“El País Semanal” de
España, lleva la Masonería a su portada: “La Hermandad del Misterio”
Los masones han sido perseguidos desde su fundación y
llevan 300 años viviendo entre sombras. En pleno siglo XXI, la vertiente
ortodoxa aún custodia arcanos, practica ritos medievales y no acepta mujeres en
sus filas. ¿Sobrevivirán al futuro? Entramos en su territorio secreto en busca
de respuestas.
Rubén tiene 42 años y es aprendiz de
masón. Por eso, esta noche su papel consistirá en escuchar, hablar poco y
servir la mesa a sus hermanos de la logia Phoenix durante el ágape. Hijo de
taxista y ama de casa, soltero, sin pareja, gestiona pequeños negocios
familiares.
Hace tres meses, emprendió el viaje iniciático en uno de los dos
templos que albergan los sótanos de la Gran Logia de España. Su sede ocupa la
planta baja de un inmueble madrileño a un corto paseo del estadio Santiago
Bernabéu. Protegida por un portón de seguridad, solo dos columnas a cada lado
de la entrada y las iniciales de la institución grabadas en piedra —“G. L.
E.”—, bajo la figura de una escuadra y un compás entrelazados, apuntan desde la
calle lo que oculta su interior. Dos noches al mes, este espacio queda
reservado a los integrantes de la logia Phoenix, una de las 19 que hay en
Madrid. Hacia las ocho de la tarde de un martes casi veraniego, Rubén y sus
hermanos descienden las escaleras de camino al templo. Todos son hombres.
Visten de riguroso luto como marca la etiqueta del cónclave, llamado tenida en
su jerga. Camisa blanca con corbata y traje oscuros. Estrechan sus manos
cubiertas con guantes blancos, subrayando con gestos sus estatus de aprendiz,
compañero o maestro, grados fundamentales de la masonería. Mientras anudan los
mandiles a la cintura, repiten la misma broma al profano intruso. “¿También
vienes al entierro?”.
Los mandiles blancos delatan a los aprendices. Rubén
brujulea entre ellos, colocando cestas de pan en la gran mesa en forma de U
para el ágape que abrochará la reunión. Solo vendrán una veintena de los 40
miembros de la logia Phoenix. Los ausentes —y muchos asistentes— manifiestan
pánico a salir en un reportaje. Tienen miedo de lo que puedan pensar sus
familiares o sus jefes. En España, la mayoría oculta su condición. Pesan las
leyendas negras y la memoria de la represión durante la dictadura franquista.
Muy pocos lo confiesan en el trabajo, al contrario que en EE UU, donde se
menciona en el currículo. Para muchos son una secta. Ellos lo niegan. “No
tenemos dogmas y defendemos la libertad de pensamiento”.
Trescientos años después de su fundación
en una taberna de Londres, la fraternidad universal de los masones sigue
envuelta en misterio. Viven entre sombras durante el día. Celebran cónclaves en
la noche. Practican rituales medievales en los templos, custodiados por
vigilantes que defienden espada en mano la entrada de cualquier profano
intruso. Nadie, salvo ellos entre sí, sabe lo que son. Se reconocen mediante
gestos. Tienen su propio lenguaje, preñado de simbología. Cuentan con un
calendario y con una jurisdicción paralela para dirimir sus cuitas y, llegado
el caso, dictar la expulsión. En pleno siglo XXI, la vertiente ortodoxa o
“regular”, mayoritaria de la institución y reconocida por las grandes logias
internacionales, mantiene entre sus reglas la creencia en un dios creador y la
prohibición de admitir mujeres. Unas exigencias obviadas en las heterodoxas
“obediencias irregulares”. Todos siguen asociados a cenáculos de poder y
conspiraciones. “Soy consciente de la parte oscura que muchos ven en nosotros”,
dice Rubén, el aprendiz. “Tendrán que pasar en España un par de generaciones
para que desaparezcan los estigmas”.
