Como miembro activo de la logia «Unión del Plata,» y honorario de la «Amiga de los Náufragos,»
creo poder interpretar los sentimientos que nos animan, en esta sesión
magna, por el reconocimiento que hace de la autoridad independiente de
nuestro Grande Oriente, el grande Oriente de la Francia.
Séame pues permitido, contando con
vuestra indulgencia, exponer algunas ideas relativas a la Masonería, en
las circunstancias actuales.
¿Debe aspirar la masonería a la dirección
espiritual de la humanidad y al gobierno de los pueblos? –¿O debe tan
sólo limitarse a la repetición de sus fórmulas, a iniciaciones más o
menos numerosas, y a la práctica de la beneficencia?
¡No! –La
masonería es algo más que la inteligencia de sus símbolos, órganos
sagrados que nos ponen en comunicación con el pensamiento y el alma de
las más remotas generaciones; cuando encarnaban en los signos que
reverenciamos, la concepción de Dios, y de la arquitectura del universo
que salió de sus manos. Si a esto sólo se limitase nuestro trabajo,
seríamos una asociación de arqueólogos, pero no una sociedad que aspira a
conservar, a transmitir y a desarrollar el testamento sagrado de la
revelación primera y universal que estalla en toda inteligencia, para
hacer germinar la virtud en todas las esferas de la vida.
¿Debemos limitarnos a la práctica de la
beneficencia? –La beneficencia es buena, organizarla es necesario, –pero
si a ella limitásemos el campo de nuestra acción, no seríamos sino una
[8] sociedad como la de San Vicente de Paula, sin sus fines encubiertos,
y sobre cuyas tendencias nuestro gran Maestro acaba de darnos la señal
de alarma. Bajo otro aspecto, la beneficencia que pudiéramos ejercer,
sería limitada, impotente ante tanta desgracia, su acción sería
puramente física, para remediar males físicos, y bien sabemos h.·. h.·.
que en América especialmente, no es el pan del cuerpo la necesidad que
apremia, sino la necesidad de fe, de creencia, de virtud, la religión de
la ley, de la libertad y del amor.
Hay pues un objeto más directo, un fin
más grandioso que la Masonería prosigue a través de los tiempos y
lugares –y es en esta circunstancia que conviene sobre todo tenerlo bien
presente.
Grandes acontecimientos se desarrollan en
el mundo. Coronas y Tiaras bambolean al soplo del espíritu decapitador
de los usurpadores de la soberanía del hombre y de los pueblos. Las
monarquías habían engañado a la democracia, o parlamentado con ella. Las
teocracias perpetúan aún la usurpación de la razón y del libre
pensamiento que constituye la base de la igualdad ante Dios, la causa de
nuestra personalidad independiente y la razón del vínculo fraternal que
debe ligar a los hombres entre sí. La democracia avanza para entronizar
el gobierno del hombre, la autonomía de los pueblos. La monarquía será
en poco tiempo más un recuerdo que simbolizaba la incapacidad o
inmoralidad de la mayoría de la especie humana, porque ya la democracia
con sus perseverantes conquistas es el heredero forzoso de la
primogenitura inicua de ciertas castas o familias.
Pero no habrá democracia radical, si el
hombre no profesa la religión de la razón que es la base de la libertad.
–Y como la Teocracia simboliza la usurpación de la razón, de la
facultad del libre pensamiento, del derecho sagrado de la interpretación
del Ser y de sus leyes, –es claro que toda religión positiva que se
impone por la autoridad de la fe ciega, de una tradición indiscutible,
de una revelación temporal que ella sola, o su iglesia, sacerdocio o
pontificado posee como heredero directo y como interpretador permanente e
infalible, es una religión, es una iglesia, es un sacerdocio y es un
pontificado que arrancando a la libertad de su base, y que destruyendo
con el privilegio de la revelación el principio de la igualdad, engendra
necesariamente el despotismo religioso, el despotismo político y
social, [9] la desigualdad de los hombres, y establece las castas en el
seno de nuestro nuevo mundo, ansioso de libertad y de igualdad.
