El mensaje cristiano contiene la revelación
hecha por la Biblia y por Jesucristo. O sea, la verdad ya está anunciada. La
filosofía, por ende, pierde el carácter de investigación ontológica y queda
para la muy importante tarea de coadyuvar en la argumentación teológica oficial
aprobada en los concilios de la Iglesia Católica y otras iglesias cristianas,
para abordar temas álgidos, tales como enfrentar los ataques del paganismo y
otras creencias u organizaciones no religiosas e, igualmente, enfrentar
herejías, divisiones y otras circunstancias propias de una institución que se
transformaría en milenaria y de gran poder.
La misión histórica de la Iglesia es acercar
a los hombres a su mensaje, conformando una comunidad universal, el catolicismo,
en la que se invita a cada hombre a vivir de acuerdo a los postulados enseñado
y ejemplarizados por Cristo. Así que la filosofía cristiana tiene un sólo fin: el
contribuir a encontrar el mejor camino por el cual los seres humanos comprendan
y hacer propia la revelación cristiana. Para nada tiene que buscar la filosofía
cristiana nuevas verdades, como la filosofía griega, y ni siquiera puede
profundizar y desarrollar la verdad primitiva del cristianismo. Eso,
limitadamente, le corresponde a los teólogos.
He aquí una gran diferencia con la masonería.
En los países cristianos, las logias masónicas utilizan mayoritariamente la
Biblia como Volumen de la Ley Sagrada. Pero en absoluto es un libro de
revelación. Si contiene la verdad velada en simbolismos y alegorías, la cual se
investiga utilizando como herramientas la escuadra de la razón y el compás de
la comprensión; para que cada masón, en su interior, encuentre su propio
camino. Por ello la masonería es adogmática, y de allí la importancia, como ayuda,
de la antropología filosófica masónica.
Este tema tiene muchas aristas y lo
trataremos didácticamente con el fin de estimular su investigación en
innumerables textos existentes. Veremos algunos puntos que nos ayuden a
formarnos una visión de lo complejo del tema en los inicios de la era
cristiana, sin entrar en tiempos posteriores, siempre en el contexto no
dogmatico de la masonería.
Las religiones se basan en creencias que no
son ganancia de una investigación, pues radican en la aprobación de una revelación.
Un testimonio superior manifiesta una verdad y esta es aceptada con total
adhesión. Cristo informa que “Aquél” le envió, y ello es suficiente testimonio
(Juan, VIII, 13, 16). La investigación filosófica, tan medular en la filosofía
griega, queda limitada a conocer y reconocer el camino de la verdad cristiana,
por medio del cual puede acceder a examinar y hacerla propia, en la existencia
del mortal terrenal.
Así que bajo la anterior premisa, nace la
filosofía cristiana y para cumplir con su tarea, utiliza los instrumentos
aprendidos en la filosofía griega. Para ello se ayuda del aporte helénico, el
cual, como hemos visto, en la especulación filosófica en el pleno sincretismo
con las creencias religiosas orientales, facilitan al pensador cristiano elaborar
un significado que le sea fácilmente accesible al hombre de la época. La
revelación cristiana, de la mano de los instrumentos de la filosofía
helenística, utilizados de la manera más amplia, llegan a las inmensas masas de
habitantes del mundo occidental, primero helenizado y luego romanizado.
Cristo
La
vida de Cristo se conoce, esencialmente por medio de los Evangelios. También
por los escritos de Qumrán. Estos son una comunidad religiosa judía, que viven en la costa
occidental del Mar Negro entre 150 a.C. y 68 d.C., cuando el lugar fue
destruido con motivo de la gran revuelta contra la autoridad de Roma. Los
eruditos generalmente se inclinan, ahora, a identificar la comunidad de Qumrán
con los esenios.
Excavaciones en unas cuevas hechas en la localidad de
Khirbet-Qumrán, en 1947, condujeron al encuentro de manuscritos hebreos del Antiguo Testamento, libros apócrifos o
deuterocanónicos, un comentario del libro de Habacuc, fragmentos de otros
comentarios bíblicos y los escritos del grupo o secta de Qumrán. Esos
materiales son conocidos generalmente como Los Rollos del Mar Muerto y datan de finales del siglo I d.C.
La vida en Qumrán era conventual y mucho más estricta
que la de los judíos en general. Como los cristianos y judíos, los de la
comunidad hacían énfasis en aspectos escatológicos y en la venida de un Mesías.
