El
sábado (30/04/2016) a noche una verdadera multitud de santafesinos (Argentina) se hizo presente
en el local de la Logia Armonía para conocer las instalaciones de una
institución que sin exageraciones podría calificarse de histórica. En
efecto, la Logia Armonía se constituyó en la ciudad de Santa Fe a
mediados de 1889 y el local de calle 9 de Julio se inauguró en junio de
1898. Estamos hablando por lo tanto de una institución de más de cien
años de existencia, una antigüedad incluso relativa ya que Armonía es la
continuidad de la Logia Estrella del Progreso, fundada en tiempos de
Nicasio Oroño.
A decir
verdad, la curiosidad de la gente por conocer las instalaciones y la
historia de la Logia Armonía está históricamente justificada. No es
posible pensar la historia argentina sin la presencia gravitante de la
masonería desde los inicios de nuestra nacionalidad hasta mediados del
siglo veinte. Catorce presidentes pertenecieron a esta institución,
desde Bernardino Rivadavia a Hipólito Yrigoyen, desde Mitre a Sarmiento,
desde Juárez Celman a Pellegrini y desde Manuel Quintana a Roque Sáenz
Peña.
Ni el mundo de la
política ni el mundo de la cultura pueden estudiarse ignorando la
gravitación de la masonería. Escritores clave como Domingo Faustino
Sarmiento, José Mármol, Carlos Guido y Spano, Juan José Hernández,
Eduardo Wilde, Roberto Payró, Miguel Cané y Florencio Sánchez
pertenecieron a esta disciplina. Personalidades descollantes como
Joaquín V. González, Adolfo Alsina, Vicente Fidel López y su hijo Lucio,
desempeñaron un rol importante dentro de las organizaciones masónicas.
El
siglo XIX podría tentativamente dividirse en dos períodos: el de la
emancipación con sus guerras revolucionarias y guerras civiles y el
formidable proceso de modernización y crecimiento cuyos protagonistas
intelectuales y políticos fueron los representantes de la Generación del
37 y la Generación del Ochenta. Estos procesos se los puede
diferenciar, pero están articulados y la clave de esa articulación es la
masonería, presente en una y otra etapa.
Los
datos son elocuentes. Ocho de los nueve miembros de la Primera Junta de
1810 fueron masones. Los integrantes de los dos triunviratos fueron
masones, salvo Feliciano Chiclana. Posadas, Alvear, Álvarez Thomas y
Pueyrredón, fueron masones públicos y confesos. Juan José Paso, el
hombre que salvó la causa patriótica en el Cabildo Abierto del 22 de
mayo de 1810 y el informante de la Asamblea del Año XIII, fue un
prominente participante de las logias masónicas de su tiempo. Lo mismo
puede decirse de Bernardo Monteagudo, Vicente López y Planes y los dos
grandes prohombres de la historia nacional: José de San Martín y Manuel
Belgrano.
El Congreso que
declaró la independencia en Tucumán aquel martes 9 de julio de 1816
estuvo presidido por tres hombres de la masonería. También tuvieron un
carácter operativo masónico las reuniones secretas celebradas durante
todo el año 1816, y la efectuada con tal sentido el sábado 6 de julio
tuvo particular relevancia, allí Belgrano brindó un informe del que se
dedujo que a los patriotas no les quedaba otra alternativa que declarar
la independencia.
¿Por qué
esa gravitación de la masonería en el proceso de emancipación? Conviene
recordar que la masonería tuvo un protagonismo central en las grandes
revoluciones políticas de la modernidad, es decir la revolución
norteamericana y francesa. La consigna central de la gran revolución fue
Libertad, Igualdad y Fraternidad, tres conceptos que integran el corpus
central de la cultura masónica. Es cierto que las logias existieron
antes de los procesos emancipatorios de la modernidad, pero fue en ese
período de las grandes revoluciones que la masonería encontró una causa
que la justifique ante la historia. La lucha contra las monarquías
absolutas, los despotismos y el fanatismo religioso constituyeron sus
objetivos centrales. Estas batallas se libraron en nombre de la
racionalidad y el humanismo, un humanismo laico, liberado de dogmatismos
y cualquier variante de integrismo religioso y político.
