¿Qué
construimos los masones?
La
respuesta a esta pregunta hubiese sido sencilla para cualquier masón del siglo
XVIII. Y todavía habría sido mucho más sencilla para nuestros hermanos
constructores de catedrales e iglesias en la Edad Media. Dice Teófilo en su Ensayo
sobre diversas artes, escrito en el siglo X, que el arte de la construcción
requería de un cúmulo de virtudes que sólo podían adquirirse por medio de una
fuerte disposición y la Gracia del Espíritu Santo.
En el prólogo del Libro III
explica al aspirante por qué razón el Rey David no se consideró digno de
edificar la Casa de Dios, dejando la tarea a su hijo Salomón.
Dice Teófilo que David rezaba frecuentemente esta plegaria: “Señor, recrea un espíritu recto en mi alma”. Esta plegaria bien podría ser la de un masón cristiano.
Dice
Jean-François VAR que “el programa que la Masonería rectificada nos propone,
enseñándonos el método y los medios para realizarlo, es de “reedificar
místicamente” nuestro Templo interior, de manera a convertirnos, cada uno de
nosotros, y todos nosotros en conjunto, habitación de la Gloria de Dios y del
Sol de justicia, residencia del Emmanuel Dios con nosotros y Dios en nosotros”.
Al
hablarle al constructor de templo, Teofilo decía hace ya mil años que para
llevar a cabo esa labor dignamente debían adquirirse los siete espíritus:
“Sabiduría”, “Intelecto”, “Consejo”, “Fortaleza”, “Paciencia”, “Piedad” y
“Temor a Dios”, y agregaba “Animado por tales promesas de virtud, oh Hijo
Queridísimo, te has aproximado con confianza a la Casa de Dios y la has
construido y decorado con magnificencia; eligiendo para los techos y para los
muros colores diversos, has mostrado, a quien observa, casi una imagen del
Paraíso de Dios”. Teófilo creía firmemente –y así lo trasmitía- que un hombre
virtuoso podía construir portentos capaces de despertar el alma humana y
conducirla a la comprensión de sí mismo de los misterios de Dios. Pero para
ello primero debía de haber construido su propio Templo interno “…con voluntad
feliz en esta vida en el contacto con Dios y con los hombres…”
Este
último párrafo es de una profundidad maravillosa: El masón construye en
contacto con Dios… ¡y con los hombres! Es una tarea colectiva de la que
participa junto con sus hermanos artistas, talladores, carpinteros, orfebres,
vidrieros. Todos ellos, en mutua comunión hacen un trabajo que sólo es posible
si refleja la construcción interior.
Porque
el verdadero Templo –volvemos a citar a Jean-François VAR- somos
nosotros mismos, cuando nos hacemos conformes a Cristo, cuando nosotros mismos
somos Cristo – lo que por otro lado quiere decir cristiano, christianus. Pues
como dice san Pablo:
“¿No
sabéis que sois Templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
(…) El Templo de Dios es santo, y ese Templo sois vosotros” [1].
La
decadencia de la Orden Masónica, la pérdida del sentido iniciático, la confusión
que nos arrastra a una fragmentación sin fin es producto de la pérdida de este
concepto de Templo Interior. Pero ¿Cómo mantener la idea de esta construcción
mística, de esta obra espiritual que antecede a cualquier otra tarea masónica
cuando la propia masonería abandona con premura no sólo a Dios y a cualquier
idea de trascendencia sino al mismo concepto de “iniciación”? ¿Qué explicamos a
los profanos acerca de qué construimos?
Algunos
se jactan de construir Templos Laicos y sociedades progresistas, otros de que
el GADU es un invento que ya debe superarse definitivamente. O peor aún, “que
el símbolo es una mera representación de un hecho ficticio, una leyenda
alegórica”.
Advierte
al respecto VAR que “Simbólico” no quiere decir, como en el lenguaje corriente,
y como demasiado a menudo también, por desgracia, en el lenguaje masónico - ¡lo
que ya es el colmo! – “irreal”, y “ficticio”. El símbolo tiene su realidad, una
realidad particular, que le es propia. Participa de la realidad de lo que
simboliza, pero no en plenitud. Digamos que posee una realidad por convertir:
ella ya lo es, pero queda el que la realicemos.
En
otras palabras, los masones construimos un Templo Interior utilizando símbolos
que nos guían a la realización de ciertas virtudes. Esas virtudes nos hacen
dignos de nuestro propio Templo. De allí, y sólo entonces, participaremos de la
obra colectiva que conduce a la construcción del Templo de la humanidad.
Expresa
magníficamente Jean-François VAR:
“Vendrá
el tiempo, y el tiempo ha llegado”, repite a menudo Jesucristo. Es en este
mismo estado temporal que se sitúa la realidad masónica: el “no todavía” y el “ya
está aquí”. Hemos de convertirnos en lo que somos. Y entre las dos, para que se
reúnan y coincidan, para que la realidad simbólica se convierta en realidad en
plenitud, hay, como se dice en la instrucción moral, una “carrera penosa (a)
recorrer”, “trabajos inmensos (…) a hacer sobre (nuestro) espíritu y (nuestro)
corazón” [2].
Pero,
¿Quiénes están hoy dispuestos a ”carreras penosas” y “trabajos inmensos”? Gran
parte de la Masonería Universal se ha convertido en un atractor de aves
rapaces, buscadores de contactos importantes, ocultistas estrafalarios y
fracasados de naufragios profanos. No es el caso del Régimen Escocés
Rectificado. A quienes nos preguntan ¿Qué construimos los masones? Respondemos
que construimos nuestro propio Templo Interior mediante un esfuerzo impensable
para estas épocas de facilismo descartable y en el transcurso de una “carrera
penosa” como lo es la búsqueda de la virtud en medio de la confusión
relativista.
[1] 1 Cor
3; 16-17.
[2] Ritual
Aprendiz; Instrucción Moral, pág. 111.
Las
citas de Jean-François VAR pertenecen a su trabajo "El Oriente
Espiritual"
Las
de Teófilo al texto latino original publicado en la edición crítica de Wilhelm
Theobald "Diversarum Artium Schedula". Puede consultarse en
"Teorías y Realizaciones del Arte Medieval"; Manzi, Ofelia y Corti,
Francisco. Tekne. Buenos Aires.
http://eduardocallaey.blogspot.com/2012/02/que-construimos-los-masones-de-la.html
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