El más célebre entre los discípulos de Orígenes fue Dionisio, de
Alejandría. Cuando Orígenes abandonó Alejandría, le sucedió Heracles
como jefe de la escuela catequística y, a la muerte de Demetrio, subió a
la cátedra episcopal de Alejandría. Su sucesor en ambos cargos fue
Dionisio (248-265). Sus padres eran paganos en buena posición económica.
A la fe cristiana le llevaron, al parecer, su afán de lectura y su amor a la verdad, pues dice en una de sus cartas:
"Yo también he leído los escritos y las tradiciones de los herejes,
manchando mi alma durante algún tiempo con sus abominables pensamientos;
pero de su lectura he sacado este provecho: el de refutarlos dentro de
mí y odiarlos más que antes. Por cierto que un hermano, uno de los
presbíteros, trató de disuadirme, temiendo que me. revolcara en el fango
de su malicia y mi alma quedara manchada; como sentía que decía la
verdad, el Señor me mandó una visión, que me fortaleció, y me llegó una
voz, que dijo expresamente: "Lee todo lo que te venga a las manos,
porque tú eres capaz de enderezar y probar todas las cosas; éste ha sido
para ti desde el principio el motivo de tu fe" (Eusebio, Hist. eccl. 7,7,1-3).
Siendo ya obispo de la metrópoli egipcia, la persecución de Decio le
obligó a emprender la fuga. Volvió a Alejandría después de la muerte del
emperador; pero durante el reinado de Valeriano fue desterrado a Libia,
y más tarde a Mareotis, en Egipto. Cuando se reincorporó a su sede, se
produjeron nuevos disturbios: estalló una guerra civil, se declaró la
peste, y cayeron sobre él nuevos infortunios. Murió durante el sínodo de
Antioquía (264-265) de una enfermedad que le impidió asistir al mismo.
La posteridad le ha dado el sobrenombre de "Dionisio el Grande" por
su valor y firmeza en medio de las luchas y adversidades de su vida. Fue
un gran hombre de Iglesia; su influencia llegó mucho más allá de las
fronteras de su diócesis. Fue, además, autor de un gran número de
escritos que tratan de cuestiones tanto prácticas como dogmáticas. Sus cartas muestran que tomó parte activa en todas las grandes controversias doctrinales de su tiempo.
De sus numerosas obras nos quedan, desdichadamente, tan sólo pequeños
fragmentos. La mayor parte de ellos los ha conservado Eusebio, que le
dedicó casi todo el libro séptimo de su Historia eclesiástica.
Sus Escritos.
1. Sobre la naturaleza (Περί...).
En esta obra Dionisio refuta, en forma de carta dirigida a su hijo
Timoteo, el materialismo epicúreo, que se basa en el atomismo de
Demócrito, y demuestra la doctrina cristiana de la creación. Los
fragmentos conservados por Eusebio en su Preparación al Evangelio
(14,23-27) revelan que Dionisio conocía bien la filosofía griega y que
era un escritor muy hábil. Habla de una manera muy persuasiva del orden
del universo y de la existencia de la Providencia divina, en contra de
la explicación materialista del mundo.
2. Sobre las promesas (Περί επαγγελιών).
Eusebio nos describe las circunstancias que dieron origen a los dos libros Sobre las promesas y su contenido:
Dionisio compuso, además, los dos libros Sobre las promesas.
El tema se lo dio un obispo egipcio, Nepote. Este enseñaba que las
promesas hechas a los santos en las divinas Escrituras deberían
interpretarse más a la manera de los judíos e imaginaba que habría un
milenio de goces corporales. En todo caso, creyendo poder confirmar su
opinión con el Apocalipsis de Juan, había compuesto un libro sobre esta
materia bajo el título de Refutación de los alegoristas. Dionisio ataca esta obra en sus libros Sobre las promesas; en el primero expone su opinión sobre a miel la cuestión, y en el segundo trata del Apocalipsis de Juan (Hist. eccl. 7,24,1-3).
El obispo Nepote mencionado aquí gobernaba la diócesis de Arsinoe. Se
había servido del Apocalipsis de San Juan para apoyar sus doctrinas
quiliastas, rechazando la interpretación alegórica de Orígenes. Este
libro de Nepote tuvo un gran éxito, incluso después de su muerte, hasta
el punto de "haber cismas y defecciones de iglesias enteras" (ibid. 7). Dionisio fue, pues, a Arsinoe y sostuvo una disputa sobre el problema milenarista:
Hice llamar a los presbíteros y doctores de los hermanos que están en
los pueblos, y, en presencia de los hermanos que querían, les propuse
hacer un examen público del libro. Ellos me trajeron este libro (el de
Nepote) como un arma y una muralla inexpugnable. Me senté con ellos por
tres días consecutivos, de la mañana a la noche, y traté de corregir lo
que estaba escrito...