Y hoy asistimos a la caída de esa
religión, acontecimiento inmenso, era nueva que se abre y ante cuyo
espectáculo es necesario preguntarse: ¿quién será el heredero de esa fe,
de esa autoridad y de esa Iglesia? –A lo que podemos contestar con las
palabras de Alejandro moribundo: cuando preguntado sobre el heredero
futuro del imperio, contestó: «el más digno.»
Lo mismo podemos decir nosotros. Podemos
dirigir a todas las religiones positivas existentes la interpelación
suprema preguntando por el heredero de la fe, de la autoridad y del
pontificado católico. ¿En dónde está la religión que se presenta para
llenar ese vacío? –¿cuál es el dogma más elevado y comprensivo que pueda
satisfacer el alma humana en nuestros días? –¿cuáles son los brazos que
se alzan para sostener la basílica que se desploma sobre la frente de
la humanidad católica? ¿O pretenderemos vivir o edificar en las ruinas
del antiguo templo derribado por el Sansón de la filosofía? No. –No veo a
ninguna religión positiva presentarse para reemplazar y sobrepujar a
ese dogma; a ninguna autoridad más fuerte, a ningún pontificado más
espléndido, a ninguna Iglesia más empecinada. –Pues entonces h.·. h.·.
demos un paso adelante, –tengamos la audacia de la fe, somos los más
dignos porque somos los más universales, y como tales recojamos la
herencia del imperio.
Para probaros que tal debe ser nuestro
objeto y legitimarlo, os pido atendáis y meditéis las consideraciones
que paso a exponeros.
No hay sino una verdad, una justicia, una
moral. Los mismos principios, máximas y axiomas han sido proclamados en
las alturas del Tíbet, a las orillas del Ganges, en los valles de
Persia, en los misterios de Egipto, en los templos de la Grecia.
Confucio y Zoroastro, Sócrates y Cristo, Mahoma y Lutero, y hasta el
mismo Ignacio de Loyola han proclamado los mismos principios de moral.
–Entonces, ¿por qué esa diferencia tan grande en el movimiento de los
pueblos, en la condición de las sociedades, en el destino del hombre?
¿Por qué no hay pueblos virtuosos, por qué no se practica la moral, por
qué la humanidad que reconoce una ley, no forma una familia?
¿Por qué el odio, por qué la guerra, por
qué la excomunión permanente, por qué el fuego y el hierro esgrimidos a
nombre [10] del mismo Creador, para atormentar, dominar o exterminar al
hombre?
Porque los dogmas son diferentes.
¿Si los dogmas entonces son la causa de
la diferencia, del despotismo, de la guerra, por qué no proclamamos la
supremacía de la moral y abandonamos el dogma a la perpetua elaboración
del pensamiento?
He aquí la segunda consideración que someto a vuestra meditación.
El dogma domina a la moral –y el dogma tiene que existir.
En efecto, no basta saber que los hombres
son iguales y que el respeto recíproco de sus derechos es la ley, ni
que la fraternidad sea el vínculo más bello. No. –Esa moral se apoya y
no puede ser fecunda para el corazón del hombre, sin una creencia que lo
afirme como verdad, como emanación o imperativo de una causa suprema y
eterna. Y esa creencia es el dogma. –Necesitamos y debemos saber, si hay
un creador, si ese creador es un padre, o si la fatalidad es lo
absoluto. Necesitamos saber, si ese creador es legislador y juez, y si
nosotros somos espíritu o materia, solidarios de nuestras acciones
pasadas y futuras, si somos inmortales o apariciones fantásticas en el
pensamiento y el espacio. –Necesitamos saber, cuál es nuestro destino en
una palabra; y la satisfacción de ese problema es el dogma. –Se ve pues
que el dogma influye y domina a la moral. Las diferencias esenciales de
los pueblos dimanan de la diferencia de sus dogmas.
