¿Poder? ¿La masonería española de hoy? ¿De qué me está hablando? La
masonería no tiene ningún poder público, si se refiere a eso.
Afortunadamente. No es ése nuestro papel. No buscamos el poder”. El
maestro masón Javier Otaola, abogado, escritor, filósofo,
síndico-defensor del Ciudadano en Vitoria, ex gran maestre de la Gran
Logia Simbólica Española (GLSE), habla completamente en serio. Sabe que
contradice de manera frontal lo que mucha gente, aún la mayoría de la
sociedad española, piensa sobre la masonería; también sabe que ésa es
una realidad que tiene un remedio trabajoso y, sobre todo, lento. Pero
Otaola, sin duda uno de los masones más influyentes de España, es muy
claro. La masonería ni tiene ni busca lo que se entiende por poder.
Y
quien diga lo contrario –insiste–, o se equivoca o falta
interesadamente a la verdad. Los masones españoles saben que esto último
es muy frecuente cuando ciertas personas hablan de ellos.
Francia:
250.000 masones, entre ellos dos ministros y el jefe de Gabinete del
presidente de la República. EEUU: más de cinco millones
de masones, y además 15 de los 44 presidentes que ha tenido. Entre ellos
el primero, George Washington, y también Adams, los dos Roosevelt,
McKinkley, Truman y Ford. Gran Bretaña: 700.000 masones, y la Orden está
históricamente vinculada a la Casa Real. México: medio millón. Noruega:
16.000 sobre 4,7 millones de habitantes. Portugal: unos 20.000.
¿Y
España? A fecha de hoy, unos 4.000 masones –aunque el crecimiento está
siendo espectacular en los últimos meses– repartidos en casi dos
centenares de logias que, a su vez, se agrupan en 13 Obediencias o
Grandes Logias distintas, algunas muy pequeñas. Desde la recuperación de
la democracia, hace 30 años, ha habido un solo ministro español
abiertamente masón: el socialista canario Jerónimo Saavedra, hoy alcalde
de Las Palmas. Se habla de ciertos altos cargos, de algún consejero
autonómico, incluso de militares de elevada graduación. Pero no hay nada
claro porque muchísimos masones españoles mantienen hoy en secreto su
condición de tales. Algo inconcebible no ya en EEUU o en el Reino Unido
sino en la inmensa mayoría de los países con larga tradición
democrática. En Francia o Bélgica, pertenecer a la masonería es algo que
mucha gente pone en su currículum con toda naturalidad, porque la gente
entiende sin problemas que alguien que ha logrado ingresar en la
fraternidad masónica es una persona fiable, un ciudadano al que se le
suponen ciertos valores éticos.
En España, muchos masones (algunos
ocupan, incluso, puestos elevados dentro de la hermandad) callan su
condición de hermanos por razones muy diversas. No pocos, porque viven
la masonería como un camino de perfeccionamiento interior, algo
estrictamente privado que no tienen por qué comunicar a nadie. Pero
otros muchos saben bien que sus amigos, sus compañeros de trabajo, hasta
sus familiares, les mirarían de modo muy distinto si supiesen que son
masones.
Sólo en democracia
“Yo no hablaría del
poder, que ni lo tenemos ni lo buscamos, sino de la importancia de la
masonería. Pero es verdad: en España esta importancia no puede
compararse con la que tiene nuestra sociedad en los países de nuestro
entorno. Es cierto que estamos creciendo mucho, porque la sociedad
española ha cambiado: ahora es claramente plural, democrática, abierta y
acepta todos los puntos de vista. Pero no podemos olvidar que la
masonería se legalizó en España después del franquismo, hace treinta
años. Los masones franceses celebraron hace poco su 275 aniversario. No
nos podemos comparar. La masonería sólo puede desarrollarse en
democracia. En las dictaduras, sean del tipo que sean, se asfixia. Eso
es lo que ha pasado aquí”.
