La muerte de Simón el Mago. |
EN la “Historia de la Religión Cristiana hasta el año Doscientos”, de Charles B. Waite, A.M., anunciada y reseñada en el Banner of Light 1
(Boston), encontramos partes de la obra relacionadas con el gran
taumaturgo del segundo siglo d.C. Apolonio de Tyana, sin rival en el
Imperio Romano.
“El tiempo del cual este volumen toma
especial conocimiento está dividido en seis periodos, durante el segundo
de los cuales, 80 al 120 d.C., está incluida la ‘Era de los Milagros’,
la historia que demostrará ser de interés para los espiritualistas como
una forma de comparar las manifestaciones de inadvertidas inteligencias
de nuestro tiempo con similares eventos de los días inmediatamente
posteriores a la introducción del Cristianismo. Apolonio de Tyana fue la
más notable personalidad de este periodo, y fue testigo del reinado de
una docena de emperadores romanos. Antes de su nacimiento, Proteo, un
dios egipcio, se le apareció a su madre y le anunció que encarnaría en
el niño venidero. Siguiendo las indicaciones dadas en un sueño, ella se
dirigió a un prado para recoger flores. Estando allí, una bandada de
cisnes formó un coro a su alrededor, agitando sus alas y cantando al
unísono. Mientras estaban ocupados en ello, y el aire era abanicado por
un delicado céfiro, Apolonio nació.”
Esta es una leyenda de las que, en
tiempos pretéritos, hacían de cada personalidad notable un “hijo de
Dios” milagrosamente nacido de una virgen. Y lo que sigue es historia.
“En su juventud él tenía un poder mental y una belleza personal
maravillosos, y hallaba su mayor felicidad en las conversaciones con los
discípulos de Platón, Crisipo y Aristóteles. No comía nada que tuviese
vida, se mantenía con frutas y productos de la tierra, era un admirador
entusiasta y un discípulo de Pitágoras, y como tal, permaneció en
silencio durante cinco años. Dondequiera que él fue reformó el culto
religioso y realizó actos maravillosos. En las fiestas, asombró a los
invitando produciendo pan, frutos, verduras y varios bocados exquisitos
que aparecían a su orden. Se animaron estatuas con vida, y las figuras
de bronce de los pedestales tomaron posición y realizaron las labores de
los sirvientes. Por ejercicio del mismo poder ocurrieron
desmaterializaciones, vasos de oro y plata, con sus contenidos,
desaparecieron; incluso los sirvientes desaparecían de la vista en un
instante.
En Roma, Apolonio fue acusado de
traición. Llevado a examen, el acusador avanzó, desplegó el rollo en el
que había sido escrita la imputación, y quedó pasmado al encontrarlo
completamente en blanco.
Apolonio de Tiana |
Encontrándose en un cortejo fúnebre, dijo
a los asistentes: ‘coloquen el féretro y yo secaré las lágrimas que
Uds. han vertido por la doncella’. Tocó a la joven mujer, profirió unas
palabras, y la muerta volvió a la vida. Estando en Esmirna, fue
convocado a Efeso, donde se había producido un brote de rabia. ‘No debe
perderse la jornada’, dijo, y tan pronto pronunció esas palabras estaba
en Efeso. Cuando tenía casi cien años, fue llevado ante el Emperador
romano, acusado de ser un encantador. Fue conducido a prisión. Allí
alguien le preguntó cuándo recuperaría la libertad. ‘Mañana si depende
del juez; en este momento si depende de mí’. Dicho esto, liberó sus pies
de los grilletes y dijo: ‘Vea Ud. la libertad de que disfruto’.
Él, entonces, lo reemplazó en los grilletes.
En el tribunal se le preguntó: ‘¿Por qué los hombres lo consideran un Dios?’
‘Porque –contestó- todo hombre bueno recibe tal denominación’.
‘¿Cómo pudo predecir la plaga de Efeso?’
Él contestó: ‘manteniendo una dieta alimenticia más ligera que la de otros hombres’.
Sus respuestas a los acusadores sobre
estos y otros interrogantes exhibieron tal fuerza que el Emperador quedó
muy impresionado, y lo declaró inocente del crimen que se le imputaba;
pero ordenó que permaneciera detenido para sostener con él una
conversación privada. El contestó: ‘podrá usted detener mi cuerpo, pero
no mi alma; e incluso agregaré, tampoco mi cuerpo’. Habiendo proferido
estas palabras, desapareció de ante el Tribunal, y aquel mismo día se
encontró con sus amigos en Puteoli, a tres días de Roma.
Los escritos de Apolonio revelan que fue
un hombre de erudición, con un conocimiento consumado de la naturaleza
humana, imbuido de nobles sentimientos y de los principios de una
filosofía profunda. En una epístola a Valerio él dice: ‘Nada muere
excepto en apariencia, y del mismo modo, tampoco, nada nace excepto en
apariencia. Lo que ocurre en esencia dentro de la naturaleza aparenta
ser el nacimiento, y lo que ocurre en esencia dentro de la naturaleza,
en cierto modo, es la muerte; aunque nada realmente se origina, y nada
alguna vez perece; pero tan solo ahora aparece a la vista, y ahora se
desvanece. Aparece a causa de la densidad de la materia; y desaparece a
causa de lo tenue de la esencia; pero siempre es la misma, solo difiere
en movimiento y condición.’