Los mandiles de los más veteranos de Phoenix lucen símbolos del rito por
el que funciona esta logia: el llamado “de emulación”, de origen británico, uno
de los muchos que se practican en la masonería. Rosetones azules sobre fondo
blanco, borlas plateadas y cruces de tau invertidas marcan grados de compañero
o maestro, así como los oficios que ejercen. Tesorero, secretario, oficial, guardatemplo…
El aspirante a formar parte de la logia pisa por primera vez el suelo
ajedrezado del templo con los ojos vendados. Además de ciego, cruza ni vestido
ni desnudo el umbral flanqueado por dos columnas salomónicas. Lleva la camisa
abierta dejando medio torso al descubierto, con el pecho izquierdo al aire y
una soga alrededor del cuello. Otro hermano que ejerce de Lázaro conduce sus
pasos hacia el sillón del venerable maestro de la logia, siempre situado al
oriente, por donde sale el sol, y le susurra al oído las respuestas a las
preguntas del compromiso que ha de jurarse sobre los tres principales símbolos:
la escuadra, el compás y el libro sagrado. Antes de ser despojado de la venda y
empezar a ver la luz del misterio, el iniciado en el rito de emulación siente
la punta de un puñal oprimiendo su pecho, prueba de que el incumplimiento de su
palabra traerá consigo el desprecio de sus semejantes. Se le anuncia la
prohibición de desvelar cualquier misterio de la Orden. Mantener secretos
durante siglos les ha permitido confabularse al margen del orden establecido.
“La sensación que tienes al iniciarte es la de estar ante el examen de un
tribunal”, dice Rubén. “Llegas nervioso. No sabes lo que te va a pasar. Si
entras es porque el resto de hermanos te han dado un voto de confianza. No es
una única cosa la que te trae hasta aquí. Es la mezcla entre buscar un
crecimiento personal y querer encontrarlo en una comunidad sin dogmas. Aquí hay
normas, pero no dogmas. Desde pequeño he prestado atención a mi forma de
relacionarme con los demás. Quizás esto es algo que busqué siempre: un espacio
de fraternidad donde compartir asuntos relacionados con el pensamiento”.
Entre los hermanos de Rubén está Jesús, profesor
universitario de economía a punto de jubilarse y maestro en Phoenix. “A mí me
habló de la masonería una antigua novia”, cuenta Jesús. “A los 65 años, dije: o
me meto ahora, o no lo haré nunca. Buscaba un refugio de elevación personal”.
Eduardo, aprendiz madrileño de 43 años, se inició en Lima, donde vivió una
temporada. “Soy católico, no muy practicante. Aquí he encontrado un sistema
para mejorarme y practicar la libertad de pensamiento en grupo”. Roberto,
ingeniero de 41 años, soltero y sin pareja, también lleva el mandil blanco de
aprendiz. “Siempre he tenido presente la parte esotérica de las cosas. Soy
introspectivo y aquí he encontrado solemnidad. Rechacé otras obediencias simbólicas
para entrar en la masonería regular. Ya que decidí meterme, he buscado la
ortodoxia”.
Exactamente a las 20.30, Javier Escalada, a la sazón
gran maestro de la Gran Logia Provincial de Madrid, ordena en voz alta a las
puertas del templo: “¡Hermanos! ¡Prestad atención a la entrada del venerable
maestro acompañado de sus oficiales!”. Unos bafles cascados escupen una pieza
de música clásica que acompaña al cortejo. Sus miembros giran a paso marcial en
torno al damero central del suelo. El venerable maestro es el primero en llegar
al oriente de la sala para ascender tres peldaños y ocupar su trono. Sobre su
mesa, un ejemplar de la Biblia, un compás y un mallete que marcará el ritmo de
la ceremonia. A su espalda, las siglas ALGDGADU (A La Gloria Del Gran
Arquitecto Del Universo). La formación sigue girando por la sala a paso
castrense. Los oficiales son llevados de la mano hasta sus asientos mientras
ejecutan una suerte de baile circular. Tras el cierre de la puerta del templo
suenan Las cuatro estaciones, de Vivaldi. Se anuncian las excusas de los
ausentes. Con tres golpes de mallete, queda abierta la sesión.