A pesar de lo que algunos han dado a entender en escritos y comentarios, no se
ha probado el contacto formal de Qumrán con la iglesia primitiva cristiana ni que
Jesús haya tenido vínculos con ella, como algunos han afirmado.
Tengamos presente que los Evangelios son
libros religiosos, no relatos históricos en sentido estricto, que responden a
las necesidades de la iglesia cristiana del momento. Son interpretaciones de la
vida de Jesús y su mensaje con fines devotos; lo que no impide ser de utilidad
porque son pocos los testimonios que se tienen.
La vida pública de Jesús se inicia con el
encuentro con Juan el Bautista, quien es el fundador de una secta opuesta al
judaísmo oficial que predica la purificación de los pecados ante la inminente
llegada del mensajero de Dios. Jesús es bautizado por Juan y reconocido como el
Mesías e inicia su predicación en Galilea. Recluta sus apóstoles y enseña
mediante el empleo de parábolas y formas alegóricas, acompañadas de prodigios. La
enseñanza de Jesús cuenta con la oposición de los fariseos y los saduceos, dos
de los màs fuertes gupos dentro del judaísmo.
Jesús anuncia la llegada del reino de Dios,
la victoria de la soberanía divina sobre la creación y la necesaria conversión
de los pecadores. Sobre la llegada del reino anunciado, los Evangelios no son
claros, dando pie a una serie de especulaciones que aún perduran.
El resto de la historia es conocida. Pero
antes de pasar al próximo punto, es importante poner de bulto la afirmación de Blázquez
Martínez sobre que “ni Jesús ni los apóstoles instituyeron el episcopado
monárquico o el sacerdocio. En la Carta
de Pedro y en otros escritos se encuentra la idea del sacerdocio universal
de todos los fieles. La primera mención de la ordenación de sacerdotes data de
la época del escritor eclesiástico Hipólito de Roma, muerto el año 235; la Historia Augusta la menciona en relación
con hechos de gobierno del emperador Alejandro Severo (222-235)” (Blázquez
Martínez. El nacimiento del cristianismo.
Pág. 36)
Los
Evangelios sinópticos
Jesús es un renovador de la tradición
hebraica. Los profetas anuncian un resurgimiento del pueblo hebreo tras una
sucesión de desgracias como prueba del castigo divino por haber violentado los
pactos entre Dios y el pueblo elegido. Ese anuncio lo hará un Mesías elegido directamente por Dios.
Este anuncio se amplía pasando del pueblo israelita a todos los pueblos del
mundo, a todos los hombres “de buena voluntad”, sin distingo de raza, cultura o
posición social; destacando la premisa que es una renovación espiritual, no
política ni temporal, ya que se realiza a lo interior de cada ser humano.
“Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo
que es de Dios” (Mateo, 22,21; Lucas, 20, 25) es un anuncio que despolitiza su
mensaje. E insiste en la individualidad del reino de Dios: “no se podrá decir
“aquí está o allí está”, porque, en verdad, el reino de Dios está dentro de
vosotros” (Lucas, 17,21). Es la construcción del templo individual, porque es
una vida espiritual a la que llama a desarrollar en cada ser humano y que se
expande gradualmente entre todos los hombres: del templo individual al templo
colectivo.
Jesús plantea la ruptura con los lazos que
atan al hombre al mundo sensible y dedicarse a construir su verdad: “el que
hallase su alma la perderá, y el que la perdiere por mí la encontrará” (Mateo,
10,34). Jesús actúa como el buen maestro que guía a sus practicantes bajo un
mensaje de fe. El reino de los cielos es para los pobres de espíritu, para los
que sufren, para los mansos, para los que necesitan justicia, para los
perseguidos. Frente a la antigua ley del “ojo por ojo y diente por diente”,
simbólica de la venganza, convoca la del amor: “amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está
en los cielos, que hace brillar el sol sobre los malos y sobre los buenos y
hace llover sobre justos e injustos. Ya que, si amáis solamente a los que os
aman, ¿qué merito tenéis? ¿No hacen también esto los publicanos? Y si queréis sólo
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis extraordinario? ¿Acaso no lo hacen ls paganos?
Sed, pues, perfectos, como es perfecto vuestro Padre Celestial” (Mateo, 5,
44-48).