Bien puede decir el Cristo: «ama a tu prójimo como a tí mismo.» Pero si el teólogo después nos enseña: «muchos son los llamados y pocos los escogidos;» –Si nos dice el dogma: «hay elegidos desde ab eterno, –hay condenados de ab eterno;»
–en una palabra, si el dogma de la gracia o de la fatalidad se impone,
¡decidme, si puedo considerar a los eternamente reprobados, a aquellos
que no viven en la gracia, del mismo modo que a los que han sido los
privilegiados del amor divino! No. Es imposible que ame del mismo modo
al que Dios ha condenado, y ya veis por medio de este ejemplo, como el
dogma domina, y altera la moral.
Mahoma predica máximas de caridad tan sublimes como las del Cristo: «Creyentes dad lo mejor que tengáis… Los que dan limosna de día y de noche, en secreto y en público, recibirán la [11] recompensa
de Dios… Los que tragan el producto de la usura se levantarán en el día
de la resurrección como aquellos a quienes Satanás ha manchado con su
contacto. No dañéis a nadie y no seréis dañados» …Las recompensas esperan «a los que han sido pacientes, verídicos, sumisos; caritativos, que imploran el perdón de Dios a cada aurora.»
«Una buena palabra, el olvido de las ofensas, vale más que una limosna seguida de un mal proceder.» (a. Korán. Capítulo II)
¿Quién no diría que es el mismo Cristo el
que habla? Pues es Mahoma, el fundador de esa religión terrible,
apoyada en el terror. Pero al lado de la moral que es la misma, se
levanta el dogma de la fatalidad: «Dios da la sabiduría a quien quiere. Dios dirige a los que quiere. Vuestros días están contados.»
Y así las demás máximas de la fatalidad que hacen considerar a los
enemigos como dignos de la esclavitud, de la muerte o del tormento.
Podrían repetirse los ejemplos, pero
bastan los citados para probaros que la diferencia de dogma altera la
práctica y la realidad de la moral que es la misma.
La moral no es pues suficiente para
realizar la virtud sobre la tierra. Necesita apoyarse en un dogma.
–Ahora la cuestión que naturalmente se presenta es la siguiente, ¿Cuál
es el dogma universal de la moral universal? ¿Cuál es el dogma que
encarna la eternidad de la justicia, como imperativo del Eterno?
¿Encontraremos ese dogma en las religiones positivas que recíprocamente
se excomulgan y cuyos resultados prácticos son la opresión, la
desigualdad, la indiferencia o la guerra?
No veo ninguna religión positiva que sea
digna de reemplazar a las otras, que presente el dogma de la libertad,
de la justicia y del amor.
¿Qué hacer entonces? El hombre busca el
templo, el santuario, la palabra donde albergar su angustia; y lo que
veo más digno levantarse en la peregrinación al través del desierto y de
las ruinas, es el triángulo masónico que brilla en el fondo de nuestro
santuario. Creo que el dogma masónico es el que más se acerca a la
verdad, el más comprensivo, el más completo, el que reconoce en Dios la
libertad y la justicia como Arquitecto, y en el hombre la libertad como
fuerza, y la igualdad como [12] medida de su fuerza. He aquí por qué
fundo en la Masonería tan grandes esperanzas, para heredar el dominio
del imperio anarquizado de las creencias.
El mundo pertenece a los fuertes, –pero
los astutos lo disputan. En medio de todas las religiones y sectas en
que se dividen las creencias, hay una que por sus dogmas, sus
principios, sus resultados en la enseñanza y sus tentativas de dominio,
es la más peligrosa secta que jamás amenazaría a la verdad, a la moral y
a la dignidad del hombre y de los pueblos. Hablo del jesuitismo. En
América tan solo os presento como ejemplo, el Paraguay infeliz, teatro
de su dominio, de su educación, y que hoy día con su tiranía injertada
en el alma de las generaciones, es la lección más elocuente del poder
terrible de esa secta. Desgraciado el pueblo que ignore lo que significa
esa secta, y traidor o imbécil el gobierno que la acepte.