Fernando Castilla, empresario de 53 años, casado y con hijos, ejerce hoy
de guardatemplo exterior. Vigila desde fuera la puerta cerrada para
impedir, armado con una espada, que ningún profano irrumpa mientras se
desarrollan los trabajos de la tenida. Maestro instalado de Phoenix, se inició
en 2001. “Acabas tus estudios, encuentras un trabajo, formas una familia. ¿Y
ahora qué? Y esto de la masonería, ¿qué será? Ahí empezó mi curiosidad. Tras
muchos años, a veces da pereza ponerte el traje oscuro y dejar otros planes
para venir. Pero merece la pena pasar con mis hermanos un par de martes al mes
desde el ocaso hasta la madrugada. Somos personas normales, salvo durante el
ritual. Este es nuestro jardín secreto”.
La semilla de la masonería prendió en el
verano de 1717, cuando un puñado de caballeros londinenses fundó la Gran Logia
de Inglaterra. Un espacio de fraternidad por encima de las creencias, donde
cristianos, judíos y musulmanes compartían inquietudes y podían contrastar
ideas en libertad. En 1723, las conocidas como Constituciones de Anderson
establecieron su corpus jurídico. El primer artículo exige la creencia en el
Gran Arquitecto del Universo. Sus seguidores heredan el conocimiento simbólico
del Arte Real de la Construcción de los albañiles (maçons, en francés) que levantaron las
catedrales medievales. Así nació la francmasonería o freemasonery, originaria
de los gremios donde los free
masons eran albañiles, constructores, pedreros o canteros con
libertades o privilegios. El sistema basado en el simbolismo de la construcción
aspira a que sus miembros desarrollen la capacidad de aprendizaje, reflexión y
diálogo para transmitir a su entorno la misión perfeccionadora que anhelan
mediante la construcción del templo
simbólico de cada ser humano. El esoterismo, el misterio y el secreto forman su
esencia, y los grados marcan el avance en el conocimiento. Como analizaba un reciente
artículo de The
Economist, “la francmasonería puede parecer incomprensible
porque no lleva aparejada ideología o doctrina algunas, y en cambio se define
por un acuerdo de hermandad universal y un desarrollo personal. No existe un
único cuerpo gubernativo. Está compuesto por una libre red de grupos, conocidos
como logias, bajo la autoridad regional y nacional de las grandes logias”.
La Orden ha servido de refugio a
liberales y demócratas. Desde su fundación ha sido perseguida por regímenes
totalitarios y hoy sigue suscitando rechazos. En Italia, el borrador del
acuerdo de Gobierno populista entre la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas
incluía este mandato: “No pueden formar parte del Gobierno los sujetos que
pertenezcan a la masonería”. El Gran Oriente de Italia exigió la intervención
del presidente de la República contra la medida, catalogada como
“discriminación odiosa que recuerda a las leyes fascistas”.
En cuestiones de fe, los masones
regulares apelan a su integración religiosa. Pero la Iglesia católica declaró
su incompatibilidad en diversos pronunciamientos y el anterior Código de
Derecho Canónico preveía la excomunión. Ellos se definen defensores del
progreso del hombre y de su desarrollo filosófico, espiritual y filantrópico.
Tienen prohibido el proselitismo, aunque el verdadero afán de las logias es
hacer masones y propagar los principios de libertad, igualdad y fraternidad que
impulsaron la Ilustración y la Revolución Francesa. Hoy sufren la fuga de
miembros en bastiones como Estados Unidos, donde fundadores como George
Washington y varios presidentes han sido masones. En 1959 contaban con cuatro
millones de miembros. Ahora hay un millón.