Jesús invoca un cambio radical en la conducta
de cada individuo. Va hacia eso: al individuo, no a la persona como fachada del
hombre ante su prójimo; sino al individuo, como constructor de su propia
existencia en función de la Gran Obra Universal, que está signada por la
belleza que caracteriza la armonía y el amor. La relación entre el hombre y
Dios es individual, sobre la base del amor. “buscad primero el reino de Dios y
su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mateo, 6, 33). Esta
búsqueda, aunque individual, no es pasiva: “vigilad, nos dice Jesús, porque no
sabéis qué día vuestro Señor vendrá” (Mateo, 24, 42). Transitar hacia el
encuentro exige una acción coherente: “pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá” (Lucas, 11, 9). Esa búsqueda activa la organizan los
seguidores de Jesús, especialmente la iglesia que se constituye siglos después
sobre la base de la interpretación de los Evangelios.
El
Evangelio de Juan
Juan
da un viraje al sentido de los Evangelios sinópticos. Juan intenta entender
filosóficamente la figura de Jesús y el contenido de su enseñanza. Se inicia el
trazado de la ruta que busca interpretar la presencia del Maestro en la
tierra.
Juan ve en la figura de Jesús al Logos
o Verbo Divino: “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas
resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan, 1, 1-5). En
la filosofía hebrea, en el Libros de
la Sabiduría,
encontramos ya la concepción del Logos, trabajada por los griegos. Al Logos se
le atribuye la función de mediador entre Dios y el mundo sensible, ya que todo
ha sido creado por intermedio de él.
Juan plantea el tema de la vida según la carne y la vida según el espíritu, ésta última supone
una nueva vida que se inicia en un nuevo
nacimiento: “en verdad, en verdad te digo, que si uno no nace de nuevo, no
puede ver el reino de Dios.” (Juan, 3, 3). Este renacimiento es el nacimiento
espiritual a la nueva vida: “el espíritu es lo que vivifica, la carne no vale
nada; las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida.” (Juan, 6, 63).
Esa alternativa que ofrece el Maestro Jesús a
los hombres, la viabilizan la patrística de los primeros siglos y los teólogos
siguientes, construyendo una institución y un cuerpo doctrinal. Igualmente es
venero de tesis y planteamientos desde diferentes ángulos, que traerán al
pensamiento cristiano en particular y al filosófico en general, una rica
dinámica, no acompañada en muchas ocasiones de violencia y sangre.
Paulo
de Tarso
Pablo independiza al cristianismo respecto a
las ataduras del judaísmo. Jesús predica hacia el interior del pueblo hebreo
con sentido ecuménico. Pablo lo lleva a la práctica.
En la Carta
a los Gálatas (2, 7-11) y los Hechos
de los Apóstoles (15, 28-29), se
pone de bulto la pugna entre los partidarios mantener las costumbres antiguas
del judaísmo dentro del cristianismo y los que reformaban las mismas. Santiago,
jefe de la Iglesia cristiana de Jerusalén, exige un mínimo de prescripciones
rituales, incluso la circuncisión de los adeptos no judíos, manteniendo de esta
manera la unidad del mensaje de Jesús, el Mesías, con la antigua Ley de Moisés,
en la secta judeocristiana.
Pablo establece, como Juan el Evangelista,
dos grupos de hombres: aquellos que viven según la carne, y aquellos que viven
según el espíritu. Los primeros descienden de Adam, los segundo de Cristo. La
antítesis del hombre que vive según la carne no es el hombre culto, formado,
sino el que vive en “gracia”. Así que el hombre natural puede adquirir sabiduría
por medio de la cultura; por ende, la filosofía, adquirida en este mundo manifestado,
en absoluto, es la verdadera sabiduría, la de Dios.
El hombre es el templo de Dios en el que
habita el espíritu del Creador (1 Cor, 3, 1). Ahora bien, el hombre espiritual
nace del hombre carnal y aquí hay una clara identificación con los misterios
griegos. Según éstos, los hombres primitivos
no eran humanos como son reconocidos. Una deidad adelanta el proceso de
evolución y por ello se celebran ceremonias en los Misterios. De allì la
diferencia entre iniciados y no iniciados, siendo los primeros, hombres en
plena realización. Así Pablo, posiblemente amalgamando este concepto griego con
el de la Teshuba del Antiguo Testamento,
genera este giro transformador, forjando un hombre nuevo de manera gradual, por
pasos.
