Y la Virgen ha
concebido
un hijo y es llamado
Immanuel
(Dios con nosotros).
Isaías
Cualquier simbolismo apunta
siempre a las funciones y grados de la obra de Dios y
nunca a las imágenes exteriores que la historia ha creado: así,
el simbolismo del templo no nos habla del edificio artístico que
cobija unos ritos y unas liturgias, no nos habla de las
catedrales o mezquitas. Los textos inspirados que hablan sobre el
simbolismo del templo parecen referirse a las funciones y grados
de la obre de Dios en el interior del hombre, los cuales están
apuntados y resumidos admirablemente en un versículo del Mensaje
Reencontrado, obra hermética de este siglo, en el que se
dice: «¿Quién separará la luz de las tinieblas? Y ¿quién
manifestará el fuego oculto del Señor?; ¿quién transformará
la leche virginal en la consistencia corpórea del Hijo recién
nacido?» (I, 26’).
«¿Quién separará la luz de
las tinieblas?»; el templo, por su etimología y función
designaba en la antigüedad el lugar santificado, donde habitaba
Dios en la tierra; el Señor dice a Moisés sobre el monte Sinaí
(Éxodo XXV, 8): «Hacedme un santuario y habitaré entre
ellos (Israel)». El lugar santo es esencialmente distinto al
mundo profano, está separado de él. El primer grado de la gran
obra de Dios es la separación entre la cizaña y el trigo, entre
la mala formación y la buena semilla escondida, entre la luz y
las tinieblas. Este lugar separado está oculto a nuestros
sentidos, revestidos de una piel de bestia por la caída. Es el
lugar secreto, revelado únicamente al iniciado, el espejo de los
cabalistas, donde se ven todos los misterios: ningún impuro
puede vislumbrarlo.
En el cristianismo, este lugar
puro y oculto es María, la Santa Madre de Dios; escribe sobre
ella L. M. Grignion de Montfort (El secreto de María, 20):
«Dios creó un mundo para el hombre peregrino: es la tierra; un
mundo para el hombre glorificado: es el cielo; un mundo para sí
mismo: es María. Ella es un mundo desconocido para casi todos
los mortales. Un misterio impenetrable para los mismos ángeles y
santos del cielo que contemplan a Dios trascendente, lejano e
inaccesible. ¡Feliz, una y mil veces en esta vida, aquél a
quien el Espíritu Santo descubre el secreto de María para que
lo conozca.»
Hemos de subrayar que, según el
texto, este secreto ha de ser descubierto por el Espíritu Santo
y que no puede ser encontrado por el trabajo y la inteligencia
del hombre.
«¿Quién manifestará el
fuego oculto del Señor?»; el Sefer haZohar, en el
conocido fragmento de la nuez y su cáscara, explica la formación
del primer templo a partir del Dios incognoscible; dice así: «El
punto primero es la luz interior que no tiene medida, que no se
puede conocer no comprender a causa de su pureza, tenuidad y
transparencia, es la sabiduría cerrada. Hasta que este punto se
expande y entonces esta expansión se convierte en un templo (hejal)
para vestir al punto que es la luz incognoscible y sin medida en
su pureza.» (I, 20a)
Desde su primera manifestación
hasta su perfecto acabamiento, Dios siempre se manifiesta a través
de un vehículo, un vestido, un lugar, un templo. Aquí vemos uno
de los misterios centrales de todas las religiones y filosofías:
la manifestación del principio inmanifestado, la forma del Dios
invisible, el fuego oculto, lo que en el cristianismo recibe el
nombre de encarnación y que existe con otros nombres en todas
las religiones. Doutzetemps escribía en Le Mystère de la
Croix: «Ninguno de nosotros podría tener jamás acceso al
triángulo de fuego (el fuego del Señor), que habita una luz
inaccesible que ningún hombre ha visto jamás y no verá jamás
[cfr. I Timoteo VI, 13 a 16] sino es en y por el
elemento del agua santa que es la sacra corporificación de la
divinidad y su tabernáculo con los hombres» (cap. I).
Y en el Mensaje Reencontrado,
Louis Cattiaux escribe: «El Señor de antes de los comienzos
permanece oculto en el seno del gran mar, pero el gran mar lo
manifiesta visiblemente a fin de que toda la creación aparezca
en la luz del Único». (XXIX, 12)
«¿Quién transformará la
leche virginal en la consistencia corpórea del Hijo recién
nacido?»; el templo es el lugar donde se puede ver, oír y
tocar a Dios, donde se produce la unión del hombre con Él. En
el templo se engendra el Verbo, el hijo, al igual como Cristo
nació de las entrañas de María.
Sobre esto existe una enseñanza
en la tradición judía: en el mes de Tishri (septiembre-octubre)
los judíos celebran su fiesta más señalada, el Yom Kipur,
el ‘Día del Gran Perdón’; antiguamente, cuando el
Templo existía en la ciudad santa de Jerusalén, el Sumo
Sacerdote entraba en este día en el lugar más sagrado, el Sancta
Santorum, y ofreciendo sacrificios de sangre, decía según
la Ley de Moisés: «Porque en este día se os reconciliará para
limpiaros y seréis limpiados de todos vuestros pecados delante
de IHVH.» (Levítico XVI, 30) En esta oración el Sumo
Sacerdote pronunciaba el Santo Nombre de Dios, el Tetragrama. Era
la única ocasión en todo el año que se hacía.
Según la exégesis judía, cuando
el Nombre santo es pronunciado, el cielo (IH) y la tierra (VH) se
unen en la auténtica creación. Cuando el Templo fue destruido
por los romanos se perdió la pronunciación, el Nombre no pudo
pronunciarse. De este acontecimiento histórico la tradición judía
ofrece otro sentido, la realidad tiene una lectura esotérica según
la cual la destrucción del Templo se refiere a la destrucción
del Hombre primordial, por la transgresión original y su exilio
en este mundo.
Así, pues, podríamos decir que
el templo es el hombre; a este simbolismo alude Jesús cuando
dice (Juan, II, 19): «Destruid este templo y volveré a
construirlo en tres días [...] Él, empero, lo decía del templo
de su cuerpo.»
El Nombre de Dios sólo se puede
pronunciar en su templo, o sea, en el hombre Mesiánico, el Adán
regenerado. Así, cuando el Dios de cólera es apaciguado, el
hombre descubre al Dios de amor. Es el Nombre del Mesías que
nadie conoce; el Hijo que ha tomado consistencia corpórea; en él
reside el Nombre, el «El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros» (Juan, I, 14); es el último nivel de las
funciones y grados de la obra de Dios, por esto está escrito en
el Zohar (I, 94b): «El lugar santo de tu templo (Salmos
LXV, 5), esto es la culminación de todo, como se nos ha enseñado:
la palabra ‘templo’ (hejal) se puede dividir en
las letras he, yod (YH) y col (que significa
‘todo’), lo que indica que es la complejidad de todo en
uno.»
Fuente: http://www.lapuertaonline.es/ar200.html
UN ARTICULO EVIDENTEMENTE RELIGIOSO EN UN ESPACIO LAICO!
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