Proverbio egipcio

“El reino de los cielos está dentro de ti; aquel que logre conocerse a sí mismo, lo encontrará” Proverbio egipcio

lunes, 27 de julio de 2015

La cremación en Pereira: un camino a la modernidad

En el año 1988, Colombia eligió por primera vez alcaldes populares en todos los municipios. Pereira eligió a Jairo Arango Gaviria. En el caso de Medellín, fue elegido Juan Gómez Martínez. En calidad de alcalde electo de Pereira, viajé a Medellín para conocer de cerca cómo funcionaban los hornos crematorios del cementerio, puesto que Medellín fue  la primera ciudad que los implementó en Colombia, a pesar de ser una de las sociedades donde las tradiciones religiosas están más enraizadas.

Con la información recogida sobre los crematorios, aportada por Juan Gómez, regresé a Pereira con la idea de establecer este sistema como uno de los proyectos más importantes, útiles y novedosos para la ciudad, por el servicio social que se prestaría. Diligentemente apoyamos y gestionamos una propuesta de inversión privada que de un tiempo atrás quería realizar el arquitecto Jaime Ceballos Ospina. Esta iniciativa se impulsó conjuntamente entre el inversionista y la alcaldía de Pereira con el compromiso de ayudarle en la agestión integral para que el proyecto pudiera realizarse en el corto plazo.
El paso siguiente consistía en concretar el respaldo de la iglesia hacia esta iniciativa, en tanto que se tenían muchas conjeturas e hipótesis sobre la posición que la iglesia asumiría al respecto. La atención, entonces, se centró en definir y concretar el respaldo religioso que daría viabilidad al proyecto.
POSICIÓN DE LA IGLESIA
La iglesia aconseja que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos. Sin embargo, no prohíbe la cremación.” Canon 1176 del Derecho canónico, 1983
Oficiaba como obispo de Pereira monseñor Darío Castrillón Hoyos, poseedor de una gran formación académica en diferentes disciplinas, frecuente viajero y humanista, lo que le permitía conocer de cerca otras culturas y tradiciones. Experto en etnias  y asentamientos indígenas, conocedor de sus costumbres y sus dialectos. Europa era su destino preferido. Hablaba sus lenguas y conocía sus costumbres. Podría decirse que era un adelantado de la iglesia y de la sociedad civil. Quizás la formación integral y humanística de Monseñor Castrillón fue lo que, a la postre, contribuyó a hacer de la cremación lo que es hoy el cementerio de La Ofrenda.  
En Pereira, donde los rumores hacen carrera con gran facilidad y llegan a ser aceptados, generalmente sin ningún cuestionamiento, se tenía la percepción de que la iglesia se oponía a la cremación, razón por la cual el proyecto del nuevo cementerio con horno crematorio no era viable, pues, sin la bendición del cura, el muerto no descansa en paz y su alma no va al cielo. Es decir, el muerto se convertiría en un gran problema para la familia, la iglesia y la sociedad.
Para salir de la incertidumbre, lo mejor era preguntarle directamente a monseñor Darío Castrillón su posición sobre la cremación, en un momento en que la sociedad pereirana, de aparente formación liberal, en asuntos de muerte, religión y tradiciones, estaba apegada a las costumbres más conservadoras en estos conceptos. En materia de entierros, la mayoría se hacían  en el cementerio San Camilo de propiedad de la curia, luego empezaron a realizarse en el cementerio Prados de Paz, junto al aeropuerto Matecaña. Algunos pocos entierros de personas ateas continuaban realizándose en el cementerio laico, localizado en la Avenida 30 de agosto.
La idea de establecer los crematorios en Pereira no solo era modernista sino revolucionaria, lo que significaba una gran fractura para las tradiciones y las convicciones de la sociedad. Pero, como se dijo antes, la única forma de conocer el pensamiento de la iglesia respecto al concepto innovador de la cremación, necesariamente se resolvería preguntándole a monseñor Darío Castrillón.
Para conocer su posición, propicié una comida en su casa, donde intercambiamos opiniones sobre diferentes temas. Recuerdo que él tenía muchas preocupaciones porque, un poco antes, en la ciudad había aparecido la “mano negra”, organización siniestra dedicada a hacer “limpieza social” por cuenta propia con la aprobación silenciosa de una buena parte de la sociedad.
Comprendí la magnitud humanística del prelado, al rechazar en público y en privado ese tipo de acciones que consistía en marcar con pintura roja a las personas que iban a matar para luego hacer aparecer sus cuerpos en distintos lugares públicos con letreros de delincuentes, como señal de escarmiento público. Cuando estas acciones se llevaban a cabo, el rechazo de Monseñor Darío Castrillón no se hacía esperar. Desde el púlpito de la catedral, y en sermones alusivos a la vida, rechazaba con vehemencia estas prácticas llegando, incluso, en ocasiones casi hasta señalar a algunos de los organismos del estado y de la sociedad que se habían confabulado para llevar a cabo estas prácticas sicariales.
