Proverbio egipcio

“El reino de los cielos está dentro de ti; aquel que logre conocerse a sí mismo, lo encontrará” Proverbio egipcio

miércoles, 1 de junio de 2016

Gustavo Pardo: Enrique Llansó Simoni (Cuba)

En los momentos en que la masonería de Cuba pierde uno de sus puntales con la muerte de Antonio de la Piedra, en el cual confiaba para darle impulsos efectivos a una era de progreso que se había iniciado, vuelve los ojos hacia uno de los elementos que, dentro de la institución, había dado mues­tras ciertas de una gran actividad y una energía poco común. Es cierto que cuando muere Piedra, ya Enrique Llansó Simoni era Diputado Gran Maestro y, por consiguiente, el sucesor legal suyo; pero no es menos cierto que había llegado a esa posición en marzo de 1920, como una consecuencia ló­gica de su labor en otros cargos y del espíritu constructivo que se desbordaba de su personalidad en perpetuo movi­miento.
Iniciado a los 35 años, ya 'que nació el 21 de septiembre de 1868, en la R.L. "Silencio", el 23 de enero de 1904, recibió los dos siguientes grados los días 10 de marzo y 28 de abril, pa­sando rápidamente por el cargo de Segundo Vigilante antes de cumplirse el año de su iniciación, es decir, el 8 de diciem­bre de 1904, y el de Primer Vigilante el 14 de diciembre del siguiente año de 1905.

Esto indica bien a las claras que el nuevo miembro de la fraternidad no era hombre de esperas, sino de inquietud siempre creciente y, sobre todo, que su personalidad se im­ponía y destacaba con fuerza suficiente, como para pasar por sobre aquellos miembros del taller que llevaban mayor tiem­po de labor.

Caracteres como el de Enrique Llansó son los que pronto se colocan en los puestos de combate, y el lugar lógico para estos individuos es la Alta Cámara, ya que los hombres de la estructura suya se salen pronto del marco de la logia para ingresar, a tambor batiente, en el más amplio de la frater­nidad en general.

Ese es un fenómeno natural que se repite constantemen­te en la historia de nuestra institución.

No quiere decir que ellos abandonen las labores propias de los talleres, pues buena prueba de esto fue el propio Llan­só, sino que su actividad es de tal naturaleza que, insensible­mente, se proyecta fuera de la logia y toma magnitudes su personalidad que es imposible contenerla en el marco, para ellos estrecho, de los talleres particulares.

Por eso vemos ya en 1909 a Enrique Llansó Simoni, re­presentando a su logia en la Alta Cámara y asimismo en 1916, siendo electo Maestro del Taller, al que en ese mismo año abandona para ingresar en la R.L. "Perseverancia", de La Habana, donde solamente permanece un año escaso, pa­sando el día 26 de diciembre de 1917 a la R.L. "Washington", a la que perteneció hasta su muerte.

En esta logia también su personalidad se habría de des­tacar y es en ella donde, empezando por la Maestría, que ocupa por primera vez en 1924, lleva a cabo su más grande la­bor como masón y desde donde rinde los mayores beneficios a la institución.

Para poder comprender esa labor hay que retrotraerse un poco al año 1907, cuando, siendo Diputada de su logia "Silencio", resulta escogido para ocupar un cargo de vocal de la Junta de Patronos de la Gran Logia, puesto desde el cual arranca, como cimiento poderosa, toda su obra grande, ya que es el lugar apropiado para su espíritu inquieto y a un mismo tiempo constructivo.

El 16 de octubre de 1908 la Gran Logia da amplios po­deres a la Junta de Patronos para la compra de algún inmue­ble, en el cual establecer los templos y oficinas de la maso­nería.

El 27 de diciembre de ese mismo año Enrique Llansó, que había sido designado Secretario de dicho organismo, presen­ta un informe detallando las gestiones realizadas para la com­pra de una propiedad y al aprobarlo la Alta Cámara coloca la, base para la adquisición del edificio de Carlos III No. 6.
Esta compra no puede decirse que fue obra exclusivamen­te suya, puesto que en las gestiones actuaron varios herma­nos como Miranda, Peón, Escandell, Ruiz y otros; pero es in­discutible y esto lo confiesan todos los viejos masones que tuvieron algún conocimiento del asunto, que la acción máxi­ma, las gestiones más eficientes, desde un precio bajo y fa­cilidades de pago, hasta la escritura gratis hecha por el no, (ario Dr. Jesús Ma. Barraqué, fue obra del espíritu comba­tivo de Llansó y su actitud siempre resuelta, para quien no había obstáculos que lo detuvieran cuando se proponía ob­tener algún beneficio para la masonería.

Este carácter y este modo de ser, le granjearon muchos ata­ques y no pocas enemistades, cosa que hacía muy poca mella en su naturaleza jovial. Los que lo conocimos en vida fuimos testigo de su constante batallar, y de la poca a ninguna im­portancia que le dio en todo momento a los ataques que le dirigieron.

