Proverbio egipcio

“El reino de los cielos está dentro de ti; aquel que logre conocerse a sí mismo, lo encontrará” Proverbio egipcio

jueves, 11 de junio de 2015

Máximo Lameiro: El Rito Swedenborg: La teoría de las correspondencias

Después de todo, las cosas terrenas subsisten gracias a la Hermosura absoluta, que contienen dentro de su condición natural. Por la materia podemos elevarnos hasta los arquetipos inmateriales
Dionisio Areopagita
Visionarios o dementes
Emmanuel Swedenborg (1688-1772) fue uno de esos hombres, como Jacob Boehme o William Blake, a los que se suele considerar “visionarios”. Fueron hombres que accedieron a un conocimiento directo de realidades de orden trascendente; realidades que en condiciones ordinarias están veladas para la mayoría de los humanos.
Pero, a diferencia de los muchos profetas, santos y místicos cristianos que cumplieron su misión en el seno de la tradición, estos visionarios fueron individuos -al parecer- espiritualmente solitarios a quienes sus visiones se les presentaron como “dones” o “bendiciones” de carácter espontáneo y por fuera de un marco de enseñanza tradicional y regular que les diera legitimidad. Fueron beneficiarios de un conocimiento superior a quienes les tocó vivir en un medio religioso que no legitimó sus visiones y en el seno de una cultura secular que, al no poder comprenderlos, o bien se burlaba de ellos o bien quedaba fascinada ante lo extraordinario y pintoresco de su mensaje.
En lo personal no nos parece casual que, debido al carácter individualista de sus experiencias visionarias, en sus visiones sea posible reconocer profundas intuiciones y sabias enseñanzas junto a gran cantidad de elementos subjetivosque hacen pensar en una contaminación, nada trascendente, de los contenidos de las visiones; contenidos a los cuales, sin embargo, sus autores presentan como dotados de la fuerza inexorable de la verdad.
Swedenborg en particular fue menospreciado en su tiempo por Kant y otros referentes de la racionalidad de época, pero también suscitó adhesiones incondicionales al punto de dar lugar a la creación de una iglesia “Swedenborgiana” inspirada en sus enseñanzas. Sus visiones consisten en relatos de tipo descriptivo, muchas veces de tono anecdótico, acerca de la estructura del cielo, los ángeles y la relación de éstos con la naturaleza terrena y los hombres.
No vamos a discutir la validez de las visiones de Swedenborg porque pensamos que, si bien no carecen de interés, deben ser tomadas con cierta reserva y hablar de su legitimidad requeriría entrar en extensas consideraciones que están más allá de nuestras intenciones. En su favor sólo diremos que no nos parecen inmediatamente desechables como sí nos sucede con otras supuestas “visiones”. Pseudo visiones, como las de Mme. Blavatsky y Leadbeter, cuya vulgaridad de estructura y contenido las delata y que apenas se las examina un poco demuestran ser una desordenada mezcla de fantasías subjetivas con fragmentos de enseñanzas auténticas recogidas de diversas fuentes y mal integradas entre sí.
En el caso de Swedenborg, sea cual sea la verdad y el alcance que se quiera reconocer a su experiencia visionaria, lo que nos interesa en su obra no es el contenido específico de sus visiones sino el hecho de que, a diferencia de otros visionarios y místicos, Swedenborg tenía una clara conciencia teórica, podría decirse, del fundamento de sus visiones. Esa conciencia teórica se manifiesta en la referencia constante en su obra a la ciencia de las correspondencias. Antiguo saber metafísico-cosmológico inherente a la humanidad como tal pero perdido en el curso del progresivo alejamiento del hombre respecto de su raíz y centro espiritual originario.
La teoría de las correspondencias
La noción más general que puede darse de la teoría de las correspondencias podría enunciarse diciendo que todo en el orden natural y humano tiene una correspondencia con el orden espiritual. Y esto es válido tanto para la naturaleza y la humanidad consideradas en su conjunto como para cada cosa natural y humana considerada en su realidad singular.
