Solón (en griego Σόλων) (c. 638 a.
C.–558 a. C.) fue un poeta, reformador, legislador y estadista ateniense, uno
de los siete sabios de Grecia.
Gobernó en una época de leves
conflictos sociales producto de una extrema concentración de la riqueza y poder
político en manos de los eupátridas, nobles terratenientes de la región del
Ática.
Su Constitución del año 594 a. C. implicó una gran cantidad de reformas
dirigidas a aliviar la situación del campesinado asediado por la pobreza, las
deudas (que en ocasiones conducían a su esclavización) y un régimen señorial
que lo ataba a las tierras de su señor o lo conducía a la miseria. En
particular, se distinguen las reformas institucionales y el nuevo sistema
censitario creados con objeto de abolir la distribución de los derechos
políticos basada en el linaje del individuo y de, en su lugar, constituir una
timocracia. Como resultado, los estratos medios obtuvieron una mayor cuota de
poder político, pero los estratos más bajos no consiguieron que fuese oído su
reclamo de una nueva repartición de tierras, que en un principio anhelaban.
Según Plutarco, es probable que Solón
fuese hijo de Execéstidas, descendiente de Codros y por tanto de ascendencia
Melántida, aunque Dídimo de Alejandría lo tiene por hijo de Euforión. Su madre,
afirma Plutarco siguiendo a Heráclides Póntico, fue una prima de la madre de
Pisístrato. Durante su juventud, tras caer su familia en la pobreza, hubo de
dedicarse al comercio y a escribir poesía. En principio realizaba esto último
sin otro fin que el de entretenerse, pero progresivamente fue volcando el tono
de sus versos hacia un costado más filosófico y político.
De acuerdo siempre con Plutarco, la
iniciativa de Solón en empresas comerciales correspondió más a un afán de
aventura y conocimiento que a uno de lucro. El autor resalta la austeridad de
la vida del joven Solón,2 y destaca algunos de sus versos al respecto, en los
que el poeta no distingue diferencia entre.
Siendo Solón aún joven finalizó la
guerra que Atenas mantenía con Megara por la posesión de Salamina. Aquél, de
acuerdo a Plutarco, se dirigió a la plaza y recitó un poema elegíaco denominado
Salamina, con el que convenció a los atenienses de que no debían rendirse. La
guerra volvió a establecerse con Solón a la cabeza y, finalmente, Salamina fue
recuperada.
Algunos autores antiguos le reconocen
a Solón un papel decisivo en la «primera guerra sagrada», como agitador de los
anfictíones en su guerra contra Cirra por el dominio del templo de Delfos.
Su fama de moderado en una época
marcada por los conflictos entre un bando popular y la aristocracia antigua lo
llevó al arcontado y a que se le otorgara un poder especial para legislar e
introducir cambios en la forma de gobierno.
Solón ante Creso durante su visita a
Sardes, por Gerrit van Honthorst.
Sin embargo, aunque sus leyes resolvían varios problemas de la sociedad ateniense, no era suficiente para las clases más bajas, que esperaban medidas más radicales, sobre todo en lo relacionado con la cuestión agraria y la repartición de tierras. Solón en cambio buscaba el justo medio, atribuyéndosele la frase “guarda todo con mesura”.
Sin embargo, aunque sus leyes resolvían varios problemas de la sociedad ateniense, no era suficiente para las clases más bajas, que esperaban medidas más radicales, sobre todo en lo relacionado con la cuestión agraria y la repartición de tierras. Solón en cambio buscaba el justo medio, atribuyéndosele la frase “guarda todo con mesura”.
Dejó a los atenienses por el lapso de
10 años, en los que debían respetar las leyes, cosa que no ocurrió, y recorrió
varios países como Chipre, Lidia y Egipto, de donde obtendrá -a partir de
varios sacerdotes - el relato de la Atlántida, conservado por Critias y después
ampliado y adaptado por Platón en sus diálogos Timeo y Critias, regresando a
Atenas durante el gobierno del tirano Pisístrato, que se mantuvo respetuoso con
el viejo legislador. Debatió sobre el sentido de la ley con el filósofo
Anacarsis el escita y falleció el año 558 a. C.