Quien habla así es Jordi Farrerons
Farré, 58 años, periodista prejubilado de RTVE y actual gran maestre de
la GLSE. Será reelegido en la asamblea general que esta obediencia
masónica, la más numerosa de España de cuantas mantienen un carácter
liberal y adogmático, celebrará en Madrid el próximo 6 de junio. Y es
uno de los puntales del Espacio Masónico Ibérico, órgano que cuatro
obeciencias liberales (la GLSE, el Gran Oriente de Francia, la
Federación del Derecho Humano y la Gran Logia Femenina) crean este 9 de
mayo. Farrerons alude a la persecución que la masonería sufrió en España
durante toda la dictadura franquista: la más cruel y larga que ha
padecido la sociedad masónica en todos los países del mundo durante sus
casi 300 años de historia moderna. Ni Hitler, ni Mussolini, ni Stalin;
ni siquiera los papas, en la medida en que pudieron –y en ocasiones
pudieron mucho–, persiguieron a los masones con la saña de aquel general
sublevado en 1936 que, como cuentan los historiadores Xavi Casinos y
Josep Brunet en su libro Franco contra los masones (Ed.Martínez Roca,
2007), habría intentado hacerse masón dos veces, la primera en Larache
(Marruecos) y la segunda en Madrid. No fue admitido: se le notaba
demasiado que su único interés era medrar en el Ejército, donde había no
pocos masones.
El resultado de aquel rechazo fue espeluznante.
Franco no lo perdonó en todos los días de su vida. Entre 1939 y 1975,
cerca de 16.000 españoles perdieron la vida acusados del delito de
masonería. En los archivos de Salamanca se conservan más de 80.000
fichas que corresponden a otras tantas personas que fueron represaliadas
–cárcel, exilio, pérdida del trabajo...– por ese motivo. Lo tremendo es
que, cuando Franco se sublevó, no había en España más allá de 6.000
masones.
“En realidad fue lo único que a Franco le salió bien”,
ironiza Nieves Bayo, gran maestra adjunta de la GLSE: “Hoy, en España,
no sorprende a nadie que uno sea comunista, feminista, nacionalista,
homosexual o cualquier otra cosa de las muchas que persiguió aquel
señor. Pero los masones seguimos estigmatizados. Ahora, yo creo que ya
está bien de poner a Franco como disculpa para explicar cómo nos va. Ese
señor lleva muerto 34 años. Deberíamos fijarnos más en nuestros propios
errores. Y, por otro lado, yo creo que la culpa del... vamos a llamarlo
mal nombre que sigue teniendo la masonería entre muchos españoles, no
es tanto de Franco, que ya digo que se murió hace mucho, como de la
Iglesia, que no se ha muerto, claro. A poco que rasques, España sigue
siendo católica, apostólica y romana. Y la jerarquía de la Iglesia
persigue a la masonería moderna casi desde el mismo momento en que ésta
se constituyó, tres siglos va a hacer. ¿Por qué? Pues es muy sencillo.
Porque esa jerarquía no admite a un grupo de personas que acep- te todas
las religiones, que busque el perfeccionamiento ético del ser humano
sin tener que obedecerles a ellos, que no imponga ni soporte dogmas, que
defienda la libertad de conciencia y el pensamiento libre, que no se
crea en posesión de la verdad... Ahí está el asunto, mucho más que en
Franco”.
José Carretero Doménech, aparejador, es masón desde hace
35 años y acaba de cumplir tres como gran maestro de la Gran Logia de
España (GLE), la Obediencia más numerosa del país. Sonríe: “Esa manera
de pensar tan negativa está cambiando. Tiene usted que saber que en la
dictadura de Franco se publicaban libros en los que se decía que los
masones, en nuestras Tenidas, devorábamos niños. A mí me han llegado a
preguntar, completamente en serio, que si es verdad que comemos niños y
adoramos al diablo. Eso, me parece, ya no lo piensa nadie, pero... Yo
empleo muchísimo tiempo en intentar que la opinión negativa cambie. Y no
me dedico a publicar muchas cosas en los periódicos, como hacen otros
masones, sino a hablar con la gente que crea opinión. Cuando a un
periodista serio o a un político le dices que la mayoría de los
militares norteamericanos de la OTAN son masones, y que no pasa nada por
eso, es fácil que su manera de ver las cosas mejore mucho”.