Así no sólo el cosmos y la humanidad encierran detrás de su apariencia visible un significado de carácter metafísico, sino que cada cosa, sea animal, planta, mineral o asunto humano, tiene un sentido interior y espiritual que coexiste con su realidad externa. Y la correspondencia entre ambos órdenes de realidad, el exterior o mundano y el interior o espiritual, se establece por una relación de analogía.
Swedenborg aclara que este conocimiento de las correspondencias no es una creación ni un hallazgo personal suyo sino que se trata de una ciencia hoy totalmente perdida pero que estaba plenamente viva en las antiguas culturas del Asia, en Egipto, Arabia y otras. En el caso particular de Grecia ese conocimiento a medida que su sentido se oscurecía habría pasado a formar parte de los mitos. Mientras que en el mundo judeocristiano esa ciencia está todavía hoy implícita, aunque olvidada, en la liturgia y los símbolos de culto de ambas tradiciones.
De acuerdo a dicha ciencia los fenómenos y elementos naturales como el cielo y las nubes, el sol y la luna, los animales, las plantas y las flores; así como los símbolos humanos explícitamente reconocidos como tales, como los símbolos religiosos y poéticos; o bien las realidades cotidianas cuyo sentido interno habitualmente se desconoce, como el sueño, el alimento y las relaciones conyugales; todo ello tiene su correspondiente significado espiritual.
Implicaciones
Una implicación importante de la teoría de las correspondencias es que desde su perspectiva el mundo deviene símbolo. Y por lo mismo, si bien hay algunos símbolos privilegiados en cuanto a su capacidad para evocar realidades espirituales como los de la simbólica religiosa por ejemplo, todo en este mundo es soporte de alguna correspondencia con realidades de orden metafísico y por lo tanto es apto para simbolizar dichas realidades.
Es evidente que esta concepción de los símbolos se sitúa en las antípodas de las teorías que reducen el símbolo a no ser sino el resultado de una convención o proceso cultural. Aunque resulte molesto a la mentalidad moderna y contradiga sus prejuicios dominantes, es necesario decir, siguiendo a Swedenborg, que el símbolo tiene una relación ontológica con aquello que simboliza analógicamente. Y es de esa correspondencia analógica y ontológica entre el símbolo exterior y lo simbolizado interior de donde deriva la eficacia del primero como soporte para la comprensión del segundo.
Si bien Swedenborg no se extendió, que sepamos, en el análisis de las implicaciones filosóficas de esa correspondencia ontológica entre el símbolo y las realidades trascendentes, es claro que la misma no podría concebirse a menos que se considere al Ser como intelecto y significación. La teoría de las correspondencias presupone una ontología del sentido de resonancias neoplatónicas y herméticas. Así, en el seno de lo inteligible universal, las cosas son algo más que estructuras empíricas: son signos inscriptos en un orden jerárquico que va desde lo más nimio del mundo terrestre a lo más alto del mundo espiritual. A nuestro juicio es a esa ontología y cosmología de esencia intelectual a la que alude Swedenborg cuando dice que “en los Cielos (que en su discurso representa un estado del ser) el aspecto de todas las cosas está en estricta relación con la inteligencia“. O cuando define la “luz” celestial como “divina sabiduría y divina inteligencia.
Una aplicación interesante que hace Swedenborg de la teoría de las correspondencias es la explicación de la eficacia de los ritos sagrados. Si los ritos religiosos e iniciáticos sirven de soporte y puente para una toma de contacto con un mundo espiritual que trasciende a la realidad mundana, es porque sus elementos se corresponden por analogía con realidades de orden superior. Así los movimientos corporales, los gestos, las palabras y los objetos implicados en el rito, y por supuesto el templo o lugar de realización del mismo, replican analógicamente a realidades de carácter trascendente que habitualmente están veladas por la opacidad misma de las cosas de éste mundo; mundo cuyo significado interior ya no nos es inmediatamente perceptible. En este sentido el rito, a partir de las correspondencias que lo sustentan, restituye la relación consciente con los niveles superiores de la realidad y del ser.