Heródoto relata que en su viaje a
Lidia, Solón se entrevistó con el rey Creso. Según la leyenda, convencido el
monarca de ser el hombre más dichoso del mundo, consultó a Solón sobre quién
era, a su juicio, el más afortunado entre los hombres. Solón dio algunos
nombres, todos de personas fallecidas. Consternado Creso por no haber sido
nombrado entre ellos, le preguntó si en tan poco apreciaba su prosperidad. A
esto Solón respondió diciendo que no le era posible ponderar la dicha de un
hombre vivo, pues su fortuna es caprichosa y, por tanto, sólo puede ser evaluada
una vez que el individuo ha muerto. Resulta poco probable que este encuentro se
haya producido alguna vez, puesto que Creso fue coronado hacia 560 a. C., época
en que Solón ya había regresado a Atenas y a poco se encontraba de su muerte
La comunidad ateniense, aunque
fundamentalmente agrícola en la época, había alcanzado, desde los comienzos de
su unificación política, una estratificación social ya bastante avanzada.6 Los
eupátridas o «bien nacidos», nobles terratenientes de la zona del Ática, eran
dueños de la mayor parte de la tierra y señores de una considerable proporción
de la población. Al respecto, señala Aristóteles:
"Los pobres se hallaban
esclavizados no sólo ellos en persona, sino también sus hijos y sus mujeres,
Recibían la denominación de pelates y hectemorioi («los de la sexta parte»),
pues precisamente bajo tales condiciones labraban las tierras de los ricos. Y,
en general, la tierra estaba en manos de unos pocos. Y si los indigentes no
abonaban el precio del arriendo, se los podía llevar esclavizados, a ellos y a
su prole. También los préstamos se aseguraban mediante la esclavización
personal (...)".
Aristóteles, Constitución de los
atenienses 2.2
El estrato intermedio entre eupátridas
e indigentes lo constituían dos grupos: geomoros (o geomori), agricultores
dueños de escasas tierras en zonas infértiles; y los demiurgos (o demiurgi),
artesanos sin tierras. Con el progresivo desarrollo del comercio marítimo ático
y la exportación de artesanías, los sectores carentes de tierras productivas
(pequeños productores rurales, artesanos, mercaderes, etc.) se concentraron en
Atenas, su puerto (Pireo) y la costa (Paralia); junto con los metecos,
inmigrantes sin derechos políticos e incluso sin derecho a la posesión de casa
propia.
Al caer la monarquía, el poder
político se basó en un gobierno de nueve arcontes, elegibles año a año
exclusivamente por los eupátridas.7 Al abandonar sus cargos, los exarcontes
ingresaban al Areópago,nota 1 órgano de autoridad indiscutible, que
representaba la instancia superior para la mayor parte de los asuntos y poseía
el voto decisivo en la elección de los arcontes. De tal manera, los eupátridas
tuvieron en sus manos, a la vez que la concentración del poder económico, la
concentración absoluta del poder político ateniense.
Durante los siglos VII y VI a. C. se
produjo la sublevación y posterior lucha de los atenienses contra los
eupátridas y sus instituciones. Los más pobres reclamaban, ante todo, un nuevo
reparto de tierras y la abolición del derecho vigente sobre el endeudamiento.
Los estratos medios, por su parte, en tanto ya poseían cierta estabilidad
económica, ansiaban ante todo el poder político, por lo que exigían la
anulación de los privilegios políticos de los eupátridas.
Las leyes de Dracón, redactadas hacia
el 621 a. C., se promulgaron en el contexto de este enfrentamiento y, si bien
pueden ser interpretadas como una reafirmación escrita de las leyes vigentes y
benefactoras de la aristocracia, también, desde otro ángulo, pueden ser
consideradas como la primera delimitación legislativa, clara y definida, que
acotaba la arbitrariedad de los jueces hasta entonces basados en el Derecho
consuetudinario.