Pablo habla de dos hombres que coexisten: el exterior e interior (2 Cor, 4, 16) siendo así que la carne se transforma en
“templo del Espiritu Santo” (1 Cor, 6, 19). Este planteamiento mantiene vivo el
recuerdo de la doctrina órfica y otras religiones antiguas, así como la teoría
de Platón, de cuerpo como cárcel del alma. Pero hay que distinguir una
diferencia conceptual importante: según Platón, el mal viene del cuerpo,
mientras que el alma es un principio divino y por ende puro en nosotros. Para
Pablo el hombre es pecador en cuerpo y alma. Ahora bien, según algunos
investigadores (Landmann, Antropología
Filosófica. pg. 82), Pablo llama
hombre natural tanto al carnal como al psíquico, teniendo el cuerpo y el alma,
más bien, su antítesis en el espíritu. Este tema es tratado por pensadores
cristianos de la época, estableciendo, a manera de ejemplo, lo que Justino
señala el cuerpo como casa del alma y ésta, del espíritu. Clemente y Origenes,
que por su importancia haremos reseña de ellos, distiguen tres clases de
hombres: Hìlicos (materia), Psìquicos (mente) y Pneumàticos (aliento).
La visión holística de Pablo, uniendo cuerpo
y alma, es la base en que se sustenta no solamente la inmortalidad del alma,
sino la resurrección de la carne, lo que genera la gran diatriba con la
filosofía griega clásica: para Platón el alma sólo es inmortal, mientras que en
el cristianismo, el cuerpo participa en la transfiguración posterior.
La
Patrística
La patrística emerge como defensa frente a
los ataques paganos contra la doctrina cristiana que se expande en los primeros
siglos de nuestra era por el mundo romano. También para garantizar la unidad de
la corriente emergente frente a las diferencias internas, escisiones y los
llamados errores catalogados como tales, por las tendencias triunfantes.
Para ello recurren los padres apologetas a la
filosofía griega, presentando al cristianismo como continuidad y lo exhiben
como la expresión completa y definitiva de la verdad, que por tantos siglos ha buscado
la filosofía griega y que nunca pudo alcanzar de manera perfecta y total,
siempre parcial y discutida.
La razón en el hombre es una sola para todos
los seres humanos en todos los tiempos y Dios es su creadora. La verdad tiene
un único camino: el de la revelación, por lo tanto, religión y filosofía se
funden en el cristianismo.
La filosofía griega es lo supremo en el orden
cultural en el mundo helénico, además de aportar los conceptos filosóficos para
defender apologéticamente a la religión naciente. Así que esta práctica se
transforma en una doble vía: por un lado, interpretar y defender el
cristianismo mediante los conceptos tomados de la filosofía griega para así
enlazarlo con la propia filosofía helénica y, por otro lado, orientar el
significado de la precitada filosofía al mismo cristianismo. Este es el trabajo
de los pensadores cristianos de los primeros siglos, en un medio hostil por
parte del paganismo y de las herejías que comienzan a presentarse.
Esta patrística tiene sus fases: la defensa
del cristianismo, que llega hasta el año 200; la formulación doctrinal de las
creencias cristianas, que va entre el 200 al 450; y la última, que va desde el
450 hasta el 750 aproximadamente, que es un tiempo de reelaboración y
sistematización de las tesis ya formuladas.
De esta patrística solamente vamos abordar el
tema de la gnosis, durante los dos primeros siglos, y la intelectualidad
cristiana en la escuela de Alejandría, particularmente con Clemente y Orígenes,
por el aporte que hacen y el cual es difundido solamente en círculos investigadores.
La
gnosis
Las fuentes originales del gnosticismo son
los escritos descubiertos a mediados del siglo XX en Nag Hamadi, Egipto, los
cuales son un conjunto de obras redactadas en griego en el siglo II y
atribuidas a la inspiración de Hermes Trismegisto, los cuales reflejan
diferentes corrientes del pensamiento griego, oriental y egipcio. (Blázquez Martínez. El nacimiento del cristianismo. Pàg 97).
Estas sectas gnósticas se revelan como el
mayor peligro contra la unidad espiritual del cristianismo. La importancia de
la gnosis consiste en el hecho de ser la primera investigación de una filosofía
del cristianismo. Indagación propia de la época helenística, mezclando
elementos cristianos, míticos, neoplatónicos y orientales. La palabra gnosis viene de la tradición griega,
particularmente del pitagorismo, y se entiende como el conocimiento de lo
divino propio del iniciado. El conocimiento, o la gnosis, es el requisito esencial para la salvación y este solo se
logra por medio de la iniciación.
Los sistemas gnósticos no son uniformes, pero
existe un mínimo común denominador entre ellos: el hombre es un trozo de luz,
no procede del mundo que es el reino de las tinieblas y se encuentra preso en
un ambiente hostil. La gnosis es el conocimiento del estado de extravío, de
cómo ha llegado a él y de cómo salir de él.
Dios es trascendente al mundo. El demiurgo
crea al mundo malo. El mundo está regido por los siete arcones (planetas) malos
subordinados al demiurgo. El alma desciende de la región celeste hasta llegar
al mundo y al cuerpo para regresar a ella después de la muerte.
Es la doctrina gnóstica se encuentra el
dualismo luz-tiniebla de origen iranio y el propio helénico, formado por el
alma-cuerpo y el espíritu-materia.
Basìlides es un gnóstico que enseña en Alejandría
entre los años 120 y el 140. Plantea la tesis de la existencia de dos
principios de la realidad: la luz, causa del bien y las tinieblas, causa del
mal. Las tinieblas tratan de participar de la luz acercándose, pero ésta no absorbe
a las tinieblas, dando lugar a una apariencia, a una imagen de la luz, que es
el mundo donde el bien es poco y el mal predomina. Para Basilides una cadena de
ángeles que proceden de Dios por emanaciones sucesivas, crean el mundo y al
hombre. Es de interés revisar texto sobre cábala y el tema citado. Cristo
desciende al mundo para salvar a la humanidad. Un punto de interés es la
negación del sufrimiento de Jesús.
Otro gnóstico, Carpòcrates de Alejandría (año
160), explica la superioridad de Jesús utilizando la teoría platónica de la
reminiscencia. El alma de Cristo recuerda con más amplitud lo que ha visto
durante su vida con el Padre increado, Quien le doto de una virtud excepcional que
le hace capaz de sustraerse al mundo y retornar a Él. Lo mismo ocurre, según
Carpòcrates, a toda alma que siga la misma línea de conducta. Para ello la
trasmigración de las almas, de cuerpo en cuerpo, hasta cumplir con la odisea de
la existencia digna de volver a subir donde el Padre, liberándose de todo lazo
material.
Valentino es, posiblemente, quien trabaja más
filosóficamente el gnosticismo. En la cima de la realidad se encuentra un ser
no temporal e incorpóreo, increado e incorruptible que llama Eón o Padre. La palabra Eón
viene del griego que significa eterno, perfecto. Este primer principio está
formado por una pareja de términos: Abismo y Silencio; De éste Eón, emanan otros eones, igualmente por
parejas: la Mente y la Verdad; por emanación la Razón y la Vida; para luego
descender al Hombre, como determinación divina, y la Comunidad, como comunidad
de vida divina. Estas ocho emanaciones constituyen el Pleroma, o reino de la perfecta vida divina. El último Eón, la Sabiduría, quiso
descubrir al primero, el Abismo, tratando de escalar a regiones superiores del
Pleroma. Su esfuerzo fue inútil, de allí el origen del mundo, que presenta toda clase de imperfecciones por ser un
esfuerzo incompleto, lleno de errores y con el llanto que genera el fracaso.
Maniqueísmo es una palabra que proviene del
persa Mani, en griego Manes, quien nace aproximadamente el año 216 en
Babilonia. Se declara Paráclito, el que debe llevar la doctrina cristiana a la
perfección. Manes intenta un sincretismo entre doctrinas gnósticas, judías, cristianas
y orientales como el budismo, sobre el cimiento del dualismo de la religión de
Zaratustra. Admite el principio del mal, simbolizado en las tinieblas; frente al
otro: la luz o el bien, los cuales combaten permanentemente en el mundo. Para
Manes, antes de la existencia del mundo, había dos sustancias primordiales o raíces,
igualmente poderosas y eternas: la luz y la oscuridad. La primera, residía en el
norte y la segunda en el sur. Cada una tenía un rey: el Padre de la grandeza y
el Rey de las tinieblas. La región de la luz tiene cinco moradas o miembros de
Dios: inteligencia, razón, pensamiento, reflexión y voluntad. La región de las
tinieblas está formada por cinco abismos: humo, fuego, aire, agua (barro) y
tinieblas, dirigidos por arcontes con formas de demonio, águila, león, pez y
serpiente. Cada reino tiende a la expansión, generando una dinámica de la luz
hacia lo alto y la oscuridad, hacia abajo; cuando chocan, la oscuridad
obstaculiza la luz y en consecuencia, se rompe la dualidad al mezclar las
fuerzas contrarias, de lo que surge el mundo y el tiempo. Éste último, el
tiempo, incluye tres lapsos: el momento en que se efectuó la mezcla, el pasado; la persistencia de la mezcla o el
presente, que es el período de los profetas quienes anuncian los procedimientos
que deberán aplicarse para lograr de nuevo el alejamiento; y el futuro, o consumación
de la separación.
