuita 
-Ferrer Benimeli-. Esta nueva revisión, en definitiva, reivindicadora de
 los masones -para la etapa más crítica y conflictiva de nuestro siglo-,
 la ha llevado a cabo una teresiana. ¡Qué feliz distancia respecto a los
 viejos e implacables criterios maniqueos que tanta sangre hicieron 
correr hace medio siglo!
Fuente: http://elpais.com/diario/1987/03/13/opinion/542588410_850215.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario