Proverbio egipcio

“El reino de los cielos está dentro de ti; aquel que logre conocerse a sí mismo, lo encontrará” Proverbio egipcio

sábado, 23 de junio de 2018

Isidro Toro Pampols: La Filosofía Cristiana


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El mensaje cristiano contiene la revelación hecha por la Biblia y por Jesucristo. O sea, la verdad ya está anunciada. La filosofía, por ende, pierde el carácter de investigación ontológica y queda para la muy importante tarea de coadyuvar en la argumentación teológica oficial aprobada en los concilios de la Iglesia Católica y otras iglesias cristianas, para abordar temas álgidos, tales como enfrentar los ataques del paganismo y otras creencias u organizaciones no religiosas e, igualmente, enfrentar herejías, divisiones y otras circunstancias propias de una institución que se transformaría en milenaria y de gran poder.

La misión histórica de la Iglesia es acercar a los hombres a su mensaje, conformando una comunidad universal, el catolicismo, en la que se invita a cada hombre a vivir de acuerdo a los postulados enseñado y ejemplarizados por Cristo. Así que la filosofía cristiana tiene un sólo fin: el contribuir a encontrar el mejor camino por el cual los seres humanos comprendan y hacer propia la revelación cristiana. Para nada tiene que buscar la filosofía cristiana nuevas verdades, como la filosofía griega, y ni siquiera puede profundizar y desarrollar la verdad primitiva del cristianismo. Eso, limitadamente, le corresponde a los teólogos.
He aquí una gran diferencia con la masonería. En los países cristianos, las logias masónicas utilizan mayoritariamente la Biblia como Volumen de la Ley Sagrada. Pero en absoluto es un libro de revelación. Si contiene la verdad velada en simbolismos y alegorías, la cual se investiga utilizando como herramientas la escuadra de la razón y el compás de la comprensión; para que cada masón, en su interior, encuentre su propio camino. Por ello la masonería es adogmática, y de allí la importancia, como ayuda, de la antropología filosófica masónica.   
Este tema tiene muchas aristas y lo trataremos didácticamente con el fin de estimular su investigación en innumerables textos existentes. Veremos algunos puntos que nos ayuden a formarnos una visión de lo complejo del tema en los inicios de la era cristiana, sin entrar en tiempos posteriores, siempre en el contexto no dogmatico de la masonería.
Las religiones se basan en creencias que no son ganancia de una investigación, pues radican en la aprobación de una revelación. Un testimonio superior manifiesta una verdad y esta es aceptada con total adhesión. Cristo informa que “Aquél” le envió, y ello es suficiente testimonio (Juan, VIII, 13, 16). La investigación filosófica, tan medular en la filosofía griega, queda limitada a conocer y reconocer el camino de la verdad cristiana, por medio del cual puede acceder a examinar y hacerla propia, en la existencia del mortal terrenal.
Así que bajo la anterior premisa, nace la filosofía cristiana y para cumplir con su tarea, utiliza los instrumentos aprendidos en la filosofía griega. Para ello se ayuda del aporte helénico, el cual, como hemos visto, en la especulación filosófica en el pleno sincretismo con las creencias religiosas orientales, facilitan al pensador cristiano elaborar un significado que le sea fácilmente accesible al hombre de la época. La revelación cristiana, de la mano de los instrumentos de la filosofía helenística, utilizados de la manera más amplia, llegan a las inmensas masas de habitantes del mundo occidental, primero helenizado y luego romanizado.
Cristo
La vida de Cristo se conoce, esencialmente por medio de los Evangelios. También por los escritos de Qumrán. Estos son una comunidad religiosa judía, que viven en la costa occidental del Mar Negro entre 150 a.C. y 68 d.C., cuando el lugar fue destruido con motivo de la gran revuelta contra la autoridad de Roma. Los eruditos generalmente se inclinan, ahora, a identificar la comunidad de Qumrán con los esenios.
Excavaciones en unas cuevas hechas en la localidad de Khirbet-Qumrán, en 1947, condujeron al encuentro de manuscritos hebreos del Antiguo Testamento, libros apócrifos o deuterocanónicos, un comentario del libro de Habacuc, fragmentos de otros comentarios bíblicos y los escritos del grupo o secta de Qumrán. Esos materiales son conocidos generalmente como Los Rollos del Mar Muerto y datan de finales del siglo I d.C.
