El Grande Arquitecto del Universo ha
construido su templo que se llama inmensidad. La inmensidad poblada
respira en su seno; y todo ser, desde el átomo hasta el Sol, son piedras
inseparables del monumento sin límites que suspende en sus bóvedas los
sistemas de los mundos, como un discurso de centellas, que revela un
pensamiento, un sentimiento y una voluntad suprema.
A donde no alcance el telescopio, la
razón alcanza; y en toda parte de la inmensidad, en todo momento de la
eternidad, se ve la misma ley, la misma medida distribuyendo el
movimiento, las mismas columnas sosteniendo el peso del firmamento
visible, del firmamento invisible y de todos los cielos posibles que la
razón proyecta más allá de los espacios.
Las columnas de ese templo se llaman atracción sostenida y ejercida en razón directa de las masas e inversa del cuadrado de las distancias.
Ésa es la fuerza que dominada o formulada por la geometría divina ha
elevado con una sola palabra, la arquitectura de los mundos. Ellos
tienen la música celeste. Ellos entonan el himno de la creación, en la
lira de siete cuerdas, con los siete colores del prisma, pero falta la
palabra del himno, la conciencia de esa música celeste. El universo
rueda fatalmente, tributando el homenaje del esclavo. Faltaba el himno
de la libertad y fue el hombre.
Abrió sus ojos a la luz, recibió la
iniciación de los cielos, por la mano misma del Arquitecto creador, y
desde entonces la criatura predilecta recibió la misión de construir un
universo en la conciencia, de edificar un templo moral a imagen del
templo material. Ésa es la masonería. Su origen se pierde en los albores
de la historia. Ha recibido el plan, la geometría, las tablas de la ley
en la cumbre de la montaña, en la primer mañana de la vida, a los
resplandores del astro, símbolo en [24] todas partes de la palabra o de
la luz, y que se llama Indra en la India, Orzmud en Persia, Helios en
Egipto, Adonai en Fenicia, Apolo en Grecia. Ha recibido las columnas que
deben sustentar la bóveda del templo moral que se llaman libertad, su
piedra fundamental, la piedra bruta que es necesario elaborar. Igualdad,
la medida, el nivel que debe pasar, el equilibrio que debe sostener
todas las partes; y fraternidad, la bóveda que une el monumento, la
armonía que debe resultar de todas las personalidades, que debe existir
en todos los aprendices que escriben el bautismo de la iniciación, en
todos los compañeros que se unan para levantar las murallas, en todos
los maestros que llevan la palabra directora.
Pero hay un hecho terrible, innegable.
Todas las tradiciones lo atestiguan. Hubo un día en que las columnas de
ese templo primitivo fueron sacudidas y el templo derribado, sepultando
en sus escombros la divina arquitectura. Fue el día de la aparición del
mal o del pecado. Desde entonces la humanidad dispersada, sin hogar,
fugitiva, despotizada, ha elevado una protesta procurando levantar las
columnas derribadas.
Hombres escogidos que guardaban en su
seno los resplandores de la geometría divina, se organizan para estudiar
el plan del templo y reedificarlo en la conciencia. El enemigo
triunfaba, y era necesario el misterio. La masonería se organiza como
una conspiración tenebrosa para salvar la luz, para fecundizar el
testamento, y desde entonces circula en las entrañas de la tierra como
las vetas de oro que es necesario arrancar con el esfuerzo. Los masones
quieren que sus columnas sean de oro y por eso se sumerge en la tierra
para arrancarlo y hacerlo circular con el sello de las palabras
sagradas, moneda divina que asegura el comercio de los productos de la
ciencia y de la fraternidad.
Derribado el templo, la sociedad quedaba
sin albergue, las pasiones sin límites, las acciones sin compás, las
personalidades sin nivel, el hombre sin escuadra para adaptarse, a la
formación, a la colocación de las piedras del edificio.
Era necesario volver a recoger esos
despojos sembrados por el naufragio, volver a enseñar el uso de los
instrumentos, a descifrar el plan perdido. De otro modo el hombre
viviría a merced de sus pasiones, despotizado por el hombre, explotado
por el fuerte, sin recibir el salario de sus obras. Era necesario [25]
elevar el altar del sacrificio, piedra fundamental de la sociedad, hogar
divino cuya luz es la ley, cuyo fuego es el alimento de los pueblos. Y
todo esto es la tentativa de todas las religiones de la tierra. Todas
ellas conservan fragmentos del divino testamento. No hay sociedad sin
religión, –y no hay religión sin templo. El templo es pues la obra de
todos, el esfuerzo de todos.
¿Cuál es entonces, el templo de la masonería?
El templo universal. Es en esto que se
distingue de todas las religiones. Es en esto que consiste la
superioridad de su arquitectura.
Reconocer lo innegable, afirmar el axioma
de la existencia, que es Dios –y el vínculo que a él nos une, la
inmortalidad del alma. –Aceptar lo que tienen de común las religiones de
la tierra, para formar una Iglesia más vasta que todas las iglesias, un
gobierno más libre que todos los gobiernos, una religión más universal
que las religiones existentes, respetando a todas como emanaciones del
mismo principio. –Asociar las razas, pacificar los partidos, unir las
naciones, combatir el error, libertar al hombre de la tiranía de las
pasiones, de la tiranía de los hombres, abolir el tormento, el tráfico
de esclavos, apagar las hogueras, disipar la intolerancia, practicar la
igualdad y la beneficencia, contribuir al desarrollo físico, moral e
intelectual de la humanidad, combatiendo la miseria con la caridad y la
asociación, he ahí algo del programa de la masonería, he ahí algunos de
los títulos con que se presenta ante la historia de los pueblos. La
masonería puede ver sus trofeos en la mejora de las costumbres, en los
principios consignados en las constituciones y los códigos.
Si el alma humana fatigada de las luchas
de la tierra e insaciable por un bien, por una felicidad que no
encuentra; si los pueblos fatigados doblan la cerviz a los tiranos, y
someten su inteligencia al error; –si los males y el despotismo, la
anarquía, los odios, se enseñorean del gobierno de las sociedades, la
masonería abre sus puertas a esas almas, conserva y fecunda en su templo
el fuego divino de la palabra de verdad, y extendiendo sus iniciaciones
puede llegar a ser la dirección oculta de la política, y la esperanza
de todos los que sufren.
Somos nuevos, pero ved la antigüedad de
nuestra tradición; la bandera de la masonería se despliega en la ribera
del Plata para [26] servir a la causa de la religión universal, a la
causa de la democracia, y a la práctica de la caridad.
Tengamos constancia para sostenerla. –Ya
vemos sus efectos. Bendiciones misteriosas circulan, y el anciano, el
huérfano, el enfermo, la mujer desvalida, reciben la ofrenda de los
hijos de la viuda. Tengamos amor y veneración por nuestras fórmulas.
Ellas han recibido las miradas de todos los pasados combatientes.
[Transcripción íntegra a partir de las Obras completas editadas por Manuel Bilbao, Buenos Aires 1866, tomo 2, págs. 23-26; facsímil digital realizado por Google.]-http://www.filosofia.org/aut/002/fbb2023.htm
No hay comentarios.:
Publicar un comentario