Siempre alegre, siempre de broma, dispuesto en cualquier instante a reír y hacer reír, era el tipo del criollo franco, sin­cero, que está preparado para evitar los escollos con la son­risa en los labios, buscando la línea de menor resistencia, pe­ro consiguiendo en cada momento lo que se proponía.

Justo es que un carácter de esta naturaleza pronto se abra paso en cualquier lugar y así vemos que el 28 de marzo de 1909 es electo Gran Maestro de Ceremonias, en cuyo cargo actúa en la conmemoración del Cincuentenario de la Gran Logia, el 5 de diciembre de ese año. Hombre poco apegado al ritual, no se encontraba muy conforme con el puesto, pera siendo el mejor modo de elevarse supo cumplir con sus de­beres a plenitud.

En su logia "Washington" es electo Maestro en 1918 y en este cargo realiza una labor tan intensa, que logra constituir a su logia en uno de los talleres más ricos de la jurisdicción, pletórico de personal de capacidad y copropietario del her­moso edificio de la calle Jovellar, obra suya a plenitud.

Es decir, que mientras realiza una activa labor en el seno de la masonería cubana, no descuida a su logia y la coloca a la cabeza de las demás y haciendo gala de su espíritu cons­tructivo, la convierte en propietaria de un templo que hoy usufructúa en sociedad con el Supremo Consejo del Grado 33.
Su multiplicidad de acción lo lleva, en 1919 a ser electo Gran Primer Vigilante de la Gran Logia, puesto que desem­peña en los momentos en que, en una combinación de política masónica muy suya, es electo Erasmo Regüeiferos Gran Maestro y Antonio de la Piedra, Diputado Gran Maestro.

Esta combinación es la que al siguiente año da sus frutos, siendo electo Antonio de la Piedra, Gran Maestro y eleván­dose Llansó al cargo de Diputado Gran Maestro, en el cual lo sorprende la muerte del primero, el 10 de febrero de 1921, pasando a ocupar la Gran Maestría, por sustitución regla­mentaria.

Es muy posible que él aspirara a esa posición cimera, pen­sando que desde ella podría realizar mejor obra que la que había llevado a cabo hasta entonces, pero pronto se dio cuen­ta de que su carácter era demasiado inquieto y que podía ha­cer posiblemente más en otros lugares que en el espinoso car­go de Gran: Maestro.

No queremos afirmar con esto que durante su gobierno no realizara alguna obra de importancia, como lo veremos, sino que Llansó nunca necesitó ser Gran Maestro para dejar una huella profunda en la masonería de Cuba, como no le fue necesario a Aurelio Almeida.

Hay hombres 'que, como dijo Cervantes, donde quiera que se sienten presiden. Llansó era de esos.

Siendo Gran Maestro y aprovechando su carácter jovial y comunicativo, logra obtener la unión de las logias que for­maban el Gran Oriente Nacional de Cuba, cuerpo irregular que mantenía un estado de aparente división en la masone­ría de nuestra jurisdicción y que tuvo su origen en aquel hom­bre díscolo que se llamó Daniel Bermúdez, español que no se acostumbraba a perder las prerrogativas de los altos grados, de que había gozado en el Gran Oriente Español cuando Cuba era una colonia.

No terminó Llansó de modo radical con la irregularidad existente en La Habana, pero sí le dio un fuerte golpe.

No menos cierto es que tuvo la fatalidad de presidir el cisma de Oriente, que no había provocado y que no pudo evi­tar, no obstante haber puesto a contribución todo un cúmulo de esfuerzos casi sobrehumanos.

Este combate por tratar de evitar el cisma y el fracaso de su gestión, lo llevó a un estado de ánimo que Aurelio Mi­randa describe de la siguiente manera:

El carácter de Llansó siempre alegre, jovial, divertido, se agrió bastante en esos años, hasta dejar el cargo en 1923.

Pero, lo repetimos, para Llansó no era necesario ocupar la jefatura del Simbolismo, a fin de realizar obra masónica de gran envergadura. La hizo también en el Supremo Con­sejo del grado 33, en el cual ingresó el 18 de enero de 1909 como miembro efectivo, ya que había sido exaltado al Grado 33, el 17 de agosto de 1908.

Para el que esto escribe, masón simbólico exclusivamen­te, le resulta de gran dificultad obtener datos dentro del Escocismo, ya que lógicamente sus archivos le están vedados, por lo cual no podemos seguir paso a paso la vida de Llansó dentro de sus cuerpos y tenemos que conformarnos con los que podemos recoger de libros y revistas.

A quien le sea posible penetrar en el secreto natural de esos archivos, estimamos que debe serle muy interesante es­cribir la historia de Llansó dentro de esos cuerpos escoceses.

