¿Debe desfallecer?
¿Ha por ventura desaparecido el mal de la
superficie de la tierra? –¿No hay ya miseria que aliviar, caídos que
rehabilitar? ¡Ignorancia que disipar! –¿No hay ya guerras nacionales ni
civiles que extinguir, que aplacar discordias, anarquías o despotismos
que combatir? –¿Han desaparecido los errores fundamentales que dividen
las creencias de los pueblos engendrando la separación y los odios?
–¿No hay
bárbaros y salvajes que civilizar, esclavos que redimir, –multitudes
ignorantes que es necesario elevar a la categoría de hombres libres?
–¿Está el mundo tan uniformado en religión y política, que la verdad no
necesita propaganda y sacrificios? –Y para reasumirlo todo en una
palabra, –¿Resplandece el bien, o impera la virtud en la mayoría de los
hombres?
–No h.·.
Y para llenar de algún modo programa tan
grandioso, ¿creemos por ventura que las religiones positivas, los
sistemas de gobierno, y los partidos que militan, sean suficientes o
entrañen la solución de los problemas, o contengan los medios eficaces
de desarrollar los bienes, de garantir los progresos y de pacificar los
espíritus?
Si hay alguno que lo crea, que se
presente, y que exponga la nueva, o la antigua revelación. –Si hay
alguno que tenga su mesías encarnado en alguna religión, política, o
utopía, –que se presente y nos diga como Jesu-Cristo ¡yo soy la vía, la vida, la salvación!
–¿No vemos al mundo cargado de religiones
y de templos, sin que de ninguno de ellos salga esa voz que necesita el
alma humana para regenerarse, para levantarse, para buscar esa ciudad
de justicia, testamento de todas las edades y profecía de todas las
creencias? [20]
Cada religión se cree poseedora de la
verdad y cada una de ellas cree que la salvación depende de su credo.
–De donde se deduce que o todas ellas son falsas, o todas ellas
contienen los elementos de la verdad inmutable algunas veces eclipsada,
pero jamás perdida en la memoria que la transmite o en la razón
universal que la descubre.
Yo creo mis h.·. hacerme el intérprete de
vuestro deseo por el bien, de vuestras buenas intenciones y callados
pensamientos, de la grande interrogación que con conciencia o
inconsciente acosa vuestras inteligencias, cuando al frente del tremendo
problema del mal, de la desgracia, o de la duda, volvéis vuestras
miradas al ser supremo pidiendo una iluminación que os disipe las
tinieblas y os enseñe la vía de vivir con provecho o de morir con
gloria.
Yo creo no defraudar vuestras esperanzas,
en este acto tan solemne para mí, –si ayudado por la buena disposición
para escucharme, me acompañáis con vuestro buen deseo para sostener mi
discurso sobre el océano proceloso de los tiempos.
¿Qué queremos?
En esta pregunta va encarnada la grandeza del hombre y de su destino.
El animal –y todos los seres inferiores, siguen mudos el camino de la fatalidad sin inquietarse, sin temor y sin esperanza.
Pero en el hombre se despierta una tremenda inquietud. –¡Él quiere saber dónde va, lo que es, de dónde viene, lo que será!
Él siente una fuerza sublime que se llama libertad, que pide una dirección.
Él tiene una inteligencia que se abre sobre la creación para conocer sus leyes –y busca la ley del ser humano.
Él siente su corazón como la copa
encantada de la vida que desborda de amor y de pasiones, –y quiere y
debe saber lo que ha de amar.
–Y en todo tiempo para la necesidad de la inteligencia se presenta el dogma.
–Para la dirección de la libertad la ley o la moral.
Y para la satisfacción de su amor la
santa humanidad con su cortejo que es la patria, la amistad, la familia,
a todas las relaciones sociales, a Dios como fin y principio y
coronación de la existencia en el seno de la eternidad que nos envuelve.
[21]
Pero el amor sin el conocimiento es la atracción sin centro.
La ley o la moral sin el dogma, es una opinión, vaga y flotante, incapaz de apremiar la voluntad.
Es pues necesario que sepamos por qué debemos obedecer, lo que debemos amar y preferir.
Esa ciencia es el dogma.
Ahora se presenta una cuestión. ¿Cuál dogma?
¿Entraremos nosotros a discutir todas las creencias?
¿Pero con qué principio superior las juzgaríamos?
¿Tenemos el criterio? –¿Poseemos alguna
creencia madre, fundamental e incontrastable que nos sirve de base para
levantar el edificio de los principios?
Sí. –Creemos en el grande A. D. U. –Creemos en la libertad del hombre –y esto basta. –Con esos dos principios hoseemos.
[Transcripción íntegra a partir de las Obras completas editadas por Manuel Bilbao, Buenos Aires 1866, tomo 2, págs. 19-21; facsímil digital realizado por Google.]-http://www.filosofia.org/aut/002/fbb2019.htm
No hay comentarios.:
Publicar un comentario