"Laicidad” es un concepto relativamente
reciente, puesto que en su forma actual se institucionalizó en Francia a partir
de 1905. Todavía es frecuentemente incomprendida, hasta tal punto que la
palabra, intraducible en la mayoría de lenguas distintas del francés, se
utiliza a menudo en francés en los textos
En castellano, sin ir más lejos,
la palabra “laicidad” no está registrada (acaso hemos de decir aún no…) en el
Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Sí, en cambio, aparece la voz
“laicismo”, definida como: “Doctrina que defiende la independencia del hombre o
de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier
organización o confesión religiosa”. ¿Tal vez no existe la voz “laicidad” en
nuestro diccionario, porque la sociedad española aún necesita desvincularse de
una confesión religiosa dominante, a cuyos cuadros dotó de inusitados y
abultadosprivilegios el régimen del dictador Franco.
Será, pues, útil ya que no dar una
definición definitiva, sí dibujar y delimitar sus contornos, explicarla,
evaluar sus orígenes, sus implicaciones modernas y su futuro. La “laicidad” se
apoya en dos pilares: la ética (la libertad absoluta de conciencia) y el
estatuto cívico (la separación Iglesia-Estado).
Prevalece estrictamente la diferencia
entre dos universos distintos: el interés general y la convicción individual.
Por otro lado, se hace indispensable reconocer “la existencia de una real
variación cultural”, acentuada con la integración en Europa de naciones cada
vez más diversas. La cuestión reside en saber cómo podremos subsanar esta
diversidad, manteniendo el concepto de universalidad.
En fin, la duda identitaria, el temor a
perder su alma y su propia identidad, alimentan todas las formas de integrismo
(étnico, cultural, sobre todo religioso), que ven en la“laicidad” no una
elección de sociedad y la condición de la paz social, sino un
riesgosuplementario de disolución de esta identidad.
La “laicidad” es una regla de
vida en sociedad democrática. Impone que se den a los hombres, sin distinción
de clase, origen o confesión, los medios para ser ellos mismos, libres de
compromisos, responsables de su desarrollo y maestros de su destino.
I.- La
historia:
La reivindicación laica se ha
desarrollado esencialmente allí donde una iglesia (con mayor frecuencia, la
católico-romana) ha querido imponer un poder totalitario en sentido estricto,
es decir, que englobe todos los aspectos de la sociedad civil, política,
económica… allí donde la religión se ha convertido en poder.
Frente a este poder se han
manifestado sucesivos impulsos de liberación, unas veces política, otras
espiritual o ambas a la vez. En la Edad Media, nacieron en el seno de la
Iglesia Católica algunos movimientos inmediatamente calificados como heréticos
yrápidamente sofocados. De los primeros reformadores a los filósofos del siglo
XVIII, la idea evolucionó, permaneciendo, no obstante, asociada a un doble
movimiento emancipador:
* el del librepensamiento, que se
liberaba poco a poco de los dogmas.
* el de una sociedad que
reivindicaba las libertades políticas.
Frente a esto, la Iglesia
Católica, dirigida por un papado enganchado a un poder temporal ni siquiera
reconocido por sus textos fundacionales, se fue encerrando cada vez más en un
rechazo total, una negación definitiva de todo movimiento emancipador.
La más que milenaria alianza
entre el trono y el altar hizo inevitable la contestación religiosa desde el
mismo momento en que se patentizaba la contestación política.
En este estado espiritual, los
filósofos del siglo XVIII, animados por el espíritu de las Luces, efectúan un
doble asalto ideológico contra las dos formas de absolutismo, regia y
religiosa. La reivindicación de la libertad de pensar y la referencia a la
Razón radicalizan este movimiento.
En el siglo XIX, la progresiva
formación de la idea republicana, su anclaje en la plataforma de las libertades
revolucionarias, del progreso social, de la liberación de los espíritus de toda
forma de oscurantismo, dio el toque final a esta evolución.
La separación de las iglesias y
el Estado habría podido ser el símbolo de de acabamiento de una etapa esencial,
de no haber sido cuestionada constantemente, directa o indirectamente, por los
ataques de todos los que están convencidos de que el hombre es incapaz de
asumir plenamente los efectos de su libertad absoluta de conciencia.
