Luis López Méndez (1863-1891), es un joven intelectual venezolano quien, posiblemente sin ser
masón, pone de bulto la agudeza del libre pensamiento en una sociedad poco
desarrollada.
Durante la época reconocida como el “guzmancismo”, se fortalece la masonería en Venezuela. Para ese tiempo, según el Diccionario de Historia de Venezuela, trabajan 19 logias simbólicas (1)
Más allá de la discusión sobre el balance de dicho tiempo, siendo indudable que en aquella Venezuela sumida en la miseria, la explotación, la ignorancia y la guerra civil, penetra en el país el positivismo, e irrumpe una de las generaciones más brillante que ha tenido la nación: los masones Cesar Zumeta, Lisandro Alvarado, Rafael Villavicencio, además de profanos como José Gil Fortoul, Manuel Arcaya, entre otros.
Durante la época reconocida como el “guzmancismo”, se fortalece la masonería en Venezuela. Para ese tiempo, según el Diccionario de Historia de Venezuela, trabajan 19 logias simbólicas (1)
Más allá de la discusión sobre el balance de dicho tiempo, siendo indudable que en aquella Venezuela sumida en la miseria, la explotación, la ignorancia y la guerra civil, penetra en el país el positivismo, e irrumpe una de las generaciones más brillante que ha tenido la nación: los masones Cesar Zumeta, Lisandro Alvarado, Rafael Villavicencio, además de profanos como José Gil Fortoul, Manuel Arcaya, entre otros.
Luis López Méndez, a pesar de
su corto tránsito por este plano existencial, 28 años, deja una obra valorada
como una de las fundamentales de la historia de las ideas políticas de
Venezuela: Mosaico de política y literatura, publicada en 1890. Escrito
con estilo epistolar, allí trata, entre otros, el tema de la Encíclica de León
XIII sobre los
fundamentos de la sociedad cristiana.
López Méndez aclara que aborda
el tema influido por la opinión de “personas sensatas y de gran número de la prensa
liberal que hacían de ella los mayores encomios”(2) Visto desde
nuestra metodología, recibían la tenue luz de la Luna, que embelesa, pero no
profundiza. Pero pronto afirma: “desgraciadamente su buen deseo ha engañado
esta vez a los católicos liberales, haciéndoles ver lo que en la Encíclica no
hay ni puede haber”(3) Y comienza a discernir entre el grano y la
paja.
Denuncia que en la precitada
Encíclica se mantiene la falta de reconocimiento por parte de la Iglesia
Católica del Estado civil y de otras instituciones. Que pretende imponer su
doctrina aun en contra de los tiempos que son signados por una “conciencia
humana que se inunda de nuevas claridades”. Señala que la sociedad no está
encomendada a los teólogos, sino a los filósofos que deducen a la “luz de la
razón las leyes que la rigen”. Defiende la tesis de la libertad de cultos
contra la exigencia de una religión de Estado, que pide León XIII. Tras refutar
el supuesto derecho de la Iglesia sobre la potestad civil, la libertad de
conciencia, la libertad de imprenta; reafirma el error de la prensa liberal de
alabar un documento que atenta contra las bases e instituciones del país.
Sobre la Reforma protestante,
desarrolla un aspecto realmente fuerte al señalar que “la Iglesia debe, pues
gratitud a la Reforma, que fue como el cauterio aplicado a la úlcera de aquel
nuevo Job que se pudría en su estercolero”, de no haber ocurrido, afirma López
Méndez, la Iglesia romana se hubiera venido a tierra.
Señala que “el Papa se espanta
de que la revolución haya declarado que la soberanía reside en el pueblo, y que
cada quien tiene derecho de pensar libremente”. Indiscutiblemente, esta
doctrina es librepensadora.
Trata el punto del matrimonio
civil, sobre el cual la Encíclica denuncia la supuesta intromisión de la
legislación civil en los matrimonios cristianos. Sobre el punto, señala que el
tema ya ha sido suficientemente tratado y sus ventajas se palpan
fehacientemente. Sobre el derecho de la Iglesia a tener bienes materiales, no
lo critica, pero si exige revisar la legitimidad de las “instituciones
muertas” y, a pesar de la juventud del autor, hace gala de erudición al traer
citas de san Agustín.