Miguel
Ángel Foruria, navarro de 60 años, gran maestro provincial de la GLE en
Madrid, resume con una sola frase esa leyenda negra que habla de
comeniños, profanadores de hostias, adoradores de cabras luciferinas y
eternos conspiradores para derribar gobiernos; es decir, todo lo que
repiten sin cesar, incluso hoy, conocidos historiadores: “Nada que no se
cure en el sillón de un psiquiatra”. El escritor Ignacio Merino,
director de Comunicación y gran consejero de la GLSE, tampoco tiene
muchas contemplaciones: “Son majaderías propias del espíritu mezquino y
cotilla que aparece cuando algo no se conoce bien... o se condena sin
querer conocerlo”.
¿Qué es?
No tienen poder y no lo
buscan, en eso están de acuerdo todos los grandes masones de España.
Entonces, ¿para qué están? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Qué es la
masonería actual?
José Carretero (GLE) ofrece una definición de la
masonería que coincide, en lo esencial, con la de todos los demás: “Es
un grupo de personas que se llaman hermanos entre sí y que se reúnen
para lograr dos cosas: su perfeccionamiento personal y, a consecuencia
de eso, la mejora de la sociedad. Es un grupo iniciático que trabaja
mediante símbolos y alegorías. Nuestra herramienta básica es el ritual
masónico. Y nuestra forma de trabajar es una dinámica de grupo en la
cual se intenta que cada cual se haga mejor persona, más respetuosa, más
tolerante y más libre. Es decir, que sea cada vez más útil a la
sociedad”.
Matizaciones: Yves Bannel, gran canciller del Gran
Oriente Ibérico (GOI), sostiene que el papel de la masonería en España
es eminentemente ético: “Estamos aquí para reflexionar sobre los cambios
de nuestra sociedad, que está en crisis por la decadencia de los
valores humanistas. Ése tendría que ser nuestro magisterio: defender la
actuación de las personas según criterios éticos. Tony Blair, al final
de su mandato, dijo que él había actuado siempre según sus creencias
religiosas. Yo creo que hay que obrar a la luz de una ética de la
responsabilidad”.
Farrerons opina de modo muy semejante: “Somos
una sociedad de personas libres que buscan puntos en común. Vender
ideales como la libertad, la igualdad, la fraternidad, la tolerancia, el
respeto, la ética... es difícil en una sociedad como la nuestra,
materialista e individualista. A la gente le cuesta escuchar, y los
masones estamos acostumbrados a hacerlo; el método masónico te empuja a
reflexionar, a respetar la diversidad de los demás, otros puntos de
vista. Siempre digo que somos muy buenos mediadores. En masonería no
buscamos personas de cierta clase, o poder económico, o posición social:
damos importancia a los valores, a los principios de humanismo. No
somos una secta: no hay gurús, a nadie se le dice qué tiene que pensar.
No estamos en posesión de ninguna verdad: la buscamos”.
Así pues,
estamos ante un grupo de personas que se reúnen más o menos cada quince
días; que trabajan con la razón pero también con símbolos; que
mantienen, dentro de la estricta democracia interna, una estructura
jerárquica basada en tres grados sucesivos (aprendiz, compañero y
maestro); que usan ritos y ceremonias muy antiguos, y todo con el
objetivo esencial de perfeccionarse a sí mismos mediante el ejercicio
minucioso del diálogo, el respeto y la profundización en los valores
ilustrados de la convivencia y la filosofía. Es lo que los masones
llaman “pulir la Piedra Bruta”, metáfora que procede de los canteros
medievales (como casi todos los símbolos de la masonería: la escuadra,
el compás, la plomada, el nivel, la regla) y que indica que cada ser
humano es una piedra irregular; el trabajo masónico consiste en ir
tallando, día a día, esa piedra hasta convertirla en un sillar cúbico,
de proporciones perfectas, que forme parte del templo de una humanidad
mejor, más sabia y más libre.
¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Un camino
de perfeccionamiento personal? Sí y no. La masonería moderna tiene un
carácter eminentemente solidario. Los masones se llaman a sí mismos
hijos de la viuda, término que alude a su vocación humilde y fraternal, y
destinan buena parte de sus ingresos (lo que llaman el tronco de la
viuda) a ayudar a los demás. En los años 20 y 30 del siglo pasado, los
masones españoles se distinguieron por su furor educativo: en cuanto
juntaban algo de dinero, creaban inmediatamente escuelas que se
distinguían por su alto nivel de formación... y, desde luego, por su
laicidad. Hoy, todas las Obediencias españolas colaboran, en la medida
de sus posibilidades, con proyectos humanitarios: hospitales en África,
envío de medicinas a Cuba, proyectos de reforestación en el Sahel, ayuda
a niños con problemas...
El problema: la división
Y,
sin embargo, los 4.000 masones españoles están seguramente más
divididos que en ningún otro país del mundo. Cuando un ciudadano,
después de un difícil proceso de entrevistas y pruebas que dura más o
menos un año, logra ser iniciado Francmasón, se integra en una logia
como aprendiz. Esa logia forma parte de una Obediencia o Gran Logia, y
hace sus reuniones o tenidas siguiendo un rito. Y hay muchos ritos. Los
más conocidos son el Escocés Antiguo y Aceptado y el Francés Moderno,
pero hay muchos más. Esto quiere decir que en una misma Obediencia,
presidida por un mismo gran maestro, casi siempre conviven logias que
practican ritos distintos en sus trabajos. Eso jamás es un problema. La
dificultad empieza cuando un masón novato, o un ciudadano que quiere
hacerse masón, se da cuenta de que las diferentes Obediencias (en España
hay trece con cierto peso) están enfrentadas entre sí. Hay dos grandes
grupos. Por un lado están los masones regulares, los de la GLE, los más
numerosos, relacionados con la Gran Logia Unida de Inglaterra, que creen
en un Dios revelado y en la inmortalidad del alma, algo que sorprende
muchísimo a la gente que piensa que todos los masones son ateos y
comecuras. Poca gente sabe que los masones creyentes son hoy más de las
dos terceras partes del total en el mundo. Y, además, los regulares no
admiten mujeres en sus logias.
Los otros, los masones liberales,
de tradición francesa, pueden creer o no en el que llaman Gran
Arquitecto del Universo (un concepto que cada cual puede interpretar
como quiera). Sí admiten ateos... y, casi todos, también chicas. La
diferencia no es ninguna tontería: supone, para muchos masones, llevar a
la práctica el ideal de la Igualdad.
Los regulares reconocen que
es un debate abierto, porque se trata de una tradición de principios del
siglo XVIII: e pastor Anderson, fundador de la masonería moderna,
definió en 1723 que un masón es un “hombre libre y de buenas
costumbres”. Algunos liberales que aún no admiten mujeres, como los del
Gran Oriente de Francia (GODF), podrían cambiar de actitud en
septiembre: muchos están convencidos de que hoy Anderson habría escrito
“persona” y no “hombre”. Nieves Bayo lo tiene muy claro: “Cuando entro
en la logia, no me fijo si hay hombres o mujeres. Hay personas, seres
humanos, hay hermanos lo mismo que hermanas. Estamos en el siglo XXI, no
en el XVIII”. Y hay, incluso, Obediencias sólo para mujeres, como la
Gran Logia Femenina de España, que preside Rosa Elvira Presmanes: “En
las logias mixtas hay machismo ancestral y acaban mandando los hombres
(risas). Creemos que aún hay mucho que pensar y que hacer sobre la
singularidad femenina. Y la masonería es, creo, un lugar espléndido para
hacerlo”.