“La ascensión del individualismo, el
surgimiento de nuevos lugares de socialización, como las redes sociales, la
aversión al compromiso y la falta de renovación de un enfoque centrado en la filantropía,
que no fomenta la incorporación de nuevas generaciones al no ofrecer otros
universos de mayor significado, están entre las causas del descenso de miembros
entre las grandes logias de raíz anglosajona”, explica Jean-Pierre Rollet, gran
canciller de la Gran Logia Nacional Francesa, que aglutina a 30.000 miembros
regulares del total de 120.000 masones que hay en el país, repartidos entre las
diversas obediencias. “En grandes logias tradicionales de Europa y América
Latina el desinterés no es tan acusado porque la institución responde a la sed
de vida espiritual de muchos de nuestros contemporáneos”. Se calcula que en el
mundo los masones regulares no superan los tres millones, repartidos en dos
centenares de grandes logias nacionales reconocidas entre sí. A las causas del
descenso de miembros entre los países pata
negra —EE UU, Reino Unido, Irlanda y Escocia— apuntadas por
Jean-Pierre Rollet cabe añadir la edad provecta de sus integrantes.
La media en España ronda los 50 años. Y
el ingreso en alguna de las 178 logias regulares del país suele producirse
entre los 30 y los 40. En todo el territorio nacional se calcula que viven unos
4.000 masones. Tres mil de ellos integran la Gran Logia de España. El millar
restante forma parte de la vertiente irregular, no reconocida por las grandes
logias internacionales. Desde la Gran Logia Simbólica Española, donde se niegan
a aceptar la etiqueta de “irregular”, dicen aglutinar a 736 hermanos y hermanas
en 42 logias mixtas bajo la siguiente premisa: “El modelo mixto, con hombres y
mujeres, es la normalidad y reflejo de los tiempos de ayer, de hoy y de
mañana”. Dentro de dicha corriente disidente, las estimaciones más optimistas
también calculan unas 400 masonas, el 65% de ellas integradas en la Gran Logia
Femenina de España. “Las mujeres tienen protagonismo en la masonería, pero no
en la Gran Logia de España”, dice el gran maestro de la institución, Óscar de
Alfonso. “Seguimos una normativa medieval y juramos formar parte de una Orden
que solo acepta a hombres creyentes en un dios. Yo estoy casado, tengo hijas…
Me gusta vivir el concepto de fraternidad entre compañeros. Tal vez no lo
sienta con las mujeres”.
—¿Quizá por eso se les sigue viendo como
una asociación excluyente, que deja conocimientos y poderes en manos de ciertos
hombres?
—Eso no es cierto. No somos machistas. A
las mujeres que quieren ingresar en la Gran Logia de España les damos el
contacto de otras logias que admiten a mujeres.
Óscar de Alfonso, abogado valenciano de
50 años, fue reelegido el pasado marzo para un tercer mandato consecutivo como
gran maestro de la Gran Logia de España. La campaña electoral previa se
convirtió en una lucha fratricida por el poder. La polémica arreció tras la
publicación de unas fotos de Óscar de Alfonso en su cuenta de Instagram en las
que aparecía con sus homólogos brasileños en las termas de Goiás. En una de las
imágenes, el adjunto al gran maestro brasileño abrazaba el torso desnudo que De
Alfonso tapaba a la altura de su pecho con un par de cocos, chupando a la vez
el jugo de uno de ellos mediante una pajita. La escena cayó como una bomba en
plena campaña, a medida que se recrudecían las hostilidades. “Me arrepiento de
haber publicado la foto de los cocos”, dice hoy De Alfonso. “Pero eso se
amortizó pronto. Se me acusó de robar, de meterme con la mujer de un hermano…
¿Cómo voy a meterle mano a la esposa de un hermano? El 60/40 que saqué en las
urnas fue fruto del hartazgo de llevar ocho años en el poder y del hecho de que
España es cainita. Yo también conspiré contra Corominas y contra Carretero, mis
antecesores”. Tras el recuento que anunciaba una victoria con el 59% de los
votos sobre su rival, el abogado catalán Manuel Torres, el ganador proclamó
ante su equipo de campaña: “Ahora toca recomponer la fraternidad”. Manuel
Torres anunció días después su baja en la Gran Logia de España.