La relación del bien con el mal es compleja
en el maniqueísmo, ya que la historia del mundo está determinada por el
constante movimiento del mal, el cual es una sustancia existente y el triunfo
sobre èl, consiste en relegarlo al lugar en el cual pertenece para que no
irrumpa nuevamente en el reino de la luz.
El hombre posee dos almas: una corpórea, principio
del mal; otra luminosa, que es del bien. El hombre llega a su perfección
manteniendo una conducta acorde con los postulados que incluye, entre otros,
abstenerse de la comida animal, los discursos impuros, entre otros.
La
intelectualidad cristiana: la escuela de Alejandría.
Ya nos hemos paseado por el ambiente cosmopolita
de la expresión citadina de la cultura helénica: Alejandría. La ciudad se
presta para la creciente elaboración doctrinaria en aquella mezcla de ideas
judías, griegas, cristianas, orientales y egipcias, no sin sus dosis de
violencia.
A finales del siglo II se funda en Alejandría
la primera universidad cristiana, sobresaliendo, entre otros, Clemente de
Alejandría y Orígenes.
Clemente
de Alejandría
Nace a mediados del siglo II, probablemente
en Atenas, en el seno de una familia pagana. Se forma en los cánones de la
cultura grecorromana destacándose como un intelectual de fuste. Su obra refleja
su formación clásica, logrando una síntesis en la cual fe cristiana y cultura
pagana, no necesariamente deben enfrentarse. Sobre el año 190 se hace
presbítero de la iglesia de Alejandría.
En su obra, el Protrèptico a los griegos, invita a la conversión, utilizando la
influencia del pensamiento de Platón y Pitágoras. En el Pedagogo, pone de bulto los problemas entre el cristianismo y la
cultura profana. La figura central del texto es el Logos como pedagogo de la
humanidad. Clemente ataca la idea de Marción, pensador cercano a las ideas
gnósticas, quien establece la no identidad del Dios del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Ya vemos como surgen los problemas teológicos en la iglesia
cristiana y como hombres, formados en la cultura grecorromana, abordan con las
herramientas adquiridas temas de alto calibre para ese tiempo, muchos de los
cuales darán origen a disputas sangrientas.
En su libro Tapices o Stromata, trata Clemente las relaciones entre la fe
cristiana y la filosofía griega. Según nuestro autor, la filosofía es un don de
Dios como la ley lo es para los judíos, defendiendo la tesis de que tanto la
filosofía griega como el Antiguo
Testamento, prepararon la venida de Cristo, aunque la filosofía nunca podrá
reemplazar a la revelación. No puede haber verdadero conocimiento sin fe, así
como la relación que establecen los estoicos entre prolepsis, esto es, el conocimiento preliminar de los primeros
principios, y la ciencia; como la
ciencia supone la prolepsis, así la gnosis o conocimiento supone la fe. Ahora
bien, para llegar de la fe al conocimiento es necesaria la filosofía. De allí
la afirmación de que tanto la filosofía para los griegos, como el Antiguo Testamento, para los hebreos,
nos preparan para conducirnos a Cristo.
El tema del Antiguo Testamento como libro de la revelación se pone nuevamente
de bulto. Para autores masones (Camejo Arias. Masonería Práctica) el simbolismo del Volumen del Libro Sagrado no
es el libro de la revelación, pero sí de la verdad velada en símbolos y
alegorías, los cuales son investigados por medio de la escuadra de la razón y
el compas de la comprensión, estableciéndose una dinámica en la medida en que
se avanza en la interiorización, entre la escuadra, símbolo del mundo sensible
y el espiritual, para encontrar el camino hacia la verdad.
Para Clemente en todos los hombres hay un
“efluvio divino”, una “chispa del Logos divino”, que es el que te hace
descubrir una parte de la verdad, aunque no seas capaz de llegar a la verdad
entera, que solamente es revelada por Cristo.
Clemente acompaña la idea de algunos
apologistas de que Platón imita en su libro Las
leyes a Moisés.
