Jano bifronte, capilla de Saint-Vulphy, sigloXVI, Rue (Francia) |
El eje solsticial del Zodíaco, relativamente vertical con respecto al eje
de los equinoccios, debe considerarse como la proyección, en el ciclo solar
anual, del eje polar norte-sur.
Según la correspondencia del simbolismo temporal con
el simbolismo espacial de los puntos cardinales, el solsticio de invierno es
en cierto modo el polo norte del año y el solsticio de verano su polo sur,
mientras que los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño, corresponden
respectivamente, y de modo análogo, al este y al oeste.
De acuerdo con el
simbolismo cristiano, el nacimiento del [Mesias] Avatâra ocurre no
solamente en el solsticio de invierno, sino también a medianoche; está así,
pues, en doble correspondencia con la “puerta de los dioses”.
Las dos puertas zodiacales son respectivamente la entrada y la
salida de la “caverna cósmica” que ciertas tradiciones designan como “la puerta
de los hombres” y la puerta de los dioses” y que corresponden a los dos
solsticios. Debemos precisar que la primera corresponde al solsticio de verano,
es decir, al signo de Cáncer, y la segunda al solsticio de invierno, es decir,
al signo de Capricornio. Para comprender la razón, es menester referirse a la
división del ciclo anual en dos mitades, una “ascendente” y otra “descendente”:
la primera es el período del curso del sol hacia el norte (uttaràyana),
que va del solsticio de invierno al de verano; la segunda es la del curso
del sol hacia el sur (dakshinàyana), que va del solsticio de
verano al de invierno. En la tradición hindú, la fase “ascendente” está puesta
en relación con el deva-yâna [‘vía de los dioses’], y la fase
descendente con el pitr-yâna[‘vía de los padres (o antepasados)’], lo
que coincide exactamente con las designaciones de las dos puertas que acabamos
de recordar: la “puerta de los hombres” es la que da acceso al pitr-yâna,
y la “puerta de los dioses” es la que da acceso al deva-yâna; deben,
pues, situarse respectivamente en el inicio de las dos fases correspondientes,
o sea la primera en el solsticio de verano y la segunda en el solsticio de
invierno.
Por otra parte, según el simbolismo masónico, el
trabajo iniciático se cumple “de mediodía a medianoche”, lo que no es menos
exacto si se considera el trabajo como una marcha efectuada de la “puerta de
los hombres” a la “puerta de los dioses”; la objeción que se podría estar
tentado de hacer, en razón del carácter “descendente” de este período, se
resuelve por una aplicación del “sentido inverso” de la analogía, como se verá
más adelante. En el día, la mitad ascendente es de medianoche a mediodía, la
mitad descendente de mediodía a medianoche: medianoche corresponde al invierno
y al norte, mediodía al verano y al sur; la mañana corresponde a la primavera y
al este (lado de la salida del sol), la tarde al otoño y al oeste (lado de la
puesta del sol). Así, las fases del día, como las del mes, pero en escala aún
más reducida, representan analógicamente las del año; ocurre lo mismo, de modo
más general, para un ciclo cualquiera, que, cualquiera fuere su extensión, se
divide siempre naturalmente según la misma ley cuaternaria.
Tal simbolismo se encuentra
igualmente entre los los griegos. También entre los latinos, donde está
esencialmente vinculado con el simbolismo de Jano.Jano, en el aspecto de que
ahora se trata, es propiamente el ianitor [‘portero’] que abre y cierra
las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus
principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un
símbolo “axial”. En efecto, Jano [Ianus] ha dado su nombre al mes de
enero (ianuarius), que es el primero, aquel por el cual se abre
el año cuando comienza, normalmente, en el solsticio de invierno; además, cosa
aún más neta, la fiesta de Jano, en Roma, era celebrada en los dos solsticios
por los Collegia Fabrorum. Como las puertas solsticiales dan acceso a
las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo zodiacal, que en ellas
tienen sus puntos de partida respectivos, Jano, a quien hemos visto aparecer
como el “Señor del triple tiempo” (designación que se aplica también a Çiva en
la tradición hindú), es también, por lo dicho, el “Señor de las dos vías”, esas
dos vías, de derecha y de izquierda, que los pitagóricos representaban con la
letra Y, y que son, en el fondo, idénticas al deva-yána y al pitr-yâna
respectivamente. Por lo demás, Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios
de las iniciaciones que, como en todas las civilizaciones tradicionales,
estaban vinculadas con el ejercicio de las artesanías; y es muy notable que
esto, lejos de desaparecer con la antigua civilización romana, se haya
continuado sin interrupción en el propio cristianismo, y que de ello, por
extraño que parezca a quienes ignoran ciertas “transmisiones”, pueden aún
encontrarse vestigios en nuestros mismos días.