Al final, Coración, pastor y jefe de este movimiento, dijo que
renunciaba a su partido, porque le habían convencido los argumentos en
contra. Sin embargo, de regreso a Alejandría, Dionisio juzgó necesario
completar aquella disputa con sus dos libros Sobre las promesas,
a fin de contrarrestar toda influencia ulterior del libro de Nepote. Es
interesante notar que en su refutación niega que el apóstol Juan sea el
autor del Apocalipsis:
Que él [el autor del Apocalipsis] se llame Juan y que este libro haya
sido escrito por un Juan, no lo niego. Estoy plenamente de acuerdo en
que es obra de un hombre santo e inspirado de Dios. Lo que no aceptaré
fácilmente es que sea el apóstol, el hijo de Zebedeo, el hermano de
Santiago, de quien son el Evangelio llamado según Juan y la Epístola católica.
En efecto, a juzgar por el carácter de cada uno y por el estilo de su
lenguaje y por lo que se suele llamar composición del libro, conjeturo
que no es el mismo. Pues el evangelista no pone su nombre en ninguna
parte ni se anuncia a sí mismo en todo el Evangelio ni en la Epístola
(Eusebio, Hist. eccl. 7,25,6-8).
3. Refutación y apología (Βιβλία ελέγχου καΐ απολογίας).
Esta obra, en cuatro libros, va dirigida a su homónimo en Roma el papa Dionisio (259-268), según nos informa Eusebio (Hist. eccl. 7,26,1). El Romano Pontífice había invitado al obispo de Alejandría a rendir cuenta de su fe trinitaria (ΑTΗΑNASIUS, Ep. de sent. Dion. 13). Dionisio contestó con su Refutación y apología, en la que demostraba su ortodoxia. Parece que sus explicaciones aquietaron los escrúpulos de Roma. No quedan más que fragmentos de esta obra en Eusebio (Praep. ev. 7,9) y Atanasio (De sententia Dionysii episc. Alex.). El nudo de la controversia era la relación entre el Padre y el Hijo. Sobre ella dice Dionisio en esta carta:
No hubo un tiempo en que Dios no fuera Padre. No es verdad que el
Padre estuviera un momento privado de logos, de sabiduría y de poder, y
que después engendrara al Hijo. Pero el Hijo no tiene de sí mismo su existencia, mas del Padre.
Siendo el resplandor de la luz eterna, también El es absolutamente eterno.
Si la luz existe siempre, es cierto que su resplandor existe también
siempre. En efecto, se reconoce la existencia de la luz por su
resplandor, y es imposible que la luz no brille. Y séanos permitido
recurrir una vez más a comparaciones. Si el sol existe, también el día; y
si todo está oscuro, es imposible que el sol esté allí. Si, pues, el
sol fuera eterno, el día no tendría fin; mas no es así, pues el día
empieza con la salida del sol y se acaba con su puesta. Pero Dios es la luz eterna, que no ha tenido principio ni tendrá jamás fin. Por consiguiente, su resplandor es eterno y coexiste con El. Porque existe sin principio y es engendrado sin cesar, resplandece siempre delante de El.
El es aquella Sabiduría que dice: "Estaba yo con El..., siendo siempre
su delicia, solazándome ante El en todo tiempo" (Prov. 8,30).
Siendo, pues, eterno el Padre, también el Hijo es eterno, Luz de Luz.
Porque donde hay uno que engendra, hay también uno que es engendrado. Y
de no haber uno que es engendrado, ¿cómo y de quién podría ser Padre el
que engendra? Pero ambos existen, y esto por siempre jamás. Si, pues, Dios es la Luz, Cristo es el Resplandor.
Y puesto que El (Dios) es Espíritu - porque dice la Escritura "Dios es
Espíritu" (lo. 4,24) -, a Cristo conviene llamar Aliento. En efecto, El
es, dice, "el aliento del poder de Dios" (Sap. 7,25).
Añadamos que el Hijo único, que coexiste siempre con el Padre y está
lleno del que es, existe desde el momento en que recibe su existencia
del Padre.
Eusebio dice (Hist. eccl. 7,26,2) que Dionisio dedicó una obra Sobre las tentaciones a un tal Eufranor. De ella no conocemos más que el título.
4. La correspondencia.
Las cartas de Dionisio son una fuente importante para la historia de
su vida y de su tiempo. Eusebio se sirvió de ellas con frecuencia en su Historia eclesiástica.