Clemente es un gnóstico que rechaza la
división gnóstica entre psíquicos, que sólo tienen fe, y pneumáticos, que
poseen conocimiento. La verdadera gnosis es la captura de lo que se conoce por
la fe. Igual rechaza la idea de que el mundo es malo afirmando, acorde con la
Biblia, que la creación es buena.
El sistema teológico de Clemente se
fundamenta en la concepción de que el Logos
es el creador del cosmos y muestra a Dios en la filosofía helénica, en el Antiguo Testamento y en la encarnación. Para
Clemente el cristianismo es una filosofía que pierde importancia con la llegada
de Cristo. Para él la filosofía es eclecticismo, o sea, lo bueno de cada
escuela. Los filósofos –aprecia nuestro autor- han mezclado lo verdadero con lo
falso; se trata de seleccionar lo que se haya de verdad, desechar lo
inexistente y solamente por medio de la fe, se puede realizar la precitada
selección. De ésta forma, subordina la filosofía a la fe.
Dios es inasequible porque supera toda
palabra y todo pensamiento. Podemos saber lo que no es, más nunca lo que es. El
Logos es la sabiduría, la ciencia, la verdad, la guía de la humanidad. Aquí
choca Clemente con el principio supremo, la Verdad, que es Dios en el pensamiento
cristiano y no el Logos. El Logos es el alfa y el omega, porque todo proviene
de Él y todo vuelve a Él. El Espíritu Santo está subordinado al Logos ya que es
la luz de la verdad, la luz de la cual participan, sin multiplicarla, todos
aquellos que tienen fe. La sentencia estoica de “vivir conforme a la razón”
toma en Clemente el significado de vivir de acuerdo a las enseñanzas de Cristo.
Amor, obediencia, conocimiento se integran en la fe: a la fe le es dado el
conocimiento, al conocimiento el amor, al amor el premio celestial.
Cualquier desviación del pensamiento
cristiano deja de ser filosofía. Clemente se opone a la divinización de los
astros, tesis sostenida por autores clásicos y helénicos; igual a los ciclos
cósmicos de los estoicos o la idea de eternidad del cosmos.
Orígenes
Sin temor a equivócanos, la historiografía
considera a Orígenes el más grande pensador cristiano anterior a Agustín. Nace
en Alejandría a finales del siglo II d. C., y fallece a mediados del siglo III.
Alumno del neoplatónico Ammonio Saccas, el maestro de Plotino, se ordena
sacerdote y luego es excomulgado.
En sus primeros años, hasta el 231
aproximadamente, enseña tanto a paganos como a cristianos, heréticos o no,
cursos de matemáticas, física, dialéctica, astronomía, geometría, filosofía
griega y teología especulativa. Posteriormente, deja estas enseñanzas para
centrarse en la filosofía, la teología y las Sagradas Escrituras.
Posterior al 231, se establece en Cesarea de
Palestina donde imparte cursos de filosofía, estudiando aquellos autores que
afirmaban la existencia de Dios. Orígenes interpreta el cristianismo con los
cánones de la teología platónica y de otros filósofos neoplatónicos y
escépticos, aceptando lo fundamental de la cosmología platónica. Para Orígenes,
el papel del Logos en el cosmos es
parecido al que Platón asigna al alma del Universo.
Entre su obra se encuentra una Biblia
séxtuple (Exaplas), colocando el
texto en seis columnas paralelas, con el texto en griego en caracteres
hebraicos; el contenido hebreo en letras griegas; la traducción de Águila, Judío
del tiempo de Hadriano; la de Simmaco, judío de la época de Séptimo Severo; la
de los Setentas y la del judío Teodocion, del 180.
La naturaleza del Dios supremo es descrita en
términos platónicos: inmutabilidad, incorporeidad, ausencia de pasiones.
Rechaza la visión antropomórfica de la divinidad. Relativiza el valor histórico
del sacrificio de Cristo en la cruz, así como los Evangelios como hechos
históricos, recurriendo a la exégesis alegórica en la interpretación de las Sagradas Escrituras, siguiendo la
segmentación platónica entre mundo sensible y mundo inteligible, entre
apariencia y realidad.
Orígenes defiende la teoría socrática según
la cual el alma existe, en un estado independiente, antes del cuerpo en el cual
entra al nacer, la preexistencia de las almas, de la transmigración y la de la apocatasta o restauración de todas las
cosas en su estado original. Sitúa las tres partes de la Trinidad en niveles
diferentes. Por ello es condenado.