En estas elecciones tuvieron derecho a
voto 1.100 maestros instalados, un tercio de los miembros de la Gran Logia de
España. El apoyo de los extranjeros, que ronda el 30% de los integrantes,
resultó crucial para la victoria de Óscar de Alfonso. La mayoría son de origen
británico y están afincados en la costa mediterránea, Levante y Baleares, donde
disfrutan de su jubilación. Muchos acudieron a la Gran Asamblea en la que se
proclamó de nuevo a De Alfonso como gran maestro, celebrada en un hotel de
Madrid. De Alfonso también recibió los besos y abrazos de los representantes de
una treintena de delegaciones internacionales. En total, 400 asistentes
honraron al gran maestro en una ceremonia que vigiló como guardatemplo Luis Alcaine.
Una vez arrancó el ritual, Alcaine invitó al intruso profano a abandonar el
interior de la sala con exquisitas maneras y afilada espada en mano.
El reelegido gran maestro Óscar de
Alfonso se muestra partidario de un papel más visible. Y no oculta su ambición.
“Mi mujer quiere que me meta en política. Mi desgracia es que todo lo que me
propongo lo consigo. Para ser gran maestro de la masonería española hay que
tener una parte de cabrón, porque si no te comen vivo. Cuando hago un cónclave
voy con un machete en la boca. En las altas esferas, más que a una fraternidad,
se asemeja a una organización política”. Y como reflejo del contexto profano,
De Alfonso ahonda: “El independentismo ha entrado en la masonería. Un 25% o un
30% de los más de 400 miembros de la Logia Provincial de Cataluña tienen
ideología independentista. Hicimos un comunicado con motivo de la declaración
unilateral de independencia diciendo que la Gran Logia de España está con la
Constitución Española”. Meses antes de aquel comunicado, el expresidente
catalán Carles Puigdemont asistió como invitado a la Gran Asamblea anual
celebrada el año pasado en Barcelona. Una presencia que provocó un revuelo
formidable en medio del procés.
Respecto a las relaciones con la política, De Alfonso asegura: “Tenemos
prohibido hacer presión, lobby
o influencia en la aplicación de las leyes. En otros momentos de la historia
española, como durante la II República, la política y la masonería estaban muy
implicadas. Pero no creo que se haya buscado el poder por el poder. Tampoco hay
desgraciadamente ningún masón entre los grandes CEO del Ibex 35. Algunos
hermanos me reprochan que por eso no avanzamos”.
El
barómetro de la asociación, conocido como el CIS de los masones, apunta que la
mayoría de sus miembros se define como liberal. El conservadurismo forma la
segunda tendencia política con un 14% de adscritos, cifra equivalente a los que
se sienten socialdemócratas. Apenas un 5% se declara ateo, el 34% se adscribe a
alguna espiritualidad y cerca de un 48% se considera cristiano.
Solo tres de
cada diez candidatos culminan el ingreso. A partir de entonces, abonan una
cuota de acceso de 300 euros y otra mensual de 30. La Gran Logia de España
cuenta con dos millones y medio de euros de patrimonio y un presupuesto anual
de 800.000 euros, que no incluyen salario para el gran maestro. En el salón de
los pasos perdidos de la sede madrileña de la institución hay un retrato de los
grandes maestros desde el renacimiento de la masonería española tras 40 años de
aniquilación franquista. El fallecido Luis Salat dirigió la refundación a
principios de los ochenta. Le siguieron el gallego Tomás Sarobe, que después
estuvo un tiempo apartado de la Orden; Josep Corominas, psiquiatra catalán que
abandonó la Gran Logia de España para fundar su propia Gran Logia Ibérica
Unida; José Carretero, empresario catalán contra quien la Gran Logia de España
pleiteó por las transacciones de unos inmuebles, y el actual líder, Óscar de
Alfonso.