También conversamos de su posición sobre el desarrollo de Pereira referente a otras ciudades de Colombia y de Europa, a lo que él mismo planteó la necesidad de impulsarla en valores hacia el modernismo, donde la educación y la familia jugaran un papel de primer orden. Tuve la intención de poner sobre la mesa de conversación el asunto de una gobernadora que nombraron para Risaralda y que duró muy pocos días en su cargo, dado que tenía el “pecado” de no ser casada, lo que para la sociedad y la iglesia no resultaba de buen agrado y, rápidamente, esta mandataria renunció a su cargo. Sin embargo, me pareció que eran varios temas, todos de gran calibre, para una sola conversación, así que me centré en el asunto de la cremación.
Hoy pienso que la Pereira de los 80 era más timorata que librepensante, a pesar de que en materia política estaba representada hegemónicamente por el partido liberal y, en segundo orden, por el conservador en sus dos vertientes: pastranistas y laureanistas. La izquierda, representada por la Unión Patriótica, fue diezmada físicamente debido a la gran cruzada que sobre ella oficiaron grupos de derecha encabezados por el MAS en sinergia con algunos organismos del estado. En Pereira fue asesinado el concejal y profesor Gildardo Castaño Orozco.
En materia de cultura, las actividades se desarrollaban en buena parte en el Club Rialto. La cultura popular, orientada hacia el teatro de vanguardia, tenía como referente a Bertold Brecht bajo la dirección de la italiana Antonieta Mercuri, vinculada a la Universidad Tecnológica de Pereira, donde realizaba sus presentaciones. La emisora cultural Remigio Antonio Cañarte y el teatro Santiago Londoño nacían para darle mayor amplitud y consistencia a la cultura de la ciudad que empezaba su proceso de democratización.
Era una sociedad donde todavía se castigaba la infidelidad de la mujer, en buena medida, con la muerte de ésta, y la pena judicial del marido homicida era efímera. El racismo estaba a flor de labios y los hijos diferentes eran de tercera clase. Las palabras ‘multicultural’ e ‘incluyente’ aún no hacían parte del léxico de los dirigentes y académicos. La masonería que había  irrumpido desde 1920 se mantenía como organización de muy poca visibilidad, casi que de una manera clandestina. Esa era la sociedad a la cual se le proponía por primera vez que aceptara la cremación como una manera diferente y novedosa de atender los servicios funerarios. Por esto sostengo que este nuevo paradigma fue el punto de partida para que Pereira entrara a la modernidad, acompañada de una nueva lectura encaminada hacia el libre pensamiento.
Vino entonces el tema de la cremación: empecé diciéndole que en Pereira existía la creencia generalizada de que él se oponía a la idea de establecer en la ciudad un cementerio con horno crematorio. “Entonces, monseñor, me gustaría conocer su posición al respecto.” Me dijo: “Alcalde, he viajado por toda Europa, conozco varios continentes y las principales ciudades del mundo y, hoy por hoy, lo que se impone para los servicios fúnebres es la cremación. Inclusive, es un asunto de higiene y de salud pública. Si en Pereira se quiere prestar este servicio, la iglesia y yo lo respaldamos, lo apoyamos. Cuente con nosotros.”
Con el visto bueno de monseñor Castrillón, el proyecto empezó con pie derecho. Acto seguido, le informé al arquitecto Ceballos sobre los resultados de la gestión y del interés que mostró el obispo por apoyarlo. Con esa autorización, el proyecto continuó un periplo difícil para el inversionista pero siempre apoyado por la alcaldía. Quedaba pendiente la aceptación del proyecto por parte de la sociedad civil.
LA SOCIEDAD CIVIL
La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos la muerte no es y cuando la muerte es nosotros no somos.” Antonio Machado
Tradicionalmente, Pereira ha sido de mayorías liberales pero de pensamiento conservador. ¿A quién se le ocurriría llevar a su hijo, a la mamá o a un pariente para que lo cremaran? ¿Quién lo rezaría? ¿Dónde irían a visitarlo los domingos? ¿Y de su alma qué?
Paradójicamente, mientras la iglesia apoyaba el proyecto, buena parte de la sociedad se resistía a aceptarlo. La razón no era otra que los apegos al pasado, a las tradiciones y a los preceptos religiosos. Se escuchaban diversas expresiones como: ¿Cómo voy a quemar a mi hijo o a mi mamá? Eso es inhumano y es pecado. ¿Dónde irán a parar sus restos si lo correcto es que se entierre un cuerpo para que –como lo hizo Jesús- pueda resucitar? Poco a poco, la ciudad se fue desarrollando y las empresas de servicios fueron encontrando nuevas oportunidades de negocios compitiendo en eficiencia y eficacia. Y así lo entendió La Ofrenda al implementar el nuevo modelo de servicio fúnebre.