Un punto de interés es señalar la distinción
que establece entre doctrinas esenciales y las doctrinas accesorias del
cristianismo. El cristiano tiene la obligación de interpretar las primeras y
explicar las segundas. En éstas, se aplica un simple ejercicio de la razón. La primera
se recibe por la gracia. Su investigación bíblica busca poner en claro el significado
oculto y la justificación recóndita de las verdades reveladas. Diferencia un
triple significado en las Escrituras: el somático, el psíquico y el espiritual,
que se relacionan entre sí como las tres partes del alma: el cuerpo, el alma y
el espíritu. Contrapone el significado literal con el espiritual o alegórico,
sacrificando el primero al segundo cuando se hace necesario. Nos evoca la
relación entre la escuadra y el compás sobre el Volumen del Libro Sagrado.
Este paso del significado literal al
significado alegórico de la Biblia, es el paso de la fe al conocimiento. Para
Orígenes el conocimiento compendia en sí la fe. La fe se transforma en
conocimiento hasta llegar a ser capaz de conocer al Padre. La fe es un pedido
interno que busca razones y se transforma en conocimiento; visto así por
Orígenes, la redención del hombre, su retorno gradual a la vida espiritual que
compartía en el mundo inteligible (el Oriente), es entendido como educación
para el conocimiento. Las Escrituras
constituyen la introducción del conocimiento. Sobre los Evangelios históricos,
hay un evangelio eterno que vale para todas la épocas del mundo y que muy pocos
pueden conocer. Aquí hay mucho de Platón.
Investiga Orígenes el destino del hombre. El
hombre es una sustancia racional, una inteligencia; que con la caída se
convierte en alma. El alma es algo intermedio entre la inteligencia y el
cuerpo: la inteligencia, como pura vida espiritual, es refractaria al mal; el
alma, en cambio, es susceptible del bien y del mal. Parte del principio que si
la caída del hombre es un acto de libertad, es por consiguiente un acto de
libertad la redención y el retorno a Dios. He aquí uno de los puntos de gran
interés en el pensamiento de Orígenes: la libertad es el don fundamental de la
naturaleza humana, que obra gracias a la razón, por consiguiente, es capaz de
escoger. Así la acción del mensaje cristiano es eminentemente educador, el cual
conduce gradualmente al hombre hacia la vida espiritual, de acuerdo con
Clemente. La acción iluminadora del Logos no es una revelación repentina, sino
una penetración progresiva de la luz en el hombre, con la llamada para que
libremente tome el camino de volver a Dios. Este camino no es corto. El hombre
renacerá tantas veces hasta que haya expiado su culpa y haya recobrado la
perfección primitiva. La necesidad de educación progresiva del hombre justifica
la pluralidad sucesiva de mundos, que Orígenes toma del estoicismo.
Esta educación gradual te lleva a la
condición de sustancia inteligente a través de grados sucesivos de
conocimiento. Paulatinamente crece pasando del mundo sensible a la naturaleza
inteligible, que es la del Logos y de Ésta a Dios. El Logos es sabiduría y verdad
y a través de Él se puede discernir el ser y avanzar en la comprensión del
poder y la naturaleza de Dios. Cuando este conocimiento directo de Dios sea
posible, sin necesitar al Logos, sino directamente como el Hijo le ve, el ciclo
del retorno del mundo a Dios, de la apocatástasis,
se habrá realizado, entonces Dios será en todos.
Antes de Orígenes el cristianismo no había
elaborado una formulación doctrinal orgánica y completa. Tanto el platonismo
como el estoicismo se encuentran presentes y constituyen los lazos de unión con
la filosofía griega. Lo original es su adaptación al mensaje cristiano. No es
ajeno a debates, ya que no justifica el sacrificio de Cristo y excluye la
resurrección de la carne, son posturas de alto calibre. Pero su argumentación la
habrán de aprovechar autores en el futuro: ve en el hecho histórico de la
redención el destino de la humanidad entera, la que caída de la vida
espiritual, debe volver a ella. Orígenes le da un significado más profundo y
universal al cristianismo. Elabora una concepción cosmológica en la que engloba
en una visión de conjunto la suerte de la humanidad y la suerte del mundo. Finalmente
recobra el concepto de libertad humana, que se había perdido al colocarlo como
sujeto pasivo de la obra redentora de Cristo.
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