Si en muchas ocasiones en la
historia todos los grandes combates por la libertad y la justicia fueron
portadores de la exigencia de “laicidad”, todos los períodos reaccionarios
viraron por oposición al regreso de la dominación religiosa. La dictadura de
Franco, entre ellos.
Renacimiento, Reforma,
Revolución, República: estas diferentes etapas de la formación del ideal laico
han dado al ciudadano un sitio particular en la Europa en construcción. El
problema actual en este sentido es claro:
* o renuncia a esta especificidad
y abandona el enorme progreso ya alcanzado en la historia.
* o se convence de que la idea
laica, lejos de suponer un freno para la integración europea, puede ser, al
contrario, una enorme aceleración de la marcha hacia la unidad.
II.- Los valores laicos:
El humanismo laico reposa en el
principio de la libertad absoluta de conciencia. Libertad de espíritu: emancipación
respecto de todos los dogmas: derecho a creer o no creer en Dios; autonomía del
pensamiento frente a las limitaciones religiosas, políticas, económicas;
liberación de los modos de vida en relación con los tabúes, ideas dominantes e
ideas dogmáticas.
La “laicidad” intenta liberar al
niño y al adulto de todo lo que aliena o pervierte el pensamiento,
especialmente las creencias atávicas, los prejuicios, las ideas preconcebidas,
los dogmas, las ideologías opresoras, las presiones de orden cultural,
económico, social, político o religioso.
La “laicidad” trata de
desarrollar en el ser humano, en el cuadro de una formación intelectual, moral
y cívica permanente, el espíritu crítico así como el sentido de la solidaridad
y de la fraternidad.
La libertad de expresión es el
corolario de la libertad absoluta de conciencia. Es el derecho y la posibilidad
material de decir, escribir y difundir el pensamiento individual y colectivo.
Las nuevas técnicas de comunicación hacen que esta exigencia sea cada vez más
vital. Y en este campo de la información y de la comunicación más que en otros,
ha de extremarse la vigilancia frente a los enormes medios de manipulación y
perversión del pensamiento.
La moral laica que resulta de
aquí es simple. Reposa en los principios de tolerancia mutua y de respeto a los
otros y a sí mismo. El bien es todo lo que libera, lo que abre; el mal, todo lo
que esclaviza y degrada. La “laicidad” trata, en este contexto, deproporcionar
al hombre los medios para adquirir total lucidez y plena responsabilidad sobre
sus pensamientos y actos.
Fundada sobre las necesidades de
la vida en sociedad y la promoción de la libertad individual, la “laicidad” es
esencial para la construcción de la armonía social y para reforzar el civismo
democrático. Tiende a instaurar, por encima de las diferencias ideológicas,
comunitarias o nacionales, una sociedad humana favorable al desarrollo de
todos, sociedad de la que serán excluidos toda explotación o condicionamiento
del hombre por el hombre, todo espíritu de fanatismo, de odio o de
violencia.
Ciertamente, la tolerancia es la
consecuencia lógica de los valores precedentes, sin los cuáles la armonía
social está en peligro. Pero la tolerancia sólo tiene sentido si es mutua, y
tendrá siempre como límites la intolerancia, el rechazo del otro, el racismo y
el totalitarismo.
El rechazo del racismo y de la
segregación bajo todas sus formas es inseparable del ideal laico. La sociedad
nueva que queremos no puede ser la simple yuxtaposición de comunidades que a lo
mejor se ignoran, a lo peor se exterminan. Ninguna sociedad de paz puede
construirse sobre la separación definitiva de grupos culturales, lingüísticos,
religiosos, sexistas u otros. Es demasiado fácil el paso de separación a
segregación, a rivalidades y conflictos. Y esto incluso si la separación es
presentada como necesidad vital de desarrollo.
El ideal laico no puede, en
ningún caso, acomodarse a la idea de “desarrollo por separado”, con frecuencia
practicado en sociedades de tipo anglosajón. El principio mismo de
“discriminación positiva” no sabría constituir en sí mismo una solución para la
liberación de un grupo. El único medio de desarrollo social es la integración,
diferente a la asimilación, la participación de todos en una colectividad de ciudadanos
libres e iguales en derechos y deberes. Los únicos grupos sociales aceptables
descansan en la elección, la libre pertenencia y la apertura.