Quizás una de las razones de mayor peso para que este servicio tenga tanta aceptación hoy son los nuevos tiempos en que se mueve la sociedad, que no dan espera suficiente ni siquiera cuando de la muerte se trata. Recoger los restos de un muerto después de cinco años, abrir su fosa, destapar su ataúd y encontrar que el cuerpo esta momificado y que es necesaria su descuartización para que ese espacio pueda ser ocupado por uno nuevo, no es gratificante. La incomodidad de las visitas dominicales cuando los deudos viven a grandes distancias del cementerio tradicional fue cómplice de la cada vez menos frecuente visita, dándole paso a la aceptación racional de la cremación como una forma integral de atender esta causa. Tal como lo aseveró José Luis Borges: “La muerte es una vida vivida; la vida es una muerte que viene.” O como lo expresaba Confucio: “Si no conocemos todavía la vida, ¿cómo va a ser posible conocer la muerte?”
Para el inversionista, un hombre librepensador y visionario, el asunto no pintaba fácil puesto que “si no llevaban a cremar los muertos, el cementerio no tendría posibilidades de existir.”
Paradójicamente, mientras la iglesia respaldó la cremación, la sociedad civil resultó oscurantista, aferrada a tradiciones y a mitos, que solo servían para demostrar que aquello de “liberal” no servía sino para identificar un color político y mantener unas creencias que, todavía, un buen sector de la sociedad se niega a admitir. Aunque la sociedad iba cambiando a paso lento su pensamiento y opinión con respecto a la forma de atender los servicios fúnebres, aún eran reacios al cambio, y los difuntos que llegaban no eran suficientes para cubrir los gastos de operación del cementerio.
LA RESURRECCIÓN
Tal vez el mito de la resurrección era el más arraigado desde la época de Jesús dado que éste se afianzó como tal en la conciencia de los cristianos aunque otras religiones, con algunas excepciones, también lo aceptan. Este argumento sigue vigente en toda la concepción filosófica de los católicos y continúa como un mito de lo que sigue al ser humano después de dejar el cuerpo material; el alma, el espíritu, no pierde su esencia.
Comprender la vida después de la muerte, el concepto de tanatología entendido como el estudio del cadáver, la resurrección como la acción de alzarse, levantarse, resurgir, resucitar, solo podía entenderse en tanto haya un cuerpo que sirva como receptor de ese acontecimiento así como sucedió con Jesús y con Lázaro. Pero, entenderlo en una sociedad de fines del siglo XX en Pereira, donde podían más las tradiciones que la visión del futuro, era una opción de proyecto económico poco viable. En este sentido, no digo que el concepto religioso sobre la resurrección, y el regreso de un estado de muerte a uno nuevo de vida, haya cambiado. Creo que éste se mantiene. Lo que sí creo que se dio con la figura de la cremación en Pereira, en los años 80, fue la apertura a un nuevo concepto de ciudad. La transición de un pensamiento oscurantista a otro más acorde con el modernismo. Aceptada la cremación por la sociedad, quedaría por resolver el tema de las cenizas (restos). Entonces, ¿qué hacer con las cenizas?
La ubicación final de las cenizas es un asunto que depende de las tradiciones, de los mitos y del tipo de creencia religiosa. Hay personas que llevan las cenizas y las guardan en las habitaciones de sus casas. Otras las depositan en ‘cenizarios’ del mismo cementerio o de las iglesias, para facilidad y comodidad de los deudos. Un tercer grupo esparce las cenizas en la naturaleza, en la montaña o en el mar, con un ritual en el que -de una manera respetuosa y racional- se expresan unas oraciones y se hace el duelo respectivo. Esta última opción tiene cada vez más fuerza. En cualquiera de las tres situaciones, las cenizas van a llegar a la eternidad, al cosmos, donde el alma y el espíritu se erigen como vigías de lo material; como la esencia de lo que no es necesario entrar a demostrar porque todo es razonable y todo carece de razón.
Ahora sí, Pereira abría sus puertas a proyectos que significarían grandes cambios en lo económico y en lo cultural. El cambio de una tradición de desfiles fúnebres a pie, de prolongar el duelo de los familiares, hasta volverlo un problema de salubridad; el espacio cada vez más reducido, el parqueo prohibido en frente de la iglesia y la forma de realizar estas prácticas, cambiaron cuando en la ciudad se dio paso al modernismo, la nueva forma de prestar el servicio fúnebre: la cremación. Con toda seguridad, este fue el punto de ruptura entre las viejas creencias y las nuevas opciones cristianas de concebir la vida y la muerte. Por esto, considero que la entrada a la modernidad de la ciudad ocurrió el día 15 de agosto de 1989, cuando se puso la primera piedra del cementerio La Ofrenda, hoy un símbolo de la ciudad, del futuro y de la vida.
Jairo Arango Gaviria

Fuente: http://www.eldiario.com.co/seccion/LAS+ARTES/la-cremaci-n-en-pereira-un-camino-a-la-modernidad1507.html

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