El tributo más elevado a Apolonio le fue
brindado por el Emperador Tito. El filósofo le escribió a él, poco
después de su ascensión, aconsejándole moderación en su gobierno. Tito
respondió:
‘En mi propio nombre y en nombre de mi
país le doy las gracias, y estaré atento a esas cosas. De hecho, yo he
conquistado Jerusalén, pero Usted me tiene capturado a mi’.
Las cosas maravillosas realizadas por
Apolonio, consideradas como milagros, cuya fuente y causa productora el
espiritualismo moderno reveló claramente, fueron creídas extensamente
durante el segundo siglo y los años subsiguientes, por cristianos y
otros.
Simón el Mago
Fue otro prominente hacedor de milagros
de la segunda centuria, y nadie negó su poder. Incluso los cristianos se
vieron obligados a admitir que realizó milagros. Se alude a él en los
Hechos de los Apóstoles, viii: 9-10. Su fama era mundial, tenía
seguidores en cada nación, y en Roma fue erigida una estatua en su
honor. Disputó frecuentemente con Pedro en concursos, eso que hoy
llamaríamos torneos de milagros, para determinar quién de los dos tenía
mayor poder. Se declara en ‘Los Hechos de Pedro y Pablo’ que Simón
produjo una serpiente de latón que se movía, estatuas de piedra que
reían, y se elevó en el aire por sí mismo; a lo que se agrega: ‘a
diferencia de esto, Pedro sanó al enfermo con una palabra, hizo que el
ciego pudiera ver, etc.’ Simón, llevado ante Nerón, cambió su forma: de
repente se volvió un niño, después un anciano; en otro momento un hombre
joven. ‘Y Nerón, al ver esto, supuso que era un Hijo de Dios.’ En
‘Reconocimientos’, una obra de Petrine de edades tempranas, se relata
una discusión pública entre Pedro y Simón el Mago, que es reproducida en
este volumen. Se da cuenta de muchos otros obradores de milagros y se
muestra concluyentemente que el poder que poseían no se limitaba a un
número determinado de personas, como el mundo cristiano enseñó, sino que
esos dones mediumnísticos eran poseídos por muchos.
Las declaraciones citadas de escritores
de los primeros dos siglos de que tuvieron lugar dichos hechos,
contribuyó grandemente a reforzar la fe de los más crédulos, aún en esa
época de maravillas. Muchos de estos relatos pueden estar muy exagerados
pero no es razonable suponer que se trató de puras invenciones, sin una
pizca de verdad en su origen; menos aún después de las revelaciones
hechas al hombre desde el advenimiento del espiritualismo moderno.
Alguna idea de la minuciosidad con la que cada asunto es tratado en este
volumen puede formarse mencionando que en el índice hay doscientas
trece referencias a pasajes relacionados con “Jesucristo”; de lo que
también puede inferirse con justicia que el contenido tiene que ser de
gran valor para aquellos que buscan información que permita determinar
si Jesús fue ‘Hombre, Mito o Dios’. ‘El Origen e Historia de las
Doctrinas Cristianas’, como también ‘El Origen y Establecimiento de la
Autoridad de la Iglesia de Roma sobre las demás Iglesias’, son
totalmente expuestos, y mucha luz es arrojada sobre varias cuestiones
oscuras y polémicas. En una palabra, es imposible para nosotros, sin
exceder por mucho los límites impuestos para este artículo, hacer
completa justicia con este libro tan instructivo; pero creemos que ha
sido suficiente para convencer a nuestros lectores de que su interés
excede lo ordinario, y que se trata de una deseable adquisición de
literatura para esta era progresista.”2
Algunos escritores pretendieron hacer
aparecer a Apolonio como un personaje de carácter legendario, mientras
devotos cristianos insisten en llamarlo un impostor. La existencia de
Jesús de Nazareth fue también declarada por la historia y siendo él
mismo conocido a medias por los escritores clásicos, como lo fue
Apolonio, ningún escéptico puede dudar actualmente de la existencia de
tal hombre como el hijo de María y José. Apolonio de Tyana fue amigo y
corresponsal de la Emperatriz romana y de varios emperadores, mientras
que de Jesús nada ha permanecido en las páginas de la historia, como si
su vida se hubiese escrito en las arenas del desierto. Su carta a
Agbaro, el príncipe de Edesa, la autenticidad que le es concedida tan
sólo por Eusebio –el Barón Munchausen de la jerarquía patrística- es
llamada en las Evidencias del Cristianismo “un esfuerzo de
falsificación” incluso por el propio Paley, cuya robusta fe acepta las
más increíbles historias. Apolonio, entonces, es un personaje histórico;
a la vez que muchos al nivel de los mismos Padres de la Iglesia,
colocados ante el ojo escrutador de la crítica histórica, comienzan a
fluctuar y muchos de ellos se desvanecen y desaparecen como el “fuego
fatuo” o el ignus fatuus.
The Theosophist3, Junio de 1881
H. P. BLAVATSKY
Notas:
1 Estandarte de Luz (N. del T.).
2 Segunda Edición, Vol. I, 8vo., pp. 455. Chicago: C. V. Waite
& Co. Thomas J. Whitehead & Co., agentes para Nueva Inglaterra, 5
Court Square, Departamento 9, Boston
3 El Teósofo, publicación de la Sociedad Teosófica (N. del T.)
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