La ética laica conduce, en fin,
inevitablemente a la justicia social: igualdad de derechos e igualdad de
oportunidades. Educación laica, escuela, derecho a la información, aprendizaje
de la crítica son las condiciones para esta igualdad.
III.- Las prácticas laicas.
Un estatuto cívico y social
Más allá de los principios, la
“laicidad” es una actitud cuyos campos de aplicación abarcan todos los aspectos
de la sociedad. El principio de este estatuto cívico, jurídico, institucional,
es simple. Reposa sobre la distinción clara, para cada ciudadano, entre una
esfera pública y una esfera privada:
* La esfera privada, personal, la
de la libertad absoluta de conciencia, donde se experimentan las concepciones
filosóficas, metafísicas, las creencias, las eventuales prácticas religiosas y
los modos de vida comunitarios.
* La esfera pública, ciudadana,
en la que el ciudadano evoluciona socialmente, económicamente, políticamente,
jurídicamente. Aquí las reglas están claramente definidas y basadas en los
Derechos del Hombre. Ningún grupo, ningún partido, ninguna secta, ninguna iglesia
podrán pretender penetrar o manipular en provecho propio el funcionamiento de
la sociedad ciudadana así definida.
La separación de las iglesias y
el Estado es la piedra angular de la laicización de la sociedad. No debería
sufrir ni excepción, ni modulación ni planificación. Su totalidad, su
integralidad son la condición para su existencia misma. Es la única manera de
permitir a cada uno creer o no creer, liberando a las mismas iglesias de
lógicas de alianzas convencionales con el Estado. Si las iglesias quieren
existir, que sus fieles les provean con sus medios, pues la religión es asunto
de convicción personal.
Si el Estado garantiza la total
libertad de cultos y la expresión y difusión del pensamiento, no privilegia a
ninguno, a ninguna comunidad, ni financiera ni políticamente. No es incumbencia
del Estado regular las relaciones entre las iglesias, desde el momento en que
no reconoce a ninguna. En el marco general de sus atribuciones políticas, el
Estado vela por el ejercicio de las libertades individuales de cada uno, por el
orden público y por la armonía social entre los ciudadanos.
Desde el momento en que el Estado
considera que la religión es asunto privado, no susceptible de atraer su
atención sino cuando sus manifestaciones pudieran atentar contra el orden
público, en toda lógica las iglesias no pueden reivindicar ninguna ventaja,
ningún privilegio, ningún trato especial. Menos aún pueden ser dotadas de
estatutos oficiales aparte de la ley común que rige la libertad de asociación.
Finalmente, la ley estatal no debería reconocer como delitos la blasfemia o el
sacrilegio, lo que llevaría inevitablemente a la institucionalización de la
censura.
La primera manifestación del
carácter laico de un país es la independencia del Estado y de todos los
servicios públicos respecto a las instituciones o influencias religiosas (es el
concepto del laicismo en el DRAE).
La laicización de los estatutos
individuales, como servicios considerados indispensables para el funcionamiento
de la sociedad, ha sido uno de los aspectos esenciales del ejercicio de la
libertad y de la igualdad de derechos:
* Nacimiento, vida y muerte son
considerados no ya únicamente bajo el ángulo de la religión o de la pertenencia
comunitaria, sino bajo el de la libertad individual.
* Se subraya la igualdad de todos
ante los servicios públicos. La eventual pertenencia a un grupo religioso,
étnico, social… no puede ser tenida en cuenta en lo que concierne al acceso de
los usuarios. La mención oficial de dicha pertenencia debe ser considerada
discriminatoria. Parece evidente que la noción misma de servicio público está
estrechamente ligada a la práctica de la “laicidad”.
* La ley civil es la única
habilitada para organizar los campos de la vida cívica y social. Los
representantes del Estado, elegidos o funcionarios, respetan como
contrapartida, en el ejercicio de su función, una absoluta neutralidad frente a
las prácticas individuales o colectivas y observan una estricta obligación de
reserva.
