Mucho se ha escrito
sobre esta faceta del Libertador General José de San Martín y ha provocado
numerosos polémicas entre los historiadores, habiendo bibliografía a favor de
esa hipótesis y en contra de ella.
Excepto algunas cartas
de puño y letra del General poco se esclarecido sobre el tema. Y hasta los
académicos de historia están divididos al respecto.
En el ameno libro casi
desconocido de Miguel de la Vega hay un texto que conviene reproducir para
ubicar a San Martín en el contexto de las logias europeas de aquellos tiempos y
sus rituales.
“Las logias tuvieron
gran poder e influencia en el proceso de la independencia americana. En 1809
actuaba en Sevilla la denominada Sociedad de Caballeros Racionales, que estaba
vinculada estrechamente con otra, la Gran Reunión Americana –fundada en Londres
por el venezolano Francisco de Miranda-, que actuaba principalmente en
Inglaterra y España. Un año después se organizó en Cádiz.
Las reuniones se
celebraban en el barrio de San Carlos, en la residencia de su presidente, un
joven de 21 años a quien daban el tratamiento de “Venerable”: Carlos María de
Alvear”.
“El relato del
presbítero Servando Teresa De Mier –citado por Alfredo Villegas- nos permite
conocer detalles de la iniciación. Cuenta que, “conducido a la casa de
reuniones, le vendaron los ojos al entrar. El maestro de ceremonias, que
era quien introducía a De Mier, lo llevó hasta una puerta en la que dio cuatro
golpes. Al abrirse ésta, el maestro de ceremonias fue interrogado; contestó
dando su nombre y apellido y explicando que traía un pretendiente. – ¿Quién es
el pretendiente?- preguntaron. –Don Servando De Mier. – ¿Qué estado?
–Presbítero. -¿De qué tierra es? -De Monterrey, en América. Una vez
dentro preguntaron a De Mier - ¿Qué pretende usted? -Entrar en esta
sociedad. -¿Qué objeto le han dicho que tiene esta sociedad? -El de
mirar por el bien de América y de los americanos. –Puntualmente. Pero
para eso es necesario que usted prometa bajo su palabra de honor someterse a
las leyes de esta sociedad. –Sí, lo haré conforme no sean contrarias a la
religión y a la moral”.
Y continúa narrando de
la Vega que “Se le dijo que la sociedad no iba contra lo religioso ni
contra el rey. Una vez que el presbítero aceptó, le sacaron la venda y pudo ver
a nueve personas sentadas a una mesa, cuyo centro ocupaba Alvear –ataviado con una
banda azul que le cruzaba el pecho-, quien le explicó las obligaciones y
deberes de los miembros y finalmente lo abrazó repitiendo las palabras “unión y
beneficencia”. El acto se cerró con una arenga y un posterior refrigerio”.
Y agrega que “a esta
logia se unió luego San Martín, que después de pedir la baja del ejército
español con la falsa excusa de ir a Lima para ocuparse de asuntos familiares,
se dirigió a Londres en un bergantín de guerra inglés, ayudado por el
comerciante escocés James Duff, quien luego recibiría el título de Lord y conde
de Fiffe”.
“Después de permanecer
unos meses en la capital británica, parte junto con Alvear, Zapiola (que había
salido de España con el nombre de Antonio Prieto, fingiendo ser un criado del
mismo Alvear), Holmberg, Ramírez de Arellano, Chilavert y otros rumbo al Río de
la Plata”.
“Una vez llegados a
Buenos Aires funda la Logia Lautaro, que comanda con Alvear. Pero poco
tiempo después comienzan los desacuerdos entre ambos y se forman dos
corrientes.
“Ahora bien ¿La Logia
Lautaro era masónica? –se pregunta de la Vega. Y menciona que “aunque no hay
documento alguno que lo certifique, es sabido que utilizaba ritos y signos
masónicos. Por otra parte Alvear –al igual que otros miembros de la Logia- era
un masón declarado, y si consideramos que el fin de la masonería era, entre
otras cosas, luchar por la independencia americana (no sólo por patriotismo,
sin duda también tendrían otros intereses), y que no atacaban a Dios ni a la
religión católica (al menos en esa época), podemos aceptar que la Logia Lautaro
era, efectivamente masónica”.
En un enjundioso ensayo
el académico e historiador Enrique de Gandía sostiene con vehemencia la
pertenencia de San Martín a la masonería cuando escribe que “con la publicación
de las monumentales memorias del general Tomás de Iriarte y el aporte
documental inédito, terminó con todas las dudas: Iriarte habla de la masonería
del tiempo de San Martín y del suyo propio como de la verdadera masonería. El
masonismo de San Martín fue confesado por él mismo cuando declaró al general
Miller que, por el secreto que le imponía su Orden, no podía hablarle de la
acción de las sociedades secretas; y la masonería de Bélgica acuñó una medalla
de honor y se la entregó personalmente”.
Finalmente, ante tan
controvertido tema, no podemos dejar de citar a los documentos reunidos por
Patricio Maguire (cuyo valioso libro tengo dedicado de su puño y letra) que
junto a otros prestigiosos historiadores niegan que San Martín haya sido masón.
Basa categóricamente Maguire su opinión al respecto, porque mantuvo
correspondencia, -la que reproduce textualmente-, con el Gran Maestre de la
Gran Logia Unida de Inglaterra, donde éste le contesta afirmando que “La Logia
Lautaro era una sociedad secreta política, fundada en Buenos Aires en 1812 y no
tenía relación alguna con la Francmasonería regular” y que “el nombre de José
de San Martín jamás apareció en el Registro o en los Archivos ni de los
Antiguos modernos, ni de la Gran Logia Unida de Inglaterra, no siendo
reconocido como masónico en este país entonces ni posteriormente”.
Con respecto a la
hipótesis que los restos de San Martín fueron colocados en una dependencia
externa a la Catedral, fuera del recinto consagrado, porque la iglesia no lo
aceptaba por su condición de masón, y sepultado en forma inclinada con la
cabeza hacia arriba conforme a dichos ritos, “autoridades de la propia Catedral
lo niegan e informan que como el mausoleo era muy grande, hubo que ampliar la
anterior capilla haciéndola salir de la primitiva línea arquitectónica del
templo, lo cual no significa que se halle fuera de la catedral”.
Más allá de toda
controversia, nada más apropiado para cerrar esta nota que las palabras
encendidas de Francisco Luis Bernárdez, laudatorias al recuerdo del Gran
Capitán: “Guardemos siempre la memoria de aquella mano sin temor y sin
mancilla/ guardemos siempre su recuerdo fundamental, como si fuera nuestra
vida/ con el amor con que la fruta guarda en el fondo de su seno la semilla/
con el fervor con que la hoguera guarda el recuerdo victorioso de la chispa/
que su sepulcro nos convoque mientras el mundo de los hombres tenga días/ y que
hasta el fin halla un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas”.
El autor de la
columna es escritor
Valcheta – Rio Negro
Fuente: http://www.elcordillerano.com.ar/index.php/notas-de-opinion/columnas-abiertas/item/29031-era-mason-san-martin
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