A comienzos del siglo VI a. C. el
enfrentamiento había llegado a un punto sin retorno. Desde tiempo atrás la
situación entre las dos facciones antagonistas estaba bloqueada.8 Aristóteles
se refiere al clima entonces reinante:
"La mayoría del pueblo se hallaba
subyugado por unos pocos, y el pueblo se había sublevado contra los nobles. El
alboroto era muy fuerte, y durante largo tiempo unos lucharon contra
otros".
Aristóteles, op. cit. 5.2
En este clima de stásis (guerra
civil), los dos partidos le eligieron como magistrado de la ciudad a este
poeta-soldado:
(algún otro) no hubiera podido
contener al pueblo [...] Pero yo, entre éstos, como en el espacio entre dos
ejércitos, me erigí como un mojón.
Loreux, Nicole.
Estos dos versos son citados por
Aristóteles, quien juzgó conveniente transmitirlos. Aristóteles, aludiendo a la
división tradicional de las ciudades entre ricos y pobres, opone una definición
de toda ciudad constituida en tres partes. La tercera es la más importante,
dado su posición intermediaria entre los antagonistas: desde el centro se
distinguen los extremos más claramente. A este mesónnota político, le corresponde
la forma media de politeia (constitución), en tanto «que es la única que está a
salvo de la guerra civil»1 Las ciudades pequeñas, según el «estagirita» están
expuestas a disturbios porque es «fácil dividir a la población en dos sin que
quede nada en medio».
En el año 594 a. C., Solón fue elegido
arconte y árbitro (diallaktés), asumiendo poderes extraordinarios.7 Según
Aristóteles, contó tanto con el apoyo de los eupátridas como con el de los no
nobles, en tanto ambas partes lo veían como defensor de sus respectivos
intereses.
"Por su origen y por su
notoriedad, Solón se contaba entre las primeras personalidades en el país, y
por sus condiciones económicas, en la clase media".
Aristóteles.
"Fue, pues, elegido Arconte,
después de Filómbroto, y juntamente medianero y legislador: a satisfacción de
los ricos, por ser hombre acomodado, y de los pobres, por la opinión de su
probidad".
Plutarco.
Solón organizó un sistema timocrático
que significó la división de la población no extranjera y libre en cuatro
clases según el volumen (en medimnos o medimnoi) de su producción agraria. Para
los sectores que no obtenían ingresos de la tierra, se confeccionó una
equivalencia (v.gr., un medimno de cereales o una oveja valían una dracma; un
buey, cinco). De este modo, los derechos políticos de cada individuo dejaban de
establecerse de acuerdo a su linaje y pasaban a considerarse en arreglo a su
riqueza. A su vez, la división servía para organizar la milicia.
La clase más alta fue la de los
pentacosiomedimnos (Pentakosiomedimnoi), que tenían ingresos de 500 medimnos o
más. Disponían de la plenitud de sus derechos políticos y podían elegir o ser
electos para cualquier cargo gubernamental (incluido el de arconte). En tiempos
de guerra ejercían los más altos cargos militares y se les encomendaba a sus
miembros el suministro de los recursos necesarios. En particular, debían hacer
entrega de las denominadas «liturgias», que incluían el armamento de un barco
de guerra (trierarquía), la financiación de una embajada en el extranjero y el
montaje de una pieza teatral (coregía).
La segunda clase fue la de los
hippeis, con ingresos superiores a los 300 medimnos. Contaban con los mismos
beneficios políticos que los primeros. Éstos debían prestar servicio como caballeros
y mantener el caballo por su cuenta.
La tercera de las clases la
constituyeron los zeugitas (zeugitai), cuyos ingresos superaban los 200
medimnos. Este grupo no podía ser electo ni participar en la elección del
arconte, aunque sí en la de los demás cargos y sus integrantes ser electos para
ellos. Debían integrarse a los hoplitas (milicia de infantería pesada) y cargar
con los costos de sus armas.
