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| Churchill |
El 1 de septiembre se cumplieron
setenta y un años del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Un
austríaco viciado de defectos, inflamado de odio y fanatismo y corroído
de complejos, arrastraba al mundo hacia la más devastadora orgía de
sangre, fuego y dolor de la historia de la humanidad. En los primeros
meses, los tanques arrollaron Europa. Pocos dudaban de su triunfo. Sin
embargo, un Masón, Winston Churchill, iba a cruzarse en el camino de Hitler.
Sin aquel Hijo de la Viuda hubiera sido concebible un Hitler
septuagenario gobernando un gran Estado pan germánico extendido desde el
Océano Atlántico hasta los Urales.
La democracia seguramente sería hoy una “idea nociva“ y miles de policías harían resonar sus botas brillantes en la calles. Cárceles, cunetas y cementerios, rebosarían de “enemigos de la ley, el orden, la patria, los valores y la familia“.
Pero el coraje de aquel masón legendario cambió la historia universal y
gracias a este Hijo de la Luz aquella pesadilla no es ya una fuerza
política relevante. El día de la victoria recibió, en el Parlamento, la
ovación más grande jamás tributada en aquel foro.