Bajo este salón de los pasos perdidos
están los dos templos principales. Y un pequeño cuarto bajo las escaleras,
llamado “cámara de reflexión”, para los iniciados por el rito escocés. En su
oscuro interior hay una mesa de madera sobre la que reposan un ejemplar de la
Biblia, un reloj de arena, un mendrugo de pan, una copa con agua, una vela
negra, tarros con mercurio, azufre y sal, y un folio en blanco donde el
aspirante escribe su testamento antes de morir
y adentrarse en una nueva vida como masón. A la espalda, un esqueleto humano
anticipa el trance.
La tenebrosa simbología ha fomentado
durante siglos mitos y leyendas. Como la que atribuye el culto a Lucifer en
homenaje a los templarios acusados de herejía, o pisar crucifijos. “Soy
católico. ¿Cómo voy a pisar ningún crucifijo ni a venerar a Lucifer? Niego
haberlo hecho y niego que la masonería sea eso”, asegura Felipe Llanes,
soberano gran comendador del Supremo Consejo del Grado 33 y Último del Rito
Escocés Antiguo y Aceptado para España. “Se dice que, bajo tortura, los
templarios pisaron la tiara o un crucifijo. Para vengar la muerte de Jacques de
Molay, último gran maestre de la Orden del Temple, algunos irregulares hacen
gestos así contra la Iglesia. Pero la masonería pretende que, si eres católico,
seas mejor católico. Nuestra Orden tiene hoy unas relaciones con la Iglesia
católica fluidas y armoniosas. Estamos detrás de una declaración explícita del Papa
con respecto a la masonería, que defiende la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Y desde el Supremo Consejo, aprender a ser mejores”.
El Supremo
Consejo del Grado 33 es una agrupación asociada a la Gran Logia de España.
Desarrolla grados filosóficos que van desde el 4º (posterior a los esenciales
de aprendiz, compañero y maestro) hasta el 33º y último. Su sede en España
ocupa una pequeña nave cercana al madrileño parque del Retiro. “No pongas la
dirección, que siempre hay vándalos”, dice el soberano gran comendador. Con otros
20 veteranos caballeros, este profesor universitario de medicina jubilado forma
la élite de los miembros del Grado 33 Activo. Portan un collar con el águila
bicéfala y son “coronados” en un templo rodeado de pesadas cortinas rojas y
atmósfera lynchiana. “Solo unos pocos llegan al 33 activo para atender las
dificultades administrativas y espirituales de los miembros del Supremo
Consejo, que son unos 450 de los 3.000 masones españoles”, dice Felipe Llanes.
Su antecesor es Jesús Soriano, doctor en Ciencias Geológicas jubilado: “La Gran
Logia de España y el Supremo Consejo están al mismo nivel. ¿Quién es más, el
Banco Santander o el Banco de Bilbao, España o Francia?”.
Felipe Llanes inició al malogrado
financiero Mario Conde en el grado 4º del Supremo Consejo. Y dice sobre él: “Es
un hombre excelente al que tengo mucho cariño. Sus problemas penales los
arregló judicialmente. Ahora no está en el Supremo Consejo”. En cuanto al
impacto de la actividad de este organismo, Llanes sintetiza: “Celebramos
rituales y debates, llamados balaustres, en los que algún miembro de alto grado
expone su opinión y se analiza. Del jugo de esos trabajos surge la influencia
hacia la sociedad. Yo después puedo escribir un editorial en un periódico o
hacer una declaración fruto de esos contrastes”. Rufino Paz, médico internista
jubilado y teniente gran comendador del Supremo Consejo, añade: “Una cosa que
enseña la masonería es a morir bien: hay demasiado tabú sobre la muerte en la
sociedad actual”. A Rafael López no le asustan los tabúes, y nunca ha ocultado
su pertenencia a la masonería. Miembro del Grado 33 Activo, ha ejercido hasta
su jubilación como director general de grandes compañías. “En la última gran
inmobiliaria en la que trabajé, mi presidente siempre supo que soy masón”.