No poseemos completas más que dos; de las otras quedan solamente
fragmentos. Pero lo poco que queda basta para demostrar la gran
influencia de su autor y la variedad de cuestiones por las que se
interesó.
a) La carta a Novaciano. El cisma
de Novaciano dio ocasión a varias de las cartas de Dionisio. En ellas
instaba a Novaciano y a sus adeptos a que volvieran al seno de la
Iglesia. Suplicaba a las autoridades que fueran benignos en su sentencia
contra los que habían caído durante la persecución de Decio. Se
conserva íntegra una breve carta dirigida a Novaciano, el antipapa, y
merece la pena de ser citada:
Dionisio a Novaciano, su hermano, salud. Si fuiste descarriado contra
tu voluntad, como dices, puedes probarlo volviendo por tu propia
voluntad. Porque uno debería estar dispuesto a sufrirlo todo, sea lo que
fuere, antes que desgarrar la unidad de la Iglesia de Dios,
y no sería menos glorioso el dar testimonio para evitar el cisma que
para no adorar los ídolos; yo creo que sería más glorioso. Porque, en
este caso, uno da testimonio solamente por su propia alma, mientras que
en el otro por toda la Iglesia. Y si tú pudieras ahora, por la
persuasión o por la fuerza, inducir a tus hermanos a volver a la unión,
tu reparación sería mayor que tu caída: ésta no se tendría en cuenta; en
cambio, aquélla sería objeto de alabanza. Pero, si no puedes hacerlo
porque ellos no te obedecen, salva tu propia alma. Pido a Dios que te
Vaya bien en la paz del Señor (Eusebio, Hist. eccl. 6,45).
b) La carta a Basílides. La
segunda carta que se ha conservado entera es una de las que escribió a
Basílides, obispo de Pentápolis. Contesta a varias preguntas que el
obispo le había dirigido sobre la duración de la Cuaresma y sobre las
condiciones corporales que se requieren para la recepción de la Eucaristía.
Se conserva en la colección Epístolas canónicas de la Iglesia griega,
que constituye una de las fuentes del Derecho canónico oriental.
c) La carta a Fabio. Esta carta, dirigida a Fabio, obispo de Antioquía, es de particular interés para la historia de la penitencia y de la eucaristía.
No queda más que un fragmento conservado por Eusebio. Dionisio trata en
ella del debatido problema del perdón después de la apostasía durante
la persecución. En el cuerpo de la carta dice lo siguiente:
Te expondré únicamente este ejemplo que ha ocurrido entre nosotros.
Había entre nosotros un tal Serapión, anciano fiel, que durante mucho
tiempo había vivido de modo irreprochable, pero había caído en la
prueba. Este hombre pidió repetidas veces (el perdón de las culpas),
pero nadie hacía caso de él, porque había sacrificado. Y, habiendo caído
enfermo, estuvo durante tres días seguidos sin poder hablar y sin
conocimiento. Al cuarto día se puso un poco mejor, y, llamando a su
nieto, le dijo: "¿Hasta cuándo, hijo mío, me vais a retener? Apresuraos y
absolved me pronto; llama a alguno de los presbíteros." Dicho esto,
volvió a quedarse sin habla. El chico corrió a casa del presbítero. Era
de noche, y el presbítero estaba enfermo. No podía salir; mas como yo
había dado orden de que se perdonara a los que salían de esta vida, si
lo pedían, y especialmente si lo habían suplicado antes, para que
pudieran morir en la esperanza, dio al niño una pequeña porción de la
Eucaristía, recomendándole que la empapara en agua y la dejara caer a
gotas en la boca del anciano. El niño volvió a casa trayendo (la
Eucaristía); cuando estaba ya cerca, antes de entrar, Serapión volvió en
sí y dijo: "¿Ya has llegado, hijo? El presbítero no ha podido venir,
pero tú haz de prisa lo que él te encargó, y déjame morir." El niño puso
en agua (la Eucaristía) y la vertió en seguida en la boca del anciano.
Este tragó un poquito e inmediatamente entregó su espíritu. ¿No es
evidente que se conservó y permaneció vivo hasta que fue absuelto y que,
una vez que sus pecados fueron borrados, se le puede reconocer (como
cristiano) por todas las buenas obras que había hecho? (Eusebio, Hist. eccl. 6,44,2-6).
d) Cartas festales. Hasta el siglo
IX, los obispos de Alejandría acostumbraban enviar cada año a todas las
iglesias de Egipto un anuncio indicando la fecha de Pascua y del
comienzo del ayuno preparatorio. Solía estar redactada en forma de carta
pastoral exhortando a la comunidad a observar cuidadosamente la
Cuaresma y el tiempo pascual. Dionisio de Alejandría es el primer obispo
de quien se sabe que haya mandado una de estas cartas (Eusebio, Hist. eccl. 7,20):
Además de las cartas que hemos mencionado, Dionisio compuso también
por aquel tiempo las cartas festales que aún se conservan; en ellas
expresa en tono elevado conceptos y fórmulas solemnes sobre la
festividad de la Pascua. Una de éstas la dirigió a Glavio, otra a
Domicio y a Dídimo; en esta última propone un canon (de un ciclo) de
ocho años y demuestra que no conviene celebrar la fiesta de Pascua sino
después del equinoccio de primavera.
De estas cartas sólo quedan fragmentos. Vemos por ellos que, además
de su objeto inmediato, Dionisio aprovechaba la ocasión para discutir
importantes cuestiones eclesiásticas de aquel tiempo.
http://www.conoze.com/doc.php?doc=5413
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