En el cristianismo, las
fiestas solsticiales de Jano se han convertido en las de los dos San Juan, y
éstas se celebran siempre en las mismas épocas, es decir en los alrededores
inmediatos de los solsticios de invierno y verano. Señalemos aún, de paso y a
título de curiosidad, que la expresión popular francesa “Jean qui pleure et
Jean qui rit” [‘Juan que ríe y Juan que llora’] es en realidad una
reminiscencia de los dos rostros opuestos de Jano. Y es también muy
significativo que el aspecto esotérico de la tradición cristiana haya sido
considerado siempre como “johannita”, lo cual confiere a ese hecho un sentido
que sobrepasa netamente, cualesquiera fueren las apariencias exteriores, el
dominio simplemente religioso y exotérico. La sucesión de los antiguos Collegia
Fabrorum, por lo demás, se transmitió regularmente a las corporaciones que,
a través de todo el Medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático, y en
especial a la de los constructores; ésta, pues, tuvo naturalmente por patronos
a los dos San Juan, de donde proviene la conocida expresión de “Logia de San
Juan” que se ha conservado en la masonería, pues ésta no es sino la continuación,
por filiación directa, de las organizaciones a que acabamos de referirnos.
Recordaremos que la “Logia de
San Juan”, aunque no asimilada simbólicamente a la caverna, no deja de ser,
como ésta, una figura del “cosmos”; la descripción de sus “dimensiones” es
particularmente neta a este respecto: su longitud es “de oriente a occidente”;
su anchura, “de mediodía a septentrión”; su altura, “de la tierra al cielo’; y
su profundidad, “de la superficie al centro de la tierra”. Es de notar, como
relación notable en lo que concierne a la altura de la Logia, que, según la
tradición islámica, el sitio donde se levanta una mezquita se considera
consagrado no solamente en la superficie de la tierra, sino desde ésta hasta el
“séptimo cielo”. Por otra parte, se dice que “en la Logia de San Juan se elevan
templos a la virtud y se cavan mazmorras para el vicio”; estas dos ideas de
“elevar” y “excavar” se refieren a las dos “dimensiones” verticales, altura y
profundidad, que se cuentan según las mitades de un mismo eje que va “del cenit
al nadir”, es decir, a las dos tendencias del ser, hacia los Cielos (el templo)
y hacia los Infiernos (la mazmorra), tendencias que están aquí más bien
“alegorizadas” que simbolizadas en sentido estricto, por las nociones de
“virtud” y “vicio’.
En el simbolismo masónico, dos
tangentes paralelas a un circulo se consideran, entre otras significaciones
diversas, como representación de los dos San Juan; si se ve al Círculo como una
figura del ciclo anual, los puntos de contacto de las dos tangentes,
diametralmente opuestos entre sí, corresponden entonces a los dos puntos
solsticiales.
Aun en su forma especulativa”
moderna, la masonería ha conservado siempre también, como uno de los
testimonios más explícitos de su origen, las fiestas solsticiales, consagradas
a los dos San Juan después de haberlo estado a los dos rostros de Jano; y así
la doctrina tradicional de las dos puertas solsticiales, con sus conexiones
iniciáticas, se ha mantenido viva aún, por mucho que sea generalmente
incomprendida, hasta en el mundo occidental actual.
Extractado de: René
Guenón, publicado en É. T., mayo y junio de 1938, compilado en Símbolos
fundamentales de la Ciencia Sagrada, capítulo XXXV y XXXVII.
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