* Finalmente, la escuela laica
debe ser preservada de toda penetración económica, confesional o ideológica,
incluso disfrazada de cultura. La escuela no es lugar de manifestación ni
enfrentamiento de las diferencias; es un lugar donde se suspenden, de común
acuerdo, los particularismos y las condiciones de hecho. La escuela debe
proscribir toda forma de proselitismo.
Todo lo anterior no quiere decir
que el Estado niegue las pertenencias comunitarias. Existen de hecho y son
respetables con tal que no desafíen los principios de libertad individual, de
dignidad humana, de igualdad.
IV.- El futuro. Nuevos campos de
aplicación
En un mundo caracterizado por las
más profundas agitaciones de estructuras económicas, políticas, sociales y
culturales que han conocido los siglos, la “laicidad” aparece como la respuesta
a esta pregunta fundamental: ¿Qué hacer para superar la inquietud, la angustia,
la indiferencia, el abandono de la noción de responsabilidad, la violencia?
En una sociedad cada vez más
multicultural, la “laicidad” puede enseñar a los individuos a cooperar, a
encontrar modalidades de buen entendimiento y a armonizar sus diferencias.
Hemos descrito ya los peligros del comunitarismo. Ahora vemos nuevamente que
los nacionalismos despiertan y se desarrollan en Europa, alimentándose de odios
religiosos y étnicos. Queda la “laicidad” como única idea susceptible de
respaldar las condiciones para una paz estable.
Queda aún mucho por hacer,
en la misma Unión Europea, donde tan raros son los países cuyos dispositivos
jurídicos y políticos se aproximen al sistema laico, o puedan evolucionar en
este sentido. Las lógicas concordatarias en materia de religión siguen siendo
las dominantes. Sin embargo, algunas señales nos mueven a afirmar que la
evolución es posible: modificación de la ley de nacionalidad en Alemania,
interrogantes cada vez más numerosos en dicho país sobre la fiscalidad
religiosa. En Francia incluso –patria del concepto-, la idea de
“laicidad” está lejos de ser universalmente aceptada. Debe aún ser defendida y
entendida.
La intervención, cada vez más
frecuente, del aparato judicial para regular especialmente problemas ligados a
prácticas comunitarias (portar el velo islámico, retirada de crucifijos de las
escuelas públicas…) es inquietante.
Los progresos de la ciencia deben
poder ser liberados de toda influencia de grupos de presión, especialmente
religiosos. El interés general y el respeto a la persona humana deben ser los
únicos marcos de este progreso.
La laicización del estatuto de
los cuerpos (amor y sexualidad, muerte, enfermedad) no ha concluido. La libre
disposición de su cuerpo, las modalidades sociales de la vida de las parejas y
familias, las garantías fundamentales de las libertades en ese marco, los
derechos y dignidad de los niños, son otros tantos campos de aplicación de una
“laicidad” garantía única de la libertad de los espíritus y los cuerpos.
En la composición de los comités de
ética que son creados aquí y allá, es importante privilegiar la elección de sus
miembros en función de su competencia y no de sus convicciones. El objetivo de
estos comités ¿no es velar para que se den las condiciones necesarias y
suficientes para el ejercicio de las libertades y el respeto a la dignidad
humana, antes que tratar de mantener complicados equilibrios entre comunidades
rivales?
A guisa de conclusión
“Laicidad” no es un concepto
obsoleto sino, al contrario, una idea de progreso ante la cuál se abren
múltiples campos de aplicación.
La “laicidad” es institucional.
Es un marco legal, una regla de juego. Sus reglas son aplicables al conjunto
del cuerpo social y no es el resultado de contratos evolutivos entre
comunidades o grupos. No hay más que una sola “laicidad” que no puede ser
calificada: no puede ser ni “nueva”, ni “plural”, ni “positiva”.
"Laicidad” es una noción que
reposa sobre principios humanistas forjados durante el curso de la historia. Es
una fuerte afirmación de sentido y valor al servicio de la libertad individual.
Es el más seguro garante de la paz civil. Conlleva moral personal y ética
social. Es acción y voluntad, en ocasiones resistencia; resistencia contra la
comodidad de la renuncia, contra el confort del pensamiento único.
Fuente: http://logia-tartessos-godf.org/laicismo-y-masoneria.html
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