Ya hemos dicho que el conocimiento sobre lo desarrollado por los pitagóricos es difícil de recabar debido a su práctica generalizada de trasmitir el mismo mediante la usanza oral y no la escritura.
Filolao
afirma que el principio de la diversidad de los elementos corpóreos -el
aire, el agua, el fuego, la tierra y el éter-, dependen de la
diversidad de la forma geométrica de las partículas más menudas que los
componen. Luego, Platón atribuye a cada elemento la constitución de un
determinado sólido geométrico.
Acerca de la formación del mundo, los pitagóricos pensaban que en el centro del cosmos hay un fuego central del cual procede la formación de los cuerpos celestes y es llamado madre de los dioses o Hestia, siendo el lugar donde emana la fuerza que conserva el mundo.
En la mitología griega, Hestia (en griego antiguo
Ἑστία Hestía) es la diosa de la cocina, la arquitectura, el hogar, o
más apropiadamente, del fuego que da calor y vida a los hogares.
Según los pitagóricos, por este fuego
central son atraídas las partes más cercanas de lo ilimitado que lo
circunda, (espacio o materia infinita), partes que se ven limitadas por
esta atracción y, por tanto, plasmadas en el orden. Este proceso
repetido conduce a la formación del universo entero, en el cual la
perfección no se halla al principio, sino al fin, según expresa
Aristóteles.
Abbagnano considera que esta cosmogonía los coloca entre los precursores de Copérnico.
Conciben el mundo como una esfera, en cuyo centro se encuentra el fuego
originario y a su alrededor se mueve, de occidente a oriente, diez
cuerpos celeste: el cielo de las estrellas fijas, que es el más lejano
del centro, y luego, a distancias cada vez más cercanas, los cinco
planetas, el sol, que como un gran lente recoge los rayos del fuego
central y los refleja alrededor, la luna, la tierra y la anti-tierra, un
planeta hipotético que los pitagóricos consideraban para completar el
sagrado número diez.
El límite extremo del universo estaba
constituido por una esfera envolvente de fuego correspondiente al fuego
celeste. Las estrellas están fijas en esferas transparentes, cuya
rotación las hace girar. Los cuerpos celestes producen por su movimiento
un sonido musical. El movimiento de las esferas produce una serie de
tonos musicales que forman en su conjunto una octava. Los seres humanos
no pueden percibir estos sonidos.
Malletes / Isidro Toro
Bibliografía
*- Abbagnano, Nicolas. Historia de la Filosofía. 2da edición. Montaner y Simon, S.A. Barcelona, España 1964
*- Kranz, Walter. Historia de la Filosofia Griega. Tomo I. 4ta edición. 1ra en español. UTEHA. México. 1962
*- Wikipedia
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