Hay en España numerosas obediencias “liberales y
adogmáticas” más, como la Gran Logia de Francia o la Federación del
Derecho Humano, que en nuestro país preside hoy Manuel López. No siempre
se llevan bien, y no siempre los unos dejan entrar a los otros en sus
Tenidas, pero todos dicen lo mismo: “Por encima de las diferencias, por
importantes que sean, masones somos todos”. Ah, ¿y también todas? Ahí
los masones regulares sonríen, algo incómodos: “Bien, es un asunto a
debatir, tiene que ponerse de acuerdo mucha gente...” Pero hay que oír a
José Carretero hablar de Ascensión Tejerina, ex gran maestra de la GLSE
(“una persona muy valiosa, con una gran cabeza”) o de su teórico rival,
Farrerons: “He estado varias veces en su casa. Es una gran persona con
la cual es fácil entenderse. Quiere mucho a la masonería, aunque tenga
de ella una idea algo diferente de la mía. Le tengo un profundo
respeto”. Pero hoy es impensable una unificación en la atomizada
masonería española. Primero -y esto lo dicen todos- por los
personalismos, viejos o actuales, que son el gran mal de la orden en
España. Lo dice Ignacio Merino: “No somos perfectos. La masonería
también es pasto de luchas fratricidas, ambiciones, desconfianza y hasta
de la mediocridad. Forma parte de la Piedra Bruta que hay que
desbastar...”
José Carretero añade otro punto de vista con el que
coinciden muchos, regulares o no: “¿Por qué tendría que ser buena la
unificación? Nos cargaríamos la libertad de opción, que siempre
enriquece. Porque hay diferentes maneras de entender la masonería: no es
una religión”.
¿Qué tiene la Francmasonería para que hoy, en
España, las logias estén desbordadas por las solicitudes de admisión
(muchísima gente se acerca vía Internet), y eso que la Orden jamás hace
proselitismo y pone las cosas muy difíciles para ingresar? ¿Cómo puede
ser que la media de edad de los masones esté bajando y ande ya, en
España, por los 40 años? A las nuevas generaciones de españoles, ¿les
han dejado de impresionar las viejas y tenebrosas fantasías de ocultismo
y conspiración? ¿Cómo se explica que un maestro masón canario, Juan
Domínguez (su seudónimo es Rodrigo Alemán), invente una red social en
Internet, Francmasones, y en apenas cuatro meses hayan volado hasta allí
2.000 hermanos y simpatizantes, todos en lengua española?
¿Cómo
puede ser que, en la era del ADSL y del iPod, haya tanta gente que
busque su sitio en una orden iniciática que trabaja con símbolos y
complicados ritos, en la que se usan títulos grandilocuentes y en la que
hay que vestirse de manera estrambótica? (“Hombre, eso no –se ríe
Nieves Bayo-; nosotros, un mandil, unos guantes y, si acaso, un collar.
Comparados con la parafernalia de los toreros, de los obispos o de los
jueces, somos de lo más discretito, ¿eh?”).
Contesta Jordi
Farrerons: “La masonería es una manera más de hacernos mejores. Ni mucho
menos la única. Lo que queremos es que los ciudadanos conozcan nuestra
forma de buscar la felicidad y que luego elijan. Ya vale de leyendas y
de traumas. La masonería está para que la gente sea mejor... y más
feliz”.
10 / 07 / 2009 Luis Algorri
Fuente: http://www.tiempodehoy.com/espana/los-diez-masones-mas-influyentes-de-espana
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