La
masonería logró desde la segunda mitad del siglo XVIII, crear una
cultura conspirativa inspirada en los valores de la democracia liberal. A
su alrededor se desplegaron un conjunto de instituciones que sin ser
estrictamente masónicas recurren a sus métodos conspirativos y a sus
ideales emancipatorios. ¿Por qué conspirativos? La lucha contra enemigos
poderosos no dejaban otra alternativa. El secreto, la reserva, las
claves sólo inteligibles para iniciados, se imponen como necesarias.
La
Logia Armonía es una heredera genuina de esas tradiciones patrias. En
su templo, el mismo que muchos santafesinos tuvieron la oportunidad de
conocer este sábado, estuvieron presentes Leandro Alem y Lisandro de la
Torre. Interesante observar que el escenario mismo de la Logia está
cargado de historia. Su sede construida frente a la plaza San Martín, no
estuvo puesta allí por casualidad o por razones inmobiliarias. La
propia estatua de San Martín con su dedo índice apuntado no hacia Chile
sino al oeste, posee un significado simbólico profundo y, bueno es
recordarlo, lo simbólico siempre fue muy importante para la cultura
masónica.
La Logia Armonía
tuvo un protagonismo importante en esa Santa Fe de fines de siglo,
cuando en la agenda pública comenzaron a debatirse temas como el puerto
propio, la creación de una universidad pública, el despliegue de
instituciones educativas como la Escuela Industrial, el Colegio Nacional
y la Escuela Normal Superior.
Una
red de asociaciones intervienen en la vida pública. Se desarrollan en
estos años algunas bibliotecas ejemplares, asociaciones destinadas a
defender la libertad de pensamiento, instituciones como la Roma Nostra
en la que los inmigrantes italianos desarrollan actividades
filantrópicas, humanistas, culturales y democráticas.
Santa
Fe en esos años se está transformando y modernizando aceleradamente.
Una elite criolla lúcida y atenta a los cambios opera en el campo
político, mientras el aluvión inmigratorio de entonces despliega en el
campo de la sociedad civil un conjunto de instituciones que algún
historiador calificó con rigurosa propiedad como verdaderos nichos de la
democracia. Se incluyen allí los locales de los flamantes partidos
políticos: radicales, socialistas, demócratas progresistas; las
asociaciones de bien público, los recientes sindicatos y las
instituciones educativas. Completan este escenario los nuevos actores:
intelectuales, periodistas, políticos, empresarios, y funcionarios
estatales. En ese ambiente movilizado, rico en iniciativas y logros, la
Logia Armonía se desenvolvió con su habitual discreción y eficacia.
En
la reforma constitucional de 1921, los masones sostuvieron una
actividad gravitante, sobre todo en temas relacionados con la separación
de la iglesia del Estado, los nuevos derechos de los trabajadores y,
particularmente, los derechos de la mujer. Hombres como Manuel Menchaca,
Luis Bonaparte, José Amavet, Francisco Correa, Alcides y Alejandro
Greca y, entre otros, el flamante director del diario El Litoral,
Salvador Caputto, juraron por el honor y por la patria, rompiendo con la
tradición de jurar por Dios y los Santos Evangelios, una diferencia que
hoy parece menor, pero que en aquellos años eran motivo de prolongadas y
a veces violentas disputas verbales.
¿Hay
algún futuro para la masonería en el siglo XXI? Se supone que mientras
los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad se mantengan
como asignaturas pendientes, siempre habrá lugar para esta tradición
cultural y política. La masonería en ese sentido no debe ser pensada
como una secta religiosa, un partido político secreto o un brillante
anacronismo. De todos modos, corresponderá a la sociedad y a los hombres
que allí actúan decidir los nuevos roles de una institución cuya
historia se confunde con la historia de la Nación y con algunos de su
momentos más brillantes.
Crónicas de la historia (por Rogelio Alaniz)
Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/id_um/129756-la-logia-armonia-y-la-masoneria-en-la-historia
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