La historia del Supremo Consejo ha
estado ligada al Grande Oriente Español, creado en 1889, hasta que este último
se integró en 2001 en la Gran Logia de España. El Ayuntamiento de Madrid ha
colocado recientemente una placa de homenaje a la sede que el Grande Oriente
tuvo en la calle del Pretil de los Consejos. Como sintetiza el masonólogo
jesuita José Antonio Ferrer Benimeli, “la historia de la masonería en España
es, ante todo, la historia de su persecución”. En su libro La masonería española,
Ferrer Benimeli cuenta cómo ha sido prohibida durante la mayor parte de su
devenir desde la fundación de la primera logia en Madrid por el duque de
Wharton en 1728 hasta la democracia. Tras el auge con la II República, se
aniquiló en la zona nacional durante la Guerra Civil. El “contubernio
judeo-masónico-comunista” que obsesionó a Francisco Franco —cuyo hermano Ramón
fue masón, y se dice que el propio dictador, antes de serlo, habría intentado
ingresar en una logia— tuvo como órgano punitivo el Tribunal Especial para la Represión
de la Masonería y el Comunismo. Sus huellas permanecen en el Archivo de
Salamanca.
El Centro Documental de la Memoria
Histórica del Archivo de Salamanca atesora un testimonio de primer orden sobre
la represión de la masonería durante el franquismo en forma de 80.000
expedientes en un país que apenas contaba entonces con 6.000 masones. Bajo la
acusación de serlo, varios miles fueron fusilados. En la entrada se recrea una
supuesta logia tal y como la imaginaba Franco. Y entre las fichas de
investigados hay categorías dedicadas a rotarios, teósofos, librepensadores…
Expedientes que van desde Clara Campoamor hasta Victoria Kent o el expresidente
de la II República Manuel Azaña. “Nombre profano: Manuel Azaña Díaz. Nombre
simbólico: Plutarco. Grado masónico: 1º (aprendiz). Logias: Matritense e
Hispano Americana nº 2”.
Ocho décadas después, en pleno 2018,
Agustín Martínez zumba libre en su Suzuki decorada con símbolos masónicos.
Maestro de 58 años, y miembro de diversos grados filosóficos, se inició al
mudarse al campo toledano. “Iba a tomar café a un bar donde se hablaba de
fútbol y de mujeres. Ni me interesa el fútbol, ni la forma en la que se hablaba
de las mujeres. En la masonería encontré un espacio donde debatir en torno a
asuntos más interesantes”.
Cae
la noche en Madrid y la logia Phoenix comienza el ágape de la tenida. Los
aprendices sirven de primer plato un pastel de verduras. “Luego nos comemos a
los niños”, bromea el maestro Fernando Castilla. Y estallan carcajadas. Primer
brindis con vino tinto, en honor al jefe del Estado español. Tras cada brindis,
los presentes dibujan tres triángulos con el dedo índice en el aire y ejecutan
una salva de 21 aplausos. Segundo lance: “Por todos los jefes de Estado que en
el mundo amparan y protegen a la masonería”. Segundo plato de pescado empanado
con arroz. Y tercer brindis: “A la gloria del gran maestro de la Gran Logia de
España”. De postre, deliciosa tarta de manzana. Y el venerable maestro abre el
turno de discursos. Reflexiones en pie sobre aspectos que van desde la idea de
fraternidad hasta la importancia de la filantropía —la logia Phoenix colabora
con la Fundación San Martín de Porres—, pasando por explicar en qué consiste
todo esto. Antes del último brindis de la noche, que se beberá de un trago a
copa llena, un hermano apostilla: “Somos caballeros de Dios y tenemos que dar
ejemplo sacrificándonos por los demás. No somos amigos, sino hermanos. Y a un
hermano se le ayuda siempre. He dicho”.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/06/01/eps/1527868750_381484.html
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