Sócrates, el gran maestro de Platón, consagró su vida a la investigación
filosófica, o sea, al conocimiento, al saber. Los escritos de juventud del
discípulo se centran en difundir el ideario socrático: “una vida sin investigación no es digna de ser vivida por el hombre”
(Apología, 38).
El filósofo debe
concentrarse en el examen de sí mismo y de los demás para hallar el camino del
saber y la virtud. Ahora este ideario debe enseñarse, siendo ésta la obligación
fundamental que Sócrates pregona.
La investigación que emprende el joven Platón le lleva a señalar que no
existen virtudes particulares, sino que la virtud es una sola. Además, no
existen valores distintos en las relaciones humanas, sino existe un solo fin o
valor: el bien.
Lo primero que debe examinar el investigador, según Sócrates, es reconocer su propia ignorancia. En el diálogo Alcibíades I, el maestro pregunta dónde aprendió el personaje la sabiduría para dirigir y aconsejar al pueblo ateniense, ya que Alcibíades nunca se reconoció ignorante y por ende, nunca se preocupó de buscar la sabiduría. Este interlocutor, sentencia el filósofo, se encuentra en la peor de las ignorancias, la de aquel que no sabe que es ignorante. Para salir de ella, necesita aprender a conocerse a sí mismo, lo que significa conocer su alma.
El tema de la ignorancia inconsciente lo trata Platón en los diálogos
intitulado Ion. Este es un personaje,
un rapsoda, quien trata todos los temas de la vida con el conocimiento que le
proporcionaba la poesía homérica. Exaltaba a Homero como la más importante
fuente de sabiduría griega. Platón describe el camino del conocimiento del
rapsoda: Homero tiene una inspiración, la misma es trasmitida por el bardo a
quien le escucha. Platón denuncia que cuando el poeta canta a la guerra, si
fuese verdadera sabiduría, podría dirigir los ejércitos, y no es así.
El joven Platón lleva el argumento del conocimiento al tema del bien. El
ignorante es quien peca, y lo hace porque no conoce el bien. Con este argumento
refuta la tesis opuesta que sostiene que hay quien peca voluntariamente porque conoce
el bien y el mal. Platón demuestra con el desarrollo de su tesis que la virtud es sólo una, por lo que
ninguna “virtud” puede ser tomada, estudiada, comprendida y definida, individualmente.
Un tema importante en su momento
histórico era el de la valentía u hombría como virtud particular, la cual trató
Platón en el Láques. Considerar la
valentía como virtud pasa por el estudio del temor a futuro: lo que debe
temerse y lo que no en el futuro. Esto implica estudiar el bien y el mal y esto
no se puede estudiar solamente con respecto al futuro, sino en el presente y en
el pasado. Esta investigación no puede limitarse en el tiempo, lo que te lleva al
estudio de la naturaleza de la virtud en general, lo que hace imposible
parcelar la virtud en partes diversas, por lo que la valentía no es una virtud.
La prudencia la trató en el Cármide,
llevando adelante el mismo examen y llegando a la misma conclusión. El
interlocutor del diálogo define la prudencia como conocimiento de sí mismo, del
saber y del no saber, o sea, ciencia de la ciencia. Sócrates plantea que dicha
ciencia carece de una cosa determinada y así, la ciencia no puede tener por
objeto la ciencia misma. Debe tener un objeto determinado para poder ser
ciencia. De esta manera la prudencia fracasa como ciencia de la ciencia. El objeto
de la ciencia es el bien, por lo tanto la prudencia es parte, con la sabiduría
y la valentía, de la virtud.
Los griegos consideraban la piedad
religiosa o la santidad como la
primera de las virtudes. Se entendía como el arte que regula el intercambio de beneficios
entre el hombre y la divinidad: el hombre ofrece culto y sacrificios, la
divinidad concede ayuda y ventajas. Sobre lo planteado surge la interrogante de
lo que es santo: ¿Es santo por qué complace a los dioses, o complace a los
dioses porque es santo? Se traslada el punto de la piedad religiosa a la
definición de lo que es santidad. La imposibilidad de definir la piedad
religiosa como una virtud particular, distinta a las demás, conduce al
reconocimiento de la unidad de la virtud.
Los planteamientos esbozados en los párrafos precedentes llevan a Platón
al desarrollo de la investigación sobre
el objeto o el fin de la virtud,
sobre los valores que se encuentran en su base.
Platón se cuestiona sobre qué es lo
bello. Lo bello, plantea, no puede ser distinto del bien; al igual lo que
es útil, lo que es conveniente, ya que lo conveniente es la apariencia de lo
bello, no lo bello mismo, y lo útil es lo provechoso, lo que produce el bien y
es, por lo tanto, causa del mismo bien. Al igual que las virtudes cuando se
examinan tienden a unificarse en el saber, así los varios objetos o fines de
las acciones humanas: lo bello, lo conveniente, lo útil, tienden a unificarse
en el concepto del bien.
El bien es el término final y el fundamento de toda relación humana. La
amistad no se funda en la semejanza ni en la desemejanza entre las personas. En
el diálogo Lisis Platón señala que lo
semejante no puede encontrar en lo semejante nada que ya no tenga, y en lo
desemejante no puede querer lo que le es desemejante, en resumen, lo bueno no
puede amar lo malo ni lo malo a lo bueno.
El ser humano ama el bien y pasa de un bien inferior a un bien superior
de manera que el bien último y superior es, igualmente, el primer fundamento de
la amistad. El bien es el verdadero amigo, lo demás cosas que deseamos y amamos
son sus imágenes. De lo antes expuesto se deduce que la amistad entre los seres
humanos se funda en su común relación con el bien.
MALLETES / Isidro Toro P
Bibliografía:
*-
Abbagnano, Nicolas. Historia de la Filosofía. 2da edición. Montaner y
Simon, S.A. Barcelona, España 1964
*-
González, Zeferino (1831-1894) Historia de la Filosofía.
http://www.filosofia.org/zgo/hf2/index.htm
*-
Kranz, Walter. Historia de la Filosofia Griega. Tomo I. 4ta edición. 1ra
en español. UTEHA. México. 1962
*-
Wikipedia
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