Ese mal que nos degrada, esa falsía que
cunde, esa diplomacia enmascarada, la intriga autorizada, la palabra
prostituida, la desaparición de los caracteres, la reticencia mental en
todos los actos de la vida, la desaparición de la espontaneidad del
alma, el culto del éxito, la aprobación de todo lo que triunfe, la
sanción que se da a lo que se presente como fuerza, la doblez en el
pensamiento, la mentira en la palabra, la traición en los actos, –todo
eso es el jesuitismo, todo eso se enseña, se aprende, se difunde, para
alcanzar el poder, dominar a los pueblos, explotar sus inteligencias y
riquezas en beneficio de la orden y de la teocracia, encubierto todo
bajo las palabras: «ad majorem Dei Gloriam.»
Jamás ha habido mayor enemigo ni más peligroso de la rectitud del alma.
Pues bien, esa secta nos invade, –esa
secta se extiende a paso de lobo, se infiltra en la enseñanza, se
reviste con el manto de la caridad, acecha al poder, –prepara sus
candidatos para los puestos importantes de la administración y de la
política. –Conocemos su lenguaje: humildad cuando caídos –y orgullo del dominio omnipotente de la humanidad en su secreto pensamiento. Liberales cuando se les ahuyenta o persigue, –déspotas cuando imperan. –Demócratas en las monarquías que no pueden dominar, –y monarquistas en las Repúblicas que los desprecian. Partidarios de la libertad de la enseñanza, cuando la universidad laica predomina o el Estado toma sus precauciones [13] contra su sistema corruptor, –y exclusivistas,
cuando por medio de infames concordatos han podido enseñorearse de la
educación de los pueblos, a asentar su predominio. –Estando en Suiza en
minoría, piden la libertad, y lo mismo en Irlanda, y en Austria, en
Roma, en Nápoles, en el Perú, y en Chile, piden la abolición de toda
libertad, el exclusivismo del culto, persiguen la prensa libre,
anatematizan y se sirven del brazo secular para sus fines. –Ay del
pueblo que los acepta bajo el sofisma de la libertad invocada, así como
del enfermo que aceptara la libertad del suicidio.
Así no sólo la masonería h.·. h.·. tiene
que aspirar a la noble misión de ser la religión universal para educar
pueblos virtuosos, sino que tiene que combatir a la violencia y a la
astucia.
No nos formemos ilusión sobre la
dificultad de la tarea. Al contrario, encaremos como espíritus sinceros
lo que debemos hacer para proseguir en nuestra marcha y ser dignos de
nuestros antepasados, que en medio de los peligros y reveses de los
siglos bárbaros han podido transmitir hasta nosotros la escuadra y el
compás, a la luz de la estrella que brilla en el Oriente para edificar
el templo de la grande humanidad.
Para cumplir esa misión debemos ser
severos en nuestras iniciaciones, –fortificarnos en el estudio de
nuestras tradiciones, y yo propondría una sesión magna todos los meses
destinada a la enseñanza del dogma. –Si nuestros enemigos minan el
terreno que pisamos, vigilemos con la lámpara encendida para
salir al encuentro del espíritu anunciado, –y si ellos aspiran a
apoderarse de las funciones municipales, –aspiremos también nosotros a
apoderarnos del poder ejecutivo, legislativo y judicial y más que todo
de la dirección de la enseñanza.
He dicho.
[Transcripción íntegra a partir de las Obras completas editadas por Manuel Bilbao, Buenos Aires 1866, tomo 2, págs. 7-13; facsímil digital realizado por Google.]-http://www.filosofia.org/aut/002/fbb2007.htm
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