Miembro del Supremo Consejo Gr. 33, Enrique Llansó, al fallecer el Gran Comendador Antonio Ruiz, logra, en el mo­vimiento que se efectúa, ser electo para el cargo de Teniente Gran Comendador y al fallecer Juan de la Cruz Alsina, quien ocupaba la suprema jefatura del Escocismo, pasa a ocupar el cargo de Gran Comendador hasta su muerte en 1932.

Ya en este cargo, que ocupa en 1926, Llansó emprende una labor de verdadero titán.

Aumenta de manera notable el número de miembros del Gr. 33, escogiéndolos entre los mejores masones; multiplica los cuerpos subordinados de la República y acrecienta en el extranjero el prestigio del Supremo Consejo; elevó el estándar económico de ese organismo hasta convertirlo en pro­pietario, con la logia "Washington", del edificio que hoy ocu­pa la Catedral Escocesa y para toda esa labor hace uso de sus relaciones, de su prestigio, de su actividad y, sobre todo, de la gran popularidad que le había ganado su carácter ale­gre y comunicativo.

Pero si grande fue su labor en el Simbolismo, si enorme fue en el Escocismo, donde Llansó dio la medida suprema, donde él labró su propio monumento, es en el Asilo Nacional Masónico, que hoy lleva su nombre y que originariamente se llamó La Misericordia.

Pero, a reserva de estudiar este hecho histórico en otra oportunidad con mayor detenimiento, hoy dejamos a la plu­ma de Aurelio Miranda el relatar los orígenes de este asilo de la masonería de Cuba.

Veamos:
Es sorprendente en grado superlativo la historia de este hecho de Enrique Llansó; historia que no hay necesidad de detallar; está en la mente de todos. El Asilo estaba exhausto; desahuciado en todas las acepciones del vocablo; tenía que cerrarse ineludiblemente; hasta la suciedad ambiente daba tanta horror como la situación económica. Alguien conduce a Llansó a la Junta de Gobierno; él se entera de la situación en todos sentidos. Y no tiene un momento de titubeo; rápi­damente, con esa intuición que poseía y esa fe en sí mismo, expone su plan, que es aceptado; nombrar una nueva Junta compuesta de masones, bajo su presidencia, para ser la con­tinuadora de la Administración. Y como lo piensa lo realiza. Pide esperas, prórrogas, quitas, donaciones. No puede coordi­nar la mente lo que hizo, lo que realizó; pero el hospicio se muda a un terreno arrendado, que se compra, se paga, se fa­brican pabellones en él, se hermosea, se surte de comestibles. ¿Cómo lo realizó? Valiéndose de la inteligencia, de la volun­tad y de su prestigio social y masónico, de su popularidad, co­mo ya hemos expresado. Así, obtuvo materiales regalados, dinero, de todo; luchó con las corporaciones oficiales, con las logias y capítulos, hasta con las mentiras convencionales con­vertidas en verdades, y las verdades en mentiras. Pero ahí está el Asilo, en Arroyo Naranjo, enclavado en terreno pro­pio, con multitud de pabellones y con ancianos y niños hospicianos.

Ahí está para honor y orgullo de la masonería, gracias a él..."

Estas palabras del viejo historiador de la masonería cubana son indicativas de cual era el carácter de Enrique Llan­só, de su actividad, de su firmeza para conseguir un propósi­to, sin preocuparse por los medios, cuando el final era rendir un beneficio a la humanidad, por medio de una obra masó­nica.

Nunca fue ritualista, tampoco se preocupó mucho por el régimen legal; para él todo esto era bueno mientras no se opo­nía al propósito que se había marcado. Hacía falta obtener el control del Asilo para salvarlo de la ruina y darle a la ma­sonería cubana un medio de ejercer la caridad; era indispen­sable sacarlo del abandono y la ruina; tenía que hacerse de él un elemento práctico y de amplia utilidad para el género humano. Esos eran los propósitos que había que conseguir, ¿cómo? Eso no importaba, lo importante era conseguirlo y lo consiguió.
 
Lo mismo cuando obtuvo la compra del edificio de la Gran Logia, que cuando consiguió la unificación de las logias del Gran Oriente Nacional de Cuba, que cuando erigió el edificio de la Catedral Escocesa, en fin, en todos los momentos de su vida activa, se propuso conseguir algo en beneficio de la ma­sonería y lo obtuvo, pese a todos los obstáculos y a todas las debilidades.

Fue muy combatido, recibiendo ataques de todas clases. Pero esto no lo inmutó nunca, respondiendo a cada ataque con alguna broma y cuando era más combatido, mayores eran los impulsos que daba a lo que se había propuesto con­ seguir y, siempre sin odios, contestaba a sus adversarios con un chiste y una sonrisa.

Y no perdió su buen humor ni aun al borde de la tumba.

Esa fue su principal característica: saber hacer cosas grandes con la sonrisa a flor de labio. 


Fuente: http://www.miamidiario.com/opinion/gustavo-pardo/enrique-llanso-simoni/masoneria-de-cuba/359780

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