
El Tarot es uno de los juegos oraculares
más viejos y misteriosos de la cultura humana, algunos creen que sus
orígenes se remontan a la civilización egipcia y que comparte una
estructura matemática y arquetípica con la cábala. Su genialidad es
haber construido una rueda de personajes –o arcanos– que son una imagen
de la totalidad de la psique, en todas sus mutaciones, abarcando los
principios fundamentales del drama humano (¿una comedia cósmica?).
En la Toscana italiana, la artista Niki
de Saint Phalle construyó un hermoso jardín con los 22 arcanos en
esculturas de gran escala, una colorida constelación de las más
representativas cartas de este juego. De Saint Phalle incluso vivió en
la escultura de la carta con forma de esfinge de la Emperatriz durante
la construcción de su Giardino dei Tarocchi. Es evidente que el conjunto tiene una desenfadada inspiración en Gaudí.
Más allá del uso adivinatorio o como
espejo del inconsciente propio del Tarot, este jardín reconcilia este
misterioso juego de cartas con su dimensión lúdica, creando una especie
de parque de atracción ideal para iniciar a los niños en la
contemplación de imágenes simbólicas, metáforas del alma. Es decir, no
sólo un juego divertido pero con poco significado, sino la riqueza de
explorar cosas que nos comunican una profundidad secreta, información
que necesita madurar o que nos pide desarrollar un aspecto intuitivo.
Jugar en este laberinto de colores, árboles, esculturas, rostros
extraños, animales y símbolos es dejar que florezca la semilla de la
imaginación. Una Disneylandia de espirales esotéricas.
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