La última clase estaba formada por los
tetes (thetes), de ingresos inferiores a los 200 medimnos. No podían ser
electos para ningún cargo; podían, en cambio, participar en la elección de
aquellos cargos que no fueran el arcontado. Este grupo, en tiempos de guerra,
constituía la infantería ligera y el grueso de los remeros de la flota de
Atenas.
El areópago o Consejo Aristocrático,
en época monárquica había sido el Consejo del Rey y, durante la época de los
nueve arcontes, tribunal supremo en asuntos de justicia. Se le denominaba Bulé,
pero cambió su nombre cuando Solón creó la nueva Bulé. En época de Solón fue
mantenido como un consejo prestigioso que supervisaba el gobierno de la ciudad,
el trabajo de los magistrados, opinaba sobre el gobierno y actuaba como
tribunal para delitos graves y de sangre. Sin embargo, ya no participaba
directamente en asuntos administrativos.
La administración y el quehacer
legislativo de la ciudad quedó a cargo fundamentalmente de la asamblea popular
(Ekklesía) y de la bulé, ambos organismos establecidos por Solón.6 Esta última
consistía en un Consejo de cuatrocientos ciudadanos (cien de cada tribu o filai
del Ática). Se cree que se ocupaba de proponer leyes, de preparar las reuniones
de la ekklesía y, en general, de realizar las funciones que previamente tenía a
su cargo el areópago. La ekklesía o «asamblea popular» era la que tomaba todas
las decisiones de política interior, exterior, legislativa, judicial y
ejecutiva, pero necesitaba la aquiescencia y consejo del areópago y la bulé. La
ekklesía elegía a los arcontes, y por tanto, elegía indirectamente a los nuevos
miembros del areópago. Estaba compuesto por todos los ciudadanos mayores de
dieciocho años, varones. Delegaba su poder ejecutivo en los nueve arcontes y su
poder judicial en el areópago (tribunal para los casos de homicidio voluntario)
y en la heliea (tribunal ciudadano).
La heliea era el tribunal de justicia
supremo, compuesto por ciudadanos elegidos por sorteo.
En una de sus primeras medidas como
arconte, Solón anuló las deudas contraídas por los campesinos según las leyes
anteriores , y éstos recuperaron sus tierras embargadas. La legislación al
respecto fue denominada seisachteia o «supresión de cargas».
El alcance de dicha anulación no está
del todo claro. Aristóteles, Plutarco y Diógenes Laercio interpretaron que la
medida anulaba todas las deudas. Dionisio de Halicarnaso, en cambio, consideró
que los efectos alcanzaban solamente a los deudores más indigentes; y
Androción, orador y político discípulo de Isócrates, opinó que no significaba
otra cosa que la disminución de los intereses de las deudas contraídas.
En sus elegías Solón expresa su
conjunto de ideas políticas. Sus versos han llegado hasta nuestros días de
manera fragmentaria, a partir de citas de autores antiguos como Aristóteles,
Demóstenes, Teofrasto, Diógenes Laercio, Diodoro Sículo y Plutarco. En 1966. Sin
embargo, también existe controversia sobre la veracidad de ciertos fragmentos,
y es posible que algunos de los versos que se le atribuyen no sean de su
autoría.
En lo que respecta a la autenticidad
de la poesía soloniana, destaca el hecho de que, en la antigüedad, era usual
atribuir la autoría de las obras de poetas desconocidos o poco populares a
otros de renombre. Varios estudiosos han puesto en duda algunos versos
atribuidos a Solón por su referencia a hechos todavía no ocurridos; o bien, en
otros casos, porque la evidencia recogida les ha adjudicado un origen anterior.
Por su parte, es notoria la coincidencia entre varios fragmentos solonianos y
algunos de la Theognidea, conjunto de poemas de su contemporáneo Teognis de
Megara. En este caso no resulta sencillo dilucidar cuál de ambas es la fuente
original, o si existió en cambio una fuente previa que luego fue atribuida, por
separado, a ambos poetas.