Otra aplicación que extrae Swedenborg de la teoría es el esclarecimiento del sentido de la idolatría. La idolatría sería, desde este punto de vista, un resultado directo del olvido o incomprensión de las correspondencias. Así los símbolos sagrados cuyo significado interior correspondiente se ha perdido pasarían a constituir objetos de adoración en sí mismos. Y siguiendo el razonamiento podríamos decir que el fenómeno inverso de la idolatría, la iconoclastia, supone también el mismo olvido. Pues si bien la prohibición de adoración de íconos tiene en algunas culturas un valor correctivo de las deformaciones de la idolatría, también puede implicar una negación de las correspondencias subyacentes a los íconos; correspondencias que de ser conscientes harían de dichos íconos no objetos de adoración por ellos mismos sino puentes hacia la dimensión trascendente que simbolizan.
Apertura del ojo interior
La mayoría de los ejemplos que da Swedenborg para ilustrar la teoría de las correspondencias pertenecen al acervo simbólico de las culturas judeocristianas y griega antigua, tal como era de esperarse de un europeo culto del siglo XVIII. El mito de Pegaso, la significación del cordero pascual y diversos relatos de las escrituras, como el Génesis y el Apocalipsis, son interpretados por Swedenborg a la luz del conocimiento de las correspondencias. Los casos de correspondencias específicas mencionados en su obra son muchos y de diversa índole: el sol terrestre con sus dos cualidades de luz y calor como análogo al sol espiritual en sus dos aspectos de inteligencia y amor; diferentes animales como expresión de cualidades interiores tal como la astucia en el zorro o la inocencia en las ovejas; el espacio físico como correlato de un espacio interno en el cual los desplazamientos responden a cambios cualitativos en la condición espiritual de los seres, al igual que el tiempo terrestre cuyo correspondiente espiritual carece de cronología y responde a cambios de estado completamente interiores; Etc.
Sería un error, nos parece, pensar en dichas correspondencias como si se tratase de un código fijo de equivalencias que tuviéramos que aceptar como verdad revelada. Es poco lo que, hoy por hoy, las correspondencias explicitadas por Swedenborg pueden enseñarnos si se las considera como uncorpus de saber dogmatizado en lugar de tomarlas como punto de partida de una nueva toma de conciencia de la realidad. Pues, a pesar del tono autoritativo que Swedenborg asume en muchísimos pasajes de su obra, la analogía -aún no siendo arbitraria sino ontológicamente fundada- es abierta; y lo es por consistir en una correspondencia de carácter intelectual capaz de involucrar indefinidos matices y niveles de profundidad.
En ese sentido la teoría de las correspondencias abre un interesante camino de investigación para quienes se sensibilizan hacia sus resonancias internas. Pues una vez reconocida la intuición de fondo que da vida a las nociones de correspondencia y analogía, pueden reconocerse tales correspondencias en muchos símbolos naturales y humanos alrededor de nosotros.
Vigencia del mensaje
Las ideas de Swedenborg eran probablemente mucho más impactantes e inesperadas en su tiempo que en el nuestro, ya que hoy estamos acostumbrados a una suerte de todo vale intelectual por el cual nada nos sorprende. Pero no por eso sigue siendo menos imperiosa la necesidad espiritual que lo llevó a plasmar sus visiones y conocimientos por escrito.
Pues la nuestra es una cultura que ha perdido el lazo consciente con las realidades de orden metafísico que la fundan y la rodean por todas partes. Ya sea por un racionalismo materialista que lleva a negar dichas realidades, ya por una actitud pseudo espiritual que las reduce a unas versiones cómodas y banales bien adaptadas al consumismo individualista actual.
Creemos que una cultura que no tiene un claro sentido escatológico de la vida humana no puede menos que precipitarse en la desesperación o la estupidez. Así, la banalidad, la violencia y la duplicidad ética e ideológica que reinan hoy en todas partes, demuestran la vigencia del llamado de Swedenborg en favor de una verdadera espiritualización del mundo, más allá del crédito que se quiera dar a los aspectos más descriptivos de sus visiones.
Máximo Lameiro
Domingo de Pascua de 2006
Swedenborg.es

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