La vida en Qumrán era conventual y mucho más estricta que la de los judíos en general. Como los cristianos y judíos, los de la comunidad hacían énfasis en aspectos escatológicos y en la venida de un Mesías. A pesar de lo que algunos han dado a entender en escritos y comentarios, no se ha probado el contacto formal de Qumrán con la iglesia primitiva cristiana ni que Jesús haya tenido vínculos con ella, como algunos han afirmado.
Tengamos presente que los Evangelios son libros religiosos, no relatos históricos en sentido estricto, que responden a las necesidades de la iglesia cristiana del momento. Son interpretaciones de la vida de Jesús y su mensaje con fines devotos; lo que no impide ser de utilidad porque son pocos los testimonios que se tienen.
La vida pública de Jesús se inicia con el encuentro con Juan el Bautista, quien es el fundador de una secta opuesta al judaísmo oficial que predica la purificación de los pecados ante la inminente llegada del mensajero de Dios. Jesús es bautizado por Juan y reconocido como el Mesías e inicia su predicación en Galilea. Recluta sus apóstoles y enseña mediante el empleo de parábolas y formas alegóricas, acompañadas de prodigios. La enseñanza de Jesús cuenta con la oposición de los fariseos y los saduceos, dos de los màs fuertes gupos dentro del judaísmo.
Jesús anuncia la llegada del reino de Dios, la victoria de la soberanía divina sobre la creación y la necesaria conversión de los pecadores. Sobre la llegada del reino anunciado, los Evangelios no son claros, dando pie a una serie de especulaciones que aún perduran.
El resto de la historia es conocida. Pero antes de pasar al próximo punto, es importante poner de bulto la afirmación de Blázquez Martínez sobre que “ni Jesús ni los apóstoles instituyeron el episcopado monárquico o el sacerdocio. En la Carta de Pedro y en otros escritos se encuentra la idea del sacerdocio universal de todos los fieles. La primera mención de la ordenación de sacerdotes data de la época del escritor eclesiástico Hipólito de Roma, muerto el año 235; la Historia Augusta la menciona en relación con hechos de gobierno del emperador Alejandro Severo (222-235)” (Blázquez Martínez. El nacimiento del cristianismo. Pág. 36)
Los Evangelios sinópticos
Jesús es un renovador de la tradición hebraica. Los profetas anuncian un resurgimiento del pueblo hebreo tras una sucesión de desgracias como prueba del castigo divino por haber violentado los pactos entre Dios y el pueblo elegido. Ese anuncio lo hará un Mesías elegido directamente por Dios. Este anuncio se amplía pasando del pueblo israelita a todos los pueblos del mundo, a todos los hombres “de buena voluntad”, sin distingo de raza, cultura o posición social; destacando la premisa que es una renovación espiritual, no política ni temporal, ya que se realiza a lo interior de cada ser humano.
“Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mateo, 22,21; Lucas, 20, 25) es un anuncio que despolitiza su mensaje. E insiste en la individualidad del reino de Dios: “no se podrá decir “aquí está o allí está”, porque, en verdad, el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lucas, 17,21). Es la construcción del templo individual, porque es una vida espiritual a la que llama a desarrollar en cada ser humano y que se expande gradualmente entre todos los hombres: del templo individual al templo colectivo.
Jesús plantea la ruptura con los lazos que atan al hombre al mundo sensible y dedicarse a construir su verdad: “el que hallase su alma la perderá, y el que la perdiere por mí la encontrará” (Mateo, 10,34). Jesús actúa como el buen maestro que guía a sus practicantes bajo un mensaje de fe. El reino de los cielos es para los pobres de espíritu, para los que sufren, para los mansos, para los que necesitan justicia, para los perseguidos. Frente a la antigua ley del “ojo por ojo y diente por diente”, simbólica de la venganza, convoca la del amor: “amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace brillar el sol sobre los malos y sobre los buenos y hace llover sobre justos e injustos. Ya que, si amáis solamente a los que os aman, ¿qué merito tenéis? ¿No hacen también esto los publicanos? Y si queréis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis extraordinario? ¿Acaso no lo hacen ls paganos? Sed, pues, perfectos, como es perfecto vuestro Padre Celestial” (Mateo, 5, 44-48).
Jesús invoca un cambio radical en la conducta de cada individuo. Va hacia eso: al individuo, no a la persona como fachada del hombre ante su prójimo; sino al individuo, como constructor de su propia existencia en función de la Gran Obra Universal, que está signada por la belleza que caracteriza la armonía y el amor. La relación entre el hombre y Dios es individual, sobre la base del amor. “buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mateo, 6, 33). Esta búsqueda, aunque individual, no es pasiva: “vigilad, nos dice Jesús, porque no sabéis qué día vuestro Señor vendrá” (Mateo, 24, 42). Transitar hacia el encuentro exige una acción coherente: “pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Lucas, 11, 9). Esa búsqueda activa la organizan los seguidores de Jesús, especialmente la iglesia que se constituye siglos después sobre la base de la interpretación de los Evangelios.  
El Evangelio de Juan
 Juan da un viraje al sentido de los Evangelios sinópticos. Juan intenta entender filosóficamente la figura de Jesús y el contenido de su enseñanza. Se inicia el trazado de la ruta que busca interpretar la presencia del Maestro en la tierra.    
Juan ve en la figura de Jesús al  Logos o Verbo Divino: “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan, 1, 1-5). En la filosofía hebrea, en el Libros de la Sabiduría, encontramos ya la concepción del Logos, trabajada por los griegos. Al Logos se le atribuye la función de mediador entre Dios y el mundo sensible, ya que todo ha sido creado por intermedio de él.
Juan plantea el tema de la vida según la carne y la vida según el espíritu, ésta última supone una nueva vida que se inicia en un nuevo nacimiento: “en verdad, en verdad te digo, que si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Juan, 3, 3). Este renacimiento es el nacimiento espiritual a la nueva vida: “el espíritu es lo que vivifica, la carne no vale nada; las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida.” (Juan, 6, 63).
Esa alternativa que ofrece el Maestro Jesús a los hombres, la viabilizan la patrística de los primeros siglos y los teólogos siguientes, construyendo una institución y un cuerpo doctrinal. Igualmente es venero de tesis y planteamientos desde diferentes ángulos, que traerán al pensamiento cristiano en particular y al filosófico en general, una rica dinámica, no acompañada en muchas ocasiones de violencia y sangre.
Paulo de Tarso
Pablo independiza al cristianismo respecto a las ataduras del judaísmo. Jesús predica hacia el interior del pueblo hebreo con sentido ecuménico. Pablo lo lleva a la práctica.
En la Carta a los Gálatas (2, 7-11) y los Hechos de los Apóstoles (15, 28-29), se pone de bulto la pugna entre los partidarios mantener las costumbres antiguas del judaísmo dentro del cristianismo y los que reformaban las mismas. Santiago, jefe de la Iglesia cristiana de Jerusalén, exige un mínimo de prescripciones rituales, incluso la circuncisión de los adeptos no judíos, manteniendo de esta manera la unidad del mensaje de Jesús, el Mesías, con la antigua Ley de Moisés, en la secta judeocristiana.  
Pablo establece, como Juan el Evangelista, dos grupos de hombres: aquellos que viven según la carne, y aquellos que viven según el espíritu. Los primeros descienden de Adam, los segundo de Cristo. La antítesis del hombre que vive según la carne no es el hombre culto, formado, sino el que vive en “gracia”. Así que el hombre natural puede adquirir sabiduría por medio de la cultura; por ende, la filosofía, adquirida en este mundo manifestado, en absoluto, es la verdadera sabiduría, la de Dios.
El hombre es el templo de Dios en el que habita el espíritu del Creador (1 Cor, 3, 1). Ahora bien, el hombre espiritual nace del hombre carnal y aquí hay una clara identificación con los misterios griegos. Según éstos,  los hombres primitivos no eran humanos como son reconocidos. Una deidad adelanta el proceso de evolución y por ello se celebran ceremonias en los Misterios. De allì la diferencia entre iniciados y no iniciados, siendo los primeros, hombres en plena realización. Así Pablo, posiblemente amalgamando este concepto griego con el de la Teshuba del Antiguo Testamento, genera este giro transformador, forjando un hombre nuevo de manera gradual, por pasos.
Pablo habla de dos hombres que coexisten: el exterior e interior (2 Cor, 4, 16) siendo así que la carne se transforma en “templo del Espiritu Santo” (1 Cor, 6, 19). Este planteamiento mantiene vivo el recuerdo de la doctrina órfica y otras religiones antiguas, así como la teoría de Platón, de cuerpo como cárcel del alma. Pero hay que distinguir una diferencia conceptual importante: según Platón, el mal viene del cuerpo, mientras que el alma es un principio divino y por ende puro en nosotros. Para Pablo el hombre es pecador en cuerpo y alma. Ahora bien, según algunos investigadores (Landmann, Antropología Filosófica.  pg. 82), Pablo llama hombre natural tanto al carnal como al psíquico, teniendo el cuerpo y el alma, más bien, su antítesis en el espíritu. Este tema es tratado por pensadores cristianos de la época, estableciendo, a manera de ejemplo, lo que Justino señala el cuerpo como casa del alma y ésta, del espíritu. Clemente y Origenes, que por su importancia haremos reseña de ellos, distiguen tres clases de hombres: Hìlicos (materia), Psìquicos (mente) y Pneumàticos (aliento).
La visión holística de Pablo, uniendo cuerpo y alma, es la base en que se sustenta no solamente la inmortalidad del alma, sino la resurrección de la carne, lo que genera la gran diatriba con la filosofía griega clásica: para Platón el alma sólo es inmortal, mientras que en el cristianismo, el cuerpo participa en la transfiguración posterior.    
La Patrística
La patrística emerge como defensa frente a los ataques paganos contra la doctrina cristiana que se expande en los primeros siglos de nuestra era por el mundo romano. También para garantizar la unidad de la corriente emergente frente a las diferencias internas, escisiones y los llamados errores catalogados como tales, por las tendencias triunfantes.
Para ello recurren los padres apologetas a la filosofía griega, presentando al cristianismo como continuidad y lo exhiben como la expresión completa y definitiva de la verdad, que por tantos siglos ha buscado la filosofía griega y que nunca pudo alcanzar de manera perfecta y total, siempre parcial y discutida.
La razón en el hombre es una sola para todos los seres humanos en todos los tiempos y Dios es su creadora. La verdad tiene un único camino: el de la revelación, por lo tanto, religión y filosofía se funden en el cristianismo.
La filosofía griega es lo supremo en el orden cultural en el mundo helénico, además de aportar los conceptos filosóficos para defender apologéticamente a la religión naciente. Así que esta práctica se transforma en una doble vía: por un lado, interpretar y defender el cristianismo mediante los conceptos tomados de la filosofía griega para así enlazarlo con la propia filosofía helénica y, por otro lado, orientar el significado de la precitada filosofía al mismo cristianismo. Este es el trabajo de los pensadores cristianos de los primeros siglos, en un medio hostil por parte del paganismo y de las herejías que comienzan a presentarse.
Esta patrística tiene sus fases: la defensa del cristianismo, que llega hasta el año 200; la formulación doctrinal de las creencias cristianas, que va entre el 200 al 450; y la última, que va desde el 450 hasta el 750 aproximadamente, que es un tiempo de reelaboración y sistematización de las tesis ya formuladas.
De esta patrística solamente vamos abordar el tema de la gnosis, durante los dos primeros siglos, y la intelectualidad cristiana en la escuela de Alejandría, particularmente con Clemente y Orígenes, por el aporte que hacen y el cual es difundido solamente en círculos investigadores.
La gnosis
Las fuentes originales del gnosticismo son los escritos descubiertos a mediados del siglo XX en Nag Hamadi, Egipto, los cuales son un conjunto de obras redactadas en griego en el siglo II y atribuidas a la inspiración de Hermes Trismegisto, los cuales reflejan diferentes corrientes del pensamiento griego, oriental y egipcio. (Blázquez Martínez. El nacimiento del cristianismo. Pàg 97).
Estas sectas gnósticas se revelan como el mayor peligro contra la unidad espiritual del cristianismo. La importancia de la gnosis consiste en el hecho de ser la primera investigación de una filosofía del cristianismo. Indagación propia de la época helenística, mezclando elementos cristianos, míticos, neoplatónicos y orientales. La palabra gnosis viene de la tradición griega, particularmente del pitagorismo, y se entiende como el conocimiento de lo divino propio del iniciado. El conocimiento, o la gnosis, es el requisito esencial para la salvación y este solo se logra por medio de la iniciación.
Los sistemas gnósticos no son uniformes, pero existe un mínimo común denominador entre ellos: el hombre es un trozo de luz, no procede del mundo que es el reino de las tinieblas y se encuentra preso en un ambiente hostil. La gnosis es el conocimiento del estado de extravío, de cómo ha llegado a él y de cómo salir de él.
Dios es trascendente al mundo. El demiurgo crea al mundo malo. El mundo está regido por los siete arcones (planetas) malos subordinados al demiurgo. El alma desciende de la región celeste hasta llegar al mundo y al cuerpo para regresar a ella después de la muerte.
Es la doctrina gnóstica se encuentra el dualismo luz-tiniebla de origen iranio y el propio helénico, formado por el alma-cuerpo y el espíritu-materia.
Basìlides es un gnóstico que enseña en Alejandría entre los años 120 y el 140. Plantea la tesis de la existencia de dos principios de la realidad: la luz, causa del bien y las tinieblas, causa del mal. Las tinieblas tratan de participar de la luz acercándose, pero ésta no absorbe a las tinieblas, dando lugar a una apariencia, a una imagen de la luz, que es el mundo donde el bien es poco y el mal predomina. Para Basilides una cadena de ángeles que proceden de Dios por emanaciones sucesivas, crean el mundo y al hombre. Es de interés revisar texto sobre cábala y el tema citado. Cristo desciende al mundo para salvar a la humanidad. Un punto de interés es la negación del sufrimiento de Jesús.
Otro gnóstico, Carpòcrates de Alejandría (año 160), explica la superioridad de Jesús utilizando la teoría platónica de la reminiscencia. El alma de Cristo recuerda con más amplitud lo que ha visto durante su vida con el Padre increado, Quien le doto de una virtud excepcional que le hace capaz de sustraerse al mundo y retornar a Él. Lo mismo ocurre, según Carpòcrates, a toda alma que siga la misma línea de conducta. Para ello la trasmigración de las almas, de cuerpo en cuerpo, hasta cumplir con la odisea de la existencia digna de volver a subir donde el Padre, liberándose de todo lazo material.
Valentino es, posiblemente, quien trabaja más filosóficamente el gnosticismo. En la cima de la realidad se encuentra un ser no temporal e incorpóreo, increado e incorruptible que llama Eón o Padre. La palabra Eón viene del griego que significa eterno, perfecto. Este primer principio está formado por una pareja de términos: Abismo y Silencio; De éste Eón, emanan otros eones, igualmente por parejas: la Mente y la Verdad; por emanación la Razón y la Vida; para luego descender al Hombre, como determinación divina, y la Comunidad, como comunidad de vida divina. Estas ocho emanaciones constituyen el Pleroma, o reino de la perfecta vida divina. El último Eón, la Sabiduría, quiso descubrir al primero, el Abismo, tratando de escalar a regiones superiores del Pleroma. Su esfuerzo fue inútil, de allí el origen del mundo, que presenta toda clase de imperfecciones por ser un esfuerzo incompleto, lleno de errores y con el llanto que genera el fracaso.
Maniqueísmo es una palabra que proviene del persa Mani, en griego Manes, quien nace aproximadamente el año 216 en Babilonia. Se declara Paráclito, el que debe llevar la doctrina cristiana a la perfección. Manes intenta un sincretismo entre doctrinas gnósticas, judías, cristianas y orientales como el budismo, sobre el cimiento del dualismo de la religión de Zaratustra. Admite el principio del mal, simbolizado en las tinieblas; frente al otro: la luz o el bien, los cuales combaten permanentemente en el mundo. Para Manes, antes de la existencia del mundo, había dos sustancias primordiales o raíces, igualmente poderosas y eternas: la luz y la oscuridad. La primera, residía en el norte y la segunda en el sur. Cada una tenía un rey: el Padre de la grandeza y el Rey de las tinieblas. La región de la luz tiene cinco moradas o miembros de Dios: inteligencia, razón, pensamiento, reflexión y voluntad. La región de las tinieblas está formada por cinco abismos: humo, fuego, aire, agua (barro) y tinieblas, dirigidos por arcontes con formas de demonio, águila, león, pez y serpiente. Cada reino tiende a la expansión, generando una dinámica de la luz hacia lo alto y la oscuridad, hacia abajo; cuando chocan, la oscuridad obstaculiza la luz y en consecuencia, se rompe la dualidad al mezclar las fuerzas contrarias, de lo que surge el mundo y el tiempo. Éste último, el tiempo, incluye tres lapsos: el momento en que se efectuó la mezcla,  el pasado; la persistencia de la mezcla o el presente, que es el período de los profetas quienes anuncian los procedimientos que deberán aplicarse para lograr de nuevo el alejamiento; y el futuro, o consumación de la separación.
La relación del bien con el mal es compleja en el maniqueísmo, ya que la historia del mundo está determinada por el constante movimiento del mal, el cual es una sustancia existente y el triunfo sobre èl, consiste en relegarlo al lugar en el cual pertenece para que no irrumpa nuevamente en el reino de la luz.     
El hombre posee dos almas: una corpórea, principio del mal; otra luminosa, que es del bien. El hombre llega a su perfección manteniendo una conducta acorde con los postulados que incluye, entre otros, abstenerse de la comida animal, los discursos impuros, entre otros.
La intelectualidad cristiana: la escuela de Alejandría.
Ya nos hemos paseado por el ambiente cosmopolita de la expresión citadina de la cultura helénica: Alejandría. La ciudad se presta para la creciente elaboración doctrinaria en aquella mezcla de ideas judías, griegas, cristianas, orientales y egipcias, no sin sus dosis de violencia.
A finales del siglo II se funda en Alejandría la primera universidad cristiana, sobresaliendo, entre otros, Clemente de Alejandría y Orígenes.
Clemente de Alejandría
Nace a mediados del siglo II, probablemente en Atenas, en el seno de una familia pagana. Se forma en los cánones de la cultura grecorromana destacándose como un intelectual de fuste. Su obra refleja su formación clásica, logrando una síntesis en la cual fe cristiana y cultura pagana, no necesariamente deben enfrentarse. Sobre el año 190 se hace presbítero de la iglesia de Alejandría.
En su obra, el Protrèptico a los griegos, invita a la conversión, utilizando la influencia del pensamiento de Platón y Pitágoras. En el Pedagogo, pone de bulto los problemas entre el cristianismo y la cultura profana. La figura central del texto es el Logos como pedagogo de la humanidad. Clemente ataca la idea de Marción, pensador cercano a las ideas gnósticas, quien establece la no identidad del Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ya vemos como surgen los problemas teológicos en la iglesia cristiana y como hombres, formados en la cultura grecorromana, abordan con las herramientas adquiridas temas de alto calibre para ese tiempo, muchos de los cuales darán origen a disputas sangrientas.
En su libro Tapices o Stromata, trata Clemente las relaciones entre la fe cristiana y la filosofía griega. Según nuestro autor, la filosofía es un don de Dios como la ley lo es para los judíos, defendiendo la tesis de que tanto la filosofía griega como el Antiguo Testamento, prepararon la venida de Cristo, aunque la filosofía nunca podrá reemplazar a la revelación. No puede haber verdadero conocimiento sin fe, así como la relación que establecen los estoicos entre prolepsis, esto es, el conocimiento preliminar de los primeros principios, y la ciencia; como la ciencia supone la prolepsis, así la gnosis o conocimiento supone la fe. Ahora bien, para llegar de la fe al conocimiento es necesaria la filosofía. De allí la afirmación de que tanto la filosofía para los griegos, como el Antiguo Testamento, para los hebreos, nos preparan para conducirnos a Cristo. 
El tema del Antiguo Testamento como libro de la revelación se pone nuevamente de bulto. Para autores masones (Camejo Arias. Masonería Práctica) el simbolismo del Volumen del Libro Sagrado no es el libro de la revelación, pero sí de la verdad velada en símbolos y alegorías, los cuales son investigados por medio de la escuadra de la razón y el compas de la comprensión, estableciéndose una dinámica en la medida en que se avanza en la interiorización, entre la escuadra, símbolo del mundo sensible y el espiritual, para encontrar el camino hacia la verdad.
Para Clemente en todos los hombres hay un “efluvio divino”, una “chispa del Logos divino”, que es el que te hace descubrir una parte de la verdad, aunque no seas capaz de llegar a la verdad entera, que solamente es revelada por Cristo.