Durante el siglo IV a. C., las leyes y
elegías de Solón eran conservadas por Aristóteles, quien se encargó de
compilarlas, y Teofrasto. Presumiblemente, la compilación de Aristóteles se
perdió y fue posteriormente recuperada por Apelicón y llevada a Roma por Lucio
Cornelio Sila en el 82 a. C., mientras que otra fuente fue comprada por
Ptolomeo II.20 Es posible que los historiadores antiguos que más se dedicaron a
estudiar a Solón, como Plutarco, obtuvieran sus fuentes de la biografía del
gobernante realizada por Hermipo de Esmirna, o bien, que accedieran a copias no
conocidas de la obra de Aristóteles o de las propias leyes.
De acuerdo a Plutarco, Solón comenzó a
escribir poesía como pasatiempo, y en un tono más popular que filosófico. Su
estilo elegíaco pudo haberse debido a la influencia de Tirteo, si bien
incursionó en otros géneros líricos como el troqueo y el yambo, de tono más
vital y directo.
En cualquier caso, sus versos son más
significativos desde el punto de vista histórico, como testimonio escrito de su
pensamiento y reformas, que desde el estético.
En sus elegías, Solón presenta la idea
de justicia como un poder divino y como un orden natural y autorregulado. A
este respecto, compara la justicia con el mar: «el mar es revuelto por los
vientos; mientras alguien no lo mueva, es la más justa de todas las cosas».
Gregory Vlastos analiza que, mientras que para Semónides de Amorgos el mar
tiene una naturaleza dual en la que alterna su apariencia (a veces calmo, a
veces tormentoso o perturbado), para Solón la perturbación no es su estado
natural o justo; y si entra en este estado, ha de existir para ello una causa
perturbadora. Junto a Gregory Vlastos, es «partidario de esta concepción de la
justicia como principio inherente, inmanente al orden social, dentro de un
organismo político y con una ley de causalidad semejante a las del mundo físico
en los filósofos jonios»,24 Werner Jaeger, en Solon's Eunomie. Están en contra,
Eric A. Havelock, H. Lloyd-Jones, quienes aducen un mismo concepto de justicia
en Solón que en Hesíodo. En la misma línea se halla Michael Gagarin.
Para Solón, la justicia es un asunto
concerniente a la comunidad, en arreglo a dos nociones: la paz común y la
«libertad común». Cualquier acto de injusticia que ponga en riesgo la seguridad
común amenazará asimismo la seguridad «individual» de cada miembro de esa
comunidad; de igual manera, cualquier daño directo a un miembro de la polis
será un daño indirecto a ella misma. Y el hecho de que sea «indirecto» sólo lo
hará más riesgoso en tanto no se podrá predecir el grado o cualidad de sus
efectos. De aquí que cualquier injusticia individual deba concernir a todos.
Estas consideraciones tuvieron consecuencias prácticas en la legislación de
Solón; fue éste quien, por primera vez en Grecia, escribió una ley sobre
criminalidad por la que se habilitó a cualquier ciudadano, en determinadas
circunstancias, a emprender acciones por ofensas hechas a otros, aunque éstas
fueran de carácter aparentemente «individual» y no colectivo.
La noción de libertad común nace de la
misma base: la esclavitud de cualquiera pone en peligro la libertad de todos.
De esta manera, la esclavitud de los campesinos deudores no produce el único
efecto de su desgracia personal, sino también un efecto —indirecto e
impredecible — sobre la polis. Una ciudad esclavizada por un mal tirano tuvo
que ser previamente dividida y la esclavitud individual es una manera de llevar
tal empresa a cabo, así como de legitimar la primera. Por otra parte, los
esclavos mismos cuentan con el poder necesario para sublevarse y robar a la
polis su libertad, es decir, la libertad común. La comunidad debe, por tanto,
velar por la libertad de todos sus miembros.
Honor y gloria a su memoria.
J.A.D.B:.
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