Reconoce que León XIII permite
un avance al registrar como provechosa aquella legislación que tiene por
finalidad conseguir un bien importante y evitar un grave mal. Para
agregar que “han sido arrancadas por la fuerza de las cosas, y no por virtud de
la doctrina”. Denuncia al Papa en su intento de reivindicar para la Iglesia el
progreso que en las ciencias y las artes nos ha legado la antigüedad. Pone de
bulto las persecuciones sufridas por personajes como “Francisco Bacon… Galileo,
Vanini, Campanella, Giordano Bruno y tantos otros mártires de la ciencia y la
filosofía”.
Exclama López Méndez: “¡La
filosofía! Lo cierto es que la Iglesia no puede verla con buenos ojos. La
filosofía ha matado al diablo, ha destruido el infierno, ha derribado el
imperio del terror; y por sobre sus nefastas ruinas ha hecho vibrar como
sonrisa de un mundo nuevo, como aurora de halagüeñas esperanzas, una palabra
redentora: ¡Tolerancia!”
Conclusión
La filosofía de la tolerancia
y guerra a la superstición son un mandatos masónicos. No puede haber libertad,
igualdad y fraternidad si no hay tolerancia. Luis López Méndez no aparece en los
registros públicos como masón, mas su pensamiento lo coloca, entre los “masones
sin mandil”.
Su paso por este plano fue
exiguo en términos del tiempo terrenal: 28 años. En tan corto período, deja una
obra densa, importante, valorada, como señalamos en párrafos anteriores,
fundamental para el estudio de la historia de las ideas políticas de Venezuela.
Vive una época complicada. Una
Venezuela rural, atrapada en pandemias, analfabeta; gobernada en sus regiones
por gamonales cuya visión de sociedad no va más allá, en su mayoría, de los
mandatos que exigen el buen manejo de una hacienda, gracias a la benevolencia
de la naturaleza.
La masonería, indudablemente,
ejerce un papel progresista en la Venezuela de finales del siglo XIX.
Particularmente por su concepción libre pensadora, estimula el ingreso de ideas
progresistas para el momento, como el positivismo. El decreto de Antonio Guzmán
Blanco del 27 de junio de 1870, a menos de dos meses de triunfar con la
Revolución de Abril, por el que instituye la universalidad de la educación
primaria gratuita y obligatoria, es claro ejemplo del carácter civilizador. En
1881 se crea el Ministerio de Instrucción Pública. Durante el “guzmancismo” o
sea, el periodo que va de 1870 a finales del siglo XIX, las ciencias recibieron
apoyo, entre otros, por la labor del Q.·. H.·. Rafael Villavicencio, Soberano
Gran Comendador del Supremo Consejo Confederado, quien es, en la época, rector de la UCV y Funda la Sociedad de Ciencias
Físicas y Naturales.
El libre pensamiento llega a
nuestras tierras en los libros que de contrabando traen los buques de la
Compañía Guipuzcoana durante la Colonia. El patriciado republicano, con los
QQ.·. HH.·. Miranda, Bolívar, Vargas, Diego Bautista Urbaneja, entre otros, siembran
la esperanza y masones como Guzmán Blanco, abogan por su instalación
definitiva. A pesar de los embates, que hoy no cesan, siempre hay masones y
masones sin mandiles, quizás como López Méndez, que colocan en alto la
antorcha de la sabiduría, como legado imprescindible para la construcción de la
Gran Obra, en este plano terrenal.
En mi jardín siento el rocío
del buen legado que dejan mis QQ.·. HH.·. ausentes, el cual clarifica mi alma y
eleva mi consciencia. Ahora nos toca a nosotros.
Es todo…
S.·. F.·. U.·.
Isidro Toro
M.·. M.·. R.·.E.·.A.·.A.·.
Notas y bibliografía
1) Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo
III, Fundación Polar. 2da edición. Caracas 1997. Pàg. 77.
2) López
Méndez, Luis. Mosaico de política
y literatura. En pensamiento político venezolano del siglo XIX. La Doctrina
Positivista. Tomo II. Ediciones del
Congreso de la República. Caracas, 1983. Pág. 351
3) Ídem. Todas las notas Págs. 351- 356
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