Clemente acompaña la idea de algunos apologistas de que Platón imita en su libro Las leyes a Moisés.
Clemente es un gnóstico que rechaza la división gnóstica entre psíquicos, que sólo tienen fe, y pneumáticos, que poseen conocimiento. La verdadera gnosis es la captura de lo que se conoce por la fe. Igual rechaza la idea de que el mundo es malo afirmando, acorde con la Biblia, que la creación es buena.
El sistema teológico de Clemente se fundamenta en la concepción de que el Logos es el creador del cosmos y muestra a Dios en la filosofía helénica, en el Antiguo Testamento y en la encarnación. Para Clemente el cristianismo es una filosofía que pierde importancia con la llegada de Cristo. Para él la filosofía es eclecticismo, o sea, lo bueno de cada escuela. Los filósofos –aprecia nuestro autor- han mezclado lo verdadero con lo falso; se trata de seleccionar lo que se haya de verdad, desechar lo inexistente y solamente por medio de la fe, se puede realizar la precitada selección. De ésta forma, subordina la filosofía a la fe. 
Dios es inasequible porque supera toda palabra y todo pensamiento. Podemos saber lo que no es, más nunca lo que es. El Logos es la sabiduría, la ciencia, la verdad, la guía de la humanidad. Aquí choca Clemente con el principio supremo, la Verdad, que es Dios en el pensamiento cristiano y no el Logos. El Logos es el alfa y el omega, porque todo proviene de Él y todo vuelve a Él. El Espíritu Santo está subordinado al Logos ya que es la luz de la verdad, la luz de la cual participan, sin multiplicarla, todos aquellos que tienen fe. La sentencia estoica de “vivir conforme a la razón” toma en Clemente el significado de vivir de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. Amor, obediencia, conocimiento se integran en la fe: a la fe le es dado el conocimiento, al conocimiento el amor, al amor el premio celestial.
Cualquier desviación del pensamiento cristiano deja de ser filosofía. Clemente se opone a la divinización de los astros, tesis sostenida por autores clásicos y helénicos; igual a los ciclos cósmicos de los estoicos o la idea de eternidad del cosmos.  
Orígenes
Sin temor a equivócanos, la historiografía considera a Orígenes el más grande pensador cristiano anterior a Agustín. Nace en Alejandría a finales del siglo II d. C., y fallece a mediados del siglo III. Alumno del neoplatónico Ammonio Saccas, el maestro de Plotino, se ordena sacerdote y luego es excomulgado.
En sus primeros años, hasta el 231 aproximadamente, enseña tanto a paganos como a cristianos, heréticos o no, cursos de matemáticas, física, dialéctica, astronomía, geometría, filosofía griega y teología especulativa. Posteriormente, deja estas enseñanzas para centrarse en la filosofía, la teología y las Sagradas Escrituras.
Posterior al 231, se establece en Cesarea de Palestina donde imparte cursos de filosofía, estudiando aquellos autores que afirmaban la existencia de Dios. Orígenes interpreta el cristianismo con los cánones de la teología platónica y de otros filósofos neoplatónicos y escépticos, aceptando lo fundamental de la cosmología platónica. Para Orígenes, el papel del Logos en el cosmos es parecido al que Platón asigna al alma del Universo.
Entre su obra se encuentra una Biblia séxtuple (Exaplas), colocando el texto en seis columnas paralelas, con el texto en griego en caracteres hebraicos; el contenido hebreo en letras griegas; la traducción de Águila, Judío del tiempo de Hadriano; la de Simmaco, judío de la época de Séptimo Severo; la de los Setentas y la del judío Teodocion, del 180.
La naturaleza del Dios supremo es descrita en términos platónicos: inmutabilidad, incorporeidad, ausencia de pasiones. Rechaza la visión antropomórfica de la divinidad. Relativiza el valor histórico del sacrificio de Cristo en la cruz, así como los Evangelios como hechos históricos, recurriendo a la exégesis alegórica en la interpretación de las Sagradas Escrituras, siguiendo la segmentación platónica entre mundo sensible y mundo inteligible, entre apariencia y realidad.
Orígenes defiende la teoría socrática según la cual el alma existe, en un estado independiente, antes del cuerpo en el cual entra al nacer, la preexistencia de las almas, de la transmigración y la de la apocatasta o restauración de todas las cosas en su estado original. Sitúa las tres partes de la Trinidad en niveles diferentes. Por ello es condenado.
Un punto de interés es señalar la distinción que establece entre doctrinas esenciales y las doctrinas accesorias del cristianismo. El cristiano tiene la obligación de interpretar las primeras y explicar las segundas. En éstas, se aplica un simple ejercicio de la razón. La primera se recibe por la gracia. Su investigación bíblica busca poner en claro el significado oculto y la justificación recóndita de las verdades reveladas. Diferencia un triple significado en las Escrituras: el somático, el psíquico y el espiritual, que se relacionan entre sí como las tres partes del alma: el cuerpo, el alma y el espíritu. Contrapone el significado literal con el espiritual o alegórico, sacrificando el primero al segundo cuando se hace necesario. Nos evoca la relación entre la escuadra y el compás sobre el Volumen del Libro Sagrado. 
Este paso del significado literal al significado alegórico de la Biblia, es el paso de la fe al conocimiento. Para Orígenes el conocimiento compendia en sí la fe. La fe se transforma en conocimiento hasta llegar a ser capaz de conocer al Padre. La fe es un pedido interno que busca razones y se transforma en conocimiento; visto así por Orígenes, la redención del hombre, su retorno gradual a la vida espiritual que compartía en el mundo inteligible (el Oriente), es entendido como educación para el conocimiento.  Las Escrituras constituyen la introducción del conocimiento. Sobre los Evangelios históricos, hay un evangelio eterno que vale para todas la épocas del mundo y que muy pocos pueden conocer. Aquí hay mucho de Platón.     
Investiga Orígenes el destino del hombre. El hombre es una sustancia racional, una inteligencia; que con la caída se convierte en alma. El alma es algo intermedio entre la inteligencia y el cuerpo: la inteligencia, como pura vida espiritual, es refractaria al mal; el alma, en cambio, es susceptible del bien y del mal. Parte del principio que si la caída del hombre es un acto de libertad, es por consiguiente un acto de libertad la redención y el retorno a Dios. He aquí uno de los puntos de gran interés en el pensamiento de Orígenes: la libertad es el don fundamental de la naturaleza humana, que obra gracias a la razón, por consiguiente, es capaz de escoger. Así la acción del mensaje cristiano es eminentemente educador, el cual conduce gradualmente al hombre hacia la vida espiritual, de acuerdo con Clemente. La acción iluminadora del Logos no es una revelación repentina, sino una penetración progresiva de la luz en el hombre, con la llamada para que libremente tome el camino de volver a Dios. Este camino no es corto. El hombre renacerá tantas veces hasta que haya expiado su culpa y haya recobrado la perfección primitiva. La necesidad de educación progresiva del hombre justifica la pluralidad sucesiva de mundos, que Orígenes toma del estoicismo.
Esta educación gradual te lleva a la condición de sustancia inteligente a través de grados sucesivos de conocimiento. Paulatinamente crece pasando del mundo sensible a la naturaleza inteligible, que es la del Logos y de Ésta a Dios. El Logos es sabiduría y verdad y a través de Él se puede discernir el ser y avanzar en la comprensión del poder y la naturaleza de Dios. Cuando este conocimiento directo de Dios sea posible, sin necesitar al Logos, sino directamente como el Hijo le ve, el ciclo del retorno del mundo a Dios, de la apocatástasis, se habrá realizado, entonces Dios será en todos.
Antes de Orígenes el cristianismo no había elaborado una formulación doctrinal orgánica y completa. Tanto el platonismo como el estoicismo se encuentran presentes y constituyen los lazos de unión con la filosofía griega. Lo original es su adaptación al mensaje cristiano. No es ajeno a debates, ya que no justifica el sacrificio de Cristo y excluye la resurrección de la carne, son posturas de alto calibre. Pero su argumentación la habrán de aprovechar autores en el futuro: ve en el hecho histórico de la redención el destino de la humanidad entera, la que caída de la vida espiritual, debe volver a ella. Orígenes le da un significado más profundo y universal al cristianismo. Elabora una concepción cosmológica en la que engloba en una visión de conjunto la suerte de la humanidad y la suerte del mundo. Finalmente recobra el concepto de libertad humana, que se había perdido al colocarlo como sujeto pasivo de la obra redentora de Cristo.     





   Bibliografía
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